Serie Adviento - 3er domingo (11 de diciembre de 2011): bautizo de agua y de fuego

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Adviento. Tercer Domingo

Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego

El evangelista Lucas, en la, digamos, presentación de la labor de Juan el Bautista, pone, en boca del primo de Jesucristo, algo fundamental para nuestra fe: el bautizo con agua ha de suponer, también, el de fuego.

Entonces, como cristianos, en cuanto bautizados no podemos olvidar lo que supone tener tal encuentro espiritual con Dios. Al menos, no podemos dejar de lado lo que eso es para nosotros y para nuestras relaciones medidas o inmediatas.

Primero se nos bautiza con agua. Así se nos limpia el pecado original. Pero luego, el otro bautismo, el que quema nuestro corazón de piedra es el de fuego.

No podemos, por eso mismo, dejar de prestar atención a lo que recoge, para este tercer domingo de Adviento san Lucas en su Evangelio (3,17-18):

En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga. Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva”.

Pero esto, al fin y al cabo, ¿También se refiere a nosotros, a hoy mismo, a nuestro ahora?

Esto lo digo porque es del pensamiento de muchos, incluso, creyentes, que tienen como ajeno lo que contienen las Sagradas Escrituras cuando, al ser inspiración de Dios nunca pueden pasar y, por tanto, ni han dejado de tener importancia ni, sobre todo, van a dejar de tenerla.

Para mí, Juan refiere, al decir eso de “fuego que no se apaga” a algo trágico. Lo trágico, para quien sea esa paja que se aparta de Dios, voluntariamente, es que ese resquemor que pueda sentir en su corazón no se apaga nunca, que siempre tenga, aunque no quiera, esa desazón, ese sentimiento de no haber hecho bien, lo correcto. Los demás, aquellos que, tras su conversión, tan necesaria entonces como ahora, ingresará, por así decirlo, en el “granero” de Dios porque habrá sido fruto bueno (unos el 30, otros el 40 y otros el 100%, como dice la parábola del sembrador).

Todo esto era, como dice el texto de Lucas, un anuncio de la “Buena Nueva”, de que Jesús estaba al llegar.

¿Y para nosotros?

A nosotros, ahora que tantos siglos después escuchamos estas palabras, ahora que nos refieren a nuestra vida ordinaria, a nuestro proceder diario, a nuestro vivir, se nos pide, también, el acogernos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra que, entonces, mientras Jesús, si Hijo, acudía a Juan, como estaba escrito, guardaba todo aquello en su corazón.

Además, Juan, Bautista, ofrece una nueva perspectiva que, para despistados en lo espiritual venía/viene muy bien (3, 1-14):

El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.

Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: ‘Maestro, ¿qué debemos hacer?’

El les dijo: ‘No exijáis más de lo que os está fijado.’

Preguntáronle también unos soldados: ‘Y nosotros ¿qué debemos hacer?’ El les dijo: ‘No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.’

Y no es poco lo que el último profeta de la Antigua Alianza les dice y, así, nos dice:

-Ser generosos con los necesitados.

-No abusar valiéndose de la situación de superioridad que se pueda tener.

Y algo que es muy importante: contentarse con lo que se tiene sin, por pensar que se tiene poco, tratar de hacer lo que no se debe hacer.

El fuego del bautismo del espíritu santo ha de terminar con todo lo que, de mundano, hay en nosotros. Por eso Juan, el primo de Jesús, se sabe indigno ante el que tiene que venir: su bautismo, a lo mejor, no produce el cambio tan deseado y que proclama, con ansia, el hijo de Isabel y Zacarías.

No obstante, aún resuenan, en nuestro corazón, aquellas palabras que, desde el Jordán, trataban de que cambiase lo malo y deviniese en bueno; de lo antiguo a lo nuevo…

Al fin y al cabo, sabemos que el agua limpia pero también sabemos que el fuego purifica.

Eleuterio Fernández Guzmán

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