InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Julio 2008, 28

28.07.08

Disidencia en la Iglesia: cuando la luz ciega demasiado

Lucas, que antes de ser santo fuera médico de Pablo antes de que éste fuera, también, elegido para tal expresión del Amor de Dios, lo resumió así en sus Hechos de los Apóstoles (9:3-9):

Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Preguntó él: «¿Quién eres tú, Señor?» Y él respondió: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer.» Los hombres que lo acompañaban se habían quedado atónitos, pues oían hablar, pero no veían a nadie, y Saulo, al levantarse del suelo, no veía nada por más que abría los ojos. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Allí permaneció tres días sin comer ni beber, y estaba ciego

Se suele decir que, en tal momento, gozó Pablo de una conversión que lo llevaría por el mundo como Apóstol de los Gentiles que, dígase lo que se diga, suponía un añadido de valor a su ya difícil misión de transmisor de la Palabra de Dios.

Lo que hizo, a partir de tal momento, es fácilmente constatable porque se encuentra, palabra por palabra, en las Sagradas Escrituras

Pero algo hay de importante que destacar en el episodio de la conversión de Pablo y es que, en un principio, se quedó ciego. Poco más abajo se dice que: “Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.» 18 Al instante se le cayeron de los ojos una especie de escamas y empezó a ver. Se levantó y fue bautizado” (Hechos 9:11-18)

Luego, Paulo volvió a ver y no quedó cegada su mente ni su corazón por la luz que lo descabalgó del caballo. De no haberse producido tal echo bien podría decirse que su conversión le habría servido para poco cuando, al contrario, tenía una misión encomendada de gran valor para la Iglesia naciente.

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