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20.05.19

(356) Que el agua está turbia

«Yo les he dado tu palabra, y el mundo los aborreció, porque no eran del mundo, como Yo no soy del mundo.»  (Jn 17, 14)

 

Cristo no prueba el agua del mundo.

 

Poco fruto concede el Señor, que es Verbo de belleza, al que maltrata su Palabra, y no la expone ni la explica con esmero de converso, sino con el desaliño negligente de la acedia. Que el Logos viviente no es maestro de apáticos ni conformistas, sino de embajadores suyos.

 

Quede invisible nuestra sobrestimación, y brille la merced de Cristo, para que sea posible ser cristiano.

 

Como una parva retahíla de pequeñas perlas. Es poca cosa. Pero el Señor las pronuncia y tú oras. Es el tesoro escondido del Rosario.

 

Pide ardiente deseo de perfección, que nunca es bastante.

 

No es nueva la amenaza, porque siempre estuvo la Ciudadela sitiada por demonios. Lo que es nuevo es que se deje la puerta abierta.

 

La gracia no se cancela a sí misma.

 

Ciervo blanco, cuya sangre es triaca para todos los males, cuya sed es justificación de todos los manantiales, cuya hechura es forma de toda forma.

 

Evitan los demonios la orilla de los ríos para que el agua de Cristo no les encuentre.

 

Nada tener y nada querer, todo rehusar por Cristo.

 

Porque tiene sed, se acerca el Ciervo blanco a la torrentera, pero no la prueba, porque el agua del mundo está turbia.

 

David Glez. Alonso Gracián