InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: San Juan Pablo II

20.12.08

Juan Pablo II Magno - Cristianismo

Serie “Juan Pablo II Magno”

JPIIM

En realidad, escribir sobre Juan Pablo II Magno, hijo de Dios, sacerdote, obispo y Papa y el cristianismo es, por decirlo así, una redundancia porque el seguimiento de Cristo fue, para el que fuera Santo Padre polaco, algo intrínsecamente unido a su vida de creyente.

¿Qué es, para Juan Pablo II Magno, el cristianismo?

Teniendo en cuenta el papel que desempeñó a lo largo de su larga vida en la tierra, la respuesta a esta pregunta nos debería aportar mucho conocimiento y, sobre todo, mucha verdad.

Dice en la Carta apostólica Novo millennio ineunte (de 2001) que “El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que, satisfecho no sólo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de su criatura, y después de haber hablado muchas veces y de diversos modos por medio de los profetas, ‘últimamente, en estos días, nos ha hablado por medio de su hijo’ (Hb 1: 1-2) “ (NMI 4)

Por tanto, sabemos que Dios nos habló de una manera muy especial: nos envió a Su Hijo para que nos trasladara la Verdad y fuese corregida la torcida interpretación que el ser humano hacía de ella.

Por eso nos reconocemos hermanos de Cristo y, como dijo en un Mensaje en la República Checa, en 1995, hemos de estar “Orgullosos de ser cristianos. Pertenecer a la iglesia no significa ser ciudadanos de segunda clase o miembros de una asociación cualquiera. Ser cristianos quiere decir asumir la tarea de cambiar no sólo la propia vida, sino también el propio ambiente a la luz del Evangelio

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13.12.08

Juan Pablo II Magno- Oración

JPIIM

Resulta fácil comprender que si, para un cristiano ordinario, la oración es una forma directa de relacionarse con Dios, para un Papa ha de suponer algo más.

Comprender tal realidad espiritual fue una de las labores más destacadas de las llevadas a cabo por Juan Pablo II Magno.

Así, podía dejar escrito (en la Carta apostólica Dies Domini, DD, de 1998) que “En realidad toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como alabanza y agradecimiento al Creador”.

Pero, con ser esto importante, continuaba diciendo que, en realidad, “La relación del hombre con Dios necesita también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona” (DD 15)

De aquí que no sea suficiente, digamos, el mantener un estado de oración simple, sino que “Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba su fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino cristianos con riesgo” (Carta apostólica Novo millennio ineunte, NMI, de 2001) (34)

Por tanto, la oración ha de tener la suficiente “creencia”, tener la suficiente fe como para que pueda tenerse por amada y querida pues no ha de servir la mera repetición memorística de frases sino el verdadero sentir hacia Dios.

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6.12.08

Juan Pablo II Magno - Paz

Serie “Juan Pablo II Magno

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En la Jornada Mundial de la Paz de 1987, Juan Pablo II Magno vino a decir que la paz, como estado, es “siempre un don de Dios”. Sin embargo, no basta con reconocer tal verdad sino que, yendo más allá de la misma, “depende también de nosotros”.

Por eso no podemos entender que no es cosa nuestra, que podemos hacer como si la paz no fuera con nuestro comportamiento ni con nuestra forma de actuar en las relaciones que mantenemos con nuestros prójimos.

En cuanto a lo primero, dijo Jesús (y recoge san Juan, en su Evangelio, en 14:27) “La paz os dejo, mi paz os doy”. Como tal realidad es, por eso, un don de Dios porque nos la dio Dios mismo hecho hombre para que, con ella, condujéramos nuestra existencia. Por eso, “Esta promesa divina nos infunde la esperanza, más aún, la certeza de la esperanza divina de que la paz es posible porque nada es imposible para Dios” (Jornada Mundial de la Paz, JMP, 1992)

De tal forma la paz es un don de Dios que “Sólo es posible buscarla y construirla con una relación íntima y profunda con Él. Por tanto, edificar la paz en el orden, la justicia y la libertad requiere el compromiso prioritario de la oración, que es apertura, escucha, diálogo y, en definitiva, unión con Dios, fuente originaria de la verdadera paz” (Asís, 2002)

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29.11.08

Juan Pablo II Magno - Justicia

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La Justicia es, digamos, una virtud que toda sociedad debe llevar a cabo y que cada persona, a título personal, ha de querer para su vida y, también, para la vida de los demás.

Es, por decirlo así, un anhelo.

Juan Pablo II Magno entendió, a la perfección, qué significa el término “Justicia”. Así, “El compromiso a favor de la Justicia debe estar íntimamente unido con el compromiso a favor de la paz en el mundo contemporáneo” (Encíclica Laborem exercens (2), de 1981)

Por tanto, no podemos desligar lo que significa la Justicia de la paz porque, al fin y al cabo, sin la primera difícilmente puede darse la segunda o, si se da, es una mera apariencia.

Pero la Justicia no es algo que, en sí misma, se encuentre aislada del resto de comportamientos que, en sociedad, pueden darse. Por eso, y para eso, “Un presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia, que tiene su fundamento último en la ley de Dios y en su designio de amor y de misericordia sobre la humanidad.1 Entendida así, la justicia no se limita a establecer lo que es recto entre las partes en conflicto, sino que tiende sobre todo a restablecer las relaciones auténticas con Dios, consigo mismo y con los demás. Por tanto, no hay contradicción alguna entre perdón y justicia. En efecto, el perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas y los grupos en la sociedad, como a los Estados en la comunidad de las Naciones. Ningún castigo debe ofender la dignidad inalienable de quien ha obrado el mal. La puerta hacia el arrepentimiento y la rehabilitación debe quedar siempre abierta” (Jornada Mundial de la Paz, 1997)

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22.11.08

Juan Pablo II Magno - Penitencia y perdón

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Es más que sabido que Juan Pablo II Magno tuvo que llevar a efecto, con toda ejemplaridad, la virtud del perdón cuando acudió a la prisión donde se encontraba Alí Agca, que tratara de matarlo plena Plaza de San Pedro, para, precisamente, perdonarlo aunque es seguro que ya hiciera eso desde el mismo momento que recibió el tiroteo.

Pero, también, reconocer lo que hemos hecho mal es el camino más directo hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Penitencia y perdón.

Así “Reconocer el propio pecado, es más –yendo aún más a fondo en la consideración de la propia personalidad-, reconocerse pecador, capaz de pecado e inclinado al pecado, es el principio indispensable para volver a Dios “(Exhortación apostólica Reconciliatio et paenitencia (13) RP, de 1984)

Por eso la “Penitencia está estrechamente unida a reconciliación, puesto que reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los demás presupone superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza solamente a través de la transformación interior o conversión, que fructifica en la vida mediante los actos de penitencia” (RP 4)

No cabe, por tanto, estimar innecesaria la penitencia ni, por tanto, la confesión, porque supone, más que nada, volver a unirse con Dios del que, voluntariamente, nos separamos.

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