Hoy es el final y, casi, el principio

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En efecto, hoy es 31 de diciembre y eso viene a querer decir que se termina otro año de la vida del mundo y, claro, de nosotros mismos. Y eso, sabiendo que, en cualquier momento podemos ser llamados por Dios a dar cuentas de lo que hemos sido en su Tribunal… pues está bien aunque, claro, nunca sabemos qué es lo mejor. 

Bueno. El caso es que hoy termina este año que es el 2018 desde que se cuenta en el “después de Cristo”. Por tanto, nuestra existencia tiene todo que ver con la de aquel Dios que quiso hacerse hombre y nació hace muchos, muchos, siglos. Pero nosotros, que no olvidamos lo bueno de todo aquello, contamos el tiempo desde aquel momento en el que, en una noche más que buena y tras ella vino al mundo el Mesías. 

Y hoy es 31 de diciembre. Se acabó, se terminó otro periodo de doce meses humanamente hablando porque ya sabemos que una cosa es eso y otra, muy distinta, lo que a nosotros nos ha pasado en el corazón. 

Sí, el Cielo (Dios quiera y nosotros pongamos todo de nuestra parte) está más cerca que el pasado 1 de enero. Y los pasos que hayamos dado en tal sentido tienen consecuencias, como bien sabemos. Y las mismas tienen todo que ver con nuestra salvación eterna. 

Todo, en tal sentido, termina hoy pero todo, también empieza mañana, 1 de enero. Y, por decirlo así, todo está por ver y todo por pasar. Y como mañana vamos a dedicar estas letras a la Virgen María, de la cual celebraremos un día muy especial, digamos hoy lo que nos parece lo que ha de venir, vamos, el porvenir.

Bien podemos preguntarnos qué es lo que este nuevo año puede plantearnos y qué, sobre todo, podemos responder atendiendo, en primer lugar, a la voluntad de Dios.

 

¿Qué en cuanto a  nuestra práctica religiosa? 

En tal aspecto, las huellas de Dios nos marcan un claro camino a seguir: la oración, el rezo, las prácticas piadosas a favor de los desfavorecidos siguen siendo, para los creyentes y practicantes, unas pautas a seguir que no podemos abandonar. Incrementar cada una de ellas debería ser un objetivo a alcanzar.

¿Qué en cuanto a la defensa de la fe? 

Seguramente, este año 2019 va a ser un año muy duro para la fe católica que profesamos (Sí, seguramente, puede empeorar la cosa, no nos engañemos). Nubarrones bastante negros se aproximan por el horizonte de la vida y tenemos la grave obligación (de hijos de Dios) de estar preparados para rebatir las asechanzas que el Maligno (en sus diversas formas) ha de estar urdiendo, ya, en los pensamientos de más de una persona dotada de un poder con el que hacer daño.

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¿Qué en cuanto a la evangelización? 

A cada cual, en cada circunstancia particular, le corresponde llevar a cabo la evangelización que Dios le haya encomendado o de la que, simplemente, se haya atrevido a hacerse cargo. Seguramente son muchos los sectores sociales, conocidos perfectamente por nosotros, en los cuales la Palabra de Dios podría ser recibida. Es muy posible que no siempre con gusto pero nadie ha dicho nunca que ser cristiano y, además, evangelizador, sea nada fácil… pero sí gozoso.

 ¿Qué en cuanto a la misma Fe? 

Y, en cuanto a la creencia en Dios, a la filiación divina de la que gozamos y, sobre todo, a la realidad misma de pertenencia a un Reino del que somos deudores perpetuos, sólo nos cabe, ahora mismo y en lo sucesivo, permanecer, como sarmientos de la viña del Señor, unidos al Padre.

Frente a todos los avatares por los que podamos pasar (y no todos serán buenos ni benéficos para nosotros) siempre nos queda saber que Dios nunca nos abandona y que nuestra fe, firme y serena a la vez, nos permite decir “creo” y, con tal creencia, poder caminar hacia el definitivo Reino de Dios sabiendo, con toda seguridad, que aquello que dijera Tomás cuando comprobó la realidad y verdad de la Resurrección de Jesucristo, “Señor mío y Dios mío”, también es válido para nosotros. 

Mañana, pues, será el primer día de un nuevo año. Y Cuando esto pasa, es decir, únicamente mañana, muchas cosas tenemos por delante. Por así decirlo, con el dicho tan conocido, es el primer día del resto de nuestra vida. 

Como creyentes también tenemos esa nuestra vida por delante. Pero en nuestro caso es algo especial porque no se trata, al menos no se ha de tratar, de un tiempo al que aferrarse sin mayor sentido. Muy al contrario, el considerarnos hijos de Dios nos da un plus de responsabilidad porque no estamos aquí para pasar, sólo, por este valle de lágrimas sino, sobre todo, para que se note de Quién somos creación. 

De todas formas, el año nuevo es futuro que ya está aquí, llegando. 

Es muy posible que para comenzar un año nuevo, sean necesarias algunas realidades espirituales sin las cuales estaríamos vacíos y nuestra vida de cristianos sólo sería una apariencia de nada: 

Fe para no perderla…

Fe para tenerla siempre sobre nosotros…

Fe para recordar de Quién proviene…

Esperanza de lo porvenir…

Esperanza cierta en Dios…

Esperanza en que nos sostendrá en las tribulaciones…

Caridad que haremos propia…

Caridad para los demás…

Caridad infinita ante el agravio…

Ganas de enfrentarse a lo malo…

Ganas de resurgir…

Ganas de dar…

Lucha por conseguir el Reino de Dios…

Lucha por dejar de lado los odios y rencores…

Lucha por ser fruto…

Ambición por transmitir la Palabra de Dios…

Ambición nunca exagerada de vencer al Mal…

Ambición nunca desmesurada de ser cauce de Bien…

Corazón para amar…

Corazón para perdonar…

Corazón para ser sobre el tener…

Espíritu para ser luz y ser sal…

Espíritu renovado ante el mundo que no cree…

Espíritu indomable ante la adversidad…

Manos para ponerlas en las necesidades ajenas…

Manos que no conocen el descanso…

Manos que son caricia y beso del alma…

Esfuerzo para querer ser ilimitadamente buenos…

Esfuerzo para permanecer, en oración, ante el mundo…

Esfuerzo para no dejar, de lado, a Dios…

Luz para transmitir…

Luz no escondida bajo el celemín…

Luz que guíe, que sea cauce, que sea camino…

Sonrisa para alegrar las tristezas ajenas…

Sonrisa perenne ante los adioses procurados por la vida…

Sonrisa calmante…

Capacidad para ser mejores…

Capacidad para vivir sabiéndonos hijos de Dios…

Capacidad para fructificar…

Restitución del espíritu en nuestras ajetreadas vidas…

Restitución de la calma en nuestro corazón…

Restitución de la filiación divina como sentimiento cierto…

 

Ser, así, hijos, para merecer un tal Padre. 

Seguramente se podrían decir muchas cosas más sobre lo que ha de suponer, para cada uno de nosotros, el inicio de un nuevo año en nuestra vida; sobre lo que ha de suponer dar un paso que, desde el primero al último, sea sentido y querido por nuestro corazón de cristianos agradecidos a Dios; sobre lo que ha de suponer reconocer, como huellas, las que el Padre deja a nuestro alrededor para que las reconozcamos y, siguiéndolas, alcancemos su definitivo Reino donde tantas estancias nos está preparando Jesucristo; sobre lo que ha de suponer vernos alejados de la tibieza que tan poco ha de gustar a Dios. 

Y ya, para terminar, no podemos olvidar a alguien que mucho nos ha dicho acerca de lo que pasa hoy mismo, que se termina el año y de lo que puede pasar a partir de mañana. Y nos referimos al Beato de Linares (Jaén, España) Manuel Lozano Garrido que, tantas veces, hemos recordado en estas páginas internáuticas de InfoCatólica. 

Pues bien, en su libro “Las golondrinas nunca saben la hora” hace nuestro Beato (¿Verdad que eres nuestro, Lolo?)  un ejercicio de esperanza en el inmediato futuro y escribe, por tanto, un texto extenso relacionado con las “Doce campanadas” que determinan el comienzo del nuevo año. Pues bien, hoy traemos aquí la “Segunda campana” que dice lo que sigue:

En el preámbulo de 365 días, quiero colocar un ancho sentimiento de aceptación; mi mente y mi corazón como una página en blanco, con la firma muy bien estampada al pie de la cuartilla, para que Tú escribas renglones muy derechos con todos los detalles de tu voluntad. Los labios se morderán para que no entre  una gota de acíbar, pero Tú ya sabes que es que ‘sí’, que lo que quieres es siempre dulce, misericordioso y conveniente”.

 

Decimos, por tanto, que cuando va a empezar un año suele ser común que hagamos planes para nuestra vida. Se trata de unos meses y muchos días los que se abren de par en par para que veamos un campo limpio donde aún no ha crecido ni la cizaña ni otra mala hierba. Por eso miramos a Dios para ofrecer lo que pueda ser y, también, para pedir que sea… si nos conviene que sea.

Todo parece nuevo. Es más, todo lo por venir es nuevo porque aún no hemos acertado a verlo. Y por eso sabemos que lo que anhelamos debemos aceptarlo, antes, en nuestro corazón. Y hacerlo con uno que sea el propio de un hijo de Dios.

Tener un corazón de hijo supone mucho. No se trata de un aditamento o un añadido a nuestra vida sino, más bien, de la manifestación de una naturaleza que es la que es porque Quien todo lo puede ha querido que así sea. Y por eso, por eso mismo, vemos en Dios a Quien puede permitir que nuestro ser… sea.

Está más que bien ofrecerse a Dios por completo. Hacer eso supone, de forma inmediata (recordemos los dos mandamientos en los que, Jesús dixit, se resume la Ley los profetas) hacerlo con nuestro prójimo. Y, puestos a aceptar a Dios en nuestra vida, con todo lo que eso supone, debemos hacer otro tanto con aquel que nos rodea, con quien está cerca de nosotros… o lejos, también hermano nuestro.

Debemos, sin embargo, dar un paso más en el ofrecimiento a Dios.

Su Santa Providencia ha de ser el sustento de nuestra vida. Es más, alejarse de ella, no dejar que su voluntad sea nuestra guía es el camino más recto que nos lleva al abismo.

Aceptamos, pues, aceptemos, por tanto, lo que Dios quiere para nosotros. Así actuaremos como fieles hijos que aman a su Padre y no pueden, entonces, defraudarlo ya desde lo mínimo de una existencia de descendencia divina. Dejémonos, así, llevar por la mano siempre amorosa, siempre justa y misericordiosa de Quien nos ama porque nos ha creado.

Se podría decir que con esto tenemos más que suficiente, que nuestra vida, humilde y nada ante Dios, no da para más y que nos basta con creer y agradecer. Pero aún hay más que es la otra cara de una existencia arraigada en el Creador.

Nuestra vida no puede ser algo poco agradable al prójimo de la que se pueda decir que poco parece ser la propia de un hermano y discípulo de Cristo. Al contrario ha de ser la verdad y nos conviene que así sea.

Por eso, nada más que por ser hijos de Dios, sabemos que pase lo que nos pase todo es para bien de nosotros mismos, los que amamos al Creador. Y nosotros, aquellos que tenemos al prójimo por parte del Cuerpo de Cristo, debemos aceptar, de buena gana y no a regañadientes, lo que el Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!) nos envíe porque a eso se le puede llamar llevar una buena filiación divina. Y es, exactamente, eso.

Valga, pues, esta campanada, para agradecer a Dios ser Dios y ser Padre y, además, por permitirnos, ahora mismo, poder decírselo. 

Desde este humilde blog les deseo un buen final de año 2018 y un mejor comienzo de 2019.

 

¡Alabado sea Dios que nos ha permitido llegar hasta aquí!

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Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

                                                                                                                            

Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

Termina un año más dado por Dios para que le demos gloria. Así haya sido. Amén.

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Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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