Serie “Un selfie con la Virgen María - 3 -Unas buenas causas para el selfie

 

 

 Un selfie con la Virgen María                         Un selfie con la Virgen María

 

No podemos negar que muchas veces nos sorprenden los inventos que el hombre, con la ayuda inestimable de los dones de Dios, es capaz de llevar a cabo. Por eso estamos donde estamos en este siglo XXI y no nos hemos quedado quietos en aquellos primeros momentos de nuestra creación. Podemos decir, y no nos equivocaremos, que el Padre nos dio un corazón, además de limpio (aunque luego pasó lo que pasó) muy proclive a hacer rendir las neuronas. 

Haciendo de esto algo de humor negro, hasta el pobre Caín hizo algo impensable con una quijada de animal. Le dio uno uso que, con toda seguridad, no era el que tenía destinado a tener. Y es que el hombre, hasta en esto, es capaz de hacer algo nuevo con lo viejo. 

Esto, de todas formas, lo dejamos escondido (esto sí), bien escondido, debajo de algún celemín para que se vea lo mínimo posible y no dar malas ideas a nadie… 

En fin. El caso es que, como decimos, somos capaces de inventar lo inimaginable. Hasta hay quien dice que algunos tratan de descubrir la inmortalidad. Y es que esto ha sido, desde que el hombre es hombre, el sueño inalcanzable de todo aquel que no sabe dónde tiene su límite y, sobre todo, el de quien ignora, al parecer, que el único que es eterno de toda eternidad es Dios quien, no por casualidad, nos ha creado a cada uno de nosotros con el concurso de nuestros asustados padres terrenos. 

De todas formas, todo lo que, al ser inventado, sirva para el bien de la humanidad ha de tener en refrendo, la aprobación, de todo aquel que se sabe hijo de Dios y quiere, como es lógico, que las cosas vayan mejor si es que eso supone que vayan por el camino trazado por Dios para su descendencia humana. Y es que hay quien, inventando, no hace más que equivocar parte de la senda y se sale de ella con algún que otro mal pretexto de egoísmo personal. Pero a tales personas no va dirigido esto, aunque, bien pensado, a lo mejor podrían cambiar el rumbo y volverse a situar en el camino de ladrillos como si se tratase del mítico Mago de Oz sabiendo, eso sí, que su destino es mucho mejor que la de aquel grupo escaso de amigos bien extraños. 

Cuando en la famosa zarzuela se dice aquella famosa frase de “es que las ciencias avanzan que es una barbaridad” no nos sorprende nada que quisiesen referirse a inventos puramente humanos. Y es que aquellos, en aquellos antiguos tiempos, aún tenían mucho que conocer y cada apertura del conocimiento era como abrir una ventana hacia un futuro que, cada día, se presentaba más sorprendente. Sin embargo, nosotros no nos referimos a eso sino a otro tipo de inventos que tienen todo de espiritual aunque pudiera parecer que no hacemos, sino, uso de algo que está echando su cuarto a espadas en cuanto acercamiento entre personas o, simplemente, acontecimientos en los que queremos estar presentes de una forma tan directa que pareciera que no queremos perdernos ninguno de ellos. 

Nos referimos, claro está, a la utilización de la técnica fotográfica para dejar constancia de nosotros mismos en tal o cual situación. Y sí, nos referimos al palabro inglés que, de uno mismo, un en sí mismo, hace una realidad presente: el selfie. 

Alguien puede decir que estamos algo equivocados porque ¿qué tiene que ver con la fe cristiana, aquí católica, esto de tal tipo de imágenes? 

Sin embargo, no queriendo contrariar tal pensamiento, podemos decir que podemos hacer uso de tal avance de la técnica para hacernos, eso, un selfie, pero con alguien muy especial para nosotros. Y es que si hay alguien que no esté de acuerdo en hacerse uno con la Madre de Dios, digamos, en directo, que levante la mano y lo diga. Y no decimos que tire la primera piedra porque siempre puede haber quien tenga afición a echar, sobre los demás, sus culpas propias… 

Todo lo dicho hasta ahora, ahí arriba, es para animarnos a usar tal técnica pero aplicándola a una hipotética sesión fotográfica que, de improviso, nos pudiera surgir. Y no queremos referirnos a ningún tipo de aparición de la Virgen María (la Madre sabe qué hacer a tal respecto) sino a una imaginaria situación que se nos pudiese presentar sin nosotros haberlo esperado. 

De todas formas, no podemos negar que nuestra Madre del Cielo estaría más que dispuesta a tal tipo de situación pues ¿qué mejor para Ella que siempre nos quiere cerca que tenernos a tan escasa distancia del alma? 

Por cierto, si un selfie, ordinariamente, se hace, digamos, de improviso, casi sin pensarlo (como decimos arriba), aquí vamos a hacer uno que, en esto, es totalmente innovador: vamos a pensar más que bien qué supone el mismo, cómo nos presentamos nosotros ante la cámara del alma y cómo, por fin, se presenta la Virgen María con su Niño en brazos. Y es que en esto, también Ella nos permite hacer cosas distintas…

3 -Unas buenas causas para el selfie

 

Ante una Madre como es la Virgen María, que un hijo suyo quiera estar muy cerca de ella no debería ser novedad ni nada por el estilo. Es normal que eso pase. 

Sin embargo, no por eso vamos a dejar la cosa así… como si no tuviesen importancia las causas por las cuales nosotros ansiamos esto. Y es que de nada serviría una fe que se sustentase sobre el sólo sentimiento y movimiento sentimental del corazón que, como sabemos, es muy volandero y cambiante. Y no. Nosotros sabemos qué es lo que, para nosotros, tiene importancia y sobre lo que queremos sustentar este instrumento tan de hoy como es el selfie pero enraizado en una fe que tiene forma, sustancia y doctrina. 

Pues bien, hay mucho sobre lo que hacer eso. No podemos decir, entonces, que no tengamos asideros espirituales que, basados en la Madre de Dios, insten a nuestro corazón a querer y ansiar vernos tan cerca de María. 

Desde que el Hijo de Dios, casi a punto de morir, dijera a su discípulo Juan que ahí tenía a su Madre (cf. Jn 19, 27) y aquel la acogiera en su corazón y en su casa, lo que hemos tenido nosotros, sus hijos espirituales, es mucho que agradecer, mucho por lo que querer estar como ahora estamos. 

Ahí radica, para empezar, la primera causa por la cual veneramos a la Virgen María y por la cual queremos selfiarnos (valga esta palabra). Pero hay más, como no podemos dejar de decir.

 

María, es bendita entre las mujeres.

 

Eso se lo dice el Ángel Gabriel en el episodio de la Anunciación. Y eso lo dice no cualquiera que pasara por allí y, como piropo, quisiera decirle eso a la joven judía. No. Eso lo dice quien es enviado de Dios para una ocasión tan especial como era demandar a María si quería ser su Madre. Y eso nos sirve, por tanto, como causa esencial: María ha sido bendecida por Dios y lo ha hecho por sobre cualquier otra mujer que en el mundo, hasta entonces, hubiera existido y, luego, haya venido al siglo.

Por cierto, eso mismo, que era bendita entre las mujeres, se lo dice a María su prima Isabel cuando acude, la primera, en auxilio espiritual y humano de la segunda al saber que estaba embarazada (cf. Lc 1, 42). Y es que, sin duda alguna, el Espíritu Santo, soplando en el corazón de la esposa de Zacarías, había hecho muy bien su trabajo y ella, ¡qué duda cabe!, sabiendo escuchar sus gemidos inefables lo entendió todo a la perfección.

 

Como sabemos, también María era la llena de Gracia.

 

Eso también se lo dice Gabriel a la joven María. Y es que el Creador, que se había prendado del corazón de la que iba a ser su Madre (por misterio que no somos capaces de entender, que entenderemos en el Cielo, pero del cual sólo nos interesa que así fue y en eso creemos) le había otorgado la gracia sobre toda gracia, aquella que la hacía tan especial y, en virtud de la cual, por su crucial influjo, dijo “sí” a lo que se le proponía.

 

Dios, además, estaba con ella.

 

Que el Todopoderoso estuviera con ella pudiera parecer que fuera cosa de poca importancia. ¿Acaso no está, también, con cada uno de nosotros? 

Pues sí y no. Sí en cuanto, en efecto, Dios quiere acompañarnos en nuestro camino hacia su definitivo Reino; no en cuanto, muchas veces, dudamos de nuestra fe y nos apartamos de tal camino. Y eso nunca le pasó a la Virgen María que siempre supo, desde aún una más tierna edad que la de su embarazo, que su amor pertenecía por completo al Creador. Y ella, por tanto, estaba muy especialmente con Dios o, mejor, el Señor con ella. 

En María, también, se habían cumplido las promesas que Dios había hecho a la humanidad en cuanto al envío de un Salvador, de un Mesías. Y eso lo dice, en el momento citado arriba, cuando proclama, a voz en grito:

 

“¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 25)

Quizá podría pensarse que se estaba refiriendo Isabel a lo dicho por el Ángel Gabriel a María (quién sería su hijo, cómo sería llamado, etc.) Sin embargo, es la propia Madre de Dios (entonces sólo lo llevaba en su seno) quien, de forma inmediata, en el Magnificat, hace referencia todo aquello de las promesas de Dios que se iban a cumplir (Lc 1, 46-55):

“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.”

En realidad, todo lo que ha hecho, según dice María y creemos, el Todopoderoso por ella es, en sí mismo, una razón, muchas, para querer permanecer siempre junto a María. Todo, por tanto, como hacer las maravillas que hizo por ella (véase, por ejemplo, hacerla inmune al pecado original, dígase Inmaculada), derribar a los poderosos y darle importancia a los humildes o, también, acoger a Israel como su pueblo por la promesa hecha en su día sobre eso, etc. Todo eso sostiene nuestra fe porque es muestra de hasta dónde Dios amaba a su Madre.

Pero es que en el mismo Magnificat es la Virgen María quien nos dice algo esencial y que es una buena causa de amor: va a ser llamaba “Bienaventurada” por todas las generaciones. Es decir, no aporta algo que, digamos, fuera a ser temporal o momentáneo (digamos, por ejemplo, de los primeros discípulos de su hijo Jesucristo) sino que siempre, siempre, siempre (como diría Santa Teresa acerca de la duración de la gloria) iba a ser así considerada.

A alguien, a lo mejor, le parece poco todo esto: apenas unas pocas causas que hacen que amemos con todas nuestras fuerzas el selfie que queremos hacernos con nuestra Madre del Cielo. Sin embargo, podríamos aportar otras aunque fuera a modo de resumen. Es bien cierto que algunas de estas han sido referidas aquí pero las ponemos para más clarificar y centrar:

1. Por haber sido la elegida por Dios.

2. Por decir “Sí”.

3. Por los siete dolores que tuvo que padecer, que son, a saber: 1º, la profecía de Simeón (Lc 2, 22-35); 2º, La persecución de Herodes y la huida a Egipto (Mt 2, 13-15); 3º, Jesús perdido en el Templo (Lc 2, 41-50); 4º, María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4ª estación); 5º, La Crucifixión y Muerte de Jesucristo (Jn 19, 17-30); 6º, María recibe a su hijo bajado de la Cruz (Mc 15, 42-46) y 7º, La sepultura de Jesucristo (Jn 19, 38-42).

4. Por ser Inmaculada.

5. Porque fue capaz de hacer que Jesús se manifestara al mundo por primera vez aunque Él no quería. Y nos referimos a las bodas de Caná.

6. Por no huir de la Cruz y allí quedarse.

7. Porque Jesucristo nos la dejó por Madre.

8. Porque está aquí, con nosotros, y nunca nos ha abandonado.

9. Porque es Mediadora de nuestro corazón ante Dios.

10. Porque es fiel.

11. Porque es la reina del Cielo y de la tierra.

12. Porque supo permanecer junto a los Apóstoles cuando murió su hijo.

13. Porque nos tiene un amor que no tiene medida alguna y no tiene límite.

14. Porque tiene los oídos del corazón muy atento a nuestras solicitudes de auxilio.

Etc.

Podríamos estar un buen rato porque, como vemos, no nos han de faltar causas que apoyen nuestro amor por una Madre tan especial como es la Inmaculada Virgen María.

De todas formas, algo más vamos a decir, no se nos tilde de parcos o rácanos en causas. Y lo van a decir por nosotros los que conocen muy bien a la Virgen María. Y no es que sean muchas palabras pero sí son las suficientes como para tenerlas por causas:

San Anselmo:

“El que pudo hacerlo todo sin María, no ha querido, sin María, rehacer todo lo que había sido violado”

San Luis de Montfort:

“María es el camino más seguro, el más fácil, el más corto y el más perfecto para ira a Jesucristo”.

San Alfonso María de Ligorio:

 “Una tierna devoción a la Virgen es una de las gracias que Dios suele conceder a aquellos que Él quiere colmar de sus favores”.

San Juan María Vianney:

“El amor de todas las madres juntas, comparado con el amor que María nos profesa, es igual que un trocito de hielo comparado con una gigantesca hoguera”

San Bernardino:

“Si María, sin ser rogada, acude al Hijo de Dios diciendo: ‘No tienen vino’, ¿qué no hará cuando se le ruega? Si esto lo hizo viviendo, ¿qué no hará reinando ya en el Cielo?”.

San Gabriel de la Dolorosa:

“Tengo una Madre que, aunque yo sea indignísimo de ella, me ama y tiene cuidado de mí.”

San Juan Bosco:

“Siempre tuve fe en María Auxiliadora, y he visto suceder cosas admirables”.

San Leonardo de Porto Mauricio:

“Cuando me pongo a considerar tantas gracias como he recibido de María, me parece ser como uno de esos milagrosos santuarios marianos en los que en todas las paredes, recubiertas de exvotos, no se lee sino esto: ‘Por gracia recibida de María’. Así me parece que yo estoy escrito por todas partes con estas palabras: ‘Por gracia recibida de María’”.

Santa Teresa de los Andes:

“La que puso en mi alma el germen de la vocación fue la Santísima Virgen. Esta tierna Madre jamás ha sido en vano invocada por sus hijos. Ella me amó y, no encontrando otro tesoro más grande que darme en prueba de su singular protección, me dio el fruto bendito de sus entrañas, su Divino Hijo. ¿Qué más me pudo dar?”.

Muchos, como podemos aquí apenas comprobar, han dicho que la Virgen María es digna de ser tenida como causa de nuestra fe y, por tanto, de nuestro íntimo ansiar estar con ella tan cerca en este selfie que, por muy moderno que sea en cuanto a técnica mecánica no es, sino, una forma de expresar, de otra muy distinta a la de antaño, que amamos a la Madre de Dios y que, por nada del mundo, vamos a rehuir de estar, así, tan cerca.

Y, sobre esto, sobre cuáles son las causas que apoyan nuestra expresa voluntad de selfiarnos con la Virgen María, el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica de título Evangeli gaudium, 286) nos dice esto que cimenta una fe firme y una creencia que nos sirve de tanto:

“María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno.

Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.

A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”

Nada mejor, seguramente, para que podamos entender que, por muchas asechanzas que se tiendan desde otras creencias cristianas acerca de la Virgen María, aquellos que profesamos la fe católica sabemos, a ciencia y corazón ciertos, que aquella joven que dijo que sí a Dios cuando podía haber dicho otra cosa, supo más que bien ser modelo y ejemplo, origen y causa de una forma de ser bien definida en cuanto a la fidelidad a Dios Padre Todopoderoso.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Panecillo de hoy:

Seguro que la Virgen María accede a hacerse con nosotros el selfie. Y es que es Madre, no lo podemos negar, muy consentidora con sus hijos.

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Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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