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28.08.18

(289) El aborto es también un acto irreligioso

1.- Dar muerte directa e intencionadamente a un inocente es un acto intrínsecamente malo, y no es lícito jamás, conforme enseña la Palabra de Dios: «no hagas morir al inocente y al justo» (Ex 23, 7). 

 

2.- Dar muerte a un inocente, por ejemplo mediante un aborto, es un atentado

-contra Dios, al que se pretende privar injustamente de su señorío, rechazando su absoluta potestad sobre la vida.

-contra el prójimo, al que se priva injustamente de su vida.

-contra la sociedad, a la que se priva injustamente de uno de sus miembros.

 
3.- El Catecismo 2261 lo resume y enseña de esta forma: «El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador.» 
 

4.- Es oportuno que el Catecismo mencione la agresión a la santidad del Creador. Porque así queda claro que dar muerte a un inocente es un atentado, primero, contra la soberanía de Dios. Y que por ser un atentado contra Dios es, también, un acto irreligioso. Es decir, no es un asunto meramente humanístico, porque también queda afectado el honor divino: «es un atentado contra Dios, cuyo supremo dominio queda violado. Sólo El es el dueño de la vida» (Antonio ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, BAC Madrid 1957, p. 429).

 

5.-Pero tambien es un atentado contra Nuestro Señor Jesucristo, porque impide que el no nacido alcance sobrenaturalmente su fin último. En este sentido, es rechazo de la realeza de Nuestro Señor, porque sólo Él es dueño de la redención del linaje humano, y «a El sujetó todas las cosas bajo sus pies» (Ef 1, 22). Impedir que el no nacido reciba el santo Bautismo, y por él la gracia de la justificación, es un atentado contra la potestad que Cristo tiene sobre la descendencia de Adán, que ha comprado con su Sangre.

 

6.- Por todo lo dicho, se ve claramente que el aborto, que es «un caso particular de la muerte de un inocente» (Antonio ROYO MARÍN, Op. cit. p. 430), tiene un carácter gravemente irreligoso. 

 
 
David Glez Alonso Gracián