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9.01.11

La palabra del Domingo - 9 de enero de 2011 - Cumplir la voluntad de Dios

Biblia

Mt 3,13-17

13 Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él.
14 Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?»
15 Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó.
16 Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. 17 Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»

COMENTARIO

Cumplir con la voluntad de Dios

Era ya de más de un estadio de longitud la distancia que separaba al Bautista del último de los que querían ser bautizados. Y parecía que, llevados por una fe necesaria o atraídos por una curiosidad que esa labor transmitía, peregrinos venidos desde poblados lejanos o acercándose desde las proximidades del río, esperaban su turno para pasar, tras la inmersión acuática, a formar parte del discipulado de Juan.

Entonces, cuando parecía que el día sería largo y trabajoso el convertir, apareció, majestuosa en demanda, la figura mansa de Jesús.

Se apoderó de Juan la sensación de que no podría llevar a cabo aquella parte tan sustancial de su labor, que ante el Mesías no sabría responder con la suficiente grandeza. Eso sin saber que éste sólo pretendía cumplir este tan importante paso, ya fijado por su Padre.

Se resistió el Bautista, pretendiendo que su dignidad no estaba a la altura de su persona, que era él mismo quien debía ser bautizado por Jesús, que si no debería ni atarle las sandalias… y se excusaba al no sentir la fortaleza necesaria para lo que tenía que hacer.

Pero quien esperaba el bautizo, revestido de la gracia que Dios, su Padre, le entregó, tranquilizó su alma y supo hacerse entender. Su misión había llegado a su punto culminante.

Cuando, tras el bautizo, Jesús salió del Jordán, y pudo ver como el Espíritu Santo se posaba sobre sí, la voz de Dios confirmó a Juan que, ya desde el seno de Isabel, su camino estaba perfectamente trazado, que sus manos bendecían, tan sólo, una afirmación escrita en la voluntad del Padre.

Algo así podemos suponer que aconteció en el bautismo de Jesús.

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