La inocencia de aquellos santos

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Tengo que reconocer que siempre me ha repateado aquello que, demasiadas veces, se hace en un día tan señalado como el 28 de diciembre. Y me refiero a las bromas que, so capa de un tal día, el de los inocentes, se llevan a cabo. 

En realidad, no debemos decir día de los inocentes sino, así, dicho, con mayúscula, los Inocentes. Y aquí poner las cosas como corresponden ser llamadas tiene mucho que ver con nuestra fe católica. 

Queremos decir que “inocentes” e “Inocentes” no son lo mismo: los primeros son los simplemente mundanos, aquellos que caen en determinadas trampas y bromas en un tal día; los segundos, sin embargo, son aquellos que, con total inocencia por tu parte, fueron los primeros testigos del Hijo de Dios que, apenas un par de años antes, había venido al mundo.

 

Quizá piensa alguno que esto no es más que algo propio de alguien demasiado tiquismiquis pero, ¡Qué quieren que les diga!, que se hagan bromas a costa de lo que pasó un día cuando un tirano sanguinario quiso eliminar al Salvador… al que esto escribe no le hace gracia alguna. 

Nosotros, al contrario, debemos dignificar como se merecen a los niños pequeños que dieron su vida de una forma tan ilegítima y de una manera tan fuera de lo normal aunque bien sabemos que según qué épocas de la historia las cosas son más normales y según qué cosas, menos normales. Pero para nosotros, y para cualquier ser humano que no sea un ser inhumano, que alguien se arrogue el derecho de matar, siquiera, a un niño por no se sabe qué miedos, es síntoma de enfermedad, seguro, mental y, más que seguro, espiritual. 

El caso es que unos niños, a lo mejor no eran ni un centenar (¡cien niños matados a espada!, piensen bien tamaña aberración; piénselo despacio) dieron su vida a cambio de que el corazón negro de Herodes quedara satisfecho. 

Pero nosotros, muy al contrario de lo que hoy mismo va a correr como ríos de tinta en forma de broma (¿Dónde está la gracia?) sólo podemos agradecer aquellas vidas. Y debemos agradecerlas no porque las dieran para que Jesús se salvara (era imposible que entonces muriera allí porque ni estaba previsto por la voluntad de Dios ni las circunstancias eran las apropiadas con la Familia ya en Egipto desde hacía mucho tiempo) sino porque las dieron con sólo el conocimiento de Dios y eso, con toda seguridad, les valió, primero, el limbo de Abrahám y luego, cuando Cristo bajó a los infiernos tras su muerte en busca de las almas justas, justamente el Cielo. 

Nosotros, los católicos, a las almas de los niños Inocentes muertos en aquellas amargas circunstancias, pues, les pedimos que intercedan ante Dios nuestro Señor. Y lo se lo pedimos porque el Creador, que tanto ama a los niños, no podrá sino escuchar nuestras peticiones a través de ellos. Por eso escanciamos nuestro corazón aquí mismo. 

Niños Santos, Inocentes sin culpa,

hijos del Padre con el alma limpia,

venidos al mundo sin conocer un destino

terrible a manos del Mal y de sus discípulos.

Santos Niños Inocentes, vuestra vida fue segada

a mano de cuchillo y a lomos del miedo,

vosotros que apenas sabríais andar,

vosotros que apenas hablar sabríais,

vosotros que no conocíais ni el mundo,

a vosotros imploramos, pequeños Niños Santos,

que llevéis a Dios nuestro ruego de perdón

por el alma del malvado que segó vuestra vida

antes de tiempo, por aquel que por soberbia

ni comprendió ni quiso comprender.

Inocentes Niños Santos, en vuestro nombre

se hacen chanzas y risas se echa el mundo

en vez de llorar vuestra pérdida,

ignorante de lo que supuso vuestro cuello

y vuestro cuerpo.

 

Santos Niños Inocentes, rogad por nosotros.

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Aquellos santos, que eran niños, nos dan ejemplo de qué debemos ser y hacer.

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