Meditaciones de Cuaresma- Personajes de Cuaresma: Pedro, primus inter pares

Cartel Francesco De Vito

En estos días previos a la semana de Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, Pedro aún no había caído en la delación que lo haría indigno de ser llamado discípulo de Cristo. Y, aunque seguramente seguía teniendo muchas dudas, era considerado el primero entre aquellos apóstoles que, no por ser igualmente considerados por el Maestro, dejaba de tener una importancia muy especial.

El Hijo de Dios debió ver algo en el corazón de aquel pescador llamado Cefas. Y es que, entre los que había escogido como personas más cercanas a la Suya, creyó oportuno darle un papel muy importante.

“Te llamarás Pedro”. Así le cambia el nombre Jesucristo al hermano de Andrés.

Cambiar el nombre no era algo que dejara de tener importancia. Es más, a lo largo de la historia de la salvación, Dios había hecho lo propio con quien, como Abrán, había recibido un encargo, una misión, muy importante que llevar a cabo. Por eso cuando Jesús hace eso con aquel hombre rudo le está diciendo que tiene, para él, algo importante que cumplir.

Pedro iba a ser la “piedra” (tal significaba aquel nombre y ya sabemos lo importante que era, para el pueblo judío, el significado que tenía el hombre de cada cual) y era sobre la que el Maestro iba a construir su Iglesia.

La piedra es un elemento de la naturaleza que, por sus características, es duro. Es decir, sobre piedra se puede construir sin miedo a que la tormenta se lleve la casa pero, también, la piedra, que es dura, puede sustentar un corazón que necesita ablandarse para ser de carne. Pero Pedro, para bien y para mal, era, por decirlo así, tanto piedra sobre la que construir como corazón aún no preparado para según qué cosas…

Para aquel entonces, Pedro ya ostentaba un rango especial entre los Apóstoles. Lo llamamos el primero entre iguales porque, sencillamente, lo era: entre los escogidos por Dios había un “superescogido” que era Pedro. Y, seguramente, aunque nosotros no tengamos todos los datos y acontecimientos acaecidos entonces debió actuar como eso: como quien sabe que tiene cierta autoridad sobre sus hermanos discípulos del Maestro de Nazaret.

Pedro debía estar perplejo en aquellos momentos. Habían sido muchos años siguiendo al hijo de María y de José y ahora decía que debían acudir a Jerusalén. Y no es que no hubiesen ido otras veces (que habían sido muchas) a celebrar, entre otras cosas, la Pascua. Pero lo que sí comprendía aquel corazón aún de piedra era que había quien no quería a Jesús y que, entre tales personas, se encontraba lo más poderoso que había en el pueblo de Israel.

Creía Pedro, por tanto, que era un error grave ir a la capital, a la Ciudad Santa, a celebrar aquel año la Pascua. Y algo le decía que serían días más que tristes porque, además, ya lo había anunciado el Maestro en más de una ocasión: debo ir a Jerusalén, ser atrapado, juzgado y muerto por los maestros de la Ley… Y una cosa era no acabar de entender todo lo que les decía pero otra, muy distinta, no querer comprender nada de nada. Y es que Jesucristo lo había dicho con una claridad tan nítida, que no debía querer decir más de lo que decía: iba a ser atrapado, juzgado y muerto de aquella manera tan terrible…

Pedro quiso convencer a Jesús de que no era el momento más oportuno para ir a Jerusalén y que podían esperar, quizá, un poco. Pero aquel hombre, que era rudo pero confiaba en el Maestro, no comprendía que lo que era voluntad de Dios no podía dejar de serlo para que fuera la de los hombres la que se cumpliera. No. Y tendría que escuchar que Quien tanto le había enseñado le llamara Satanás porque sabía que era el Enemigo quien hablaba por su boca cuando trató de recriminarle que dijera que iba a morir como decía que iba a morir.

Pero Pedro, de todas formas, bien sabía que si Jesús se empeñaba en acudir a la Pascua en la Ciudad Santa, nada ni nadie iba a impedir que lo hiciera. Y es que había mostrado muchas veces que no actuaba por capricho suyo sino que había una voluntad superior que lo guiaba. Y lo de ahora no iba a ser de otra forma ni, además, podía serlo.

Era un tiempo, el de aquella Cuaresma sin haber sido así declarado, que podía mover los corazones de los hombres que conocían al Hijo de Dios, por un camino bueno y mejor. Pero había quien, como Pedro, no acababan de cuadrar todas las piezas de aquel puzzle. Y aún le quedaba algún tiempo para que eso pudiera cumplirse. Poco ya, pero alguno.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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