(173) De gracia y gloria
Ella, pensando que era el Hortelano, buscaba en Él Tierra Nueva.
Y vio que allí no había flores viejas ni manzanas picadas; sino un aroma irresistible a tiempo florecido, querencioso de gloria y perfección.
Como un crujir de nueces frescas se entreabría la Heredad. El Hortelano mismo era el santuario, y el azul con que regaba.
Y zanahorias y judías verdes dejaban su aroma en la palma agujereada de su mano, gloriosa de cruz.