Un amigo de Lolo -Somos hijos de un Padre que es Dios

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

7 Ten presente a Dios en todo aquello que hagas porque, de otra forma, difícilmente podrás llamarte hijo suyo.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Somos hijos de un Padre que es Dios

“¡Qué grandes con Dios, qué Dios más grande! ”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (5)

A lo largo de la historia de la humanidad, el ser que creó Dios y que puso en la tierra para que se enseñoreara de ella y transmitiese a sus descendientes el poder sobre la misma, se ha relacionado con el Creador de muchas formas.

Así, por ejemplo, ha habido épocas en las que el hombre creyó que había muchos dioses a los que prestar devoción. Entonces, su corazón se embotó y se llenó de imágenes que no se correspondían con la verdad.

Abrahám pudo, sin embargo, transmitir a su pueblo que había un Dios que era Dios a quien debían seguir. Por tanto, debían abandonar los cultos paganos y politeístas que habían dominado a la descendencia del Todopoderoso.

El pueblo judío, elegido por Dios para ser quien transmitiese la Ley (dada a Moisés y reflejada en las Tablas) fue el primero que se dio cuenta de que con Dios era, en realidad, el pueblo más poderoso porque a nadie ni a nada podía temer. Y tuvo, como prueba, la persecución del Faraón por el desierto y la muerte de sus soldados ahogados en el Mar Rojo.

En realidad, al lado o, mejor, sabiéndose hijos de Dios y considerándolo como nuestro Buen Pastor, es bien cierto que tenemos asegurada la victoria sobre el Mal aunque el Mal muchas veces nos venza en acometidas particulares y crea que resultará vencedor sobre nuestro corazón. No ha de ser así nuestra convicción sino, muy al contrario, llevar nuestra existencia por caminos rectos hacia el definitivo Reino de Dios que es, exactamente, donde el Padre nos quiere para siempre, siempre, siempre.

Debemos repetirnos muchas veces (los creyentes olvidadizos, muchas más) esto que, a modo de jaculatoria, debería llenar nuestro corazón: “Somos hijos de un padre que es Dios”. Y meditar, antes que nada, lo que supone ser hijos y, después, de Quién somos hijos. Sólo así sobrenadaremos las ocasiones en las que creamos que nos hemos alejado de nuestro Padre y olvidemos que Él nunca se olvida de nosotros y siempre, siempre, perdona nuestra falta de amor para Quien todo lo creó y, no olvidemos esto, todo lo mantiene.

Entonces, exactamente igual que Abrahám dejó su tierra, sus riquezas y sus momentáneos gozos y lo abandonó todo por Dios, nosotros no podemos, ni debemos, querer ser menos que aquel hombre, ya entrado en años, que escuchó la voz de Quien lo creó y supo dar forma al mensaje que le llegaba de lo alto. Seguramente podremos argumentar que aquellos eran otros tiempos y que las cosas no están, ahora, para según qué realidades. Sin embargo, el corazón del hombre ha de seguir puesto en Dios porque no debe abandonar a Quien tanto le entregó y tanto le da a cambio, sólo, de amor y confianza: amor que, muchas veces, se pervierte por los modernos baales; confianza que otras tantas veces echamos a perder porque gustamos más unas mundanas realidades.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán

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