“Una fe práctica”- "¿Por qué ir a Misa?" – ¿Hay razones para asistir a la Santa Misa?

“La santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres ánimas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos”.

Santo Cura de Ars

Sermón sobre la Santa Misa

 

Seguramente la pregunta que da título a este libro tiene mucho de intríngulis espiritual. No se trata de que se digan, sobre todo, las razones para asistir a la Santa Misa (que también) sino, más bien, de constatar que las hay y hacer hincapié en el hecho de que las haya. 

Es bien cierto que, como uno de los siete Sacramentos que instituyó Jesucristo en su primera venida al mundo, la Eucaristía tiene mucho que decir a quien se siente fiel perteneciente a la Iglesia que fundó el Hijo de Dios y a la que, con el tiempo, se dio en llamar católica. 

“Vayan y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15) es el verdadero origen del sentido universal que quería imprimir Jesucristo a la Iglesia que había fundado. Pero fue San Ignacio de Antioquía (30 al 35 AD, muere C 107) quien, sobre el año 107, en su Carta a los Esmirniotas (8,2) dejó dicho que “Donde esté el Obispo, esté la muchedumbre así como donde está Jesucristo está la iglesia católica".  El caso es que si hay discusión acerca de si “católico” quiere decir, en exclusiva, “Universal” o, también, “Verdadera/auténtica” referida a la fe. Sin embargo, existe una creencia mayoritaria que favorece la primera concepción. A tal respecto, San Policarpo, que fue martirizado 50 años después de San Ignacio de Antioquía, hace uso de los dos sentidos y define a San Ignacio como “Obispo de la Iglesia Católica de Esmirna”.

Por otra parte, San Pacián de Barcelona (375) dejó dicho, su Carta a Sympronian,  que “Cristiano es mi nombre, y católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado… Cuando somos llamados católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético”; San Cirilo de Jerusalén (315-386), en su Catequesis (18, 23) enseñó que “La Iglesia es católica porque está esparcida por todo el mundo; enseña en plenitud toda la doctrina que los hombres deben conocer; trae a todos los hombres a la obediencia religiosa; es la cura universal para el pecado y posee todas las virtudes”. Pero Sería, de todas formas, Santo Tomás de Aquino, quien desarrollaría los elementos de la teología de la catolicidad. Para el Aquinate la Iglesia es universal en tres sentidos: 

1. Se encuentra en todos los lugares (Cf. Rom 1,8), teniendo tres partes: en la tierra, en el cielo y en el purgatorio. 

2. Incluye personas de todos los estados de vida. (Cf. Gal 3,28). 

3. No tiene límite de tiempo desde Abel hasta la consumación de los siglos. 

Pero es ya en los Hechos de los Apóstoles (continuación, en realidad, del Evangelio de San Lucas) donde se recoge, bien pronto, esto (2,42):

 

“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”.

El caso es que, desde que Jesús, en aquella Última Cena tan merecidamente recordada, dijera que se le debía recordar según algunos gestos que hizo (partiendo el pan y repartiendo el vino, por ejemplo) no se ha hecho otra cosa por parte de quienes, allí mismo también, quedaron constituidos como sacerdotes de Dios y servidores de los hombres. 

Cuando Jesucristo dijo aquello de “Haced esto en recuerdo mío” (1 Cor 11, 24) estaba, en realidad, estableciendo un claro mandato pues, siendo su presencia real en las especies del pan y del vino aquello, como era e iba a ser, sería algo más que un simple traer al hoy de cada celebración aquello; sería como un hacer real, cierta y presente, la presencia del Mesías. 

En realidad, toda trifulca acerca de la presencia real de Cristo en las especies pan y vino debería haber sido descartada antes de haber empezado. Y es que Jesús, en aquella Cena, no dice, por ejemplo, “esto es como mi cuerpo” y “esto es como mi sangre”. Lo que dice es, exactamente,

 

“Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros’”. (Lc 22, 19-20).

“Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: ‘Tomad, comed, éste es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: ‘Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados’”. (Mt 26, 26-28).

“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’”. (Mc 14, 22-24).

De esto hablaremos más tarde pero vale la pena recordar lo que, siendo obvio, ha traído tanta cola a nivel teológico. Y no nos referimos a lo que pudieran ser, digamos, pensamientos católicos o de otro tipo de confesiones sino de la consideración errónea de una verdad tan evidente por parte de creyentes, exclusivamente, católicos. 

Podemos, de todas formas, abundar en el hecho mismo según el cual la Santa Misa es Sacramento crucial (que viene de cruz) para un católico. El caso es que podíamos traer aquí ejemplos muchos de aquellos santos o beatos que han dicho y escrito sobre la importancia de la Santa Misa. Lo deberíamos hacer, y lo vamos a hacer, para que no se pueda decir que en este libro se defiende una tesis (la importancia y necesidad de la Eucaristía para un católico) como algo muy personal. 

San Agustín:

“Cristo se sostuvo a sí mismo en Sus manos cuando dio Su Cuerpo a Sus discípulos diciendo: “Este es mi Cuerpo". Nadie participa de esta Carne sin antes adorarla”

“Reconoce en este pan lo que colgó en la cruz, y en este cáliz lo que fluyó de Su costado… todo lo que en muchas y variadas maneras anunciado antemano en los sacrificios del Antiguo Testamento pertenece a este singular sacrificio que se revela en el Nuevo Testamento". 

San Efrén: 

Oh Señor, no podemos ir a la piscina de Siloé a la que enviaste el ciego. Pero tenemos el cáliz de tu Preciosa Sangre, llena de vida y luz. Cuanto más puros somos, mas recibimos. 

San Francisco de Sales: 

“Cuando la abeja ha recogido el roció del cielo y el néctar de las flores más dulce de la tierra, se apresura a su colmena. De la misma forma, el sacerdote, habiendo del altar al Hijo de Dios (que es como el rocío del cielo y verdadero hijo de María, flor de nuestra humanidad), te lo da como manjar delicioso" 

San Juan Bosco: 

“El objetivo principal es promover veneración al Santísimo Sacramento y devoción a María Auxilio de los Cristianos. Este título parece agradarle mucho a la augusta Reina del Cielo". 

San Juan Eudes: 

“Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias". 

San Alfonso María de Ligorio: 

“Tened por cierto el tiempo que empleéis con devoción delante de este divinísimo Sacramento, será el tiempo que más bien os reportará en esta vida y más os consolará en vuestra muerte y en la eternidad. Y sabed que acaso ganaréis más en un cuarto de hora de adoración en la presencia de Jesús Sacramentado que en todos los demás ejercicios espirituales del día". 

San Cirilo de Jerusalén: 

“Así como dos pedazos de cera derretidos juntos no hacen más que uno, de igual modo el que comulga, de tal suerte está unido con Cristo, que él vive en Cristo y Cristo en él". 

San Ignacio de Loyola: 

Preparando el altar, y después de revestirme, y durante la Misa, movimientos internos muy intensos y muchas e intensas lágrimas y llanto, con frecuente pérdida del habla, y también al final de la Misa, y por largos períodos durante la misa, en la preparación y después, la clara visión de nuestra Señora, muy propicia ante el Padre, hasta tal grado, que las oraciones al Padre y al Hijo y en la consagración, no podía sino sentir y verla, como si fuera parte o la puerta, para toda la gracia que sentía en mi corazón. En la consagración de la Misa, ella me enseñó que su carne estaba en la de su Hijo, con tanta luz que no puedo escribir sobre ello. No tuve duda de la primera oblación ya hecha" 

El santo cura de Ars, San Juan María Vianney: 

“Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría”. 

“Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella".

 "Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa". 

“La Misa es la devoción de los Santos".

 San Anselmo: 

“Una sola misa ofrecida y oída en vida con devoción, por el bien propio, puede valer más que mil misas celebradas por la misma intención, después de la muerte”.

Santo Tomás de Aquino:

 "La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz". 

San Francisco de Asís:

“El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote". 

Santa Teresa de Jesús: 

“Sin la Santa Misa, ¿qué sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio".

San Alfonso de Ligorio

“El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa". 

Padre Pío de Pieltrecina:

“Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol, que sin la Santa misa" 

La Misa es infinita como Jesús… pregúntenle a un Angel lo que es la misa, y El les contestará, en verdad yo entiendo lo que es y por qué se ofrece, mas sin embargo, no puedo entender cuánto valor tiene. Un Angel, mil Ángeles, todo el Cielo, saben esto y piensan así". 

San Felipe Neri: 

“Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda".

San Pedro Julián Eymard: 

“Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado. No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible".

 San Buenaventura: 

“La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido".

San Andrés Avellino: 

“No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de Jesús". 

Vemos, pues, que en la creencia de muchos de los mejores de entre los nuestros, la Santa Misa (llamada también Eucaristía) estamos ante un Sacramento básico. Lo es por lo que supone para un discípulo de Cristo que milita en la Iglesia que fundó, la católica; lo es por lo que tiene de luz para quien se sabe hijo de Dios y ha de recibir el alimento celestial que se recibe en la Santa Comunión; lo es por lo que contiene de signo y de realidad; lo es por lo que supone de realimentar nuestra memoria con el recuerdo traído al hoy del sacrificio de Cristo por cada uno de nosotros; lo es por lo que implica para los creyentes católicos saber que entre nosotros se encuentra el mismo Hijo de Dios y que, en el Sagrario, nos está esperando para mantener con nosotros un rato de conversación; y lo es, por fin, porque muestra un camino que seguir, una senda recta que lleva al definitivo Reino de Dios. Digamos, por hacer un símil, que la Santa Misa es como el banderín de enganche diario para que renovemos una realidad tan impresionante, espiritualmente hablando, como la de ser milites Christi. Y eso no es nada fantasioso ni exagerado porque, como dice San Josemaría en “Es Cristo que pasa” (74),

 

“Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi, soldados de Cristo. Soldados que llevan la serenidad a los demás, mientras combaten continuamente contra las personales malas inclinaciones”.

 

Santa Misa, pues, sí; Santa Misa, también, porque sí, porque fundamenta la razón de nuestra fe de la que debemos hablar a tiempo y a destiempo dando razón de nuestra esperanza (Cf 1 Pe 3, 15) y porque merece que así hagamos y actuemos.

2.  ¿Hay razones para asistir a la Santa Misa?

 

 No son pocas las veces que se escucha eso de “me aburro en la Misa” o “Es que no me dice nada y no la comprendo”. El caso es que eso son formas de manifestar, por un lado, que no se comprende lo que significa y es tal celebración sacramental y, por otro, que se está escaso de formación a tal respecto.

En realidad, el ser humano es, somos, especialistas en buscar razones para justificar todo lo que nos interesa. No extrañe, pues, a nadie, que en lo tocante a la Santa Misa, hagamos algo por el estilo. Otra cosa es, claro, que tales razones, tales justificaciones, tengan razón de ser o, simplemente, tengan alguna razón.

En el nivel en el que nos encontramos una vez visto que la Santa Misa es algo muy importante para todo católico y que significa mucho más de lo que podemos llegar a tener por verdad, creemos es conveniente traer aquí las razones: tanto para ir a Misa como para no ir a Misa (las que se ponen en este último caso).

 En primer lugar pondremos lo que, en realidad, no son más que excusas para no cumplir con el precepto, al menos, dominical. Y dejamos para el final lo que es bueno saber sobre las bondades de la Santa Misa… para dejar un buen sabor de boca y de corazón.

 

Razones para no ir a Misa

1. No necesito nada, me valgo por mí mismo y no me siento pobre de corazón. 

2. No creo que deba dar gracias a Dios por nada. 

3. Soy fuerte, me siento fuerte y no creo que deba ser humilde.

4. No creo en los curas ni en lo que hacen.

 5. No me siento pecador porque el pecado no existe.

6. No quiero salvarme porque cuando muera todo se habrá acabado para mí. 

7. No necesito que nadie me diga cómo debo ser.

8. No necesito buscar a Dios. 

9. No veo a los demás como hermanos míos y no quiero compartir la fe con ellos. 

10. No tengo sed de Dios.

Pero hay otras de las que se puede hacer uso si las aquí traídas y citadas arriba no son suficientes:

 1. La Iglesia está llena de hipócritas que se dan golpes de pecho pero afuera hacen todo lo contrario de lo que se supone que creen.

2. Yo puedo estar con Dios en todas partes y no me hace falta ir a la iglesia.

3. La misa es tan aburrida… es que no entiendo nada. 

4. El domingo es mi único día libre y lo necesito para descansar. 

5. Iré cuando sienta que lo necesito pero si me obligan no iré nunca.

 6. Mis hijos hacen mucho ruido y es mejor no molestar.

7. No entiendo lo que dice el cura. 

8. ¿En qué parte de la Biblia dice que es una obligación ir a Misa?

 9. Y si no puedo comulgar ¿para qué voy?

 10. A misa sólo van los viejos.

Aunque también se puede decir, por ejemplo, que se va a Misa pero que no se observa ningún cambio en sí mismo.

 De todas formas ¿qué podemos decir a los creyentes que actúan de tal forma que se adhieren a este tipo de pensamientos?

 Resulta, sobre esto, verdaderamente triste que se pueda creer, verdaderamente creer, que no se necesita a Dios porque, una vez creados por Él, seguimos nuestro camino sin su ayuda. También es triste que alguien pueda no vivir con la humildad suficiente como para no darse cuenta de que es nada ante el Creador y que debe agradecer cuanto tiene y cuanto es; que no se puede hacer uso del escaso rato que dura una Eucaristía y no se tienen en cuenta todas las horas que se estarán, literalmente, perdiendo, viendo programas en televisión o asistiendo a un espectáculo deportivo o musical, por ejemplo.

 Aquellas personas que, siendo creyentes, creen que no deben asistir a la Santa Misa aplicando el erróneo principio según el cual creen en Dios pero no en la Iglesia no deberían olvidar nunca aquello dicho por San Cipriano a acerca de que “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre”.

En general, podemos decir que todo esto se resume diciendo eso tan socorrido de “me aburro en la Misa” (como hemos dicho arriba para empezar este capítulo). Y esto pasa, en primer lugar, porque no se tiene el conocimiento suficiente de lo que significa la Eucaristía; en segundo lugar porque no se acaba de comprender que tenga tanta importancia como dicen que tienen. Y todo eso colabora en no tener por buena la asistencia a la Santa Misa: en realidad, no se le acaba de ver el sentido a la misma. 

Se debería tener en cuenta que la Santa Misa: 

Es una necesidad para el ser humano creyente porque al haber dicho Cristo “Haced esto en memoria mía” quería decir que, en efecto, se debía hacer aquello en memoria suya. Y es que era una forma de hacer presente el sacrificio que, pocas horas después, iba a soportar de sí mismo en una cruz colgado o, digamos, de hacerlo exactamente real sin más elucubraciones teológicas: Cristo está presente en las especies del pan y del vino. Sin darle más vueltas. 

Y que, en la Santa Misa:

Es el Amor de Cristo el que conduce todo el rito eucarístico porque es a Él a quien está dedicada aquella memoria que traemos al presente. Y es a nuestra alma quien se dirige todo el bien que el amor de Cristo destila a lo largo de toda la celebración eucarística. Dos realidades espirituales que se dan la mano y el corazón: amor de Cristo y alma de cada creyente. Y es que el amor del Hijo de Dios no es que esté sólo presente sino que ¡está vivo! Por eso la Santa Misa ha de ser vista como una antesala de la vida eterna pues recordamos lo que fue, precisamente, el sacrificio de Jesucristo para que la humanidad pudiera salvarse y pudiera, por eso mismo, alcanzar la Bienaventuranza y la Visión Beatífica. 

Es incluso posible que se tenga de la Santa Misa una visión excesivamente racionalista sin tener en cuenta que  es el corazón el que ha de hablar a tal respecto. 

Hay, sin embargo, respuestas bíblicas, teológicas y propias del Magisterio de la Iglesia católica a las objeciones-excusas que ponen para no asistir con gozo y provecho a la Santa Misa. Así, por ejemplo:

 Sobre la intrínseca necesidad de la Eucaristía:

“Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 53-55)

 Y sobre los niños que “molestan en la Santa Misa”: 

”Pero Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: ‘Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él’. Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10 13-16).

Y para los creyentes que digan eso del domingo como único día libre: ¿qué es mejor eso o esto que dice Cristo?:

 “Vengan a mí todos los que están cansados y afligidos que yo los aliviaré"(Mt 11,28)

Y para aquellos que tengan por bueno el pensamiento según el cual no hay lugar en las Sagradas Escrituras en el que se nos diga de asistir a la Santa Misa:

“Luego tomó el pan, lo bendijo, y se los dio diciendo: “este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros, hagan esto en memoria mía". (Lc 22,14-19).

 "La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?". (1 Cor 10,16).

“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida… Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: ¿Queréis acaso iros vosotros también? Le respondió Simón Pedro: -Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. (Jn 6, 51-55, 66-68).

Y, por fin, para aquellos que creen que no surte ningún efecto su asistencia a la Eucaristía o, en fin, sobre el valor profundo de la Santa Misa:

“¡Cuántos años comulgando a diario! —Otro sería santo —me has dicho—, y yo ¡siempre igual! —Hijo —te he respondido—, sigue con la diaria Comunión, y piensa: ¿qué sería yo, si no hubiera comulgado?” (San Josemaría, Camino 534)

 

2. Razones para sí ir a Misa

Gracias a Dios (nunca mejor dicho) hay razones más poderosas que las que niegan la necesidad de la Santa Misa, para asistir a la Eucaristía. Y es que el Creador no se queda atrás en proporcionárnoslas. Seguramente muchas de las que aquí recojamos se han hecho ver en el apartado referido a las “razones” para no asistir a la Santa Misa. Sin embargo, es importante afirmarlas como buenas y mejores.

1. Supone llevar a cabo aquel “Haced esto en memoria mía”. 

2. Supone seguir el camino que han seguidos los santos y todos aquellos de los que se dice que han sido, y son, católicos consecuentes y de criterio.

3. Supone comprender lo que es el corazón mismo del Evangelio (“Esto es mi cuerpo…”). 

4. Supone cumplir un gozoso deber que nace de nuestro corazón. 

5. Supone mantener una relación fraterna con nuestros hermanos en la fe, un encuentro, en todo caso, de los hijos de Dios. 

6. Supone el momento ideal para escuchar la Palabra de Dios pues siendo cierto que podemos hacer eso en muchas otras ocasiones no por eso vamos a negar que el Templo es el lugar más acertado para conocer qué dijo e hizo Dios a través de Jesucristo. 

7. Supone manifestar el agradecimiento que, por nuestra parte, Dios merece. 

8. Supone el lugar apropiado para alimentar nuestra alma. 

9. Supone considerarnos enviados a tenor del final de la propia misa en la que se dice “Id y predicar el Evangelio” o “Id en misión evangelizadora” (“Ite, missa est”). 

10. Supone vernos libres de las ataduras del mundo para seguir la Voluntad de Dios.  

                                                     

Pero también unas razones que nos ayudarán a considera la asistencia, al menos, dominical a la Santa Misa:

1. Porque se va a Misa a recibir pero no por motivos egoístas (para que nos den de lo bueno que tiene Dios) sino para manifestar que queremos, como hizo Jesucristo, dar de lo que somos a quienes lo necesitan.

2. Porque se va a Misa teniendo en cuenta que Dios es nuestro Creador y, al menos, debemos dedicarle tal tiempo. 

3. Porque, como católicos, debemos obedecer a nuestra madre la Iglesia que así lo tiene establecido como uno de sus Mandamientos. 

4. Porque, de no ir (y no concurrir alguna causa, digamos, que legitime la no asistencia) se comete un pecado mortal. 

5. Porque se necesita la Eucaristía para vivir una vida verdaderamente católica. 

6. Porque sin la Santa Misa no se tiene acceso a la vida eterna al tener relación directa la primera con la segunda.

7. Porque es una invitación que te hace Jesucristo para celebrar un banquete donde Él es la víctima que se inmola. 

8. Porque asistiendo a la Santa Misa robustecemos nuestra fe católica de cara al mundo que tan poco lo es.

Y, en resumidas cuentas:

9. Porque es mejor ir que no ir. 

En realidad, deberíamos tener muy en cuenta lo que escribió el salmista (41) cuando dijo:

“Como busca la cierva corrientes de agua, así mi ama te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?”

Y es que la Santa Misa, como misterio que celebramos, está repleta de momentos en los que manifestamos que, en efecto, estamos sedientos de Dios a Quien no vemos pero amamos, a Quien esperamos ver cuando tal sea voluntad y a Quien agradecemos que el Cuerpo y la Sangre de su Hijo hayan servido para que, en efecto, pueda ser posible, para nosotros, alcanzar el estado de felicidad suprema que supone ir al Cielo donde la vida dura para siempre, siempre, siempre. 

Esto, seguramente, debería servir para convencer a los que no lo estén de su asistencia a la Santa Misa. Sin embargo, podemos dar un paso más (¡ánimo que es para nuestra salvación eterna!) para decir que, incluso, es posible pasárselo bien en Eucaristía. Sí, y es que esto, que puede parecer algo imposible (algunos, además, así lo sostienen para no cumplir con tal precepto) es perfectamente entendible: 

1. Antes que nada, nadie ha conseguido pasárselo bien en algún lugar o acontecimiento a fuerza de no acudir ni al primero ni al segundo. Hay, pues, que ir. 

2. Después. Una vez se está en el templo, hay que dejar de adoptar posiciones rígidas: hay que participar con gozo en lo aquello a lo que se asiste. Por eso no hay que distraerse sino, como se diría popularmente, estar a lo que hay que estar.

 3. Pero, en caso de no conocer bien a qué se asiste resulta más que conveniente conocerlo. Hay, pues, que formarse en el significado y sentido de la Santa Misa. Será la manera más directa de comprender uno y otro y poder disfrutar… pasarlo espiritualmente bien en la Eucaristía.

4. Pero, para poder pasarlo bien en la Santa Misa hay algo que es crucial, básico, esencial: leer y meditar los textos que la Liturgia tenga establecidos para tal día. Y hoy día nadie, pero nadie, puede decir que no tiene a mano (en papel) o a la vista (electrónica) lo que deba ser leído cada día en la Santa Misa. Tales excusas son, como suele decirse, de mal pagador.

5. Y, ya para terminar, algo que, siendo el final, ha de ser lo primero que se haga. Cuando se asiste a la Santa Misa no hay que ir como quien va al cine o a otro sitio así. A la Casa de Dios hay que ir con el alma medianamente (mejor totalmente) preparada: hay que hacerse con oraciones que nos preparan para tal momento Y eso, como hemos dicho en el punto 4, no es imposible. Por eso, como material espiritual adicional se acompañan algunas de ellas al final de este libro aunque, como podemos imaginar, el fiel católico, siendo capaz de eso, puede orar según sea su voluntad para mejor prepararse siempre que tenga en cuenta a qué lugar va a acudir, qué es lo que va a celebrar  y cuál es el gozo con el que quiere llenar su corazón y su alma.

Vemos, pues, que hay razones muy poderosas como para que no tengamos por absurda e innecesaria la asistencia a la Santa Misa. Otra cosa es, claro, que nos empecinemos en seguir las contrarias. 

De todas formas, la Santa Misa es el corazón del domingo y, también, debería ser (de poder) de todos los días de la semana (del resto, queremos decir). El caso es que no se asiste a la Santa Misa porque se sea bueno sino para que la bondad de Dios y el ejemplo de vida de Jesucristo nos ayude a ser mejores. 

Eleuterio Fernández Guzmán

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Santa Misa; Cristo presente. ¿Se puede pedir más?

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