Serie “Caminando con Jesucristo” - 5 - 2- El reino de Dios - Ha llegado el Reino

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Muchas son las veces que se han hecho comentarios o meditaciones a los Evangelios; muchos los autores, entre ellos santos y otros estudiosos que han dedicado su atención al contenido de determinados momentos de la vida pública de Jesucristo, Dios que, encarnado, vivió entre nosotros. 

Así, quien surgió del Jordán glorioso y aclamado por su Padre para, de forma inmediata, adentrarse en el desierto de las tentaciones del Maligno y surgir liberado de tan nigérrimo yugo dio más que motivos para que, a lo largo de los siglos muchas páginas se hallan escrito sobre aquellos acontecimientos claves para la historia de la humanidad. 

Cristo, aclamado como quien tenía que venir en su entrada gloriosa en Jerusalén en el inicio de su Pasión es el mismo que, años antes, acudiera con sus primeros discípulos a la boda de Caná. Allí su madre, María esposa de José, le conminó a que dejase su anonimato y acudiera en rescate de aquellos sus primeros beneficiados con el hacer de su corazón; allí también se sometió a su autoridad al convertir aquellas tinajas en el vino que, para entonces, ya escaseaba en la celebración nupcial. 

Los primeros pasos de Jesús tuvieron mucho de enseñanza para aquellos discípulos que todo dejaron para seguirle. Si el discípulo amado siguió, a la voz del Bautista, al cordero de Dios, el resto de sus compañeros de viaje espiritual no dudaron en no mirar hacia atrás y dejaron, cada cual según su oficio u ocupación, la tarea que hasta entonces les había hecho ganar la vida para hacer lo propio con la eterna haciéndose pescadores de hombres. 

Hemos procedido como Dios nos ha dado a entender, en el buen sentido de la palabra, en el quehacer misterioso pero real de Jesús, Dios entre nosotros que es lo que, de una forma o de otra, ha marcado la historia sucesiva del hombre y ha cumplido lo que de Él recogía lo que denominamos Antiguo Testamento y que no es más, ni menos, que la manifestación, por escrito, de la inspiración del Espíritu Santo en manos de sus autores y que, por eso mismo de ser anticipación de la venida de Cristo, es Verdad con Él. 

No es menos cierto, por otra parte, que los primeros pasos de Cristo en compañía de sus discípulos, no están exentos de aprendizaje por parte de los mismos. Por eso, en tanto en cuanto no eran capaces de asimilar la doctrina de perfección de la Ley de Dios que había venido a transmitir el Maestro, no cejaron en tratar de llevarse a sus corazones la impresión de que los momentos que estaban viviendo eran algo más que el hecho de acompañar a una persona especial porque, al menos eso sí pudieron comprender, no les quiso engañar al decirles que tenía palabras de vida eterna y que, si prestaban atención, a lo mejor eran capaces de fijar en su alma algunas de ellas. 

A partir de ahora, pues les dejamos con un acercamiento, seguramente personal pero no por eso ajeno a mi prójimo, de lo que Jesús supuso, ya entonces, para los que todo dejaron de lado para seguirlo y se hace la recomendación de sentirse como inmerso en las diversas situaciones a las que se va a hacer referencia para aprehender, de primera mano, lo que pudieron sentir aquellos que escuchaban a Jesús y hacer, de su enseñanza, una perfecta forma de vida. 

Al fin y al cabo, el camino que recorrió el Hijo de Dios es el mismo que nosotros debemos anhelar recorrer. Es más, el destino del mismo, la vida eterna, es exactamente el mismo.

  

5. -2- El reino de Dios - Ha llegado el Reino

Resultado de imagen de cristo en el desiertoCuando Jesús es bautizado por Juan, en el Jordán, y, después de haber sobrevolado sobre Él el Espíritu Santo (al igual que en el Génesis, mientras Dios creaba, el mismo Espíritu, su Espíritu, sobrevolaba las aguas) se deja llevar por aquella persona que constituye la Santísima Trinidad y marcha camino del desierto, donde sólo se oye su corazón y a Dios buscando su seno porque necesita esa íntima comunicación. 

Quizá buscaba lo que dijera Isaías (32, 10) “en el desierto morará el derecho, y la justicia habitará en el vergel”, es decir, que trataba de hallar la plenitud de la voluntad de Dios; quizá quiera pasar una prueba puesta por su padre (Dt 8,2), al igual que pasara, con el paso del desierto, el pueblo de Israel: acuérdate del camino que el Señor te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos. El respeto buscado por Dios de su Hijo por sus normas, quizá fuera lo que buscaba Jesús. Y todo esto sabiendo lo que dijera, también, como tantas otras veces, Isaías, (58, 11): Te guiará Dios de continuo. El caso es que Jesús, atareado en ese intento de descubrirse, no encuentra mejor sitio donde ir que a ese inhóspito espacio reseco. 

A la permanencia de Jesús en el desierto durante 40 días también podemos atribuirle un significado simbólico. Fácil es entender que el desierto es un lugar en el cual podemos escuchar nuestra voz con una claridad diáfana, sin esos sonidos de otras voces que impiden descubrir nuestros acentos, lo que queremos decir para que nos entiendan; es un lugar adecuado para sentir mejor nuestro corazón, alejados del mundo que nos impide ordenar y separar lo importante de lo que es accesorio y que tanto nos perturba en nuestro camino por la vida.  Es, en fin, un criterio de discernimiento lo que “empuja” a Jesús a ese exilio de su derredor, de forma inmediata a cuando fue instituida una segunda creación, con su bautizo, una nueva oportunidad para el hombre. 

Y Jesús, al igual que nos puede suceder a todos nosotros, se siente tentado, por Satanás. Y las tentaciones lo son en el sentido que más pueden atraer el ansia de un hombre: el mero y simple hecho del sustento, el intento de salvación recurriendo a Dios como solucionador de problemas y el mismo poder, el hecho de ostentarlo. 

Pero Jesús, al igual que debemos hacer nosotros, contesta a todas estas tentaciones, con una referencia clara a Dios, al que acude  para buscar la palabra que sale de su boca (Mt 4, 4) y no limitarse a la mera sustancia física (el hombre, recordemos, es cuerpo y espíritu), queriendo dar a entender  que ese pan de cada día que tanto reclamamos al rezar esa oración que Él enseñaría más tarde es esa Palabra que Dios nos regala;  al que no quiere tentar para que lo salve de esa situación que le plantea al Maligno (Mt 4,7) porque sabe que a Dios no se le puede utilizar para satisfacer nuestras necesidades como si fuera alguien de quien echamos mano como tabla de salvación propia y, por último, al que da culto porque está seguro de que lo merece como creador y Padre (Mt 4,10) y que ansiar las riquezas del mundo supone encerrarse en la cotidianidad de la avaricia y el egoísmo. Es aquí cuando Jesús dice márchate, Satanás porque sabe que sólo hay que adorar a Dios (recordemos aquí lo que dice el primer mandamiento de la Ley de Dios que recogiera Moisés para darnos testimonio de lo que es más importante para nosotros y, así, lo que debemos rechazar por ser, por eso, secundario) y no a los bienes del mundo ni tampoco a la luz falsa que nos puede marcar nuestro paso, cegándonos ante al verdadera luz que emana de Dios. 

El texto de Marcos dice que unos ángeles le servían. Es interesante traer a colación, ahora, el texto de Mateo. Este evangelista indica que, después de despedir a Satanás, le servían los ángeles. Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt 4, 11) dice con exactitud aquel. 

Creo que esto es un matiz a destacar ya que vendría a indicarnos que tras evitar las tentaciones y anteponer a Dios siempre, pero siempre, a las vicisitudes de su vida, es el momento en que esos hermanos celestiales se ponen a su servicio. Es decir, que después de la tribulación, de la penuria, de la atracción del mundo, del posible egoísmo, nos llega el estado de gracia de encontrarse con Dios que, como no puede ser de otra forma, agradece esa entrega de la mejor forma que puede: amándonos y entregándose a nuestro corazón. 

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En ese entretanto Juan fue apresado (cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea, Mt 4, 12, lo que quiere decir, que habría de ser después de haber pasado esos días en el desierto, pues no lo pudo oír antes, lógicamente y durante su estancia allí, cuando fue apresado), el último gran profeta que bautizara a Jesús en cumplimiento de la voluntad de Dios había cumplido con su labor anunciando la llegada del Cordero de Dios. 

Una vez que Juan fue puesto en prisión, Jesús supo que había llegado la hora de comenzar la predicación y la labor para, como Él mismo dijo, había salido: El les dice: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (Mc 1, 38).Desaparecido de la vida pública el último profeta de la Antigua Alianza, el que había de ser anunciación de la Nueva Alianza daba esos primeros pasos para que sus semejantes conociesen que el definitivo reino de Dios estaba cerca, que la cercanía del mismo podía sentirse ya pues era Él mismo. 

Y como siempre, el Mesías no impone una doctrina, sino que pone, ante los oídos y ojos de aquellos que le escuchan, una realidad espiritual para que decidan si se acogen a ella o pasan de largo, la olvidan tan rápido como la oyen y continúan con su vida como si tal cosa. Como muchas veces pasa. 

Lo que Jesús viene a decir es que trae una Buena Nueva. Con esto hemos de entender dos cosas: 

Que había algo antiguo que debía dejarse atrás.

Que existía la posibilidad de conocer algo que, no sólo era nuevo, sino que, además, era bueno. 

En cuanto a lo que el Enviado entendía que había que olvidar, no era la Ley de Dios, la cual había venido a hacer cumplir en su totalidad (No penséis que he venido a abolir la Ley y los ProfetasNo he venido a abolir, sino a dar cumplimiento, recoge Mateo, en el versículo 17 del capítulo 5 de su Evangelio), sino a una serie de comportamientos ajenos a la voluntad de Dios que contradecían el mismo espíritu de esa misma Ley. Él no era, pues, un legislador ni un revolucionario que actuara contra nadie sino que había venido para clarificar lo que su Padre había pretendido hacer ver al hombre, creación suya, y que se había negado, hay que decir que persistentemente, a entender.

Muchas veces, Jesús pone ejemplos de lo que, hasta entonces, se había dicho y lo que él, Hijo de Dios, decía que debía ser lo correcto. Muchas veces dijo la expresión habéis oído que se dijo (Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás” y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego, Mt 5, 21-22, o, también habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón, Mt 5, 27-28, o también esto otro: Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente” Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos, Mt 5, 38-41). Otros ejemplos podrían traerse a colación pero el caso es que deja bien a las claras que una cosa era lo que era y otra, muy distinta, lo que debía ser.

Sin embargo, sí me gustaría destacar uno en concreto. 

Otras veces ataca, por así decirlo, un tema fundamental para la concepción de Dios sobre el hombre: el tema del matrimonio y el divorcio. También se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio”. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio, en Mt 5, 31-32, tema muy actual en el presente y sobre el que se debería meditar un poco más antes de tomar algunas decisiones al respecto. 

Había, por lo tanto, algo que preterir, algo sobre la cual sólo debía de permanecer la memoria de que así se había hecho.

Sin embargo, lo importante no era, aunque sí fuera destacable y a destacar, aquello sobre lo que Jesús hacía notar una gran equidistancia entre la teoría y la práctica; lo importante, digo, era lo que anunciaba, ese reino de Dios que estaba cerca, esa necesidad de conversión y de creencia. 

Para Jesús, el tiempo de la plenitud ya había llegado. Era Él, Hijo del hombre, el que cumplía esa condición de Mesías, de Ungido, de Enviado, y en Él Dios puso su esperanza, que no defraudó. 

Y como el tiempo se ha cumplido no le queda otra opción que la proclamación de una Buena Noticia, una Buena Nueva, un Reino que se acerca y al que podemos acudir para incorporarnos a él. 

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Sin embargo, el ser “aceptado” en el reino de Dios requiere algo; no es posible pensar que el ofrecimiento del Padre, de su Padre y del nuestro, carece de alguna contrapartida por nuestra parte. Es necesario que hagamos algo y que, luego, confirmemos esa voluntad. 

Esto es lo que Jesús quiere decir cuando propone la conversión, primero y la creencia, después. 

Convertirse, es decir, venir a ser otra persona distinta de lo que se era, es la propuesta esencial de Jesús para que, a sí, dejando atrás al hombre viejo, pegado a la tierra que tira de él, podamos acogernos a esa Ley del reino de Dios que fundamenta su constitución, constitución del alma, y habitar, junto a Él mismo y a su Padre, en las praderas de la realidad que quiere darnos. 

Y luego, luego, Jesús nos ofrece creer en la Buena Nueva. Es una creencia, asentada en la anterior conversión, corazón de piedra mutado en uno de carne, que nos hará habitantes, deseados por Dios, de ese Reino que constituyó antes de la creación del mundo. 

Jesús, como hermano nuestro e Hijo de Dios conoce y sabe que esa sucesión de hechos, la conversión y la creencia, son imprescindibles para acoger, correctamente, ese ofrecimiento. 

Tras recorrer nuestro propio desierto, soledad iluminada por la Palabra de Dios, sostén de nuestros pasos, hemos de ver cómo surge, en nosotros, una inquebrantable voluntad de extender ese Reino a todas aquellas personas que no encuentran el camino para llegar a Él, sabedores, entonces, y conocedores, ahora, de la plenitud del ser que podemos encontrar así. 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo caminó por el mundo con ansia de decirnos que debíamos seguirlo.

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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