Juan Pablo II Magno - El hombre

El hombre, el ser humano creado por Dios y al que insufla, en su espíritu, la Ley Natural que, desde el Padre, le trae la vida, fue, a lo largo de la existencia de Juan Pablo II Magno, el eje fundamental de su devenir como Santo Padre.

Juan PAblo II Magno

Sabiendo que el hombre tiene en Jesucristo un modelo donde mirarse y una luz desde donde orientar su vida, no era de extrañar que, precisamente, la primera de sus Encíclicas (4 de marzo de 1979) tuviera el nombre que tenía y la dedicara a Quien la dedicó: “Redemptor hominis” (Rh desde ahora) y a Jesucristo, Hijo de Dios, hombre y hermano nuestro.

¿Qué importancia puede tener que el semejante la tuviera tanta para el Papa venido del este del telón de acero y que fuera Jesucristo el que diera solución efectiva a las cuestiones radicalmente importantes de su vida?

Ya son muy conocidas las frases dichas por Juan Pablo II Magno al poco tiempo de ser elegido sucesor de Juan Pablo I. Aquellas expresiones sobre el miedo, en un tiempo como el que nos ha tocado vivir, causaron, entonces un estupor importante pero, a la vez, supusieron una especie de trampolín espiritual desde el que arrojarse, directamente, al mundo a transmitir la Palabra de Dios y a hacerla carne en la vida ordinaria.

Así, en la Homilía de la Eucaristía del comienzo de su Pontificado, ofrecida en la Plaza de San Pedro el 22 de octubre de 1979 (¡Qué lejanos y qué cercanos, a la vez, aquellos días¡) aconsejó (con consejo de Padre) lo siguiente: “¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” ya que, momentos antes había pronunciado, en aquella Homilía, sus ya recordadas palabras !No tengáis miedo de aceptar a Cristo y aceptar su potestad¡”

Juan Pablo II Magno. El hombre

Por lo tanto, era necesario (lo sigue siendo ahora) dejarse llenar por Aquel que vino para salvarnos porque la concepción que del hombre tenía el que era, precisamente, Hijo del Hombre (que fijara por escrito el naví –profeta- Daniel) no podía dejarnos vacíos de su ser.

Por eso dice, en Rh que a Cristo “se vuelven mi pensamiento y mi corazón en esta hora solemne que está viviendo la Iglesia y la entera familia humana contemporánea” (Rh 1) porque no desconocía, incluso en aquellos albores del laicismo radical y rampante, que la situación de la Esposa de Cristo no era, precisamente, muy buena.

Pero, en realidad, el hombre, en cuanto ser creado por Dios tiene un claro significado para Juan Pablo II Magno. Así, dice que “El hombre tal como ha sido “querido” por Dios, tal como Él lo ha “elegido” eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente “cada” hombre, el hombre “más concreto”, el “más real”; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre” (Rh 13)

Por lo tanto, el hombre tiene un destino y ha sido elegido para que consiga tal destino y lo haga posible: la gracia y la gloria. Tanto una como otra la alcanza por voluntad de Dios pero ha de manifestar una libertad, don divino también, de querer llegar a tal estado de superior espiritualidad.

Y sobre la libertad, tan mal entendida hoy día como desmesurada actuación de la voluntad de cada cual, dice Juan Pablo II Magno, en el ámbito de Cristo, que “También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia” (Rh 12)

Y es eso, precisamente, la verdad que trae Jesucristo lo que no gusta a una sociedad anclada en la comodidad en lo políticamente correcto muy a pesar de que, efectivamente, lo que nos limita, disminuye y destruye como personas sea tenido como nuevos dioses baales de nuestro tiempo a seguir, perseguir y alcanzar.

Por eso Juan Pablo II Magno dedicó su vida a destruir lo que destruye al hombre; a romper los límites que el tener impone al hombre y, al fin y al cabo, a hacer posible una mayor libertad entendida, ésta, dentro del mismo ámbito de la verdad.

Juan Pablo Magno. 3

Al fin y al cabo, y como muy bien dijera el Papa polaco en la Audiencia General del 15 de septiembre de 2004 al comentar el cántico del capítulo 19 del Apocalipsis (“Las bodas del Cordero”) “La meta última del ser humano, la intimidad con Dios

Tal estado de espiritualidad perfecta sólo es posible conseguirlo como resultado de una vida de oración y de, digámoslo ya, práctica del Evangelio y de la doctrina que Jesucristo vino a traer. Dijo Jesús que “para eso he salido”, para transmitir la verdadera Palabra de Dios y no la tergiversación que había hecho el hombre con ella adaptándola a sus necesidades.

En la Homilía citada arriba decía Juan Pablo II que se dirigía “a todos los hombres, a cada uno de los hombres” porque entendía que era importante la veneración con la que “el apóstol de Cristo debe pronunciar esta palabra: hombre”.

Y eso es lo que hizo a lo largo de su vida: amar al hombre, defender al hombre, ser hombre.

1 comentario

  
Eleuterio
Gracias, Juan Pablo, II, Magno, por hacernos ver que el hombre es hijo de Dios y que nuestra filiacion es, entonces, divina.

Ahora, que ya gozas de la intimidad de Dios, ayúdanos a encontrar nuestro recto camino hacia el Padre.

Amén.
06/07/08 9:54 PM

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