Libros de "Lolo".- Un buen libro para empezar: “El sillón de ruedas”

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Presentación de la serie:

Manuel Lozano Garrido, más conocido como “Lolo”, beato de la Iglesia católica, es más que conocido en este blog de InfoCatólica porque el que esto escribe lleva unos meses prestándole la atención, no toda, la que se merece.

Lolo escribió, a lo largo de su vida, una serie de libros que, en el número de 9, traen a la actualidad misma de ahora mismo, una realidad espiritual profunda, llena de luz y de gozo en Dios y, sobre todo, son expresión de un ser cristiano como tiene que serlo un hijo de Creador y que es siendo consciente que se es y gozando con ello.

Pues bien, esta serie va a estar dedicada, si Dios quiere y Dios mediante, a traer aquí cada uno de los libros escritos por aquel joven de Linares (Jaén, España) que supo, a lo largo de una trabajosa vida física cultivar un corazón sano y lleno de todo aquello que tantas veces nos falta a los que no nos podemos mirar en su espejo físico pero sí, y mucho, en el espiritual.

Por otra parte, voy a seguir, para la publicación de las recensiones, el mismo orden que siguió Lolo para publicarlos.

1.- El sillón de ruedas (Manuel Lozano Garrido, “Lolo”)

El sillón de ruedas

Título: El sillón de ruedas
Autor: Manuel Lozano Garrido, “Lolo
Editorial: Edibesa
Páginas: 343
Precio aprox.: 5,75 €
ISBN: 84-8407-227-4
Año edición: 2001
Lo puedes adquirir en Editorial Edibesa o dirigirte a la Asociación Amigos de Lolo

En 1961 Manuel Lozano Garrido publica su primer libro al que puso de título “El sillón de ruedas”. En él se pone de manifiesto que el conocimiento de la realidad más inmediata y los sentimientos que produce la misma en el ánimo de un ser humano en situación tan especial (entonces ya llevadas bastante años enfermo y en el sillón de ruedas) puede ser de una profundidad no pequeña.

En el prólogo del mismo escribe Manuel Amado que “Los libros de ‘Lolo’ no pueden leerse sin un previo ejercicio de purificación interior, que adapte nuestro entendimiento a la sacudida de luz que nos aguarda”. Y eso es, esencialmente, cierto.

Divide Lolo, para escribirlo, el texto de su libro en apartados que tiene como objeto determinadas realidades que, muchas veces, pudieran parecer abstractas (como la esperanza, la libertad, la soledad, la muerte etc.) pero que en su letra pasan a tener verdadera consistencia humana y sentido que, casi, se puede llevar de la mano al corazón como si hubiera podido ser capaz de darle materialidad.

El sillón de ruedas

Pero también escribe, al final del libro, unas que podríamos denominar Cartas al Señor en las que vuelca todo su corazón y en las que nos muestra que, para aquel entonces, su madurez espiritual había llegado a un punto en la cual los simples creyentes sólo podemos soñar. Allí mismo, cuando dice (p. 320) “Ayúdame, Señor, a detectar el oro de las circunstancias y cédele a mi corazón el secreto de la productividad; que yo sepa vitaminizar las ocasiones” nos muestra que nunca cede ante lo que podría ser pesimismo y, mucho menos, a la desesperanza que es la mejor forma de no creer en la Providencia de Dios.

Lolo se reconoce inválido pero es, en todo caso, una invalidez humana (así llama a un capítulo de su libro: “Profesión, inválido”) pero nunca, nunca, una que lo sea espiritual. Así lo demuestra a lo largo de su libro “El sillón de ruedas” donde, por ejemplo, reconoce la gracia de Dios (p. 34) cuando escribe “un hombre será afortunado si tiene la conciencia serena y a la noche no se le taladra el berbiquí de los remordimientos /…/ si, sobre todo, la Gracia ha ido germinando en cada palpitación y ahora Dios se ha hecho grande y se le derrama a uno orlos ojos y la palabra, los pasos y la caricia”.

Gracia de Dios, pues, y, también, santa paciencia que mucho tuvo que ver con su vida. Así, cuando nos dice (p. 37-38) que, tras la visita del señor del “Estanco” (vendedor de tabaco en España) y haberlo escuchado hablar de sus cosas pacientemente durante un rato muy largo “Aún abrigaba esperanzas de que se despidiera, cuando preguntó si habían dado algún toque de Misa, porque iba a la de siete. En la muñeca le vi las seis y diez”. Y es que, además, con el citado señor habían acompañado cuatro de sus hijos…

Lolo tiene confianza en Dios. Sólo así se puede entender su vida como fruto vivo del Amor del Padre. Por eso, nos dice que (p. 49) “Lo exacto es que nuestros tendones, comprimidos al máximo, estarán siempre subordinados al supremo recurso de la musculatura de Dios, que se arquea junto a nuestro latido y nuestro forcejeo. Lo que está bien claro es que nuestras espaldas no se rendirían tanto a la pesadumbre si nos adelantáramos a la visita del infortunio tendiendo ya la mano a la colaboración generosa con los planes divinos”.

Pero este libro tiene mucho más a lo que prestar atención. No podemos olvidar lo que, para muchas personas, puede ser objeto de mucha extrañeza y es el gozo en la enfermedad que muestra Manuel Lozano Garrido a lo largo de las páginas de este su primer libro. Así, por ejemplo, cuando escribe (p. 48) que “La mutilación de ese mundo tan maravilloso que es el de los sentidos, el sabor grato de la vida de relación, el impacto bello de la armonía de la naturaleza, se amortigua en el planteamiento de una nueva evolución vital, en la que la profundización se reserva la paternidad de los hallazgos más luminosos y consoladores. Nadie puede negar que el aislamiento suponga siempre un enriquecimiento de interioridad” nos muestra que es lo que, en su caso, se produjo para su bien y para el de los que le conocieron y conocen.

En realidad, hay tanto de lo que escribir sobre Lolo y sobre lo que Lolo nos dice enEl sillón de ruedas” que haría esta recensión extensa, muy extensa. Pero valga, para terminar este breve acercamiento con decir que Manuel Lozano Garrido agradeció mucho a Dios lo que le pasaba. Aunque pudiera parecer raro a quien no sepa del gozo que supone sufrir sabiendo que se sufre por unos bienes superiores o sobrenaturales. Por eso escribe (p. 63) que “Desde que una mañana vino y me plantó a la derecha un esqueje de la caridad más heroica, he zanjado la idea de un futuro monstruoso y cada minuto me desgrana ahora su delicia exacta, sin trasfondo de engendros y pesadillas”.

Y así podríamos estar un rato muy largo porque Lolo en este primer libro de título “El sillón de ruedas”, lugar físico desde donde veía el mundo y su circunstancia, demostró que ser hijo de Dios se es si se es consciente de que se y se actúa en consecuencia… con todas sus consecuencias.

Recomiendo, pues, muy vivamente la lectura de este libro que será, seguro, de mucho aprovechamiento espiritual para la vida de quien se lleve al corazón las letras allí dejadas por Lolo.

Eleuterio Fernández Guzmán

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