Purificadas son las Almas

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La esperanza que Cristo nos dio desde que dijo que iba a preparar estancias en la Casa de su Padre ha hecho que, a lo largo de los siglos, el anhelo por ocupar alguna de las mismas sostenga los corazones más trémulos y aquietado las dudas de la fe que hayan podido surgir. 

Sí, eso está bien pero ¿qué cuando, al morir, pasa si no hemos sido capaces de blanquear nuestra alma para seguir el estándar de limpieza que Dios somete a nuestra parte espiritual? 

De todas formas, hoy festejamos, tenemos por muy bueno hacer eso, a las Benditas Almas que están (¡Están!) en el único lugar donde se puede ver el Cielo a distancia alcanzable y de donde, sí, se puede salir para subir más alta, allí donde Dios nos mira diciéndonos que nos quiere. 

Ciertamente, tranquiliza mucho nuestra alma saber que, a pesar de ser como somos y, claro, de pecar más de la cuenta (con la siguiente suciedad espiritual) el Creador también había previsto eso. Y creó el Purgatorio-Purificatorio porque quiere a sus hijos, a su semejanza creado a su imagen, cabe sí. Y, para eso, lo mismo que creó el Infierno para aquellas almas que se hayan opuesto definitivamente a su amor y lo hayan rechazado, hizo lo propio con lo que sabemos que existe porque está puesto para nuestro bien y para beneficio de las almas que, en su día, de unirán a sus cuerpos en el último día, cuando vuelva Cristo en su Parusía. 

Purificar nuestra alma, claro, requiere también fuego. 

Alguien puede decir que, al fin y al cabo, también en el Infierno hay fuego. Sin embargo, con ser el mismo no es la misma consecuencia de eso que produce su acción en las almas. 

Queremos decir que, si en el Infierno el fuego quema como castigo y nunca limpia lo que quiso quedar sucio para siempre, el del Purgatorio-Purificatorio, que también quema, lo hace bajo la esperanza y en ella de que pronto (o tarde, según le toque a cada cual) el Cielo se abrirá o seremos llevados gracias a las oraciones de la Iglesia militante que se acuerde las que allí están. Por eso el fuego, siendo como es, no tiene las mismas consecuencias y, por lo tanto, digámoslo claramente, no es lo mismo. 

Debemos dejarlo dicho con toda claridad: ayer recordamos a los santos, a los que, reconocidos por la Iglesia no (con, una fama dicha de santidad en el mundo y así reconocida por Dios) y hoy a las almas que están en “tránsito” hacia el definitivo Reino de Dios. 

Esto lo decimos porque, a veces, nos olvidamos de las almas que se encuentran en el estado intermedio que existe entre la vida en el mundo y el Cielo al que debe aspirar todo aquel que tenga el corazón o, incluso, sucio pero quiera ser limpiado. Y en ellas nos fijamos porque merecen recuerdo y porque de nosotros depende (¡sí, también de nosotros!) que su estancia en el Purgatorio-Purificatorio sea más corto (aunque tenemos por verdad que allí no existe el tiempo como nosotros lo concebimos pero alguno habrá de ser o alguna habrá de ser la duración que se tenga que pasar) no con ellos violentado la Voluntad de Dios y su Juicio particular sobre cada una de ellas. Es más, es, precisamente por amor por lo que Dios aquieta su sentencia y considera (puede considerar) buenos los sacrificios, mortificaciones y oraciones ofrecidas por las Benditas Almas del Purgatorio-Purificatorio.

 

Seamos capaces

de ofrecer, de dar a Dios

lo que nos pide el alma

por nuestras hermanas

purificadas.

 

Seamos capaces

de mortificar,

de querer ser menos

para que sea tenido en cuenta

en su particular fuego.

 

Seamos capaces

de orar con perseverancia

por aquellas almas Benditas

que esperan el momento

de subir al Cielo, arriba.

 

Purificadas son las almas

que a Dios han de llegar,

y nosotros, aquí abajo,

las debemos mirar

y estar más seguros

que el Padre nos ha de escuchar.

 

Benditas del Purgatorio-Purificatorio, rogad por nosotros.

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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