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5.10.18

(302) Una simbiosis problemática de pensamiento moderno y pensamiento católico

1.- La escuela personalista, en teología moral, pretende ser una alternativa a la escolástica tradicional, más concretamente a la síntesis clásica aristotélico-tomista, algo así como el nuevo armazón intelectual de la moral cristiana. Acusa para ello al pensamiento clásico de minusvalorar la subjetividad y la experiencia personal. En base a esta crítica confecciona una teoría de la moral y de los valores de base kantiana, que contrarreste un supuesto triunfalismo doctrinal tradicional.

Karol Wojtyla, por ejemplo, considera que Santo Tomás es “objetivista", y que por eso no tiene en cuenta debidamente el papel de la conciencia y de la autoconciencia:

«la concepción de la persona que encontramos en Santo Tomás es objetivista. Casi da la impresión de que en ella no hay lugar para el análisis de la conciencia y de la autoconciencia […] de las que, sobre todo, se ocupan la filosofía y la psicología modernas» (Karol WOJTYLA, El personalismo tomista, en Mi visión del hombre, Palabra, Madrid 2006, p.311-312)

 

2.- El personalismo, por tanto, pretende combinar a) los aspectos subjetivistas histórico-existenciales de la experiencia moral, con b) los aspectos “objetivistas” de la moral cristiana, como la naturaleza de la persona o la filosofía del ser. Y con esta combinación cree poder amalgamar [a] el pensamiento y la psicología modernas con [b] el pensamiento católico tradicional. 

 

3.- Y es que la Nueva Teología, el rahnerismo-maritainismo, y los personalismos en general, cada cual en distinta medida y grado, pretenden incorporarse el numen de Ánomos y Anfíbolos; y al mismo tiempo, ser fieles al espíritu del catolicismo. Pero la pretensión de construir un sistema conjunto modernidad/catolicismo es un proyecto cuestionable. Se puede intentar, pero a base de tensionar la razón católica y obligarla artificialmente a asumir elementos extraños al numen bíblico-tradicional.

Es una simbiosis problemática, por una razón bíblico-tradicional: «nolite conformari huic saeculo» (Rom 12, 2), no toméis como modelo este siglo, no os conforméis a este mundo, no os adaptéis a esta época.

 

4.- Por eso, el empeño de elaborar, como instrumento alternativo a la teología moral clásica, una especie de tomismo moderno, es un proyecto que da problemas. Porque no hay nada más disonante entre sí que la doctrina aristotélico tomista (que es realista en sentido metafísico), y la doctrina moderna, (que es subjetivista y existencial, por falsamente realista, por nominalista).

 

5.- La razón de esta disonancia radica en que no puede fundamentarse la moral en la experiencia, no puede fundarse el bien en la autodeterminación del querer. Porque para constituirse de esta manera, tendría que aceptar como derecho la libertad negativa.Tendría que profesar la implenitud de la ley moral. Tendría que asentir la tesis central de Amoris laetitia (la necesidad de añadir la subjetividad de la conciencia a la objetividad de la ley moral). Habría que aceptar, en suma, la independencia última de la subjetividad. 

 

6.- Esto supondría, junto al reconocimiento de una moral universal y objetiva, que ciertamente no se rechaza, la aceptación simultánea de una ética individual, única e irrepetible como la que propone Karl Rahner. —Y que, en el ámbito psicológico, representa ese sentido de la vida único e irrepetible que presupone la logoterapia frankliana. 

Supondría la forzada coexistencia de dos morales en un sólo sujeto, la universal, representada por las normas generales, y la particular, representada por la propia ética individual. Que es precisamente el trasfondo intencional de Amoris laetitia c.8. Es lo que tenía en mente, sobre todo, Kar Rahner. Y cuya sobrevaloración situacionista es lo que combate, justamente, documentos magisteriales espléndidos como Veritatis splendor.

 

7.- En la teología moral personalista existe, por tanto, una tensión permanente entre lo general y lo particular, cuya nota disonante no se puede resolver sin desembocar en la tesis de Amoris laetitia. Porque la cosa es clara: o el sujeto convive con esa tensión dramática —cuya teología y cuya estética encuentra ecos heideggerianos en la obra de Guardini o de von Balthasar—; o el sujeto resuelve la tensión en una falsa consonancia, como propone Amoris laetitia: una ética individual que acepta las “normas generales” pero que las suspende teleológicamente (como diría Kierkegaard), con beneplácito de la autoridad, cuando lo general y lo particular no encajan, cuando hay una “irregularidad” en la combinación.

 

8.- La cuestión, como decimos, es que la afirmación de dos éticas en un sólo sujeto (que pretende fragmentarse en individuo y persona) es una tesis que procede del existencialismo. La encontramos planteada en Temor y temblor de Kierkegaard, en su afirmación de una ética general que ha de ser puesta, repetimos, en suspensión telológica (en función de un fin subjetivo y no del fin último).

Pero es que toda la ética personalista, por su raigambre liberal, padece esta tensión dramática entre fin universal y fin individual, entre fin personal, único e irrepetible (como diría Rahner), y fin último, universal y común. La doctrina de Maritain conduce a esta doble identidad moral. Sus consecuencias son muy negativas, como estamos viendo en la actualidad.

 

9.- Es el conflicto entre la teleología y la autoteleología, entre el individuo y la persona, entre la vida pública y la vida privada, entre el bien y los valores. Es el conflicto interior irresoluble de la nueva cristiandad maritainiana y su humanismo integral. Es el dramatismo de una afirmación simultánea de dos principios distintos, con la ambigüedad consiguiente. Es la dicha doble identidad que se postula en la política católica de inspiración democristiana, y que ha descristianizado radicalmente la política.

Esta doble teleología ha sido sobrevalorada por el pensamiento católico reciente, en exceso optimista, y presentada ambiguamente en documentos como Gaudium et spes. En su punto 24, a la vez que afirma tradicionalmente el fin último: «todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo» recoge asimismo la perspectiva autoteleológica personalista de base kantiana que habla del hombre como «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo». ¿Hay que suponer, entonces, que la causa segunda es fin en sí misma y fin de sí misma, y en cuanto fin en sí es amada por Dios?


10.- En conclusión, no se puede compaginar la liberad moral, tal y como la entiende el principio católico, con la libertad negativa. El intento de simbiosis de ambas, con el cual el personalismo pretender elaborar una alternativa a la teología moral clásica, está llamado a dar problemas, a pesar de pequeños éxitos secundarios, a pesar de las buenas intenciones pastorales, a pesar de la afirmación simultánea del concepto tradicional.

Como muy acertadamente resume Juan Fernando Segovia:

«esta “renovación” de la doctrina católica de la ley natural (que pretende el personalismo] lleva a un galimatías en el que ley natural se dice, a la vez, de la ley de la naturaleza [humana] y de la ley de la conciencia o autoconciencia [personal]» (Juan Fernando SEGOVIA, Examen crítico de “a la busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural, Verbo 493-494 Madrid 2011, p. 197).

 
AÑADIMIENTO
 
—¿Por qué no puede conciliarse la autodeterminación del querer (principio moderno) con la doctrina clásica?

Porque, como explica la encíclica Libertas praestantissimum, 6:

1) la voluntad depende de la razón:

«la razón prescribe a la voluntad lo que debe buscar y lo que debe evitar»

2) la voluntad no puede elegir su propio fin, sino dirigir su acción al fin último:

«para que el hombre pueda algún día alcanzar su último fin, al cual debe dirigir todas sus acciones.»

3) y este deber dirigirse es precisamente el orden de la ley:

« precisamente esta ordenación de la razón es lo que se llama ley.» 

Está claro, por tanto, que la rectitud moral no se discerne en base a la supuesta capacidad de autodeterminación del querer, según reza el principio kantiano-hegeliano. Sino por su sintonía con la sabiduría ordenadora de Dios, participada por la razón.

No es que el personalismo niegue esto último, repetimos. Es que quiere compaginarlo con una ética particular en que la conciencia opere la simbiosis. Y esta imposible amistad, si se exagera, conduce a afirmaciones tan alejadas del pensamiento católico como la que corona el punto 304 de Amoris laetitia, y que tan dramáticamente muestra la fragmentación interior a que ha llegado el pensamiento católico:

«Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano.»

Ni el personalismo en su versión teológica (o sea, la Nueva Teología) ni el personalismo en su versión filosófica, pueden constituirse como alternativa a la teología moral clásica, de base metafísica aristotélico-tomista. Pretender obstinadamente lo contrario sólo puede producir una crisis como la que estamos viviendo.

 

David Glez Alonso Gracián