Serie “Caminando con Jesucristo” - 8 - Vino nuevo

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Muchas son las veces que se han hecho comentarios o meditaciones a los Evangelios; muchos los autores, entre ellos santos y otros estudiosos que han dedicado su atención al contenido de determinados momentos de la vida pública de Jesucristo, Dios que, encarnado, vivió entre nosotros. 

Así, quien surgió del Jordán glorioso y aclamado por su Padre para, de forma inmediata, adentrarse en el desierto de las tentaciones del Maligno y surgir liberado de tan nigérrimo yugo dio más que motivos para que, a lo largo de los siglos muchas páginas se hallan escrito sobre aquellos acontecimientos claves para la historia de la humanidad. 

Cristo, aclamado como quien tenía que venir en su entrada gloriosa en Jerusalén en el inicio de su Pasión es el mismo que, años antes, acudiera con sus primeros discípulos a la boda de Caná. Allí su madre, María esposa de José, le conminó a que dejase su anonimato y acudiera en rescate de aquellos sus primeros beneficiados con el hacer de su corazón; allí también se sometió a su autoridad al convertir aquellas tinajas en el vino que, para entonces, ya escaseaba en la celebración nupcial. 

Los primeros pasos de Jesús tuvieron mucho de enseñanza para aquellos discípulos que todo dejaron para seguirle. Si el discípulo amado siguió, a la voz del Bautista, al cordero de Dios, el resto de sus compañeros de viaje espiritual no dudaron en no mirar hacia atrás y dejaron, cada cual según su oficio u ocupación, la tarea que hasta entonces les había hecho ganar la vida para hacer lo propio con la eterna haciéndose pescadores de hombres. 

Hemos procedido como Dios nos ha dado a entender, en el buen sentido de la palabra, en el quehacer misterioso pero real de Jesús, Dios entre nosotros que es lo que, de una forma o de otra, ha marcado la historia sucesiva del hombre y ha cumplido lo que de Él recogía lo que denominamos Antiguo Testamento y que no es más, ni menos, que la manifestación, por escrito, de la inspiración del Espíritu Santo en manos de sus autores y que, por eso mismo de ser anticipación de la venida de Cristo, es Verdad con Él. 

No es menos cierto, por otra parte, que los primeros pasos de Cristo en compañía de sus discípulos, no están exentos de aprendizaje por parte de los mismos. Por eso, en tanto en cuanto no eran capaces de asimilar la doctrina de perfección de la Ley de Dios que había venido a transmitir el Maestro, no cejaron en tratar de llevarse a sus corazones la impresión de que los momentos que estaban viviendo eran algo más que el hecho de acompañar a una persona especial porque, al menos eso sí pudieron comprender, no les quiso engañar al decirles que tenía palabras de vida eterna y que, si prestaban atención, a lo mejor eran capaces de fijar en su alma algunas de ellas. 

A partir de ahora, pues les dejamos con un acercamiento, seguramente personal pero no por eso ajeno a mi prójimo, de lo que Jesús supuso, ya entonces, para los que todo dejaron de lado para seguirlo y se hace la recomendación de sentirse como inmerso en las diversas situaciones a las que se va a hacer referencia para aprehender, de primera mano, lo que pudieron sentir aquellos que escuchaban a Jesús y hacer, de su enseñanza, una perfecta forma de vida. 

Al fin y al cabo, el camino que recorrió el Hijo de Dios es el mismo que nosotros debemos anhelar recorrer. Es más, el destino del mismo, la vida eterna, es exactamente el mismo.

  

8. Vino nuevo

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Dadas como somos, las personas, a interpretar la realidad como nos toca vivirla, un tanto así hay que decir de lo que se refiere a Dios; y no sólo a Él, sino, también, y sobre todo, por tangible, a su Ley. 

La interpretación de los preceptos divinos, en tiempos de Jesús, era, quizá, uno de los puntos que causaban divisiónfariseos, escribas, saduceos, esenios, zelotes, miembros del sanhedrín, etc., y esto, se quiera o no, sólo podría ser causa de separación cuando no de enfrentamiento. 

Jesús, ante la diversidad de visiones que, en su época, apreciaba dijo sobre este tema, dirigiéndose a su Padre, que les había dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno (Jn 17, 22.23). 

Por otra parte, como el ayuno era una práctica entendida como piadosa por el pueblo judío, llevarla a cabo era expresión de cumplimiento y, por lo tanto, de consideración social. Ayunar era, por así decirlo, señal de respeto hacia Dios, pues, en unos casos, suponía una actitud de humildad delante de Dios  (Lev 16, 29-31: Será éste para vosotros un decreto perpetuo: En el mes séptimo, el día décimo del mes, ayunaréis, y no haréis trabajo alguno, ni el nativo ni el forastero que reside en medio de vosotros. Porque en ese día se hará expiación por vosotros para purificaros. De todos vuestros pecados quedaréis limpios delante de Yahveh. Será para vosotros día de descanso completo, en el que habéis de ayunar: decreto perpetuo). Sin embargo, alguien que no pertenece al discipulado de Juan ni al de los fariseos inquiere sobre el la razón de la falta de ayuno de los discípulos de Jesús. Preocupaba, por el aparente comportamiento contrario a la Ley, a tal sentido de sometimiento y humildad ante Dios, el hecho de que Jesús y los suyos, no dejaran de comer como señal de sacrificio voluntario. ¿No necesitaba purificación Jesús? 

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Nosotros sabemos que no la necesitaba, de aquí su comportamiento. 

Sin embargo, y como tantas veces pasa y dice el Mesías, el entendimiento y la comprensión que tenía de la Ley de Dios era el acertado y correcto: acertado porque sólo podría estar en lo cierto quien era Dios, y correcto porque no podía hacer otra cosa quien había establecido esa misma Ley. Tal es así que el ayuno, llevado, ex lege (desde la ley estricta) a la vida diaria, podía llegar a desvirtuar la significación que debía dársele. Aún no había llegado el momento en que esta práctica tuviera su verdadero significado. Otra vez, otra más, los interpretadores de la Ley no habían pasado de ser meros ejecutantes de un formalismo. 

Para abundar más en esta consideración, recordar, tan sólo, el mensaje de Jesús que, ante estas muestras de sacrificio dijera aquello de que “cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 16-18). Ya sabía lo que decía, también, en este aspecto. No hay que, por lo tanto, alardear de esa práctica pues, así, no se le da el sentido verdadero que ha de tener.     

Y Jesús, ante la pregunta que, o bien trataba de encontrar una explicación a tal actuación, sin otro ánimo, o bien trataba de ponerle en una mala situación, no se esconde; y contesta, para ser entendido, con ejemplos (o analogías) para que sus oyentes pudiesen comprender a qué se refería. De su explicación podemos entender, sobre todo, dos cosas: 

Que Jesús conocía y daba a entender su papel y su misión. 

Que Jesús anunciaba, porque conocía, su futuro casi inmediato. 

En cuanto a lo primero, el pueblo de Israel, como elegido por Dios, llevaba muchos siglos esperando al Mesías. El novio de la vida, el novio del amor aún no había llegado. Pero con Jesús cambian las cosas. Él nos invita a su boda, nos tiende la mano para que entremos al convite de su ser y compartamos, con alegría, al banquete de la Palabra de Dios. 

Y si somos invitados, ¿podemos rechazar esa invitación? Tristemente puedo decir que, dotados de la libertad que Dios nos da, que es toda en relación a esa aceptación, sí podemos mostrar nuestra contrariedad ante la mano tendida que nos ofrece Cristo; sí podemos decir no, con un no un tanto miedoso ante la responsabilidad de hacer frente a los manjares de ese banquete porque eso supondría tener que agradecer, con hechos y no sólo de palabra, esa gracia ofrecida y aceptada. En este sentido, Jesús, y Dios, está con nosotros hasta que queramos que esté. Si estamos invitados ha de serlo para siempre, siempre, siempre (como diría Sta. Teresa) y no para salir del convite cuando nos sintamos hartos de probar al amor incondicional que el Mesías nos ofrece que pudiera llegar a cansarnos porque, a veces, no soportamos que tanta luz nos deslumbre con su presencia. 

También conoce Jesús cómo será excluido, Él mismo, de su propia bodaSerá arrebatado, dice Marcos. Si por esta acción, arrebatar, podemos entender la sustracción violenta, contra voluntad, de algún sitio, cuando el Enviado dice que entonces, cuando llegue ese momento que bien conoce, entonces, podrán llevar a la práctica el ayuno, ya que entonces sí tendrá sentido. También manifestará humildad ante Dios si, tras el arrebato, dejan de ingerir alimentos porque entonces les será arrebatado. A ellos, porque ese tiempo verbal indica posesión del novio por parte de los invitados a la boda: les será arrebatado a ellos, que ya lo tienen; por eso son ellos los que han de ayunar, y con ellos también nosotros, por haber sido llamados y haber aceptado esa llamada, por haber querido entrar en el reino de Dios.

Resultado de imagen de ya ayunarán cuando se lleven al novio Pero también dice Jesús que ayunarán en aquel día. Creo yo que lo que quiere decir es que ese día, ese mismo día y, en recuerdo de ese día, cuando corresponda, hay que guardar ayuno, en esa memoria, como para hacer presente ese pasado que siempre estará con ellos y con nosotros. 

Lo que prescribe Jesús, como médico sanador del alma, no es, precisamente, una fijación excesiva en este tema. El ayuno es positivo en cuanto sirve de recuerdo, si este recuerdo asienta, hacia los demás, el amor que nos trae al presente, pero deja de tener sentido si se pone el acento en ese acto de privación. En aquel día, dice, pero no por mortificación, sino por alegría, porque es lo que Él quiso. Aquí, Jesús, también cambia el sentido de esto. 

Ya sabemos que Jesús, para hacerse entender por sus oyentes y por los que en la distancia, pudiesen tener conocimiento de lo que decir, se expresaba por medio de ejemplos o de parábolas. Seguramente sería el lenguaje apropiado para la época en la que vivió pero, así, por el sentido que tiene el pensamiento clásico,  ha devenido un lenguaje válido, ya, para siempre. Y los ejemplos del paño y del vino son, entre todos, los más significativos, por clarificadores. 

La vida de Jesús, inmersa en los quehaceres de su familia, estaría llena de situaciones de las que sacar modelos. ¿Cuántas veces no vería el Mesías a su madre, María, zurcir un vestido o arreglar algún descosido en la ropa y, seguramente, la que lo llevó en el vientre le explicaría eso del paño viejo y el nuevo? Por lo tanto, Jesús querría darle, aquí, un significado nuevo; ¿Cuántas veces no vería Jesús, a lo largo de su vida, que llamamos oculta, o incluso Él mismo iría a comprar vino y le darían ese consejo del odre nuevo? Con seguridad que serían muchas las veces que esto sucedió. Por lo tanto, le da, había de darle, un sentido nuevo a eso que era tan conocido por todos. 

En ambos casos resuenan palabras comunes. Nuevo y viejo. Estos vocablos, aplicados al sentido religioso del pueblo judío tenían, o daban, un sentido, novedoso a lo que decía Jesús. 

Si, ante la aplicación de la Ley de Dios, tan sólo especificamos extensiones de la misma y no llegamos, en realidad, a comprender el sentido que esta tiene; si, por eso mismo, sólo ponemos un remiendo nuevo a lo que es antiguo, tan sólo incurriremos en algo peor que en su no aplicación: estropear lo establecido por Dios, ya que esto es tergiversar su voluntad, que siempre ha de considerarse el primer instrumento que han de utilizar los que se llaman hijos de Dios o pueblo elegido por Él.  Esto es lo que el Mesías debió querer decir cuando puso el ejemplo del paño nuevo que, sin preparar para ser añadido, cosido a un paño viejo, tira de él y acaba, sin remedio, desgarrando al más antiguo. Lo novedoso, no arraigado bien en la Verdad, si es con ánimo de añadido sin más, no puede redundar en la mejor comprensión de la Ley sobre la que se supone se sustenta. 

Y qué decir del vino viejo. Esa bebida, que representó, para el pueblo de Israel, el signo de la tierra nueva, al llegar a la prometida, se convierte en instrumento de felicidad que supone el cumplimiento de la voluntad de Dios. Dios estaba, también, en esta bebida que alegraba el espíritu de su pueblo y en ella, también, escondido, está el sentido de su Ley: adecuarse a la alianza que Abbá realizó con, antes, Abraham y, luego, toda su descendencia; era mantener el vino-norma en el cauce adecuado, y no pretender echarlo a perder por querer darle cabida donde no podía tener cabida, pues una Ley justa por venir de Quien venía, contenida en el odre de la fe, no podía pretenderse que fuera olvidada con el pretexto de que la nueva ley, ya de hombres, iba a ser contenida por la estructura de la que lo era divina. 

De aquí que esa artimaña sólo podía traer una clara consecuencia: el divino ser para el comportar humano se vería acallada por la nueva, el odre antaño válido, y ya para siempre como debería haber sido, acabará sus días, así como de iniquidad se cubrirían tanto quienes hiciesen las nuevas leyes como quienes las cumplían pues que se alejaban, con eso, de la verdadera voluntad de Dios. 

El vino nuevo, en efecto, sólo podía ser puesto en odres nuevos y, con él, la conversión, el cambio de corazón que dejaría de ser viejo o de piedra y vendría a ser nuevo o de carne pues en el odre de un espíritu renovado y venido a ser divino el vino de la Palabra de Dios tendría mejor asiento y sería, por eso mismo, savia que iluminara el quehacer de cada cual. 

Eleuterio Fernández Guzmán

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo caminó por el mundo con ansia de decirnos que debíamos seguirlo.

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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