InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Agosto 2016

19.08.16

Serie “De Jerusalén al Gólgota” – V. El que ayuda a Cristo

                                                 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el final de la vida de Cristo o, mejor, el camino que lo llevó desde su injusta condena a muerte hasta la muerte misma estuvo repleto de momentos cruciales para la vida de la humanidad. Y es que no era, sólo, un hombre quien iba cargando con la cruz (fuera un madero o los dos) sino que era Dios mismo Quien, en un último y soberano esfuerzo físico y espiritual, entregaba lo poco que le quedaba de su ser hombre.

Todo, aquí y en esto, es grande. Lo es, incluso, que el Procurador Pilato, vencido por sus propios miedos, entregara a Jesús a sus perseguidores. Y, desde ahí hasta el momento mismo de su muerte, todo anuncia; todo es alborada de salvación; todo es, en fin, muestra de lo que significa ser consciente de Quién se es.

Aquel camino, ciertamente, no suponía una distancia exagerada. Situado fuera de Jerusalén, el llamado Monte de la Calavera (véase Gólgota) era, eso sí, un montículo de unos cinco metros de alto muy propio para ejecutar a los que consideraban merecedores de una muerte tan infamante como era la crucifixión. Y a ella lo habían condenado a Jesús:

“Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: ¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás! Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habló de nuevo, intentando librar a Jesús, pero ellos seguían gritando: ‘¡Crucifícale, crucifícale!’” (Lc 23, 18-21)

Aquella muerte, sin embargo, iba precedida de una agonía que bien puede pasar a la historia como el camino más sangriento jamás recorrido por mortal alguno. Y es que el espacio que mediaba entre la Ciudad Santa y aquel Calvario fue regado abundantemente con la sangre santa del Hijo de Dios.

Jerusalén había sido el destino anhelado por Cristo. Allí había ido para ser glorificado por el pueblo que lo amaba según mostraba con alegría y gozo. Pero Jerusalén también había sido el lugar donde el hombre, tomado por el Mal, lo había acusado y procurado que su sentencia fuera lo más dura posible.

El caso es que muchos de los protagonistas que intervienen en este drama (porque lo es) lo hacen conscientemente de lo que buscan; otros, sin embargo, son meros seres manipulados. Y es que en aquellos momentos los primeros querían quitar de en medio a Quien estimaban perjudicial para sus intereses (demasiado mundanos) y los segundos tan sólo se dejaban llevar porque era lo que siempre habían hecho.

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18.08.16

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Saber que Dios está en el corazón

“Rafael Arnáiz Barón nació  el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

“Saber Esperar” – Saber que Dios está en el corazón  

 

“¡Qué dulce es vivir así, sólo con Dios dentro del corazón!¡Qué suavidad tan grande es verse lleno de Dios! ¡Qué fácil debe ser morir así!

 

Hay muchas formas de encarar lo que nos pasa en el mundo o, por decirlo pronto, de vivir. Y sobre esto cada cual ha de decir lo que a él, personalmente, le corresponda decir porque no podemos negar que nosotros hemos sido creados por Dios y que cada cual somos distintos y diferentes.

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17.08.16

Serie “Su Cruz y nuestras cruces” – A modo de explicación

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”

 (Mt 16,24).

  

Siempre que un discípulo de Cristo se pone ante un papel y quiere referirse a su vida como tal no puede evitar, ni quiere, saber que en determinado momento tiene que enfrentarse a su relación directa con el Maestro.

Así, muchos han sido los que han escrito vidas de Jesucristo: Giovanni Papini (“Historia de Cristo”), el P. Romano Guardini (“El Señor), el P. José Luis Martín Descalzo (“Vida y misterio de Jesús de Nazaret“), el P. José Antonio Sayés (“Señor y Cristo”) e incluso Joseph Ratzinger (“Jesús de Nazaret“). Todos ellos han sabido dejar bien sentado que un Dios hecho hombre como fue Aquel que naciera de una virgen de Nazaret, la Virgen por excelencia, había causado una honda huella en sus corazones de discípulos.

Arriba decimos que el discípulo deberá, alguna vez, ponerse frente a Cristo. Y es que no tenemos por verdad que el Maestro suponga un problema para quien se considera discípulo. Por eso entendemos que tal enfrentamiento lo tenemos por expresión de expresar lo que le une y, al fin y al cabo, lo que determina que sea, en profundidad, su discípulo. Sería como la reedición de lo que dice San Juan justo en el comienzo de su Evangelio (1,1): 

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios”.

El caso es que podemos entender que la Palabra estaba con Dios en el sentido de estar en diálogo con el Creador. Por eso decimos que la relación que mantiene quien quiere referirse a Cristo como su referencia, un discípulo atento a lo que eso supone, ha de querer manifestar que se sea, precisamente, discípulo. Entonces surge la intrínseca (nace de bien dentro del corazón) necesidad de querer expresar en qué se sustenta tal relación y, sobre todo, cómo puede apreciarse la misma. O, por decirlo de otra forma, hasta dónde puede verse influenciado el corazón de quien aprende de parte de Quien enseña. 

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16.08.16

Un amigo de Lolo – Saber qué hacer con nuestras cruces

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

Saber qué hacer con nuestras cruces

¿Qué hay en la armadura de un hombre? ¿Huesos? Sí, pero ¿y más allá?

Pues más allá, incluso de la médula, está la cruz. Bueno, la cruz y el amor. Pero el amor es todo lo contrario del miedo y por eso se elimina. Una cruz desnuda y a secas, lo que acaba es convenciendo, y si es con un hombre delante, apoyado sobre ella, redimido. Por eso, si no es posible esquivar la cruz, sí cabe disimularla, envolviéndola. Cuando un hombre quiere ser más positivo que su cruz, huele a azufre de ángel caído. Por eso, el espantapájaros no tiene manos ni pies, ni rostro, porque se han evadido en el anonimato de una figura sin alma.” (Las estrellas se ven de noche, p. 76)

Los creyentes católicos, hijos de Dios conscientes de que lo somos, sabemos, por nuestra fe, que estamos compuestos de cuerpo y alma.  Y eso, de cara a llevar una vida acorde con tales creencias, ha de suponer algo. Al menos, como mínimo, ha de significar que comprendemos lo que eso significa.

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15.08.16

Cuando María fue asunta al Cielo

 

“Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste (44)”.

Así, digamos, finaliza el análisis que hace Pío XII en su Constitución Apostólica de título “Munificentissimus Deus” dada a la luz pública el 1 de noviembre de 1950. A partir de entonces, pues, la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo es considerada dogma de la fe católica. No podemos, pues, dudar nada de nada acerca del mismo y de lo que eso supone. 

María, pues, fue “llevada” a los cielos por Dios mismo o por los ángeles. Y eso, digamos, establece una clara diferencia con Jesús, su hijo, que “ascendió” a la Casa del Padre por sí solo. 

Antes de seguir, digamos que los protestan hace su papel (es decir, protestar, poner objeciones a la Verdad) al respecto de esto. Es decir, entienden que la asunción de María a los cielos no está reflejada en la Biblia. Sin embargo, sí lo están otros casos como, por ejemplo, los de Enoc (Gn 5, 24) o el de Elías (2 Re 2, 11-12). 

Estas personas fueron llevadas al cielo por su especial fe y confianza en Dios Todopoderoso: de Enoc dice el propio Génesis (2, 22) que “Anduvo con Dios” pero San Pablo escribe, en la Epístola a los Hebreos (11, 5-6), esto que sigue: 

Así lo dice, de Enoc, San Pablo:

“Por su fe también Henoc fue trasladado al cielo en vez de morir, y los hombres no volvieron a verlo, porque Dios se lo había llevado. Antes de que fuera arrebatado al cielo, se nos dice que había agradado a Dios; pero sin la fe es imposible agradarle, pues nadie se acerca a Dios si antes no cree que existe y que recompensa a los que lo buscan.”

Y si esto pasó con aquellos grandes en la fe ¿es posible que no pudiese pasar con María, la Madre de Dios?

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