InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Agosto 2019

6.08.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro" –Amar al prójimo

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Amar al prójimo

 

“Cada mañana, la ortopedia que una madre coloca sobre el tobillo inútil de un hijo, gustaría de abrocharla sobre esa planta suya de mujer que pisa con brío los adoquines y las aceras. El chaleco que se apura del jornal, un hombre se lo embute a la mujer o a la hija y tirita gozosamente en las frías madrugadas de invierno. El amor crece y se corona gloriosamente asumiendo el martirio de la criatura de elección. Se quema la vida por el doble de nuestra entraña y uno agoniza entre el revuelo de campanas que provoca el amor complacido.” (El sillón de ruedas, p. 102)

 

Es más que cierto, y sabemos que lo dijo Aquel que todo lo conocía, como Dios hecho hombre, y mucho había vivido como mortal, que hay algo en lo que se resume la Ley y los Profetas. Y sí, nos referimos al amor al prójimo.

Recordemos aquello: “y amarás al prójimo como a ti mismo”.

Esto es bastante sencillo de entender pero no siempre lo llevamos a cabo. Y es que son muchas las veces que no podemos recorrer la distancia que hay entre la teoría y la práctica. En principio, de todas formas, la cosa no parece tan difícil de comprender.

Amar al prójimo supone saber, primero, quién es; luego, aplicar la teoría que tan bien nos sabemos a tal quién es. Y ahí, muchas veces, fallamos.

Sobre esto no estaría mal recordar aquellas palabras de Jesucristo que venían a decir su madre y sus hermanos son aquellas personas que escuchan la Palabra de Dios y la llevan a sus corazones para luego, sacar de ellos el bien para el prójimo y el máximo y mayor amor para el Creador.

Bien. Ya sabemos a qué debemos atenernos si queremos saber a qué refiere nuestro hermano Manuel Lozano Garrido, a la sazón Beato de la Iglesia que fundara Cristo y que, con el tiempo, se le dio el nombre de católica.

Nuestro Beato de Linares (Jaén, España) nos pone unos ejemplos de lo que es el amor al prójimo. De todas formas, es más que seguro que cualquiera que le esto (y quien no lo lea también) pondría ejemplos sin cuento de lo que es amar a nuestro prójimo.

Creemos, de todas formas, que lo que importa no es eso (con ser importante, por supuesto, porque centra el qué y el quién) sino que eso supone que el amor que mostramos por quien nos necesita es claro ejemplo de que hemos entendido, primero, la Palabra de Dios y, luego, que la hemos llevado a la práctica de forma correcta, como Dios quiere que sea llevada.

A veces, sí, el amar al prójimo supone un martirio. Y lo supone porque se es mártir en el sentido más directo: testigo. Y es que se testifica sobre el Amor de Dios hacia sus criaturas y porque, desde tal Amor, se aprende lo que es amar a quien lo necesita (¿No estamos nosotros más que necesitados de tantas necesidades espirituales y, por eso, Dios nos ama tanto?)

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3.08.19

La Palabra del domingo - 4 de agosto de 2019

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Lc 12, 13-21

 

“13 Uno de la gente le dijo: ‘Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo’. 14 El le respondió: ‘¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?’ 15 Y les dijo: ‘Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’. 16 Les dijo una parábola: ‘Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; 17 y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’ 18 Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, 19 y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea.’ 20 Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’ 21 Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios’”.

 

 

COMENTARIO

 

Los verdaderos bienes, los mejores

 

No es nada extraño que quien conocía al Hijo de Dios quisiera que, de alguna manera, interviniera en su vida. Y es que, habiendo visto o habiendo conocido lo que era capaz de hacer… en fin, nada impedía que, eso, pusiera cierto orden en la vida de sus discípulos o seguidores.

Jesucristo, sin embargo, sabía más que bien la misión para la que había sido enviado al mundo. A lo mejor había quien creía que estaba aquí para poner cierto orden en la vida de los hombres. Al contrario, por decirlo así, era la verdad: había venido al mundo a prender fuego al mundo para que el fuego de la Verdad de Dios y de la Ley del Padre purificara lo impuro.

Eso, podemos decir, tal forma de ver las cosas, no era demasiado bien entendida por aquellos que al mirar al hijo de José y de María veían, digamos, un instrumento que se podía utilizar, hacer uso de él según fueran las necesidades de cada cual.

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1.08.19

J.R. R. Tolkien -Ventana a la Tierra Media – El Espíritu de la Tierra Media

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Desde que los Elfos despiertan en Cuiviénen hasta que, por ejemplo, Frodo y sus compañeros embarcan hacia las Tierras Imperecederas después de salir victoriosos en la Guerra del Anillo, es bien cierto que pasaron muchos siglos. Es más, miles de años discurrieron en los que tantas cosas acaecieron y de las que, lógicamente, nada de ellas vamos a decir aquí porque siempre nos quedaríamos cortos, muy cortos. 

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Podemos decir que ellos, aquellos Primeros Nacidos, miraron hacia arriba y vieron las estrellas porque aún no había ni Sol ni Luna. Y quedaron maravillados con aquel espectáculo nocturno. Y entonces, precisamente entonces, creemos que pronunciaron sus primeras palabras que eran expresión, seguro, de admiración y de gozo. 

Sin embargo, y como no puede ser de otra forma cuando alguien escribe, hay un hilo que une toda esa trama que es, decimos, no sólo extensa sino, en los corazones de los lectores, gozosa y abarcadora de todo aquello por lo que vale la pena no sólo leer sino, incluso, vivir. 

Es bien cierto que J.R.R. Tolkien, a lo mejor, no quiso que eso pasase eso. Es decir, que en un principio no dijo, por ejemplo, “ahora voy a escribir de forma que pueda deducirse, alegóricamente, algo de todas las letras que puede dejar plasmadas”. 

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