(36) De agradar o desagradar, en bien de las almas, por Cristo.

El capítulo 4 del Evangelio de Lucas nos cuenta un episodio de la vida de Nuestro Señor realmente impresionante.

El Señor llegó a Nazaret “donde había sido criado” (4:16) Va a la sinagoga el sábado, y se levanta para leer.

“Le entregaron el libro del profeta Isaías".

Date cuenta. En la sinagoga, Jesús se levanta para leer, y le dan el libro de Isaías, el profeta que más habla de Él mismo, de Jesús en el Antiguo Testamento. Se levanta a leer el libro del profeta que habla de Él.

El pasaje que lee el Señor habla, por lo tanto, de Él mismo y de su misión salvadora:

“18 El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado por la unción.

Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,

a anunciar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,

a dar la libertad a los oprimidos

19 y proclamar un año de gracia del Señor.”

Nosotros, tú y yo, y aquellos que estaban aquel día en la sinagoga en que Jesús se levantó a leer, todos nosotros somos por el pecado cautivos del demonio, ciegos a la verdad, oprimidos por nuestras maldades…

Jesús está hablando a través de Isaías de cómo Él viene a liberarnos y darnos la riqueza de su Gracia, de la que necesitamos como pobres indigentes esclavizados por el mal. Jesús es el Salvador ungido por el Espíritu que inaugura la nueva etapa de la Gracia, el tiempo del Reino de Dios, el momento de su Cuerpo Salvador Crucificado, que es la Iglesia.

Pero sigamos, porque lo que viene ahora es estremecedor.

¿Qué hace Jesús después de leer la Palabra?

Lucas nos lo dice:

“Después de enrollar el libro, lo devolvió al ministro y se sentó. ” (4:20)

¿Qué hicieron todos los que estaban allí, que acababan de escuchar a Jesús?

“Todos en la sinagoga tenían puestos sus ojos en Él". (4.20)

Todos tenían puestos sus ojos en Él. Y Él comienza a hablar confirmándoles que…

«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acabáis de oír». (4:21)

¿Cuál es la reacción de la gente? Jesús les habla como nunca nadie había hablado. Su palabra penetra en el corazón de la gente:

“22 Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. “

Pero empieza la duda, y se preguntan, como asombrándose y desconfiando:

“Y decían: «¿No es este el hijo de José?». (4:22)

No hay libertad para un cautivo si éste no quiere liberarse de aquello que le oprime, si no quiere romper con aquello que le atenaza y destruye. La falta de fe nos corrompe y nos condena a una vida carnal.

Cuando el Señor les hace comprender sus pecados, ellos se revuelven contra Él. Jesús les habla de la dureza de su corazón, que les impide reconocer a Aquel que es enviado y está en medio de ellos. Les reprocha su falta de fe. Su duda. Y les recuerda pasajes de la Escritura que hablan de su infidelidad:

25 Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. 26 Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. 27 También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».

“28 Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron”

Se enfurecieron con Jesús. Jesús sabía que se iban a enfuerecer. Pero aún así, después de haberles mostrado las maravillas de su palabra, que les dejó atónitos, habló de sus pecados para liberarles de ellos.

No estaban dispuestos a reconocer al Hijo de Dios en aquel “hijo de José. La luz vino a las tinieblas y las tinieblas no la acogieron.

Entonces la gente

“levantándose, le empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. ” (4:29)

Fíjate. Se levantan de sus asientos en la sinagoga, se lanzan contra Jesús, lo llevan a empujones hasta las afueras de la ciudad, hasta una peña, e intentan despeñarlo por ella.

Intentan estrellarlo contra el suelo, matarle, eliminarle.

Nosotros, en nuestro apostolado, en muchas y muchas ocasiones medimos nuestras palabras al máximo para no irritar a nuestros oyentes. Vemos sus pecados, vemos la muerte que pueden ocasionarle, vemos lo perdidos que están muchos y muchos de cuantos nos rodean… (¡y nosotros también, si no fuera por Jesús!) y callamos, porque no queremos irritarles, tememos que se burlen de nosotros, que piensen que somos unos intolerantes… Preferimos agradarles y que nos dediquen una sonrisa y digan: qué bien nos has hablado.

Queremos atraer a los demás a base de agrados y contentos y palabras sugerentes… queremos que no se enfaden, ni se revuelvan, antes bien se entusiasmen, se complazcan, nos tomen en cuenta, en consideración… y nos digan “qué bien nos has hablado". Queremos quedar bien, no queremos enemigos.

Somos muy cobardes, y muy pelagianos. Basamos el éxito de nuestro apostolado en la bondad de nuestro discurso.

Queremos ser miel y no sal.

Miel para los oídos de cuantos nos rodean. Que no nos despeñen. Que no nos arrastren fuera de la ciudad. Queremos salvar la vida. Y mientras, ellos siguen agonizando en sus pecados de muerte.

Pero necesitan a Cristo. Ese que puede enfadarse contigo si le dices que no ha de vivir en adulterio, por ejemplo. Ese que temes se moleste contigo si le dices que la anticoncepción destruye el matrimonio, ese necesita a Cristo, o está perdido. Y aquel otro, que ha convencido a su novia para que vaya a abortar. También necesita que le hables de Cristo, porque va a cometer un crimen, y sólo la gracia del Señor le podrá persuadir de lo horrendo que es matar a un ser humano en el vientre de su madre. Y así, uno y otro…

Pero muchas veces nosotros callamos para que no nos despeñen. Queremos hablar de Cristo sólo cuando la Palabra de Cristo parezca que podrá ser humanamente aceptada. Sólo con garantías humanas de éxito.

Pero ser cristiano no consiste en entusiasmar y agradar a la gente con nuestros valores, sino servir como instrumento de conversión con el poder de Dios.

Agradando o desagradando, gustando o escociendo, doliendo o consolando.

Todo depende de la Providencia de Dios y de lo que un alma necesita, del odio del mundo y del amor de Dios Todopoderoso. De la fuerza maligna del pecado, que ofusca las voluntades, y del poder liberador de la Gracia.

Puede ser que entusiasmemos y agrademos, pero no es lo que hemos de buscar explícitamente ni pretender humanamente.

Nuestra única preocupación debe ser Cristo y el bien del prójimo, y de nada exterior a Cristo hemos de preocuparnos.

El pasaje de Lucas dice al final:

“lo echaron fuera de la ciudad". (4:29)

Fuera de la ciudad terrenal, fuera de la ciudad carnal, fuera del mundo, fuera de sus vidas carnales.

Quieren echar a Cristo fuera de sus vidas para seguir viviendo carnalmente.

Pero nosotros, por la gracia, estamos llamados a una vida en el espíritu, a una vida celestial, a una vida luminosa en el gozo, la paz de Dios y la perfecta alegría sobrenatural.

Hemos de levantarnos en medio de la ciudad carnal, como hizo el Señor, y tomando en nuestras manos la Palabra que habla de Él, proclamarla al mundo para que muchos se salven por ella en la verdad y la gracia de Cristo (Jn 1, 17).

Y que intenten muchos despeñarnos, si quieren.

Nosotros, que todo lo podemos en Aquel que nos conforta, si Dios nos lo da, habremos de hacer  lo que el Señor hizo al final del pasaje de Lucas, que hoy comentamos.

“Pero Él, pasando por medio de ellos, siguió su camino".

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

Alonso Gracián

5 comentarios

  
Luis Fernando
Magnífico post.

Que Dios no permita que caigamos en la tentación de la tibieza, del "bien quedar". Que nos haga instrumentos del Espíritu Santo, que primero convence de pecado y luego da el poder para liberarse del mismo.

No hay mayor pobreza que la del alma alejada de Dios.
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A.G.- Desde luego, es el Espíritu Santo el que convence en lo referente al pecado.
Oremos sin descanso y gastemos la vida ¡por Cristo, por el prójimo!

Santidad o muerte
30/10/14 11:45 PM
  
José Luis
«Bien sabéis, hermanos míos queridísimos, que cada uno sea diligente en escuchar, lento para hablar y lento para la ira; porque la ira del hombre no hace lo que es justo ante Dios (Santiago, 1, 19-20).»

He comenzado con este pasaje de la Epístola del Santo Apóstol, y tan lento debemos ser en responder, que la ira no haya mella en nosotros, porque el tentador, enseguida puede hacer que nos excedamos en palabras, y luego nos arrepentimos de haberlas dicho.

Verdaderamente, este capitulo de nuestro amigo Alonso, se debe a la Lectio Divina, y así para nosotros también es una invitación como comprender lo que Dios nos pide.

Hay personas que le agradan que le den la razón, incluso cuando cometen errores, pero si alguien le dice, "mira, la situación según el Espíritu de Dios es esta...", el ejemplo de Cristo, que lo que dijo, no fue del agrado de aquellos oyentes, y poco estaba para arrojarle al precipicio. Pero Él, serenamente se apartó de aquellos y siguió su camino. A nosotros cuando hablamos de nuestra fe, incluso hay demasiados cristianos que pierden la paciencia, porque tienen el corazón totalmente dividido. Los Santos Apóstoles y todos los santos, padecieron y padecen por el Reino de los cielos. Los que no son de Dios, sus armas es el desprecio por la Palabra de Dios, cuando se le habla de Dios, suelen imaginarse que son cosas suyas, y no del Espíritu, es decir, que no lo entienden porque no creen en Dios.

Un corazón alterado es incapaz de aceptar la Palabra de Dios,.

Cuando el cristiano vence el mundo, demonio y carne gracias a los méritos de Cristo, leemos en: 1Jn 4, 4-6: «Vosotros, hijos, sois de Dios, y los habéis vencido, porque el que está con vosotros es más poderoso que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error».

Y aceptando a Dios, aceptamos también a la Iglesia Católica, que la reconocemos como una obra de Dios para la salvación de la humanidad que quieren creer en la verdad, pues por la fe y la obediencia a Dios mediante la Iglesia Católica, conocemos bien los propósitos del demonio, (cfr. 2Cor, 2,11).
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A.G.- Así es, amigo José Luis, los Santos Apóstoles y todos los santos, padecieron y padecen por el Reino de los cielos. Como bien dice, dejarse corregir es un signo de estar en Dios, de tener un corazón ordenado por la acción de la gracia y no alterado por el pecado, de estar en su Iglesia. No somos del mundo, sino del Señor, que nos mueve a humildad. Por eso el apostolado es gracia para bien del prójimo.
31/10/14 8:56 AM
  
María Arratibel
Para llegar a ser el apóstol valiente que no soy, suelo pedir a mi señor que me regale la gracia de ese valor que me falta. Pero esa oración es insuficiente. Necesito también pedir un corazón como Su Corazón. Señor, dame amar como tú amas, compadecerme como Tú te compadeces. Que vea el pecado y me duelan tus llagas. Líbrame del deseo de ser aceptada y dame celo por la salvación de las almas. Que desee para todos ese descanso eterno en tu Amor que sueño para mí.
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A.G.- El deseo de ser aceptado nos impide, en ocasiones, la gracia del apostolado. Y, como bien dices en el bello comentario, identificarnos con Cristo es la fuente de la caridad. Entonces el Espíritu Santo nos convence en lo referente al pecado.

31/10/14 10:55 AM
  
Rexjhs
Me ha encantado lo de que queremos ser miel, no sal. Amén. Dios nos libre de la tentación del humanismo, de querer quedar bien con todos, de callarnos la Verdad por respetos humanos, y de aplicar una falsa misericordia que consiste en decirle a la gente lo que quiere oír, sin exhortarles a la conversión. Si la sal se desala, no sirve de nada, y se la tira para ser pisoteada. Eso ocurrirá con la Iglesia falsa que está emergiendo ante nuestros ojos, esa que renuncia a curar las heridas, a hacerlas escocer para desinfectarlas... que será la prostituta del Apocalipsis (ojo, vestida de escarlata, esto es, rojo, y de púrpura, es decir, los colores de cardenales y obispos de la falsa misericordia), y que, luego de ser usada para sus fines, será destruida por la Bestia: Apocalipsis 17: "Y los diez cuernos que has visto y la Bestia, van a aborrecer a la Ramera; = la dejarán sola y desnuda, = comerán sus carnes y la consumirán por el fuego;". Mientras tanto, la Mujer vestida de Sol, la Iglesia fiel al Magisterio y a Cristo, el resto fiel, será preservada en el desierto los tres años y medio que dure la gran tribulación.
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A.G.- Sí, hay que ser sal, no miel. Pero no hemos de ser pesimistas. La Iglesia es la Esposa de Cristo, jamás podrá ser falsificada.

No hay dos Iglesias, sino una sola, y santa, aunque con necesidad permanente de reforma. Pero es amada y protegida por su Esposo, a pesar de las meteduras de pata de sus miembros, sean quienes sean.
Un sensato humanismo cristocéntrico, no sólo es bueno, sino deseable, como alternativa a ese falso humanismo antropocéntrico que coloca al hombre en el centro de todo.

Confiemos con gozo y serenidad filial en la Iglesia, Amada por Dios, y promovamos con santidad su reforma en la continuidad, siempre necesaria. El infierno nunca prevalecerá.

Saludos cordiales
31/10/14 11:41 AM
  
María-Ar
Para pensar...
Excelente artículo!
Bendiciones!
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A.G.- Pensemos pues....
Gracias
01/11/14 6:50 PM

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