InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Diciembre 2014

6.12.14

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Cristo, siempre con nosotros

Sagrada Biblia

 Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en losversículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo que nos ha tocado vivir no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que diceFrancisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia?“ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Cristo, siempre con nosotros

Cristo se quedó

“Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”

(Mt 28, 18-20)

Que Cristo prometió que estaría siempre con nosotros era algo que, de verdad, querían que sucediese aquellos que estaban mirando su subida al Cielo. Y es que ellos, que habían convivido con Jesús durante unos años y habían visto como aparecía ante ellos tras su resurrección no podían imaginar una vida sin el Maestro.

Sin embargo, no quería Jesús que la cosa quedase ahí pues era su misión que, precisamente, continuara la misma en boca y hechos de aquellos que gustaban llamarse discípulos suyos. Y, como dirían San Juan (aunque al respecto de nuestra filiación divina) ¡y lo eran! Y así se los comunicó: debían hacer algo más que admirarlo y querer que estuviese siempre con ellos.

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5.12.14

Las llaves de Pedro – La Iglesia católica somos todos.

Papa Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

 

Audiencia General del 29 de octubre de 2014

La Iglesia católica somos todos

 

 

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis anteriores tuvimos ocasión de destacar cómo la Iglesia tiene una naturaleza espiritual: es el cuerpo de Cristo, edificado en el Espíritu Santo. Cuando nos referimos a la Iglesia, sin embargo, inmediatamente el pensamiento se dirige a nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras diócesis, a las estructuras en las que a menudo nos reunimos y, obviamente, también a los miembros y a las figuras más institucionales que la dirigen, que la gobiernan. Es esta la realidad visible de la Iglesia. Entonces, debemos preguntarnos: ¿se trata de dos cosas distintas o de la única Iglesia? Y, si es siempre la única Iglesia, ¿cómo podemos entender la relación entre su realidad visible y su realidad espiritual?

Ante todo, cuando hablamos de la realidad visible de la Iglesia, no debemos pensar sólo en el Papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas y todas las personas consagradas. La realidad visible de la Iglesia está constituida por muchos hermanos y hermanas bautizados que en el mundo creen, esperan y aman. Pero muchas veces escuchamos que se dice: «La Iglesia no hace esto, la Iglesia no hace esto otro…» – «Pero, dime, ¿quién es la Iglesia?» – «Son los sacerdotes, los obispos, el Papa…» – La Iglesia somos todos, nosotros. Todos los bautizados somos la Iglesia, la Iglesia de Jesús. Todos aquellos que siguen al Señor Jesús y que, en su nombre, se hacen cercanos a los últimos y a los que sufren, tratando de ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz. Todos los que hacen lo que el Señor nos ha mandado son la Iglesia. Comprendemos, entonces, que incluso la realidad visible de la Iglesia no es mensurable, no es posible conocer en toda su amplitud: ¿cómo se hace para conocer todo el bien que se hace? Muchas obras de amor, numerosas fidelidades en las familias, tanto trabajo para educar a los hijos, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en los enfermos que ofrecen sus sufrimientos al Señor… Esto no se puede medir y es muy grande. ¿Cómo se hace para conocer todas las maravillas que, a través de nosotros, Cristo logra obrar en el corazón y en la vida de cada persona? Mirad: también la realidad visible de la Iglesia va más allá de nuestro control, va más allá de nuestras fuerzas, y es una realidad misteriosa, porque viene de Dios.

Para comprender la relación, en la Iglesia, la relación entre su realidad visible y su realidad espiritual, no hay otro camino más que mirar a Cristo, de quien la Iglesia constituye el cuerpo y de quien ella nace, en un acto de infinito amor. También en Cristo, en efecto, en virtud del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana y una naturaleza divina, unidas en la misma persona de modo admirable e indisoluble. Esto vale de modo análogo también para la Iglesia. Y como en Cristo la naturaleza humana secunda plenamente la naturaleza divina y se pone a su servicio, en función de la realización de la salvación, así sucede, en la Iglesia, por su realidad visible, respecto a la naturaleza espiritual. También la Iglesia, por lo tanto, es un misterio, en el cual lo que no se ve es más importante que aquello que se ve, y sólo se puede reconocer con los ojos de la fe (cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 8).

Así, pues, en el caso de la Iglesia, debemos preguntarnos: ¿cómo es que la realidad visible puede ponerse al servicio de la realidad espiritual? Una vez más, podemos comprenderlo mirando a Cristo. Cristo es el modelo de la Iglesia, porque la Iglesia es su cuerpo. Es el modelo de todos los cristianos, de todos nosotros. Cuando se mira a Cristo no hay lugar a error. En el Evangelio de san Lucas se relata cómo Jesús, al volver a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga y leyó, refiriéndolo a sí mismo, el pasaje del profeta Isaías donde está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (4, 18-19). He aquí: como Cristo se valió de su humanidad —porque también era hombre— para anunciar y realizar el designio divino de redención y de salvación —porque era Dios—, así debe ser también para la Iglesia. A través de su realidad visible, de todo lo que se ve, los sacramentos y el testimonio de todos nosotros cristianos, la Iglesia está llamada cada día a hacerse cercana a cada hombre, comenzando por quien es pobre, por quien sufre y está marginado, de modo que siga haciendo sentir en todos la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, a menudo como Iglesia experimentamos nuestra fragilidad y nuestros límites. Todos los tenemos. Todos somos pecadores. Nadie de nosotros puede decir: «Yo no soy pecador». Pero si alguno de nosotros siente que no es pecador, que levante la mano. Veamos cuántos… ¡No se puede! Todos lo somos. Y esta fragilidad, estos límites, estos pecados nuestros, es justo que nos causen un profundo dolor, sobre todo cuando damos mal ejemplo y nos damos cuenta de que nos convertimos en motivo de escándalo. Cuántas veces, en el barrio, hemos escuchado: «Pero, esa persona que está allá, va siempre a la iglesia pero habla mal de todos, critica a todos…». Esto no es cristiano, es un mal ejemplo: es un pecado. De este modo damos un mal ejemplo: «Y, en definitiva, si este o esta es cristiano, yo me hago ateo». Nuestro testimonio es hacer comprender lo que significa ser cristiano. Pidamos no ser motivo de escándalo. Pidamos el don de la fe, para que podamos comprender cómo, a pesar de nuestra miseria y nuestra pobreza, el Señor nos hizo verdaderamente instrumento de gracia y signo visible de su amor para toda la humanidad. Podemos convertirnos en motivo de escándalo, sí. Pero podemos llegar a ser también motivo de testimonio, diciendo con nuestra vida lo que Jesús quiere de nosotros.”

 

Existe una realidad común, porque nos corresponde a los hijos de Dios que hemos sido bautizados, que tiene que ver con lo que somos y con lo que, entonces, debemos hacer: somos miembros de la Iglesia católica y, con nuestra persona y espíritu, damos forma a la divina institución que fundó Jesucristo y de la que dio las llaves a Pedro, antes Cefas y luego santo del pueblo de Dios.

El caso es que también es común, como bien dice el Papa Francisco, achacar a “la Iglesia”, así dicho en general, de los males más diversos. Y esto supone no reconocer que la Iglesia, como tal, es santa y que lo es porque su fundador lo fue, porque se han reconocido muchos santos dentro de ella y porque todos estamos llamados a la santidad. Por tanto, la Iglesia, como tal, así dicho, ni peca ni es mala. Sí pecamos y sí somos, nosotros, los que caemos en las tentaciones del Maligno.

Todos, pues, formamos la Iglesia católica y sobre nosotros, pues, han de recaer los males que a ella se puedan achacar.

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4.12.14

Falsedades acerca de la Iglesia católica – La fe católica no van con los tiempos…

-Vamos a ver si encontramos algo de luz.

-Eso, eso, veamos…

 

 Falsedades y mentiras contra la Iglesia católica

 

Es bien cierto que a la Iglesia católica y, por extensión, a los católicos, se le tiene, se nos tiene, por parte de muchos, una manía ciertamente enfermiza.

 

Si creen que exagero les pongo lo que suele decirse de la religión católica, de la fe católica y, en fin, de la Iglesia católica. Aquí traigo esto para que vean hasta qué punto puede llegar la preocupación por un tema que es, ciertamente, falso.

 

Se suele decir que:

 

La fe católica está manipulada por la jerarquía.

 

La fe católica no va con los tiempos.

 

La fe católica ve poco sus propios defectos.

 

La fe católica pretende adoctrinar al mundo.

 

La fe católica está alejada de la realidad.

 

La fe católica defiende siempre a los poderosos.

 

La fe católica quiere imponer sus principios.

 

La fe católica no sabe cómo van los tiempos.

 

La fe católica está anquilosada.

 

La Iglesia católica acumula riquezas inmensas.

 

La Iglesia católica busca el poder aunque sea de forma escondida.

 

La Iglesia católica no acepta cambios en sus doctrinas.

 

La Iglesia católica es gobernada por una jerarquía carca.

 

La Iglesia católica no comprende la política actual.

 

La Iglesia católica esconde sus propios defectos.

 

La Iglesia católica no actúa contra determinados delitos que ocurren en su seno.

 

La Iglesia católica tiene muchos privilegios (sociales, económicos, educativos…)

 

Y a esto, se podían añadir muchas cosas, muchas acusaciones que están en mente de cualquiera.

 

¿Qué les parece a ustedes?

La fe católica no va con los tiempos…

 

 

  

Esta es una acusación muy común de la que hacen uso aquellos que se oponen a la Iglesia católica. Al parecer la Esposa de Cristo ha de estar a la última en todo lo que se refiere a… todo.

Muy bien. Eso puede estar la mar de bien para quien no tiene más problema que preocuparse por el mundo y sus mundanidades, por las últimas novedades tecnológicas o los últimos eventos sociales.

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3.12.14

“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- ¿Creer sin practicar?

 La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

 

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

 

Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

 

¿Son, pues, otros tiempos?

 

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

 

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

 

El caso es que, como es lógico, las cosas han cambiado mucho, para el ser humano, desde que Jesús dijera aquellas palabras u otras de las que pronunció y quedaron para la historia del creyente católico como Palabra de Dios.  Por eso no es del todo extraño que se pueda lanzar la pregunta acerca de si estos son otros tiempos pero, sobre todo, que qué suponen los mismo para el sentido primordial de nuestra fe católica.

 

Por ejemplo, si de la jerarquía eclesiástica católica se dice esto:

 

Por ejemplo, de la jerarquía eclesiástica se dice:

Que le asusta la teología feminista.

Que es involucionista.

Que apoya a los sectores más reaccionarios de la sociedad.

Que participa en manifestaciones de derechas.

Que siempre ataca a los teólogos llamados progres.

Que deslegitima el régimen democrático español.

Que no se “abre” al pueblo cristiano.

Que se encierra en su torre de oro.

Que no se moderniza.

Que no “dialoga” con los sectores progresistas de la sociedad.

Que juega a hacer política.

Que no sabe estar callada.

Que no ve con los ojos del siglo XXI.

Que constituye un partido fundamentalista.

Que está politizada.

Que ha iniciado una nueva cruzada.

Que cada vez está más radicalizada.

Que es reaccionaria.

Y, en general, que es de lo peor que existe.

 

Lo mismo, exactamente lo mismo, puede decirse que se sostiene sobre la fe católica y sobre el sentido que tiene la misma pues, como los tiempos han cambiado mucho desde que Jesús entregó las llaves de la Iglesia que fundó a Pedro no es menos cierto, eso se sostiene, que también debería cambiar la Esposa de Cristo.

 

Además, no podemos olvidar el daño terrible que ha hecho el modernismo en el corazón de muchos creyentes católicos.

 

Por tanto, volvemos a hacer la pregunta: ¿son, éstos, otros tiempos para la Iglesia católica?

 

“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- ¿Creer sin practicar?

Decir esto mueve, de verdad, a espanto: “Yo creo pero no practico”.

 

Si bien lo miramos quiere decir mucho y, también, poco y, en realidad, retrata de sobra a quien eso sostiene sin empacho y sin que se le caigan los palos del sombrajo.

 

A este respecto podemos poner una serie de ejemplos que, a lo mejor, dan mejor a entender lo que aquí tratamos:

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2.12.14

Un amigo de Lolo – El amor de Dios en el corazón del hombre

Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

 El amor de Dios en el corazón del hombre

 

El Amor es la huella de Dios y por eso, precisamente, es por lo que el corazón del hombre se ha hecho tan tierno y tan cálido, para que en él se puedan grabar fácilmente los surcos de las yemas de Dios y ya se nos queden puros, flamantes y vivos.

Los dedos de Dios -lo sabéis, amigos- son como los caudalosos ríos que vierten la ternura de su corazón. Las rosas a que huele el agua, la caricia a que sabe y la fiebre con que se bebe, no son de la rosa, del río o los labios, sino de la vida, que al curso y al hombre le vienen de la fuente.

Yo, hermanos, traigo el horizonte a mi contorno y reverencio el ardor que me vive dentro, porque también busco en mí la redondez de  una rosa; rompo mis fronteras y me siembro en los dulces ojos de una mujer; me hago pájaro del nido de un hogar y hoguera que prende en el bosque de los hombres.

Que ¿cómo pudo ocurrir esto, si nuestro corazón es tan breve? Sí, pero también, por él, el mundo entero se le encaja dentro. Y no es que nos lo achique el desencanto, sino que, precisamente, el encanto del Amor es el que nos lo ha dilatado de tal modo que envuelve el mundo”.

(Bien venido, amor. pp. 47-48)

  

En este texto,  de su “Bien venido, amor”,  Manuel Lozano Garrido abunda en algo que es muy importante y que no deberíamos olvidar nunca: qué es el Amor de Dios en el hombre, en su criatura; qué nos procura.

Lo que hace al hombre bueno (aún siendo pecador) es que Dios lo ha creado y, creándolo, le ha dado un corazón en el que ha puesto la semilla de Amor del Padre, la esperanza de estar con el Señor para siempre. Y ahí reside el gran encuentro del hombre con su Creador.

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