La Palabra del Domingo - 23 de septiembre de 2018

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Mc 9, 30-37

“30 Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, 31 porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: ‘El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le  matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.’ 32     Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. 33 Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: ‘¿De qué discutíais por el camino?’ 34 Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. 35    Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: ‘Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.’ 36 Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: 37 ‘El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.’” 

 

COMENTARIO

Como niños

Jesús, que conocía y comprendía la naturaleza humana y sabía por lo tanto, cual era la verdadera razón del comportamiento de sus discípulos, sabe cómo debe explicar las cosas para que las entiendan. Él sabía cuál era su misión y que, por eso, debía de transmitir la verdadera Ley de Dios y tratar de que aquellos que serían sus testigos (en el sentido más puro, mártires) tuvieran claro cierto tipo de cosas porque de eso dependía una transmisión correcta.

Es evidente que sus discípulos no podían entender, aún, lo que oían de la boca del Maestro. Que lo fueran a juzgar y a ajusticiar no cabía en su pensar de hombres. Eso lo harían más tarde cuando, precisamente, ocurra lo que les dice y se den cuenta, de verdad, de que lo que les decía era totalmente cierto. Ahora, al contrario, la profecía de Jesús sólo podía producirles malestar y desasosiego.

Como hombres temen preguntar. Esto sólo podía ser debido a dos razones: o era bien porque temían que descubriera su ignorancia (¡cómo si no lo supiera el Mesías!) o porque temían que conociera su verdadera ambición (¡cómo si no lo supiera el Enviado!).Tenían a Jesús por hombre, como lo era, pero sólo por hombre, y tras su muerte, alguno de ellos debía de sucederle. Ese era su pensar. Cosas de hombres, de ambición humana y de reconocible voluntad equivocada.

Pero claro, Jesús, que ya conocía de lo que iban discutiendo por el camino  (por eso les dice qué es lo que debía hacer alguno si quería ser el primero) les aclara, con meridiana luz, las condiciones que ha de cumplir el que será el primero. Son dos. Pero no son excluyentes sino que se han de sumar, unir, ser eficaces en su conjunto. Esto lo digo por lo que sigue.

Dice Jesús que quien quiera ser el primero “será el último de todos y el servidor de todos”. Es decir, que no dice que se puede ser el primero siendo el último o sirviendo a los demás sino que habrá de cumplir esas dos condiciones: deberá ser el último y, además, y además, repito, deberá servir a los demás.

De esto entendemos yo que quiere decir, el ser el último, el no tener afán de protagonismo, no querer sobresalir sobre los demás, aunque, quizá se tenga razones humanas para ello; el ser, al fin y al cabo, humilde que es virtud a cumplir siempre, siempre, aunque tantas veces sea muy difícil.

Pero no basta con ser el último y quedarse pasivamente así, sin hacer nada y disfrutando, o aunque se disfrute, de eso sabiendo que se hace bien. Hay que hacer algo más.

Ser servidor de todos es lo segundo que se ha de cumplir, además de lo primero. Servir ya sabemos lo que quiere decir: ¿Señor, qué quieres de mí, cómo puedo servir mejor a los demás?, podemos decir con la oración popular. Servir es darse, es olvidarse de lo que se pierde con servir, como propio quiero decir, y dejar en manos de Dios la retribución eterna. Servir es servicio, ser para el otro estrado donde apoyarse, mano que da la mano, luz para quien la necesite, y así todo lo que se quiera decir, que, por otra parte, casi siempre será poco para cumplir con este deber primero si se pretende ser eso: cristiano con conocimiento de causa que sabe la razón de su actuar en el mundo en el que está de paso.

Pero esto no es, sólo, lo que Jesús les dice. Eso sólo no. Aún hay algo más que es, con mucho, más importante. 

Les pone un ejemplo ante el que no cabe respuesta negativa, Se ha de recibir, y ser, al niño y como un niño. Esa falta de ambición, en general, esa generosidad, ese reconocimiento de su incapacidad para tantas cosas, ese reclamo de ayuda tan alejado del orgullo adulto, etc., eso es lo que deben hacer quienes quieran seguirlo. Y esto, en una época donde al niño no era muy tenido en cuenta.

Se recibe así a Dios y no sólo a Jesús. La aceptación del otro pequeño, la consecuencia con unos actos que tanto aprecia Jesús, eso es lo que deben cumplir, porque se acepta en nombre del Mesías y como Él quiere que se acepte. 

Vemos, pues, que este texto de Marcos contiene una gran riqueza para nuestras vidas, de ahora, de mañana, de siempre, así era Quien pronunciaba esas palabras ser el último, ser humilde, ser servidor, servir, ser como un niño, tan necesitado de ayuda y pedirla, sin orgullos falsos y reconociendo esa necesidad… muchas cosas a cumplir, mucho compromiso para nosotros.

¿O no? Que sea que no.

 

PRECES

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren ser como niños.

Roguemos al Señor.

Pidamos a Dios por todos aquellos que quieren ser los primeros y no los últimos.

 

Roguemos al Señor.

 

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a comprender la verdadera situación en la que nos encontramos.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

  

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa.                                                                                                                                         
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

¡Cuánto nos conviene saber quién es Cristo!

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