InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Serie "Un día con siete mañanas"

20.09.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - Un necesario Epílogo

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Cielo. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.

Un necesario Epílogo


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No podemos negar que, en materia de nuestra santa religión católica hay temas teológicos que son muy difíciles de entender. Queremos decir que, para aquellos discípulos de Cristo que nos consideramos sencillos en nuestra fe, los hay que dejamos para aquellos de entre nosotros que son capaces de discernir y, tras discernir, entender y explicar.

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13.09.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - 5- Alabanzas por la Creación

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Cielo. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.

   

5- Alabanzas por la Creación

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Nos ha dado Dios la posibilidad de agradecer la Creación de todo. Y lo hacemos como mejor podemos.

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6.09.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - 4 . El fin de la Creación de Dios (Objetivo de la Creación)

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Cielo y, es más, teniendo en cuenta el sentido que, muchas veces, se puede dar al número en la Biblia, es perfectamente posible que tal número de años no se refiera, sino, a un periodo muy extenso y no, exactamente, a 6000. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.

4 . El fin de la Creación de Dios (Objetivo de la Creación)

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“Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas”

(Santo Tomás de Aquino, Commentum in secundum librum Sententiarum, 2, prol)

 

El Amor de Dios tiene mucho que ver en el fin mismo de la Creación. Es decir, Dios creó por Amor pero, como es de suponer, tuvo que meditar un fin para crear todo lo que creó.

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30.08.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - 3 - El hombre, creación de Dios (Filiación divina)

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos.

 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Ciel. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.


3 - El hombre, creación de Dios  (Filiación divina)

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Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a

nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a

imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.’

(Génesis 1, 26-27)

 

En el día en el que, según el Génesis, creó Dios al hombre, macho y hembra los creó, como nos dice el Libro Santo. Desde entonces, entre la criatura y su Creador se estableció una relación tan especial que no se puede entender la existencia del ser humano sin una que lo sea con el Padre y sin una referencia al Todopoderoso. 

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23.08.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - 2 - Dios creó libremente (Actitud de Dios) y cuando quiso (Voluntad de Dios)

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Ciel. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.


2 - Dios creó libremente (Actitud de Dios) y cuando quiso (Voluntad de Dios)

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Yo, Yahveh, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas. Yo, Yahveh, ese es mi nombre, mi gloria a otro no cedo, ni mi prez a los ídolos. Lo de antes ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas; antes que se produzcan os las hago saber.”   (Is 42, 6-9)

 

Estamos de acuerdo, según lo dicho hasta ahora, que Dios creó de la nada y que lo que ahora existe no existía antes de ser creado. Pues bien, dos realidades más hemos de tener en cuenta porque tienen mucho que ver con la misma Creación pero, sobre todo, con lo que Dios podía hacer. 

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