2.09.16

Serie “De Jerusalén al Gólgota” – VI. Los que persiguen a Cristo

 

                                                 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el final de la vida de Cristo o, mejor, el camino que lo llevó desde su injusta condena a muerte hasta la muerte misma estuvo repleto de momentos cruciales para la vida de la humanidad. Y es que no era, sólo, un hombre quien iba cargando con la cruz (fuera un madero o los dos) sino que era Dios mismo Quien, en un último y soberano esfuerzo físico y espiritual, entregaba lo poco que le quedaba de su ser hombre.

Todo, aquí y en esto, es grande. Lo es, incluso, que el Procurador Pilato, vencido por sus propios miedos, entregara a Jesús a sus perseguidores. Y, desde ahí hasta el momento mismo de su muerte, todo anuncia; todo es alborada de salvación; todo es, en fin, muestra de lo que significa ser consciente de Quién se es.

Aquel camino, ciertamente, no suponía una distancia exagerada. Situado fuera de Jerusalén, el llamado Monte de la Calavera (véase Gólgota) era, eso sí, un montículo de unos cinco metros de alto muy propio para ejecutar a los que consideraban merecedores de una muerte tan infamante como era la crucifixión. Y a ella lo habían condenado a Jesús:

“Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: ¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás! Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habló de nuevo, intentando librar a Jesús, pero ellos seguían gritando: ‘¡Crucifícale, crucifícale!’” (Lc 23, 18-21)

Aquella muerte, sin embargo, iba precedida de una agonía que bien puede pasar a la historia como el camino más sangriento jamás recorrido por mortal alguno. Y es que el espacio que mediaba entre la Ciudad Santa y aquel Calvario fue regado abundantemente con la sangre santa del Hijo de Dios.

Jerusalén había sido el destino anhelado por Cristo. Allí había ido para ser glorificado por el pueblo que lo amaba según mostraba con alegría y gozo. Pero Jerusalén también había sido el lugar donde el hombre, tomado por el Mal, lo había acusado y procurado que su sentencia fuera lo más dura posible.

El caso es que muchos de los protagonistas que intervienen en este drama (porque lo es) lo hacen conscientemente de lo que buscan; otros, sin embargo, son meros seres manipulados. Y es que en aquellos momentos los primeros querían quitar de en medio a Quien estimaban perjudicial para sus intereses (demasiado mundanos) y los segundos tan sólo se dejaban llevar porque era lo que siempre habían hecho.

Jesús, por su parte, cumplía con la misión que le había sido encomendada por su Padre. Y la misma llevaba aparejada, pegada a sangre y fuego, una terrible muerte.

Podemos imaginar lo que supuso para el Hijo de Dios escuchar aquella expresión de odio tan incomprensible: ¡Crucifícale! Y es que Él, que tanto amaba a sus hermanos los hombres, miraba con tristeza el devenir que le habían preparado los que, por la gran mayoría de los suyos, eran tenidos por sabios y entendidos de la Ley de Dios.

De todas formas, era bien conocido por todos que Jesús los había zaherido muchas veces. Cuando llamó hipócritas a los fariseos se estaba labrando un final como aquel hacia el que se encaminaba; cuando sacó del Templo de Jerusalén a los cambistas y vendedores de animales para el sacrificio nada bueno estaba haciendo a su favor.

Por otra parte, es cierto que entre la sede del Procurador hasta el monte de la Calavera, apenas había un kilómetro de separación. Es decir, humanamente hablando apenas unos diez minutos podría haber invertido cualquier ser humano en llegar de un lado a otro. Sin embargo, para quien tanto había sido maltratado (ya se había producido la flagelación y la colocación de la corona de espinas) aquellos escasos mil metros supondrían, valga la expresión, un Calvario anticipado.

Ciertamente, la muerte de Jesús se estaba preparando desde hacía algunas horas. Todo apuntaba a ella pero, no podemos negarlo, sus perseguidores se habían asegurado de que otra cosa no pudiese suceder. Y es que lo habían atado todo bien atado y que el Procurador romano decidiera entregárselo era sólo cuestión de tiempo.

Otra cosa era que todo aquello estuviera previsto en las Sagradas Escrituras. Seguramente no se escribía con nombres y apellidos las personas que iban a intervenir pero ya el profeta Isaías escribiría que el Cordero de Dios sería entregado para ser llevado al matadero sin siquiera protestar. Y eso era lo que iba a suceder cuando el Procurador entregara a Jesús a los que querían terminar con su vida. Y es que cada paso que dio desde que se echara el madero al hombro hasta que llegó al Gólgota constituyó un ejercicio de perdón hacia aquellos que le estaban infligiendo un mal no fácil de soportar. No obstante, se estaba escribiendo, con letras de sangre, el camino de la salvación del género humano.

VI. Los que persiguen a Cristo

 

 

En aquel su principio

Después de lo acaecido con el Hijo de Dios es más que cierto que había muchos que, en su tiempo, no lo querían ni ver. No sabemos si lo que le tenían era odio pero, según fue el resultado de su persecución, se parece bastante.

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1.09.16

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Ahí está Dios

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar”.- Ahí está Dios    

 

“Que vengan sabios preguntando dónde está Dios.

Dios está donde el sabio con la ciencia soberbia no puede llegar.

Dios está en el corazón desprendido, en el silencio de la oración, en el sacrificio voluntario al dolor, en el vacío del mundo y sus criaturas.

Dios está en la Cruz, y mientras no amemos la Cruz, no le veremos, no le sentiremos.

¡Callen los hombres, que no hacen más que meter ruido!”

 

No podemos negar que sea poco frecuente la pregunta acerca de dónde está el Todopoderoso. Es decir, aquellos que están alejado de la fe y, por tanto, de la creencia en Dios, tiene la costumbre, para defender sus teorías, de preguntar eso. 

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31.08.16

Serie "Su Cruz y nuestras cruces" - 1- La Cruz del sufrimiento

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”

 (Mt 16,24).

  

Siempre que un discípulo de Cristo se pone ante un papel y quiere referirse a su vida como tal no puede evitar, ni quiere, saber que en determinado momento tiene que enfrentarse a su relación directa con el Maestro.

Así, muchos han sido los que han escrito vidas de Jesucristo: Giovanni Papini (“Historia de Cristo”), el P. Romano Guardini (“El Señor), el P. José Luis Martín Descalzo (“Vida y misterio de Jesús de Nazaret“), el P. José Antonio Sayés (“Señor y Cristo”) e incluso Joseph Ratzinger (“Jesús de Nazaret“). Todos ellos han sabido dejar bien sentado que un Dios hecho hombre como fue Aquel que naciera de una virgen de Nazaret, la Virgen por excelencia, había causado una honda huella en sus corazones de discípulos.

Arriba decimos que el discípulo deberá, alguna vez, ponerse frente a Cristo. Y es que no tenemos por verdad que el Maestro suponga un problema para quien se considera discípulo. Por eso entendemos que tal enfrentamiento lo tenemos por expresión de expresar lo que le une y, al fin y al cabo, lo que determina que sea, en profundidad, su discípulo. Sería como la reedición de lo que dice San Juan justo en el comienzo de su Evangelio (1,1): 

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios”.

El caso es que podemos entender que la Palabra estaba con Dios en el sentido de estar en diálogo con el Creador. Por eso decimos que la relación que mantiene quien quiere referirse a Cristo como su referencia, un discípulo atento a lo que eso supone, ha de querer manifestar que se sea, precisamente, discípulo. Entonces surge la intrínseca (nace de bien dentro del corazón) necesidad de querer expresar en qué se sustenta tal relación y, sobre todo, cómo puede apreciarse la misma. O, por decirlo de otra forma, hasta dónde puede verse influenciado el corazón de quien aprende de parte de Quien enseña. 

Y si hablamos de Cristo no podemos dejar de mencionar aquello que hace esencial nuestra creencia católica y que tiene que ver con un momento muy concreto de su vida como hombre. Y nos referimos a cuando, tras una Pasión terrible (por sangrante y decepcionante según el hombre que veía a Jesucristo) fue llevado al monte llamado Calvario para ser colgado en dos maderos que se entrecruzaban. 

Nos referimos, sin duda alguna, a la Cruz. 

Como es lógico, siendo este el tema de esta serie, de la Cruz de Cristo vamos a hablar enseguida o, mejor, hablará el protagonista principal de la misma dentro de muy poco. Es esencial para nosotros, sus discípulos. Sin ella no se entiende nada ni de lo que somos ni de lo que podemos llegar a ser de perseverar en su realidad. Sin ella, además, nuestra fe no sería lo que es y devendría simplemente buenista y una más entre las que hay en el mundo. Pero con la Cruz las cosas de nuestra espiritualidad saben a mucho más porque nos facilitan gozar de lo que supone sufrir hasta el máximo extremo pero saber sobreponerse al sufrimiento de una manera natural. Y es natural porque deviene del origen mismo de nuestra existencia como seres humanos: Dios nos crea y sabe que pasaremos por malos momentos. Pero pone en nuestro camino un remedio que tiene nombre de hombre y apellido de sangre y luz. 

Pero la Cruz tiene otras cruces. Son las que cada cual cargamos y que nos asimilan, al menos en su esencia y sustancia espiritual, al hermano que supo dar su vida para que quien creyese en Él se salvase. Nuestras cruces, eso sí, vienen puestas sobre nuestras espaldas con la letra minúscula de no ser nada ni ante Dios mismo ni ante su Hijo Jesucristo. Minúscula, más pequeña que la original y buena Cruz donde Jesús perdonó a quienes lo estaban matando y pidió, además pidió, a Dios para que no tuviera en cuenta el mal que le estaban infiriendo aquellos que ignoraban a Quien se lo estaban haciendo.

Hablamos, por tanto, de Cruz y de cruces o, lo que es lo mismo, de aquella sobre la que Cristo murió y que es símbolo supremo de nuestra fe y sobre el que nos apoyamos para ser lo que somos y, también, de las que son, propiamente, nuestras, la de sus discípulos. Y, como veremos, las hay de toda clase y condición. Casi, podríamos decir, y sin casi, adaptadas a nuestro propio ser de criaturas de Dios. Y es que, al fin y al cabo, cada cual carga con la suya o, a veces, con las suyas.

 

1 - La cruz del sufrimiento

 

Su vida no era fácil. Desde que le diagnosticaron aquella enfermedad degenerativa no era extraño que su situación física hubiera ido a peor. 

Siempre le había resultado curioso que ante una situación penosa siempre hubiera quien argumentara que todo podía superarse, que con paciencia… 

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30.08.16

Un amigo de Lolo – Misterios que conforman nuestra fe

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Misterios que conforman nuestra fe

 

“La realidad capital de Dios no debe ser escamoteada cuando supone, precisamente, la lógica arquitectura de todo ese enigma que nos desconcierta. Para nuestra limitación, el significado de la obra redentora es como el nacimiento de una cuarta dimensión con la que a las potencias se les ofrecen nuevas perspectivas o un sereno y majestuoso orden en el que los hechos articulan con precisión, sentido, armonía y grandeza. “(El sillón de ruedas. p. 86).

 

Ante el comportamiento de muchos de sus semejantes, Jesús acabó diciendo algo así como que si no creían a sus palabras que, al menos, creyesen a sus obras. Al fin y al cabo, se refería a los hechos que llevaba a cabo. Y algo así nos dice nuestro Beato Manuel Lozano Garrido.

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28.08.16

La Palabra del Domingo - 28 de agosto de 2016

 

Lc 14, 1.7-14

 

“1 Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando.7 Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: 8 ‘Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, 9 y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. 10    Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te  convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba.’ Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo  a la mesa. 11 Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.’ 12 Dijo también al que le había invitado: ‘Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa.  13 Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; 14  y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.’

 

COMENTARIO                             

Saber humillarse para ser salvo      

 

Ciertamente, Jesús tenía una misión clara que llevar a cabo. Es decir, cuando es enviado por Dios al mundo ha de hacer posible que sus hermanos los hombres se salven porque estaban más que necesitados de salvación y del perdón del Creador. 

Jesús, en este caso y en aquella comida en cada un fariseo importante, observa. Podemos imaginarnos al Hijo de Dios sentado en sitio preferente (aquellos hombres querían presumir además de perseguir torticeramente). Mira lo que hacen aquellos que han sido invitados, como él, a casa de aquel hombre considerado jefe de los más poderosos de entre los suyos. 

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27.08.16

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Resulta que todo es cuestión de fe...

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

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26.08.16

Reseña: "Meditaciones sobre las palabras de Cristo. Evangelio de San Mateo"

Meditaciones sobre las palabras de Cristo. Evangelio de San Mateo                          Meditaciones sobre las palabras de Cristo. Evangelio de San Mateo

TítuloMeditaciones sobre las palabras de Cristo. Evangelio de San Mateo

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 95

Precio aprox.: 4 € en papel –1€ formato electrónico.

ISBN: 5800118202182 papel; 978-1-326-77150-8 electrónico

Año edición: 2016

Los puedes adquirir en Lulu.

                            

Meditaciones sobre las palabras de Cristo. Evangelio de San Mateo, de Eleuterio Fernández Guzmán

 

Traemos a estas páginas un aporte más a la colección Fe sencilla que estamos presentando. Ahora le corresponde el turno al apartado de “Meditaciones” y, en concreto, a las que corresponden al Evangelio de San Mateo.

Como no puede ser de otra forma, nos referimos a meditaciones acerca de las palabras que el Hijo de Dios dijo y que son recogidas, en este caso, en el Evangelio de quien fuera recaudador de impuestos y que, a una llamada de Jesús, lo dejó todo sobre la mesa de recaudación y siguió al Maestro.

El caso es que a lo largo de estas páginas, San Mateo hace presentes determinados episodios de la vida del Hijo de Dios.

En las casi veinte mediaciones, Quien se entregó por nosotros en la Cruz nos presenta su discurso evangélico, predica acerca del Reino de Dios y presenta su discurso misionero.

Por otra parte, a través de sus parábolas, hace explícito el misterio del Reino de Dios, su significado pero, sobre todo, el que tiene para cada uno de sus discípulos.

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25.08.16

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Hacer lo que Dios quiere

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” – Hacer lo que Dios quiere

 

“¡Qué poco cuesta…; mejor dicho, nada cuesta hacer lo que Él quiere, pues se ama su Voluntad, y aún el dolor y el sufrimiento es paz, pues se sufre por amor!”

 

Se corrige él mismo. El hermano Rafael, cuando ser humano, cree que, al menos, cuesta algo hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, a renglón seguido manifiesta una fidelidad a prueba de muchas pruebas: no cuesta nada. 

El caso es que, cuando hablamos de la voluntad de Dios pudiera parecer que no sabemos, exactamente, qué quiere decir eso. Y es que, ciertamente, no acabamos de entender que el Creador nos puede pedir, nos pide en realidad, hacer aquello que, muchas veces no queremos hacer porque entendemos no nos conviene. 

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24.08.16

Serie “Su Cruz y nuestras cruces” – Su Cruz (habla Cristo)

Ciertamente mi muerte en estos maderos es un misterio muy grande para el hombre. Es, además, algo que cuando comprendan a qué me refiero, los salvará para siempre. 

¡Qué difícil es explicarles que mi muerte es esencial para que ellos puedan, un día, estar con mi Padre! 

Ellos podrían haberse dado cuenta de que, a lo largo de mis años de enseñanza, les he ido diciendo (según mejoraba su comprensión) que todo lo que a mí se refería ya estaba escrito en los libros sagrados que se pueden leer en las sinagogas. Allí podían encontrarme. Es más, en alguna ocasión ya dije eso al leer uno de los textos del profeta Isaías. Muchos, claro, no quisieron comprenderme y los que entendieron a qué me refería se dieron cuenta de lo que eso podía suponer. Y sintieron miedo… 

Pero ahora estoy aquí colgado. Y viendo cómo se disputan mis ropas (eso también estaba escrito) aquellos que me están dando muerte, pienso si acabarán comprendiendo que he cargado sobre mis hombros con todos los pecados del mundo. Que eso no ha sido fácil bien lo he comprendido en Getsemaní, cuando pedí a mi Padre que me librara de lo que iba a sufrir (¿Sabéis que ya lo sabía y que muchas veces lo dije antes de esto?) pero que no convenía para nada que se cumpliera mi voluntad sino la del Quien todo lo había creado. 

¿Sabéis que Isaías ya dijo que el castigo salvador iba a pesar sobre mí? 

Pero, a lo mejor, no sabéis algo que deberíais tener en cuenta. Quiero decir que a través de estos maderos en los que estoy colgado os he reconciliado con mi Padre. ¡Sí! Aunque no lo acabéis de entender es a través de esta Cruz (castigo reservado, como sabéis, para los más terribles malhechores entre los que, al parecer, me encuentro) como vosotros estáis a bien con Adonai. Y, desde ahora, el Padre reconcilia al mundo, a través de mí, con Él. 

No creáis, sin embargo, que Dios me echa a mí la culpa de vuestros pecados. Sabe perfectamente y más que bien (no olvida nunca nada) en qué habéis caído muchos de vosotros (¿No dije en una ocasión que erais malos pero que Dios os amaba de igual manera?) pero también sabe que muchas veces sois demasiado débiles como para soportar, siquiera, no caer en determinadas tentaciones. 

Por eso os digo que a través de esta Cruz os he rescatado. Pero, ¿Acaso necesitábamos ser rescatados?, os podéis preguntar. 

Si hay alguien que crea, francamente, que no necesitaba ser perdonado por Dios que tire (como dije cuando querían apedrear a aquella mujer que me presentaron como adúltera) la primera piedra. Y me gustaría ver quién de vosotros no la deja en el suelo y mira para otro lado… 

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23.08.16

Un amigo de Lolo – Abrir de par en par las puertas a Dios

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Abrir de par en par las puertas a Dios

Dios sólo invade cuando las puertas de un corazón se le abren de par en par y en el umbral le espera la bienvenida de un “fiat”. (Bien venido, amor, p. 783).

Los corazones de los fieles católicos están llenos de muy buenas intenciones. Por eso solemos sostener las verdades de nuestra fe con énfasis no vaya a pensarse que no creemos en ellas.

Ciertamente, en muchos casos eso no será así porque no habrá la suficiente formación al respecto. Sin embargo, podemos decir que, a nivel general, tenemos claro mucho de lo que decimos es nuestra fe.

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