InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Las llaves de Pedro

22.08.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Maternidad eclesial de la fe católica

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Maternidad eclesial de la fe católica

La Iglesia, madre de nuestra fe

37. Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz. El apóstol Pablo, hablando a los Corintios, usa precisamente estas dos imágenes. Por una parte dice: ‘Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos’ (2 Co 4,13). La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer. Por otra parte, san Pablo se refiere también a la luz: ‘Reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen’ (2 Co 3,18). Es una luz que se refleja de rostro en rostro, como Moisés reflejaba la gloria de Dios después de haber hablado con él: ‘[Dios] ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo’ (2 Co 4,6). La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos.

38. La transmisión de la fe, que brilla para todos los hombres en todo lugar, pasa también por las coordenadas temporales, de generación en generación. Puesto que la fe nace de un encuentro que se produce en la historia e ilumina el camino a lo largo del tiempo, tiene necesidad de transmitirse a través de los siglos. Y mediante una cadena ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el rostro de Jesús. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo podemos estar seguros de llegar al ‘verdadero Jesús’ a través de los siglos? Si el hombre fuese un individuo aislado, si partiésemos solamente del ‘yo’ individual, que busca en sí mismo la seguridad del conocimiento, esta certeza sería imposible. No puedo ver por mí mismo lo que ha sucedido en una época tan distante de la mía. Pero ésta no es la única manera que tiene el hombre de conocer. La persona vive siempre en relación. Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido: en primer lugar nuestros padres, que nos han dado la vida y el nombre. El lenguaje mismo, las palabras con que interpretamos nuestra vida y nuestra realidad, nos llega a través de otros, guardado en la memoria viva de otros. El conocimiento de uno mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender. El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia. La Iglesia es una Madre que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe. San Juan, en su Evangelio, ha insistido en este aspecto, uniendo fe y memoria, y asociando ambas a la acción del Espíritu Santo que, como dice Jesús, ‘os irá recordando todo’ (Jn 14,26). El Amor, que es el Espíritu y que mora en la Iglesia, mantiene unidos entre sí todos los tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús, convirtiéndose en el guía de nuestro camino de fe.

39. Es imposible creer cada uno por su cuenta. La fe no es únicamente una opción individual que se hace en la intimidad del creyente, no es una relación exclusiva entre el ‘yo’ del fiel y el ‘Tú’ divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su misma naturaleza, se abre al ‘nosotros’, se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia. Nos lo recuerda la forma dialogada del Credo, usada en la liturgia bautismal. El creer se expresa como respuesta a una invitación, a una palabra que ha de ser escuchada y que no procede de mí, y por eso forma parte de un diálogo; no puede ser una mera confesión que nace del individuo. Es posible responder en primera persona, ‘creo’, sólo porque se forma parte de una gran comunión, porque también se dice ‘creemos’. Esta apertura al ‘nosotros’ eclesial refleja la apertura propia del amor de Dios, que no es sólo relación entre el Padre y el Hijo, entre el ‘yo’ y el ‘tú’, sino que en el Espíritu, es también un ‘nosotros’, una comunión de personas. Por eso, quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros. Quien recibe la fe descubre que las dimensiones de su ‘yo’ se ensanchan, y entabla nuevas relaciones que enriquecen la vida. Tertuliano lo ha expresado incisivamente, diciendo que el catecúmeno, ‘tras el nacimiento nuevo por el bautismo’, es recibido en la casa de la Madre para alzar las manos y rezar, junto a los hermanos, el Padrenuestro, como signo de su pertenencia a una nueva familia.

Lumen fidei

La Iglesia católica, lugar físico y espiritual donde se incardinan los hijos de Dios que han sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es espacio privilegiado de Fe. Por tanto, no es extraño que el autor de Lf defienda la verdad según la cual en el seno de la misma, y desde ella hacia el mundo que la rodea, la luz de la fe asienta su realidad y procura sea difundida.

Fe e Iglesia católica no se entienden una sin la otra. Y, por tanto, la luz de la fe ilumina el caminar de la Esposa de Cristo que, por serlo, es instrumento de salvación de la humanidad toda si la misma no caminara demasiado equivocada con otro tipo de opciones religiosas que no son la verdad.

Pero es que quien pertenece a la Iglesia católica, tiene una fe y goza con ella, no puede esconderla bajo cualquier celemín de tranquilidad, de egoísmo o de otro tipo de circunstancias personales. Y eso no puede ser bueno ni mejor para el alma de quien se llama católico porque la luz de la fe, que ilumina el camino de la Iglesia católica ha de ser conocida y gozada por todo aquel que no la conoce o que, conociéndola, la ha olvidado o la hace de menos por falta de unidad de vida y, al fin y al cabo, de consecuencia religiosa y espiritual.

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8.08.14

Noticia: Ha fallecido la Madre Gertrudis Rol -- Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - La Fe y la Teología

Madre Gertrudis Rol

Ha fallecido el Ángel de Torrent

Ayer, 7 de agosto, subió a la Casa del Padre, la Madre Gertrudis Rol, religiosa y fundadora del colegio Madre Petra de Torrent (Valencia) dedicado a la atención educativa de los niños más desfavorecidos de las comarcas de Valencia abundando los pertenecientes a la etnia gitana.

En sus aulas se han formado miles de infantes y mereció la atención de San Juan Pablo II que, en su día, dio un donativo de 3000€ al colegio para hacer uso de ellos en unas obras de ampliación del centro escolar.

En tal centro existe una imagen de la Majarí Calí (Virgen gitana) que es muy querida no sólo por los estudiantes y educadores del centro escolar sino por todo católico que se precia de serlo.

Recordemos a la Madre Gertrudis, para que interceda por nosotros desde el Cielo donde es más que probable que Dios la haya llevado. Tenía 84 años de edad terrena y apenas 2 de vida eterna.

¡Alabado sea Dios que suscita, de entre sus hijos, a verdaderos ejemplos de cómo serlo!

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

La Fe y la Teología

Fe y teología

36. Al tratarse de una luz, la fe nos invita a adentrarnos en ella, a explorar cada vez más los horizontes que ilumina, para conocer mejor lo que amamos. De este deseo nace la teología cristiana. Por tanto, la teología es imposible sin la fe y forma parte del movimiento mismo de la fe, que busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios, cuyo culmen es el misterio de Cristo. La primera consecuencia de esto es que la teología no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente. Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. La teología, por tanto, no es solamente palabra sobre Dios, sino ante todo acogida y búsqueda de una inteligencia más profunda de esa palabra que Dios nos dirige, palabra que Dios pronuncia sobre sí mismo, porque es un diálogo eterno de comunión, y admite al hombre dentro de este diálogo. Así pues, la humildad que se deja ‘tocar’ por Dios forma parte de la teología, reconoce sus límites ante el misterio y se lanza a explorar, con la disciplina propia de la razón, las insondables riquezas de este misterio.

Además, la teología participa en la forma eclesial de la fe; su luz es la luz del sujeto creyente que es la Iglesia. Esto requiere, por una parte, que la teología esté al servicio de la fe de los cristianos, se ocupe humildemente de custodiar y profundizar la fe de todos, especialmente la de los sencillos. Por otra parte, la teología, puesto que vive de la fe, no puede considerar el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él como algo extrínseco, un límite a su libertad, sino al contrario, como un momento interno, constitutivo, en cuanto el Magisterio asegura el contacto con la fuente originaria, y ofrece, por tanto, la certeza de beber en la Palabra de Dios en su integridad.

Lumen fidei

La teología vive de la fe.

Esta expresión, contenida en este apartado de la Lf, indica más que bien una verdad que muchas veces se olvida pero que es esencial para el pensamiento y la creencia del católico. Nos muestra, además, el camino a seguir en ese especial aspecto de la luz de la fe. También ilumina aquello que tiene que ver, más directamente, con el misterio de Dios Nuestro Señor.

Existe, pues, una relación directa entre teología y fe. Por eso no se puede entender una ciencia que busca al Padre para entender lo que pueda ser capaz de entender acerca de Quien nos creó y la confianza que se pone en el Todopoderoso que, en efecto, nos creó y mantiene.

En realidad, es cierto que siendo luz la fe nos ayuda a buscar allí donde podemos encontrar oscuridad. Y si la misma tiene relación con aquello que sabemos de Dios la misma nos auxilia en el deseo de alcanzar las praderas del definitivo Reino del Todopoderoso sabiendo, a corazón cierto, a qué nos referimos cuando hablamos de Quien es Dios. Por eso existe una relación entre fe y teología y por eso la primera sirve para bien de la segunda.

Pero por eso mismo no vaya a creerse, como bien dice el Papa Francisco, que Dios es como una especie de objeto que estudia la teología o, por decirlo de otra forma, como un fin de tal manera idealizado que sólo se pretenda alcanzarlo para “saber más” del mismo pero sin consecuencia alguna en la vida del creyente. Y es que existe un vínculo muy distinto entre teología y fe.

Se participa, digamos, del conocimiento, sí, a partir del conocimiento que del mismo nos da la teología pero no es posible eso sin el camino que traza la fe para que eso sea posible. No podemos, pues, desvincular, como realidades separadas, la una de la otra.

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1.08.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Buscar a Dios por la fe

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Buscar a Dios por la fe

Fe y búsqueda de Dios
35. La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de todos los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones. La Carta a los Hebreos nos habla del testimonio de los justos que, antes de la alianza con Abrahán, ya buscaban a Dios con fe. De Henoc se dice que ’se le acreditó que había complacido a Dios’ (Hb 11,5), algo imposible sin la fe, porque ‘el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan’ (Hb 11,6). Podemos entender así que el camino del hombre religioso pasa por la confesión de un Dios que se preocupa de él y que no es inaccesible. ¿Qué mejor recompensa podría dar Dios a los que lo buscan, que dejarse encontrar? Y antes incluso de Henoc, tenemos la figura de Abel, cuya fe es también alabada y, gracias a la cual el Señor se complace en sus dones, en la ofrenda de las primicias de sus rebaños (cf. Hb 11,4). El hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón.
Imagen de esta búsqueda son los Magos, guiados por la estrella hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Para ellos, la luz de Dios se ha hecho camino, como estrella que guía por una senda de descubrimientos. La estrella habla así de la paciencia de Dios con nuestros ojos, que deben habituarse a su esplendor. El hombre religioso está en camino y ha de estar dispuesto a dejarse guiar, a salir de sí, para encontrar al Dios que sorprende siempre. Este respeto de Dios por los ojos de los hombres nos muestra que, cuando el hombre se acerca a él, la luz humana no se disuelve en la inmensidad luminosa de Dios, como una estrella que desaparece al alba, sino que se hace más brillante cuanto más próxima está del fuego originario, como espejo que refleja su esplendor. La confesión cristiana de Jesús como único salvador, sostiene que toda la luz de Dios se ha concentrado en él, en su ‘vida luminosa’, en la que se desvela el origen y la consumación de la historia. No hay ninguna experiencia humana, ningún itinerario del hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado, iluminado y purificado por esta luz. Cuanto más se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de Cristo, tanto más es capaz de entender y acompañar el camino de los hombres hacia Dios.

Al configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe. Intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios. Dice san Ireneo de Lyon que Abrahán, antes de oír la voz de Dios, ya lo buscaba ‘ardientemente en su corazón’, y que ‘recorría todo el mundo, preguntándose dónde estaba Dios’ , hasta que ‘Dios tuvo piedad de aquel que, por su cuenta, lo buscaba en el silencio’. Quien se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios, y ya es sostenido por él, porque es propio de la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos cuando caminamos hacia la plenitud del amor.

Lumen fidei

No es decir nada extraño sostener que la Luz de Dios sostiene nuestra Fe y que con ella podemos caminar hacia el definitivo Reino del Creador sin temor a equivocar el camino (por coger otro) o, simplemente, a salirnos del mismo y quedarnos sin llegar a tan ansiado destino espiritual.

El Papa Francisco, en estos números de Lf se aviene a tal razón de nuestra fe para traernos, a la realidad de hoy mismo, lo que supone buscar a Dios y hacer gracias a nuestra Fe.

Tampoco nos extrañe escuchar que, incluso, antes de que Dios se dirigiera al Padre Abrahám había semejanza del Creador que lo buscaba y que trataba de agradarlo con su forma de ser, con sus acciones. Así pasa tanto con Henoc como con Abel, hijos del Todopoderoso que querían conocer a su Padre aun sin saber que era Quien era.

Pero es con Jesús el momento perfecto para conocer a Dios.

A través de la luz de Cristo, el discípulo (y quien no lo sea pero busque la Verdad de forma franca y sincera) quien quiere encontrar a Dios tiene un camino claro. Apartando de sí las tentaciones puede valerse del ejemplo del Hijo para llegar al Padre. Y, como Cristo, trata de reconocer a Dios en todo aquello que hace. Lo busca en su propia persona, creación de Aquel que todo lo puede; y en otros seres humanos, hermanos todos suyos; y en aquello que le rodea que fue creado y mantenido por el Todopoderoso para que el hombre dispusiese de él. Y así procura alcanzar el Amor de Dios mediante el conocimiento de su Hijo.

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25.07.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - El tan socorrido debate entre Fe y razón

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

El tan socorrido debate entre Fe y razón

Diálogo entre fe y razón

32. La fe cristiana, en cuanto anuncia la verdad del amor total de Dios y abre a la fuerza de este amor, llega al centro más profundo de la experiencia del hombre, que viene a la luz gracias al amor, y está llamado a amar para permanecer en la luz. Con el deseo de iluminar toda la realidad a partir del amor de Dios manifestado en Jesús, e intentando amar con ese mismo amor, los primeros cristianos encontraron en el mundo griego, en su afán de verdad, un referente adecuado para el diálogo. El encuentro del mensaje evangélico con el pensamiento filosófico de la antigüedad fue un momento decisivo para que el Evangelio llegase a todos los pueblos, y favoreció una fecunda interacción entre la fe y la razón, que se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos hasta nuestros días. El beato Juan Pablo II, en su Carta encíclica  Fides et ratio, ha mostrado cómo la fe y la razón se refuerzan mutuamente. Cuando encontramos la luz plena del amor de Jesús, nos damos cuenta de que en cualquier amor nuestro hay ya un tenue reflejo de aquella luz y percibimos cuál es su meta última. Y, al mismo tiempo, el hecho de que en nuestros amores haya una luz nos ayuda a ver el camino del amor hasta la donación plena y total del Hijo de Dios por nosotros. En este movimiento circular, la luz de la fe ilumina todas nuestras relaciones humanas, que pueden ser vividas en unión con el amor y la ternura de Cristo.

33. En la vida de san Agustín encontramos un ejemplo significativo de este camino en el que la búsqueda de la razón, con su deseo de verdad y claridad, se ha integrado en el horizonte de la fe, del que ha recibido una nueva inteligencia. Por una parte, san Agustín acepta la filosofía griega de la luz con su insistencia en la visión. Su encuentro con el neoplatonismo le había permitido conocer el paradigma de la luz, que desciende de lo alto para iluminar las cosas, y constituye así un símbolo de Dios. De este modo, san Agustín comprendió la trascendencia divina, y descubrió que todas las cosas tienen en sí una transparencia que pueden reflejar la bondad de Dios, el Bien. Así se desprendió del maniqueísmo en que estaba instalado y que le llevaba a pensar que el mal y el bien luchan continuamente entre sí, confundiéndose y mezclándose sin contornos claros. Comprender que Dios es luz dio a su existencia una nueva orientación, le permitió reconocer el mal que había cometido y volverse al bien.

Por otra parte, en la experiencia concreta de san Agustín, tal como él mismo cuenta en sus Confesiones, el momento decisivo de su camino de fe no fue una visión de Dios más allá de este mundo, sino más bien una escucha, cuando en el jardín oyó una voz que le decía: ‘Toma y lee’; tomó el volumen de las Cartas de san Pablo y se detuvo en el capítulo decimotercero de la Carta a los Romanos. Hacía acto de presencia así el Dios personal de la Biblia, capaz de comunicarse con el hombre, de bajar a vivir con él y de acompañarlo en el camino de la historia, manifestándose en el tiempo de la escucha y la respuesta.

De todas formas, este encuentro con el Dios de la Palabra no hizo que san Agustín prescindiese de la luz y la visión. Integró ambas perspectivas, guiado siempre por la revelación del amor de Dios en Jesús. Y así, elaboró una filosofía de la luz que integra la reciprocidad propia de la palabra y da espacio a la libertad de la mirada frente a la luz. Igual que la palabra requiere una respuesta libre, así la luz tiene como respuesta una imagen que la refleja. San Agustín, asociando escucha y visión, puede hablar entonces de la ‘palabra que resplandece dentro del hombre’. De este modo, la luz se convierte, por así decirlo, en la luz de una palabra, porque es la luz de un Rostro personal, una luz que, alumbrándonos, nos llama y quiere reflejarse en nuestro rostro para resplandecer desde dentro de nosotros mismos. Por otra parte, el deseo de la visión global, y no sólo de los fragmentos de la historia, sigue presente y se cumplirá al final, cuando el hombre, como dice el Santo de Hipona, verá y amará. Y esto, no porque sea capaz de tener toda la luz, que será siempre inabarcable, sino porque entrará por completo en la luz.

34. La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos.

Por otra parte, la luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia.

Lumen fidei

En muchas ocasiones se ha debatido sobre la relación existente enfre fe y razón. No es nada extraño, pues, que el Papa Francisco contemple esta relación en su Lumen Fidei.

En un tanto por cierto muy elevado de tales ocasiones lo que resulta del análisis al que se someten tanto a la una como a la otra es que entre ellas no puede haber buenas relaciones y que, por decirlo pronto, la fe no conviene que influya en la razón y que la razón no es conveniente que se vea “tocada” por la realidad de la fe.

Sin embargo, los creyentes sabemos que entre una y otra hay una relación armónica y que no pueden entenderse fe sin razón y razón si fe.

En estos números de Lf el Santo Padre aborda la tal relación y determina, acaba determinando, que la fe influye de tal manera en la razón que posibilita que esta última tenga una capacidad mayor de conocimiento de la realidad. Por eso dice que ella “ensancha” sus horizontes. No constriñe su realidad, no la limita, no la hace, en fin, más pequeña sino, al contrario, más grande.

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18.07.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Formas de apreciar la fe

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Formas de apreciar la fe

La fe como escucha y visión

“29. Precisamente porque el conocimiento de la fe está ligado a la alianza de un Dios fiel, que establece una relación de amor con el hombre y le dirige la Palabra, es presentado por la Biblia como escucha, y es asociado al sentido del oído. San Pablo utiliza una fórmula que se ha hecho clásica: fides ex auditu, ’la fe nace del mensaje que se escucha’ (Rm 10,17). El conocimiento asociado a la palabra es siempre personal: reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en obediencia. Por eso san Pablo habla de la ‘obediencia de la fe’ (cf. Rm 1,5; 16,26). La fe es, además, un conocimiento vinculado al transcurrir del tiempo, necesario para que la palabra se pronuncie: es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento. La escucha ayuda a representar bien el nexo entre conocimiento y amor.

Por lo que se refiere al conocimiento de la verdad, la escucha se ha contrapuesto a veces a la visión, que sería más propia de la cultura griega. La luz, si por una parte posibilita la contemplación de la totalidad, a la que el hombre siempre ha aspirado, por otra parece quitar espacio a la libertad, porque desciende del cielo y llega directamente a los ojos, sin esperar a que el ojo responda. Además, sería como una invitación a una contemplación extática, separada del tiempo concreto en que el hombre goza y padece. Según esta perspectiva, el acercamiento bíblico al conocimiento estaría opuesto al griego, que buscando una comprensión completa de la realidad, ha vinculado el conocimiento a la visión.

Sin embargo, esta supuesta oposición no se corresponde con el dato bíblico. El Antiguo Testamento ha combinado ambos tipos de conocimiento, puesto que a la escucha de la Palabra de Dios se une el deseo de ver su rostro. De este modo, se pudo entrar en diálogo con la cultura helenística, diálogo que pertenece al corazón de la Escritura. El oído posibilita la llamada personal y la obediencia, y también, que la verdad se revele en el tiempo; la vista aporta la visión completa de todo el recorrido y nos permite situarnos en el gran proyecto de Dios; sin esa visión, tendríamos solamente fragmentos aislados de un todo desconocido.

30. La conexión entre el ver y el escuchar, como órganos de conocimiento de la fe, aparece con toda claridad en el Evangelio de san Juan. Para el cuarto Evangelio, creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver. La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor (cf. Jn 10,3-5); una escucha que requiere seguimiento, como en el caso de los primeros discípulos, que ‘oyeron sus palabras y siguieron a Jesús’ (Jn 1,37). Por otra parte, la fe está unida también a la visión. A veces, la visión de los signos de Jesús precede a la fe, como en el caso de aquellos judíos que, tras la resurrección de Lázaro, ‘al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él’ (Jn 11,45). Otras veces, la fe lleva a una visión más profunda: ‘Si crees, verás la gloria de Dios’ (Jn 11,40). Al final, creer y ver están entrelazados: ‘El que cree en mí […] cree en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado’ (Jn 12,44-45). Gracias a la unión con la escucha, el ver también forma parte del seguimiento de Jesús, y la fe se presenta como un camino de la mirada, en el que los ojos se acostumbran a ver en profundidad. Así, en la mañana de Pascua, se pasa de Juan que, todavía en la oscuridad, ante el sepulcro vacío, ‘vio y creyó’ (Jn 20,8), a María Magdalena que ve, ahora sí, a Jesús (cf. Jn 20,14) y quiere retenerlo, pero se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión de la misma Magdalena ante los discípulos: ‘He visto al Señor’ (Jn 20,18).

¿Cómo se llega a esta síntesis entre el oír y el ver? Lo hace posible la persona concreta de Jesús, que se puede ver y oír. Él es la Palabra hecha carne, cuya gloria hemos contemplado (cf. Jn 1,14). La luz de la fe es la de un Rostro en el que se ve al Padre. En efecto, en el cuarto Evangelio, la verdad que percibe la fe es la manifestación del Padre en el Hijo, en su carne y en sus obras terrenas, verdad que se puede definir como la ‘vida luminosa’ de Jesús. Esto significa que el conocimiento de la fe no invita a mirar una verdad puramente interior. La verdad que la fe nos desvela está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia. En este sentido, santo Tomás de Aquino habla de laoculata fides de los Apóstoles —la fe que ve— ante la visión corpórea del Resucitado. Vieron a Jesús resucitado con sus propios ojos y creyeron, es decir, pudieron penetrar en la profundidad de aquello que veían para confesar al Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.

31. Solamente así, mediante la encarnación, compartiendo nuestra humanidad, el conocimiento propio del amor podía llegar a plenitud. En efecto, la luz del amor se enciende cuando somos tocados en el corazón, acogiendo la presencia interior del amado, que nos permite reconocer su misterio. Entendemos entonces por qué, para san Juan, junto al ver y escuchar, la fe es también un tocar, como afirma en su primera Carta: ‘Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos […] y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida’ (1 Jn 1,1). Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo, transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios. Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia. San Agustín, comentando el pasaje de la hemorroísa que toca a Jesús para curarse (cf. Lc 8,45-46), afirma: ‘Tocar con el corazón, esto es creer’. También la multitud se agolpa en torno a él, pero no lo roza con el toque personal de la fe, que reconoce su misterio, el misterio del Hijo que manifiesta al Padre. Cuando estamos configurados con Jesús, recibimos ojos adecuados para verlo.

Lumen fidei

Cuando a alguien se le pregunta acerca del modo de reconocer la fe, de tenerla como instrumento espiritual de su vida y, en fin, en cómo se recibe, es más que probable que conteste partiendo del corazón (del suyo, del de cada uno) y, desde ahí, vaya expandiendo hacia el exterior de sí mismo la influencia de su creencia.

En la realidad en la que vivimos hay muchas cosas que recibimos a través de los sentidos. Esto puede parecer una verdad de las llamadas de perogrullo pero nos viene muy bien al tema que estos puntos de la Lf vienen a expresar acerca de la luz de la fe.

La fe, la luz de la misma, puede descubrirse, también, a través de sentidos como el oído y la vista e, incluso, yendo más allá.

A lo mejor a alguien le parece esto, dicho así, algo absurdo y fuera de lugar. Sin embargo, las Sagradas Escrituras corroboran que eso es así y que, además, no puede ser de otra forma.

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