InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Octubre 2014

20.10.14

Serie oraciones – invocaciones - Romano Guardini: para nuestra comunidad eclesial

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre 
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud. 

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso. 

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador. 

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Durante unas cuantas semanas vamos a dedicar esta serie a un gran católico como lo fue, y es, Romano Guardini. En su libro “Cartas sobre la formación de sí mismo” dedica una de ellas a la oración. En tal carta desgrana una serie de oraciones que vale la pena traer aquí. Y así lo haremos, con la ayuda de Dios.

Serie Oraciones – Invocaciones: Romano Guardini: para nuestra comunidad eclesial

Romano Guardini

“Señor, sé Tú el guía de nuestra vida. Haznos libres del egoísmo, de la arrogancia y de las palabras grandilocuentes. Danos una mirada clara para que veamos qué es lo que es lo más importante. Danos una voluntad firme para que podamos llevarlo a la práctica en la vida diaria. Haz que nuestra comunidad lo sea verdaderamente en la lealtad y en la disposición a ayudar. Danos la recta fraternidad. Quita todos los engaños de ella; haz que sea pura y llena de una saludable severidad. Enséñanos a obedecer en libertad a quienes han recibido poder de Ti. Enséñanos a alegrarnos de tu bello mundo, pero a ser austeros y a estar libres de la avaricia y de la sed de placeres. Enséñanos a trabajar con ánimo alegre, pero que tu voluntad nos importe más que toda obra nuestra. Bendícenos, omnipotente Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

Los católicos no somos islas. Es cierto que eso es lo que quieren quienes se manifiestan contra nuestra fe pero nosotros sabemos que vivimos, nos movemos y existimos dentro de un grupo, dentro de una comunidad eclesial.

Pues bien, Romano Guardini, después de habernos propuesto oraciones para empezar y acabar el día, para dirigirnos a Dios, a su Espíritu o a la Virgen María, termina este capítulo de su libro “Cartas sobre la formación de sí mismo” con una propuesta de oración importante y que tiene todo que ver con lo que Cristo quiso que fuéremos sus discípulos: uno.

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19.10.14

La Palabra del Domingo - 19 de octubre de 2014

 Mt 22, 15-21.

 Biblia

 “15 Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. 16     Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: ‘Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas  el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas.17 Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?’18 Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: ‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis? 19 Mostradme la moneda del tributo.’ Ellos le presentaron un denario.     20 Y les dice: ‘¿De quién es esta imagen y la inscripción?’ 21 Dícenle: ‘Del César.’ Entonces les dice: ‘Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.’”

        

 

COMENTARIO

 

A Dios lo que es de Dios

 

Seguramente la expresión de Jesús, lo que nos dice, en este texto del evangelio de San Mateo, es una de las más conocidas. Y de ella, además, se ha interpretado lo que tiene que ver con la vida, en general del creyente católico.

 

Sin embargo, siendo esto importante (y algo se dirá después) el caso es que el contexto en el que Jesús dice lo que dice tiene mucho que ver con la trampa y con el engaño aunque, de verdad, también tiene que ver con la ignorancia absoluta acerca de Quién era Jesús cuando habla al respecto del César y de Dios.

 

En cuanto a la trampa y al engaño, aquellos que querían perseguir a Jesús porque no entendían lo que decían y, también, porque creían que no les convenía para nada, buscan cogerlo en un renuncio. Por eso le preguntan acerca de los impuestos que los judíos han de pagar al invasor romano.

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18.10.14

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” - Ir al Padre por el Camino, con la Verdad y la Vida

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en losversículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que diceFrancisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo

Ir al Padre por el Camino, con la Verdad y la Vida

El Camino, la Verdad y la Vida

Y Jesús dijo… (Jn 14, 6-7 )

”Le dice Jesús: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.”

Como es más que sabido y conocido, Jesús, en su predicación, se dirigió muchas veces a aquellos que le seguían. Y también sabemos que no hablaba por hablar o por entretener a sus oyentes sino porque cada una de sus palabras tenía un significado que llevaba, directamente, a la eternidad, a la vida eterna.

Había algo esencial para la vida de un ser humano: saber que su Padre es Dios Todopoderoso y que Cristo, Jesucristo, era su Enviado al mundo para que el mundo se salvase. Y no era poca cosa sino, al contrario (por lo que suponía): la más importante de todas.

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17.10.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - María, luz de la fe

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”(Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título“Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

María, luz de la fe

Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45)
58. En la parábola del sembrador, san Lucas nos ha dejado estas palabras con las que Jesús explica el significado de la « tierra buena »: « Son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia » (Lc8,15). En el contexto del Evangelio de Lucas, la mención del corazón noble y generoso, que escucha y guarda la Palabra, es un retrato implícito de la fe de la Virgen María. El mismo evangelista habla de la memoria de María, que conservaba en su corazón todo lo que escuchaba y veía, de modo que la Palabra diese fruto en su vida. La Madre del Señor es icono perfecto de la fe, como dice santa Isabel: « Bienaventurada la que ha creído » (Lc 1,45)
En María, Hija de Sión, se cumple la larga historia de fe del Antiguo Testamento, que incluye la historia de tantas mujeres fieles, comenzando por Sara, mujeres que, junto a los patriarcas, fueron testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de la vida nueva. En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres. San Justino mártir, en su Diálogo con Trifón, tiene una hermosa expresión, en la que dice que María, al aceptar el mensaje del Ángel, concibió « fe y alegría »[49]. En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo[50].50 Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de Dios encarnado.
59. Podemos decir que en la Bienaventurada Virgen María se realiza eso en lo que antes he insistido, que el creyente está totalmente implicado en su confesión de fe. María está íntimamente asociada, por su unión con Cristo, a lo que creemos. En la concepción virginal de María tenemos un signo claro de la filiación divina de Cristo. El origen eterno de Cristo está en el Padre; él es el Hijo, en sentido total y único; y por eso, es engendrado en el tiempo sin concurso de varón. Siendo Hijo, Jesús puede traer al mundo un nuevo comienzo y una nueva luz, la plenitud del amor fiel de Dios, que se entrega a los hombres. Por otra parte, la verdadera maternidad de María ha asegurado para el Hijo de Dios una verdadera historia humana, una verdadera carne, en la que morirá en la cruz y resucitará de los muertos. María lo acompañará hasta la cruz (cf. Jn 19,25), desde donde su maternidad se extenderá a todos los discípulos de su Hijo (cf. Jn 19,26-27). También estará presente en el Cenáculo, después de la resurrección y de la ascensión, para implorar el don del Espíritu con los apóstoles (cf. Hch 1,14). El movimiento de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu ha recorrido nuestra historia; Cristo nos atrae a sí para salvarnos (cf. Jn 12,32). En el centro de la fe se encuentra la confesión de Jesús, Hijo de Dios, nacido de mujer, que nos introduce, mediante el don del Espíritu santo, en la filiación adoptiva (cf. Ga 4,4-6).

Lumen fidei

A lo largo de la visión que hemos aquí traído,sobre la primera Carta Encíclica del Papa Francisco de título “Lumen fidei”, hemos podido ver que el Santo Padre tiene una idea fundamentada acerca del papel que la fe católica juega en la vida del creyente. Muchos aspectos han correspondido comentar porque muchos son los que contienen este documento del Papa.

Pues bien, como es de esperar en un católico, lo último que refiere el Papa Francisco ha de ser considerar el papel de la Virgen María en la fe de su Hijo y, así, en la nuestra. Y con ello termina Lumen fidei.

Sin duda alguna, María, Madre de Jesús y Madre nuestra, tuvo una notable importancia en la transmisión de la fe, en la luz que la fe trajo al mundo cuando nació Jesucristo.

Es bien cierto que, en el papel que corresponde gozar a la joven a la que se apareció el Ángel Gabriel, es propio del mismo ser testigo de la fe que Dios quiso que el mundo tuviera acerca de su existencia y de la vigencia de su Ley y su Palabra Y la Virgen María fue, en tal sentido, un testigo muy cualificado.

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16.10.14

¡Detente!

 ¡Detente!

Esta expresión, para un creyente, quiere decir mucho porque supone, en primer lugar, que se opone a quien quiere detener y, en segundo lugar, que sabe que puede confiar en Quien puede ayudar a detener al Mal. No está solo. 

 

El ¡Detente!, instrumento espiritual de gran ayuda para el creyente, tiene su origen en Santa Margarita María Alacoque que dejó escrito esto:

 

“El Señor me hizo ver que el ardiente deseo que tenia de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número, le había hecho formar el designio de manifestar su Corazón a todos los hombres, con todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracias, de santificación y de salvación que contiene. A fin de que cuantos quieran rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que puedan, queden enriquecidos abundante y profusamente con los divinos tesoros del Corazón de Dios, cuya fuente es, y al que se ha de honrar bajo la figura de su Corazón de carne, cuya Imagen quería ver expuesta y llevada por mi sobre el corazón, para grabar en él su amor y llenarlo de los dones de que está repleto, y para destruir en él todos los movimientos desarreglados; que esparciría sus Gracias y Bendiciones por dondequiera que estuviere expuesta su Santa Imagen para tributarle honores, y que tal bendición seria como último esfuerzo de su amor, deseoso de favorecer a los hombre en estos últimos siglos de la Redención amorosa”.

 

Abunda, por eso mismo, la misma santa cuando en una carta a la Madre de Saumaise y le dice que

“Nuestro divino Maestro me ha dicho que desea y quiere que se hagan imágenes pequeñas de su Divino Corazón, para que aquellos que quieran Honrarlo en privado, puedan tenerlas en sus casas, y otras pequeñas para llevarlas sobre sí”

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