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5.02.20

Un amigo de Lolo - “Lolo, libro a libro” - Es bueno saber cómo somos

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Es bueno saber cómo somos

 

“A la santidad hay que darle cara con una firme decisión, pero anteponiendo los límites de la naturaleza y dando un margen bien hecho a la obra rotunda. La santidad parte así de un estado evidente y toda su estrategia ha de estar embebida de realismo.” (El sillón de ruedas, p. 156)

 

¡Qué razón tiene el Beato Manuel Lozano Garrido cuando dice esto que nos dice!

Esto lo decimos porque sí, a lo mejor creemos que ser santos no resulta demasiado fácil. Pero, según esto que aporta el Beato de Linares (Jaén, España) lo que pasa es que pueda que no sepamos exactamente ni de dónde hay que partir ni, sobre todo, en Quien debemos apoyarnos.

El caso es que, como nos dice Lolo, no cabe ansiar la santidad como si fuera algo de poca importancia aunque sepamos que no lo es. Es decir, firmemente debemos querer ser santos porque el mismo Hijo de Dios nos dijo que debíamos ser perfectos como su Padre del Cielo lo era (y lo es, claro está).

Querer, eso, ser santos y alcanzar la santidad ha de partir de nosotros mismos porque ya dijo San Agustín eso de que Dios, que nos había hecho sin nosotros no nos iba a salvar sin nosotros. Y eso ha de querer decir que, de nuestra parte, debemos poner más que bastante: exactamente, todo.

Por tanto, si queremos ser santos no podemos hacer como si no fuera importante serlo sino, al contrario, siendo plenamente conscientes que eso es lo que quiere Dios de nosotros. Y nosotros, por tanto, ponerlos a la labor, con esfuerzo sí pero, a la vez, sabiendo que el fruto de tal forma de proceder va a ser más que importante: alcanzar la vida eterna.

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2.02.20

La Palabra del domingo – 2 de febrero de 2020

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Lc 2, 22-40

“22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, 23 como está escrito en la Ley del Señor: = Todo varón primogénito será consagrado al Señor = 24 y para ofrecer en sacrificio = un par de tórtolas o dos pichones =,

conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 25 Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 ‘Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; 30 porque han visto mis ojos tu salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos, 32 luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.’ 33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - 35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.’ 36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, 37 y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 38 Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. 39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.”

 

Presentado en la Casa de Su Padre

 

No es de imaginar que la familia más directa del Hijo de Dios, a saber, su Madre María y su padre adoptivo José incumpliera algún aspecto de la Ley establecida en el pueblo escogido por el Todopoderoso para ser el suyo. Y eso nunca iba a pasar porque ya desde el principio acudieron a Belén para empadronarse cuando el Emperador dijo que había que empadronarse.

Digamos que si hicieron lo del empadronamiento a citación de un poder extranjero… en fin, no iban a hacer otra cosa cuando lo que debían cumplir era propio de una Ley de Moisés.

Cuando María y José acuden al Templo tras los correspondientes y necesarios días de purificación de la Virgen María lo hacen, pues, porque deben hacerlo. Y es que la cosa era clara: había que presentar en el Templo, como hacerlo a Dios mismo, al primogénito recién nacido. Y eso es lo que hacen ellos.

Presentar al primogénito en el Templo de Jerusalén no era algo así como dejarlo allí y ya está. No. Y es que se trataba de un acto en el que se manifestaba acuerdo con lo dicho por los padres de la fe. Y lo hacen para, claro está, rescatar al recién presentado a cambio de dos animales tan humildes como podían ser un par de tórtolas o dos pichones que vendría a ser, para que se nos entienda, la ofrenda o rescate de un pobre porque pobres eran los padres del Hijo de Dios en justa correspondencia con el nacimiento que había tenido Jesucristo.

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