Serie Bienaventuranzas en San Mateo - 6.- Los limpios de corazón

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

Sermón del Monte

S. Mateo, que contempla a Cristo como gran Maestro de la Palabra de Dios, recoge, en las 5 partes de que consta su Evangelio, la manifestación, por parte del Hijo, del verdadero significado de aquella, siendo el conocido como Sermón de la Montaña el paradigma de esa doctrina divina que Cristo viene a recordar para que sea recuperada por sus descarriados descendientes.

No creáis que vengo a suprimir la Ley o los Profetas (Mt 5,17a). Con estas palabras, Mateo recoge con claridad la misión de Cristo: no ha sido enviado para cambiar una norma por otra. Es más, insiste en que no he venido a suprimirla, sino a darle su forma definitiva (Mt 5,17b). Estas frases, que se enmarcan en los versículos 17 al 20 del Capítulo 5 del citado evangelista recogen, en conjunto, una explicación meridianamente entendible de la voluntad de Jesús.

La causa, la Ley, ha de cumplirse. El que, actuando a contrario de la misma, omita su cumplimiento, verá como, en su estancia en el Reino de los cielos será el más pequeño. Pero no solo entiende como pecado el no llevar a cabo lo que la norma divina indica sino que expresa lo que podríamos denominar colaboración con el pecado o incitación al pecado: el facilitar a otro el que también caiga en tal clase de desobediencia implica, también, idéntica consecuencia. El que cumpla lo establecido tendrá gran premio.

Pero cuando Cristo comunica, con mayor implicación de cambio, la verdadera raíz de su mensaje es cuando achaca a maestros de la Ley y Fariseos, actuar de forma imperfecta, es decir, no de acuerdo con la Ley. Esto lo vemos en Mt 5, 20 (Último párrafo del texto transcrito anteriormente).

Las conductas farisaicas habían dejado, a los fieles, sin el aroma a fresco del follaje cuando llueve, palabras de fe sobre el árbol que sostiene su mundo; habían incendiado y hecho perder el verdor de la primavera de la verdad, se habían ensimismado con la forma hasta dejar, lejana en el recuerdo de sus ancestros, la esencia misma de la verdadera fe. Y Cristo venía a escanciar, sobre sus corazones, un rocío de nueva vida, a dignificar una voluntad asentada en la mente del Padre, a darle el sentido fiel de lo dejado dicho.

El hombre nuevo habría de surgir de un hecho antiguo, tan antiguo como el propio Hombre y su creación por Dios y no debía tratar de hacer uso, este nuevo ser tan viejo como él mismo, de la voluntad del Padre a su antojo. Así lo había hecho, al menos, en su mayoría, y hasta ahora, el pueblo elegido por Dios, que había sido conducido por aquellos que se desviaron mediando error.

El hombre nuevo es aquel que sigue, en la medida de lo posible (y mejor si es mucho y bien) el espíritu y sentido de las Bienaventuranzas.

6.- Los limpios de corazón

Los limpios de corazón

Cristo, llevado por su amor sin límite, fija su atención en aquel órgano físico que lleva, más allá de su materialidad, al conocimiento que Dios, puso, de Él, en su interior. ¿Qué es la limpieza de corazón?

Es en nuestra concepción cuando Dios, mediante el Espíritu Santo, nos infunde ese “secreto designio” del que habla la Carta a los Efesios (1); ese conocimiento del amor que el Padre nos trasmite y al que hemos de ser fieles y, como hijos, continuadores en esa herencia tan nuestra.

Muchas veces Cristo echó en cara de sus contemporáneos que, en su actitud (la de ellos, hay que entender) existía una falta de, llamémosle, unidad de vida: lo que decían con la boca no correspondía con sus obras, que no había relación entre una cosa y las otras y que, a Dios, no se servía con semejante actuación. Por ejemplo, ante el caso, de típica raíz judía, de aquel que come sin lavarse las manos –en cumplimiento de uno de tantos preceptos con los que se cargaba el pueblo hebreo- Jesús responde que lo que mancha al hombre es lo que sale del corazón: “Porque del corazón provienen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias” (2). Por lo tanto, pertenecen a este órgano fundamental de nuestro cuerpo, acechanzas y maledicencias, lúgubres actuaciones y vertidos de artificiosa fealdad y, por eso mismo, cabe mantenerlo limpio de toda impureza, vacío de iniquidades, libre de cualquier posibilidad de corrupción.

El corazón del hombre es fuente de bienes, pero también de males para sí y para los demás. La purificación requiere esfuerzo y entrega a esa causa de limpieza tan querida por Dios; tan querida que considera bienaventurados a aquellos que lo mantengan limpio, que hayan de las negritudes que afean el proceder del hijo de Dios, porque según dice el Salmo 39 (9) “llevo tu instrucción en mis entrañas” y, con esa instrucción, asentada en el amor hacia Dios (Amarás a tu Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu poder –Primer Mandamiento de la Ley de Dios-) y hacia los demás (y a tu prójimo como a ti mismo) se podrá alcanzar la meta de todo hijo de Dios: ver a Dios.

Pero ¿cómo llevar a la práctica esto?

Cristo, en su fundamental labor de llevar a cabo el cumplimiento de la Palabra de Dios, realiza aquello que Ezequiel dijera (3) de que iba a darnos un corazón nuevo y que, nos revestiría de un nuevo espíritu. Es más, ante tanta falsedad existente en el pueblo elegido, hace efectivo ese os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne, porque la piedra no siente por el otro, ni padece por el hermano, ni puede superar su estado de firmeza obligada, mientras que la carne, sinónimo de vida, acumula riquezas de amor y sabe entender de palabras y acciones, de luchas y de pérdidas. Como dice Orígenes ¡Qué grande es el corazón del hombre¡ !Qué anchura y capacidad, con tal que sea puro¡ (4).

Es claro que el hombre siente apego por el hombre y apego por las cosas que tiene, que desea o que anhela, que somos esencialmente emocionales y que, por esto, es fácil que el corazón caiga y vuelva a caer. Sin embargo, llevando a cabo una adecuación entre nuestra voluntad y la voluntad de Dios, mediando su Gracia, exigiéndonos cordura en el proceder, permaneciendo fieles en la caridad (ley suprema del Reino de Dios) y sintiendo amor a la verdad (5), esa Verdad que Jesús hermano y Dios encarnado manifestó en su vida ordinaria, en el taller de José, y diaria vivencia con los que eran sus semejantes, podremos ver a Dios cara a cara y ser semejantes Él (6).

NOTAS

(1) Ef. 1, 3-10: Según la riqueza de su gracia derrochó en nosotros toda clase de sabiduría y prudencia, dándonos a conocer su secreto designio…Que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcanzarán su unidad en Cristo.
(2) Mt 15, 19.
(3) Ez. 36,26.
(4) ORIGENES, Hom. 21 sobre San Lucas.
(5) CIC, 2518.
(6) CIC, 2519.

Leer Bienaventurados los pobres de espíritu.

Leer Bienaventurados los mansos.

Leer Bienaventurados los que lloran.

Leer Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.

Leer Bienaventurados los misericordiosos.

Eleuterio Fernández Guzmán

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Para leer Fe y Obras.
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1 comentario

  
María
Los limpios de Corazón, los hombres que han hecho su corazón Inocente, como el de un niño......de ellos será el Reino de los Cielos.
La limpieza del corazón , dá una gran facilidad para el trato con DIOS y.......
Esa limpieza de Corazón se opone a las turbulencias de las Pasiones.


Saludos
09/04/12 10:56 PM

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