InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2018

6.12.18

Camino a Nochebuena y Navidad – Tercer paso: ¿Por qué Cristo vuelve siempre?

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Camino a Nochebuena y Navidad –  Tercer paso: ¿Por qué Cristo vuelve siempre?

  

En efecto. Cada Nochebuena y, luego, cada Navidad, el Hijo de Dios vuelve, en un sentido más que cierto y atemporal, a nacer. Y es esto un gran misterio sostenido por la fe y por seguridad de que es la Voluntad de Dios que eso así sea y suceda. 

Damos un paso más. Ahora no nos referimos a nosotros. Es decir, ni ahora se trata de cómo vamos a tener el corazón de, tampoco, a dónde queremos llegar. No. Ahora se trata de Alguien, así, con mayúscula, porque es mayúsculo el ser divino al que nos referimos. 

Cualquiera ha adivinado que hablamos del que nacerá el día que celebramos que nació. Sí. Jesús, llamado así porque Dios quiso que fuera Él entre nosotros, nacerá de nuevo, como decimos arriba. Y, como Dios no da puntada sin hilo ni su Hijo ha de venir al mundo sin razón alguna… entonces es que, al contrario de esto, ha de haber una razón y un hilo que todo lo una. 

En cuanto a la razón, podemos llamar causa y, en cuanto a la voluntad de Quien eso permite, verdadero motivo muy personal, el Hijo de Dios vuelve cada año, seguramente, por muchas causas y razones. Aquí, seguramente, no podremos dar sólo una porque sería acotar demasiado la Verdad y eso, ni puede ser cierto ni, además, nos conviene nada de nada. 

Podemos decir, por ejemplo, que Cristo vuelve otra vez (y decimos siempre porque será siempre hasta que venga por segunda vez en su Parusía) porque, al parecer, no acabamos de comprender que vino la primera vez porque quería que nos salváramos. Pero fueron, y somos, duros de mollera… 

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5.12.18

Camino a Nochebuena y Navidad – Segundo paso - ¿Hacia dónde queremos ir?

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Hemos revisado, como dijimos ayer, nuestro corazón. Queremos que el mismo esté limpio porque ansiamos que el encuentro con el Hijo de Dios sea fructífero y lo será más en cuanto demos aquel primer paso conscientemente de lo que supone con Quién nos vamos a encontrar y cómo queremos que eso acaezca. 

El caso es que, como es fácil deducir de todo esto, lo que está bien siempre está bien y eso, tener el alma limpia es de lo que mejor que nos pueda pasar entonces y, claro está, siempre. 

Hay, de todas formas algo que va más allá de un día concreto o de dos, si tenemos en cuenta la Nochebuena y la Navidad. Y es, por decirlo así, que, más allá de eso, de los momentos concretos, nosotros debemos tener muy claro cuál es nuestro destino. Ahora, ahora mismo, sin solución de continuidad, debemos manifestar, pensar para nuestro corazón o, en fin, siquiera plantear, hacia dónde queremos ir. Así de simple pero, ¡Ay!, así de difícil. 

Es simple, sí, porque la cosa no es nada elevada: debemos saber, precisamente, cuál es nuestro destino espiritual; es difícil en cuanto, a lo mejor, nosotros lo que ansiamos no es, tanto, el encuentro, sino el cumplimiento pero en el sentido de cumplo y miento… 

En fin, no se trata de ponernos pesimistas pero sí de ver todos los puntos de vista que tiene este camino que realizamos y del que, hasta ahora, apenas hemos dados un par de pasos. 

Nosotros queremos lo mejor para nosotros. De eso, además, en una sociedad hedonista como la que nos ha tocado vivir, no es nada extraño… Pero, aquí no se trata de eso, de lo material, de lo pragmático sino, yendo mucho más acá de nuestro corazón, de algo más íntimo, más nuestro, más de nosotros mismos. Sí, se trata de un “mejor”, un saberse bien, que tiene relación con una persona. Y es aquí, como se dice muchas veces, ansiamos y anhelamos el encuentro con “Alguien”. 

“Dónde” tiene acento, lleva la tilde que le ponemos, porque tiene un sentido muy distinto a cuando no hacemos eso, cuando no puntuamos. Queremos preguntar porque queremos una respuesta. Y la misma ha de salir de nuestro corazón. No esperamos, por tanto, que nadie nos responda a la misma porque sería poner la esperanza en otro que no es el Otro. Y creemos que nos explicamos, claro está. 

La esperanza, sobre todas las cosas, está en el Hijo. Y el Hijo, de Dios, tiene todo que ver con la pregunta del “Dónde”. 

El caso es que lo tenemos muy claro. Es decir, la teoría la sabemos muy bien porque llevamos algo así como dos mil años sabiéndola. Sobre eso no hay duda alguna: nosotros queremos ir al Cielo. Ya está dicho. Así se fácil es responder a esto. 

Pero, para eso, tenemos que dar pasos que van más allá de los que nos llevan al nacimiento del Hijo de Dios.

Y, sin embargo, sin tal venida al mundo, nada de lo demás tendría sentido ni lo tendrá si no caminamos de forma adecuada y si no damos los pasos conforme quiere Dios que los den sus hijos del mundo. 

Lo tenemos, pues, más que claro: queremos ir hasta el mismo momento en el que una nueva criatura abre los ojos y sabe que ha nacido. Entonces nosotros, y los que entonces vieron aquello en directo, en persona, sin los intermediarios de los siglos pasados desde entonces, nos daremos cuenta de que hemos sabido caminar bien y de que, a pesar de todos los pesares que nos aquejan y de todas las asechanzas del Maligno para que nos salgamos del camino y nos quedemos, como poco, mirando, lo que supone el nacimiento del Mesías (cuando no haciendo risa de la misma repetición…), hemos puesto, primer, un pie (con la limpieza del alma) y, luego, otro pie, sabiendo a dónde vamos 

Es bien cierto que todo esto no es más que la teoría y que el meollo de nuestra vida nos ha de dar la señal de si hacemos bien las cosas o si no las hacemos como debemos hacerlas. Pero, al fin y al cabo, nosotros somos hijos de Dios que conocemos qué va a pasar. Ni, por tanto, nos puede coger desprevenidos ni podemos hacer como si no fuera más que una nueva celebración del inicio festivo de nuestra fe. 

Nosotros queremos ir al encuentro con el Niño-Dios porque sabemos, además lo sabemos, que nos espera con los ojos, los brazos y el corazón abiertos. Y no podemos hacer otra cosa que dar gracias a Dios por tanta gracia dada, a sus hijos, de forma gratuita aunque, no por eso, no pidiendo nada de su semejanza. 

Y es que Dios, a quien nadie gana en generosidad, no se le puede escapar el cómo de nuestro camino y, en fin, el cómo de nuestra voluntad y corazón. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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4.12.18

Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón

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Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón

  

Hemos querido hacer como si (porque así es) el tiempo que va desde ahora mismo, en este día de diciembre, a primeros del último mes del año, fuera un camino que nos lleva a un destino bien determinado. El camino son los días que transcurren, uno a uno, hasta que lleguemos a la meta, querida y ansiada meta, del nacimiento del Hijo de Dios. 

Cada día, por tanto, tiene su afán, como dijo el mismo Cristo y, seguramente, nos baste con atender a cada uno de ellos aunque bien sabemos que esto se trata de un caminar continuo y que, por tanto, no podemos quedarnos parados, siquiera, a reposar en el camino. No. El Cristo viene y, por tanto, quien no llegue a tal día con el corazón preparado a lo mejor no recibe de la mejor manera y hasta le hace cara rara: ¿Otra vez Nochebuena; otra Navidad?, es posible, pueda decir algún que otro desavisado y más que despistado “discípulo” del Maestro. 

Nosotros, al contrario, ansiamos otra Nochebuena y otra buena Navidad. Y lo ansiamos porque estamos seguros de que recordamos aquello que pasó entonces pero con visión de futuro: lo traemos al presente (al hoy de entonces, 24 y 25 de diciembre) porque estamos preparando la segunda venida del mismo Hijo de Dios. Lo llamamos Parusía porque vendrá en la Suya, para juzgar a vivos y a muertos. Y eso lo tenemos por gran verdad de fe y eso nos sostiene, es una roca fuerte sobre la que construir una existencia y una forma de ver las cosas y situarnos ante las circunstancias de nuestra vida.

Pues bien, estamos aquí, en este segundo día de este Adviento de un año concreto y bien determinado. Y es  un nuevo tiempo de esperanza y de gozo como es esta espera ansiosa. Y no está nada mal empezar por un lugar que, sí, es físico pero que también tiene un sentido espiritual más que especial y crucial. Y hablamos del corazón, de ese órgano que no sólo bombea sangre para que nuestro cuerpo pueda existir y ser sino que, sobre todo, es el templo del Espíritu Santo y eso es, por eso mismo, algo más que especial. Y ha de estar más que bien tenerlo bien preparado porque no esperamos a cualquiera sino al mismísimo Enviado de Dios, al Emmanuel, al Dios entre nosotros. Y eso no es poca cosa sino mucha y más que mucha realidad para nuestra alma. Y no vale todo, aquí no vale todo sino sólo lo que vale. 

Pero, en realidad, ¿qué es lo que vale para este menester? 

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3.12.18

Camino a Nochebuena y Navidad – Lo que pasaría por el corazón de María

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A lo largo de estas semanas vamos a ir dando pasos hacia Nochebuena y hacia Navidad. Cada uno de ellos supone una avance en nuestra comprensión de qué suponen estos días al acercanos a unos tan importantes como son el 24 y el 25 de diciembre, fechas en las que, tradicionalmente, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios. 

Que nos sean de provecho es lo que, desde aquí, pedimos a Dios. 

Camino a Nochebuena y Navidad –  Lo que pasaría por el corazón de María

 

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Nosotros, tantos siglos después de que viniera al mundo el Enviado de Dios y Mesías, el Cristo, el Hijo del Todopoderoso, sabemos mucho acerca de lo que pasó entonces. Tenemos, por eso mismo, mucho a nuestro favor. Y eso, antes que nada, supone que no podemos hacer como si no tuviéramos tales pruebas de la bondad del Creador. Pero de eso no corresponde ahora decir nada sino de algo más importante.

 

Es fácil imaginar, sin embargo, que nadie de los que serían entonces sus discípulos sabía nada de nada. Seguían con su vida como si cualquier cosa y, es más, más de uno ni siquiera habría nacido cuando lo hizo el hijo de María (Juan, que sería apóstol, por ejemplo)

 

Con esto queremos decir que, una cosa es lo que nosotros podamos pensar ahora mismo, en pleno siglo XXI y otra, muy distinta, lo que estuviera pasando por el corazón de los de entonces a los que, bien podemos llamar, los otros nosotros pues allí estaban los que serían nuestros antepasados en la fe. 

Pues bien. Hay una persona, había entonces queremos decir, que tampoco sabía lo que iba a ocurrir pero que, sin embargo, estaba pasando por el momento de esperanza que supone siempre saber que un hijo va a ser traído al mundo. 

María, aquella joven que, meses antes, había dicho sí a Dios ofreciéndose como su esclava y haciéndolo con el corazón de Virgen e Inmaculada (esto último es casi seguro que ella no lo supiera, claro está aunque es posible que se acercara algo a saber con aquello que le dijo el enviado de Dios de “llena de gracia”; lo primero sí lo sabía con total seguridad) pasaba por unos momentos de esperanza.  Y lo decimos así porque aquel fue el primer Adviento de la historia de la Salvación. Entonces esperábamos la venida al mundo del Salvador y ella, que había escuchado atentamente las palabras del Ángel Gabriel, sabía que no iba a ser un niño como otro cualquiera, aún siéndolo como hombre que iba a ser. Y, en tal sentido, podemos decir que tiempo de Adviento, de esperar a Quien viene, fue todo su embarazo… sólo para ella y en ella, claro. 

María tenía en su corazón, antes de guardar aquello que con el tiempo guardaría (y de lo que nos habla el Nuevo Testamento) para llevarlo siempre con ella, lo que puede tener quien confía en Dios, en primer lugar y, consecuentemente, se pliega a su Voluntad. Pero se pliega a ella de forma consciente, voluntaria y gozosamente y no de forma forzada o como obligada por las circunstancias. No. Aquella joven, hija de Ana y de Joaquín, siempre había estado muy dispuesta a las cosas de Dios y, se suele tener por verdad en nuestra Tradición que se había consagrado a su Creador porque lo quería, como tantas veces había orado y rezado, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. 

Ella, la que sería Madre de Dios (eso ella ya lo sabía desde el episodio de la Encarnación y qué debió pensar entonces aquella apenas muchacha lo sabremos algún día en el Cielo) sabía que iba a traer al mundo a un niño que, por sus especiales circunstancias de concepción, iba a suponer mucho bien para la Creación. Sabía, por tanto, que cada paso que diera tendría importancia y que nada de lo que hiciera, en el fondo de su corazón, sería tenido por nada sino, al contrario, por mucho y muy mucho. 

María, aquella joven embelesada ante el Amor que Dios había tenido y mostrado por ella (“Dios ha hecho cosas grandes por mí”, diría luego ante su prima Isabel, otra mujer muy favorecida por el corazón del Creador, como sabemos) sólo podía esperar lo mejor aunque algo le dijera que no todo serían rosas y alegría sino que también tendría que pasar por malos momentos. Pero eso llegaría cuando Dios quisiese que llegase. Ahora, apenas a unas semanas (si las cuentas le salían bien…) de que viniera al mundo su hijo (y el de Dios, ¡pensemos qué significaba eso para ella, la elegida!) sólo podía gozar con un momento que la humanidad creyente había estado esperando desde hacía muchos siglos. Ya los profetas habían escrito sobre eso pero sólo ella (y José en lo que eso pudiera ser, que era mucho) sabía que quien iba a venir al mundo iba a salvar al mundo y que sería, por eso, muy especial. 

Y ella lo llevaba en sus entrañas, allí, donde el Espíritu Santo-Dios se había unido con el Hijo. Allí mismo.  

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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2.12.18

La Palabra del domingo - 2 de diciembre de 2018

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Lc 21, 25-28. 34-36

Primer Domingo de Adviento

 

“25 ‘Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, 26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrar ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.”

 

 

34 Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.”

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COMENTARIO

Un claro aviso de Cristo y un consejo

Dar comienzo un nuevo tiempo de Adviento ha de suponer, para los hijos de Dios, algo así como un saber dónde nos encontramos en el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios. Y, para eso, ya tenemos a nuestro hermano Jesús que nos dice, exactamente, qué va a pasar. 

Sin embargo, no nos deja así, digamos, con el corazón en un puño o con un miedo inconmensurable sino que pone sobre la mesa lo que debemos hacer. Y es que el Hijo de Dios sólo quiere, para nosotros, lo mejor. 

En primer lugar, podemos decir que el panorama que nos muestra Jesucristo no es nada alentador, así en principio. 

Nosotros sabemos, adelantándonos al final del grupo de versículos del Evangelio se San Lucas que el Calendario Litúrgico nos pone como los propios del día, que está hablando Cristo de su segunda venida al mundo, en su Parusía. 

Lo que aquí pasa es que nos advierte, clara pero misteriosamente, de lo que va a pasar entonces. 

Todo lo que anuncia Jesucristo está dicho. Por tanto, como la Palabra de Dios nunca va a pasar y siempre es cierta y verdadera, no podemos hacer con esto como si no tuviera importancia o, peor aún, no nos concerniese a nosotros. Al contrario de la verdad: tiene mucha importancia y estamos totalmente dentro de la eficacia de tales palabras, de la Palabra de Dios. 

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