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5.06.18

(270) Esa toxina llamada ambigüedad

I.- NOS RECUERDA el Padre José María Iraburu en este post que «el valor de la palabra es máximo en el Cristianismo (cf. Jn 1,1)», y por tanto «en la palabra, hablada o escrita, está la verdad o la mentira, está por tanto la salvación o la perdición de los hombres. Y tengamos presente que el proceso del conocimiento se consuma en la expresión

El sentido de la fe, que es sindéresis de la doctrina, pica con su aguijón cuando es minusvalorada la palabra. La voz de la conciencia, entonces, dice al cristiano: habla con perfección, unción y claridad de Aquel en Quien crees, y de su doctrina.  Porque en esa doctrina está la salvación o la condenación.

 

II.- LA AMBIGÜEDAD NO SALVA.— Me parece a mí, a tenor de lo dicho, que dado que, con voluntad antecedente, «Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4), es de lógica que Dios también quiera se guarde la expresión debida, la noción ajustada al numen católico, natural y sobrenatural.

—La ambigüedad voluntaria, por tanto, en cuanto corrupción de la forma expresiva, no puede ser nunca querida por Dios, no puede ser salvífica, no tiene valor en el Cristianismo.

 

III.- NADA DE ROBINSONEAR.— En lo que atañe a la doctrina de la salvación, mejor es no ir por libre, sino ajustarse a tradición. Es tentación moderna prescindir del legado. Sepa cada cual dónde le duele el zapato, como dice el refrán; y si conoce su debilidad, que es teologar por cuenta propia, combátala y no le dé vuelo. Quien sueñe naufragar voluntariamente, para coronarse rey de su isla teológica propia, sepa no se comporta como miembro vivo, sino como quien quiere ser todo y no parte. Asimismo, quien anhele, para su teología, inmanencias e independencias, como Robinson, que no escriba su propio Sincero para con Dios, sino sus retractaciones, y vuelva al redil de Cristo.