InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Marzo 2016

24.03.16

Triduo Pascual: Santo Viernes

 

El siguiente paso que damos lo damos con Cristo que, como culminación a la misión para la que había sido enviado al mundo por Dios, muere por cada uno de aquellos que lo confiesen hijo del Todopoderoso.

Nosotros, por el mismo, que en este segundo paso quedamos mirando hacia el domingo de Resurrección, debemos tener en cuenta algunas cosas y aprender otras o, mejor, recordarlas todas y no dejarlas escondidas debajo de cualquier celemín.

Cristo se entrega por sus amigos.

Cristo perdona a sus enemigos.

Cristo muere para que nos salvemos.

Cristo muere porque cumple con la misión que tenía encomendada.

Cristo muere porque era fiel a Dios.

Cristo muerte porque sabía lo que le iba a pasar.

Cristo muere…

Cristo, en efecto, tras una horrible Pasión que hemos tenido tiempo más que suficiente como para asimilar cómo fue, muere en la cruz. Tal fue su Cruz, aquella que llevó cargando no sólo con la madera que la formaba sino con los pecados de la humanidad toda y entera. Por eso le pesaba tanto y por eso la santificó, limpiando los pecados que cargaba con las gotas de su divina y santa sangre.

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23.03.16

Triduo Pascual: Santo Jueves

  

Durante este mismo jueves, mañana viernes y el próximo sábado vamos a procurar vivir el Triduo Pascual como lo que es: una unidad. Es decir, no hablamos de Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo sino de Jueves Santo-Viernes Santo-Sábado Santo porque uno es el camino que lleva a Cristo a morir y a resucitar y uno ha de ser el camino que nosotros sigamos para lo mismo y por lo mismo.

Para eso, vamos a tomar el mismo como un camino en el que damos pasos, tres en concreto: el primero lo daremos hoy jueves, Santo a más señas; el segundo, mañana viernes, Santo día en el que Jesús entrega su vida; por fin, el tercero, lo daremos el sábado, Santo día de espera de la Iglesia de Cristo.

En realidad, lo que hacemos en el Triduo Pascual es dejar que el Creador pase por nuestra vida lo mismo que pasó por la vida del pueblo elegido (Ex 12,1-8.11-14) para poder ser salvados, para ser liberados de la esclavitud del mundo, del demonio y de la carne. Es decir, lo que hacemos es algo así como manifestar a Dios que queremos que pase por nuestra vida porque queremos que cambie, que nos ayude a cambiar, lo malo que hay en nosotros, la tendencia al pecado de la que parece no podemos librarnos.

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22.03.16

“Una fe práctica”- Lo que pasa cuando te confiesas - 5- ¡Cuidado con los tropezones!

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Confesarse es un deber. Así de claro. Y eso quiere decir, sencillamente, que estamos obligados a hacerlo.

Se podría decir que sostener eso es llevar las cosas demasiado lejos en cuanto a nuestra fe católica. Sin embargo, si decimos que confesarse es un deber es porque hay un para qué y un porqué.

Debemos confesarnos para limpiar nuestra alma. Y eso no es tema poco importante. Y es que debemos partir de nuestra fe, de lo que creemos. Y creemos, por ejemplo, que después de esta vida, la que ahora vivimos, hay otra. ¡Sí, otra! También estamos seguros que la otra vida ha de ser mejor que esta (alguno podrá decir que para eso tampoco debe hacerse mucho…) pero que el más allá no tiene un único sentido. Es decir, que hay, eso también lo creemos, Cielo, Purgatorio e Infierno. Así, de mejor a peor lo decimos para que nos demos cuenta de la escala de cosas que pasan tras caminar por este valle de lágrimas.

Pues bien, lo fundamental en nuestra confesión es que nos sirve para limpiara el alma. Tal es el porqué. Pero ¿tan importante es limpiarla?

Bueno. Preguntar esto es ponerse muy atrás en la fila de los que entran en el Cielo o, como mal menor, en el Purgatorio. Y es que si no la limpiamos suficientemente de lo que la mancha es más que posible que las puertas que custodia san Pedro no nos vean en un largo tiempo.  Tal es así porque si no nos hemos limpiado del todo la parte espiritual de nuestro ser y nuestras manchas no nos producen la muerte eterna (ir al Infierno de forma directa tras nuestra muerte) es seguro que el Purificatorio lo habitaremos por un periodo de tiempo (bueno, de no-tiempo porque allí no hay tiempo humano sino, en todo caso, un pasar) que será más o menos largo según la limpieza que necesitamos recibir. Y es que ante Dios (en el Cielo) sólo podemos aparecer limpios de todo pecado, blancos como la nieve limpia nuestra alma.

Y decimos eso de ponerse atrás en la fila de los que quieren tener la Visión Beatífica (ver a Dios, en suma) porque no saber que es necesaria tal limpieza no ha de producir en nosotros muchos beneficios. Es más, no producirá más que un retraso en la comprensión del único negocio que nos importa: el de la vida eterna. ¡Sí, negocio, porque es algo contrario al ocio!: es lo más serio que debemos tener en cuenta y, en suma, un trabajo esforzado y gozoso.

Lo bien cierto es que somos pecadores. Lo sabemos desde que somos conscientes de que lo somos pero, en realidad, lo somos desde que nacemos. Es algo que debemos (des)agradecer a nuestros Primeros Padres, Adán y Eva y a su fe manifiestamente mejorable, a sus ansias de un poder que no podían alcanzar y, en fin, a no haber entendido suficientemente bien qué significaba no cumplir con determinado mandato de Dios. Es más, con el único mandato del Creador que no consistía en hincarle el diente a una fruta sino en no hacer caso a lo claramente dicho por Quien les había puesto en el Paraíso, les había librado de la muerte y les había entregado, nada más y nada menos, que el mando sobre toda criatura, planta o cosa que había creado. Pero ellos, como se nos ha enseñado a lo largo de los siglos desde que el autor inspirado escribiese aquel Génesis del Principio de todos los principios, hicieron caso omiso a lo dicho por Dios y siguieron las instrucciones de un Ángel caído que había tomado la forma, muy apropiada, de un animal rastrero.

En fin. El caso es que podemos pecar. Vamos, que caemos en más tentaciones de las que deberíamos caer y se nos aplica más bien que mal aquello que dijo san Pablo acerca de que hacía lo que no quería hacer y no hacía lo que debía. Y es que el apóstol, que pasó de perseguidor a perseguido, no queriendo hacer un trabalenguas con aquello dejó todo claramente concretado: pecamos y tal realidad es tozuda con absoluta nitidez.

Pues bien. Ante todo este panorama (del cual, por cierto, no debemos dudar ni por un instante) ¿qué hacer? Y es que pudiera parecer que deberíamos perder toda esperanza porque si somos pecadores desde que nacemos (aunque luego se nos limpie la mancha original con el bautismo) ¿podemos remediar tan insensato comportamiento?

¡Sí! Ante esto que nos pasa Dios ha puesto remedio. A esto también ha puesto remedio. Y es que conociendo, primero, la corrupción voluntaria de nuestra naturaleza y, luego, nuestro empecinamiento en el pecado, tuvo que hacer algo para que no nos comiese la negrura de nuestra alma que, poco a poco, podía ir tomando un tinte más bien oscuro.

Sabemos, por tanto, el para qué y, también, el porqué. Es decir, no podemos ignorar, no es posible que digamos que nada de esto sabemos porque es tan elemental que cualquier católico, formado o no, lo sabe. Y, claro, también sabemos, a ciencia y corazón ciertos, lo sabemos, que remedio, el gran remedio, se encuentra en una palabra que, a veces, nos aterra por el miedo que nos produce enfrentarnos a ella. Pero digamos que la misma es “confesión”. Es bien cierto que, teológicamente hablando decimos que se trata de un Sacramento (materia, pues sagrada, por haber sido instituido por Cristo) y que lleva por nombre uno doble: Reconciliación y Penitencia. La primera de ella es porque, confesándonos nos reconciliamos con Dios pero, no lo olvidemos, también con la Iglesia católica a la que pertenecemos porque a ella, como comunidad de hermanos en la fe, también afectan nuestros pecados (alguno habrá dicho algo así como “¿eso es posible? Y lo es, vaya si lo es); la segunda porque no debemos creer que nuestras faltas y pecados, nuestras acciones y omisiones contrarias a un mandato divino nos van a salir gratis. Es decir, que al mismo tiempo que reconocemos lo que hemos hecho (o no, en caso de pecados de omisión) manifestamos un acuerdo tácito (no dicho pero entendido así) acerca de lo que el sacerdote (Cristo ahora mismo que nos confiesa y perdona) nos imponga como pena. Y es que, en efecto, esto es una pena: la sanción y el hecho mismo de haber pecado contra Dios.

Conviene pues, nos conviene, saber qué nos estamos jugando con esto de la confesión. No se trata de ninguna obligación impuesta por la Iglesia católica como para saber qué hacemos ni, tampoco,  algo que nos debe pesar tanto que no seamos capaces de llevar tal peso y, por tanto, no acudamos nunca a ella. No. Se trata, más bien, de reconocer que todo esto consta o, mejor, contiene en sí mismo, un proceso sencillo y profundo: sencillo porque es fácil de comprender y profundo porque afecta a lo más recóndito de nuestro corazón y a la limpieza y blancura de nuestra alma. Así y sólo así seremos capaces de darnos cuenta de que está en juego algo más que pasar un mal momento cuando nos arrodillamos en el confesionario y relatamos nuestros pecados a un hombre que, en tal momento sólo es como nosotros en cuanto a hombre pero, en lo profundo, Cristo mismo. Lo que, en realidad, nos estamos jugando es eso que, de forma grandilocuente (porque es algo muy grande) y rimbombante (porque merece tal expresión) denominamos “vida eterna”. ¡Sí!, de la que santa Teresa de Jesús dice que dura para siempre, siempre, siempre.

¿Lo ven, ustedes?, hasta una santa como aquella que anduvo por los caminos reformando conventos y fundando otros sabía que lo que hay tras la muerte es mucho más importante que lo que hay a este lado del definitivo Reino de Dios. Y, claro está, tal meta, tal destino, no se va a conseguir de una manera sencilla o fácil, sin esfuerzo o sin nada que suponga poner de nuestra parte. Y es que ahora, ahora mismo, acude a nuestra memoria otro santo grande, san Agustín, que escribió aquello acerca de que Dios, que nos creó sin que nosotros dijéramos que queríamos ser creados (pero nos gusta haber sido creados) no nos salvará sin nosotros (y más que nos gusta ser salvados).

Y esto, se diga lo que se diga, es bastante sencillo y simple de entender.

5 - ¡Cuidado con los tropezones!

 

Pudiera parecer que estamos salvados para siempre. Es decir, que una vez hemos confesado y nos hemos librado de la pesada carga que suponía saber que no habíamos actuado según quiere Dios, la mejor de la vida (la eterna) se abre ante los ojos del corazón. Pero, como suele pasar con otras cosas de la semejanza de Dios, ni todo el monte es orégano ni es oro todo lo que reluce. Es decir, que es más que posible que podamos tropezar.

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21.03.16

Un amigo de Lolo – Dios mismo lo dice con toda claridad

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Dios mismo lo dice con toda claridad

“¿Para qué os voy a engañar? Mi camino tiene más espinas que rosas, aunque en el triunfo de la primavera esté siempre la flor. Quien tiene sed de Mí, desde ahora mismo le prometo que he de saciarle, pero no le quito que beba hiel, se mire las manos y vea los agujeros o toque su costado y sienta las yemas mojadas por la sangre que la va manando del atropello que sufren los demás.”(Reportajes desde la cumbre, pp. 154-155)

Este texto es claro en muchas cosas. Desde el primer momento no se duda acerca de la verdad de la realidad que nos toca vivir a los creyentes en Dios Todopoderoso y en su Hijo Jesucristo. Y eso, se diga lo que se diga, nos viene la mar de bien.

Quien quiera seguir a Cristo sabe, porque lo hemos visto a lo largo de la historia y el Hijo de Dios mismo lo dijo, que se tendrá que enfrentar a muchas situaciones, digamos, no agradables desde el punto de vista humano. Eso no es ningún secreto aunque a veces lo pueda parecer para según qué tipo de comportamientos.

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20.03.16

La Palabra del Domingo - 20 de marzo de 2016

Lc 22, 14-23,56

14 Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles;

15 y les dijo: ‘Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; 16 porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.’

17 Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: ‘Tomad esto y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.’ 19 Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.’ 20 De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. 21 ‘Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa.

22 Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!’ 23 Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello.

24 Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor.

25 El les dijo: ‘Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; 26 pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. 27 Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.

28 ‘Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas;

29 yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, 30 para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

31 ‘¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; 32 pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.’ 33 El dijo: ‘Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte.’ 34 Pero él dijo: ‘Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces.’ 35 Y les dijo: ‘Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?’ Ellos dijeron: ‘Nada.’ 36 Les dijo: ‘Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; 37 porque os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los malhechores.” Porque lo mío toca a su fin.’ 38 Ellos dijeron: ‘Señor, aquí hay dos espadas.’ El les dijo: ‘Basta.’

39 Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. 40 Llegado al lugar les dijo: ‘Pedid que no caigáis en tentación.’ 41 Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba 42 diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.’

43 Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba.

44 Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. 45 Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; 46 y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación.’ 47 Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso.

48 Jesús le dijo: ‘¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!’

49 Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: ‘Señor, ¿herimos a espada?’ 50 y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha. 51 Pero Jesús dijo: ‘¡Dejad! ¡Basta ya!’ Y tocando la oreja le curó. 52 Dijo Jesús a los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del Templo y ancianos que habían venido contra él: ‘¿Como contra un salteador habéis salido con espadas y palos? 53 Estando yo todos los días en el Templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.’ 54 Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos.

55 Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. 56 Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: ‘Este también estaba con él.’ 57 Pero él lo negó: ‘¡Mujer, no le conozco!’

58 Poco después, otro, viéndole, dijo: ‘Tú también eres uno de ellos.’ Pedro dijo: ‘Hombre, no lo soy!’ 59 Pasada como una hora, otro aseguraba: ‘Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo.’ 60 Le dijo Pedro: ‘¡Hombre, no sé de qué hablas!’ Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, 61 y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: ‘Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.’ 62 Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente. 63 Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban; 64 y cubriéndole con un velo le preguntaban: ‘¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?’ 65 Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas.

66 En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hiceron venir a su Sanedrín 67 y le dijeron: ‘Si tú eres el Cristo, dínoslo.’ El respondió: ‘Si os lo digo, no me creeréis. 68 Si os pregunto, no me responderéis. 69 De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios.’ 70 Dijeron todos: ‘Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?’ El les dijo: ‘Vosotros lo decís: Yo soy.’ 71 Dijeron ellos: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?’ 1 Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato.

2 Comenzaron a acusarle diciendo: ‘Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey.’ 3 Pilato le preguntó: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ Él le respondió: ‘Sí, tú lo dices.’ 4 Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: ‘Ningún delito encuentro en este hombre.’

5 Pero ellos insistían diciendo: ‘Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí.’ 6 Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. 7 Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén.

8 Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle, por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. 9 Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. 10 Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. 11 Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato. 12 Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados. 13 Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo 14 y les dijo: ‘Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusáis. 15 Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. 16 Así que le castigaré y le soltaré.’

18 Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: ‘¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!’ 19 Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. 20 Pilato les habló de nuevo, intentando librar a Jesús, 21 pero ellos seguían gritando: ‘¡Crucifícale, crucifícale!’

22 Por tercera vez les dijo: ‘Pero ¿qué mal ha hecho éste? No encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; así que le castigaré y le soltaré.’ 23 Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y sus gritos eran cada vez más fuertes. 24 Pilato sentenció que se cumpliera su demanda. 25 Soltó, pues, al que habían pedido, el que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a Jesús se lo entregó a su voluntad. 26 Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevará detrás de Jesús. 27 Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. 28 Jesús, volviéndose a ellas, dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. 29 Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! 30 Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! 31 Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?’ 32 Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él. 33 Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34 Jesús decía: ‘Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.’ Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. 35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: ‘A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.’ 36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37 y le decían: ‘Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!’

38 Había encima de él una inscripción: ‘Este es el Rey de los judíos.’

39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: ‘¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!’ 40 Pero el otro le respondió diciendo: ‘¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?

41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.’ 42 Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.’

43 Jesús le dijo: ‘Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.’

44 Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 45 El velo del Santuario se rasgó por medio 46 y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: ‘Padre, en tus manos pongo mi espíritu’ y, dicho esto, expiró.

47 Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: ‘Ciertamente este hombre era justo.’ 48 Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho. 49 Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea.

50 Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, 51 que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. 52 Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús 53 y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. 54 Era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado. 55 Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo, 56 Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.”

                         

COMENTARIO         

Cuerpo y Sangre de Cristo: el principio de nuestra salvación

 

Hoy celebramos el Domingo de Ramos, momento en el que Jesús entró triunfal en Jerusalén. Poco después sucedería lo que es conocido por todos y de lo que obtuvimos la salvación eterna, previa muerte en la cruz del Hijo de Dios, Cristo, Enviado, Mesías.

Como habría hecho siempre, Jesús celebra la Pascual. Pero como es de imaginar, por eso mismo, no fue, ésta, la primera Pascua que Jesús celebró con sus discípulos ya que en tres años de predicación por fuerza tuvo que celebrar otras. Fue, al contrario, la última en la que llevó a cabo el ritual judío. Pero con algunos sustanciales cambios.

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