Ad pedem litterae - Hermanos en la red - P. Roberto Visier - Arraigados en Cristo

Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.

En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son publicados aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que manifiestan, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.

Ad pedem litterae - P. Roberto Visier

En el siguiente artículo, el P. Roberto Visier pone el acento en el hecho de tener, en verdad, a Cristo en el corazón. Y no sólo de los jóvenes.

Arraigados en Cristo

P. Roberto Visier

“En el mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud del presente año, el Papa ha dicho a los jóvenes: “En un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (cf. Col. 2,7)”. Escribe poco después: “Quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia que puede ser decisiva para la vida”.

Para aquel que siga mínimamente las intervenciones del Pontífice, es algo obvio que el tema de las raíces cristianas de Europa es recurrente, podemos calificarlo, en el buen sentido de la palabra, como casi “obsesivo”. El Papa percibe que el futuro de una Europa unida y en paz pasa por recobrar la cultura cristiana. No se trata de volver a modelos del pasado donde los reyes y los reinos eran confesionales y estaban muy vinculados a la Iglesia. Eso tenía sus efectos positivos, como la cristianización de la cultura, y otros negativos como la injerencia del poder en los asuntos eclesiásticos y la excesiva politización de la Iglesia, quiero decir una Iglesia demasiado enredada en los entresijos del poder temporal.

Recuperar las raíces cristianas de Europa significa reconocer una evidencia histórica incuestionable: desde la cristianización del Imperio Romano en los primeros siglos después de Cristo y hasta nuestros días, el cristianismo ha estado presente en Europa y ha empapado la cultura, no sólo del viejo continente sino también de América después del descubrimiento. Podemos, en cualquier caso, reconocer que la presencia del cristianismo en los dos primeros siglos no era todavía decisiva, que después de la Revolución francesa la separación entre el Estado y la Iglesia ha aumentado progresivamente, incluso que el siglo XX ha visto un proceso de descristianización impresionante; pero aun así no se puede dejar de aceptar que, durante más de 1500 años la fe cristiana ha formado parte de la identidad europea, que aun hoy sería muy difícil concebir nuestra sociedad sin la presencia de la Iglesia y de la fe, y que todos aquellos que en los últimos siglos han intentado “borrar” el cristianismo de nuestro suelo han fracasado estrepitosamente.

Excavar para encontrar las raíces, ahora escondidas, de Europa no significa que los europeos estarán obligados, para respetar sus raíces, a asistir a Misa todos los domingos y a cumplir los mandamientos de la Iglesia. El hecho de que la Constitución de la Unión Europea reconozca unos fundamentos históricos comunes donde entren los valores cristianos, no implica una confesionalidad de Europa en general y de los distintos estados que la forman en particular. Se debe respetar la libertad de conciencia y de religión de los ciudadanos. No se habla de raíces católicas, sino cristianas. Se trata de reconocer aquello que nos une y aceptar unos criterios de convivencia de validez universal inspirados en la ética cristiana.

La declaración de los derechos humanos de la post guerra tiene un claro matiz cristiano. De hecho es difícil que sean reconocidos, o al menos vividos, en otras culturas no cristianas, donde con demasiada facilidad se atenta contra principios que para nosotros son evidentes e intocables como: la igualdad ante la ley, la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, la protección de la infancia, los derechos laborales de los trabajadores, etc. Por otra parte, si estamos asistiendo a una relectura de dichos derechos del hombre que rebaja sus exigencias y confunde su sentido, es precisamente por la pérdida de las raíces cristianas de Occidente.

¿Cabría esperar de la juventud de hoy una reacción a favor de un redescubrimiento de la fe cristiana? Aparentemente, si atendemos a los porcentajes de práctica religiosa, podríamos responder que no. Sin embargo hay algo común en la presente generación: la insatisfacción. Los jóvenes no se sienten bien, no están contentos con la cultura moderna, no comparten “los modos de hacer” de los adultos que han conducido a una crisis profunda. Viven inmersos en una sociedad consumista y alejada de Dios, pero no están contentos de vivir en ella. Por eso el Papa invita a todos a venir al encuentro independientemente de su fe. La Jornada Mundial de la Juventud puede constituir, en este sentido, un “atrio de los gentiles” donde se proponga a los jóvenes una alternativa. Es una opción antigua pero a la vez siempre nueva. En vez de un consumismo vacío y defraudante, los bienes espirituales de siempre: la generosidad, el amor verdadero, la solidaridad, las virtudes en general; en vez del agnosticismo, la fe y la confianza en un Dios cercano que se ha hecho hombre como nosotros.

Así lo expresa el Papa en el mensaje para la JMJ 2011: “hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentado crear un “paraíso” sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un infierno”. Las dos guerras mundiales europeas han sido una prueba manifiesta de ello. No sólo por el holocausto llevado a cabo por el nazismo ateo, sino por la saña con que, aprovechándose de la victoria aliada, el comunismo (también ateo) se apoderó del Este de Europa instaurando la dictadura del terror durante más de 50 años. La Alemania nazi perdió la guerra de los aviones, los tanques, los cañones y las trincheras. La URSS perdió la guerra fría de la ideología totalitaria con la caída del muro de Berlín. Todavía quedan muchas heridas sin sanar de ambas guerras, la de fuego y la de hielo.

Sólo volviendo a la fe se puede recuperar la confianza en el hombre, en su capacidad para construir, según el plan de Dios, la civilización del amor, preludio de la Patria definitiva cuya plenitud va más allá de los horizontes de la historia presente. El Papa dice que es vital para los jóvenes encontrar sólidos cimientos donde edificar su vida, mucho más ahora en una sociedad donde reina la inseguridad y el relativismo. Necesitamos un punto de referencia que nos guíe, que dé sentido a nuestras acciones. Benedicto XVI confía en los jóvenes porque está seguro de que en un corazón joven existe siempre la tendencia de ir más allá de lo habitual, de lo cotidiano, de lo efímero, de buscar la verdad, la felicidad, el sentido último de las cosas, la vida plena.

La fe en Dios es ese manantial, ese torrente de agua viva donde podemos saciar nuestra sed y dar una respuesta a nuestras más grandes aspiraciones. Permanecer firmes en la fe quiere decir considerarla el tesoro más precioso que debemos guardar, la luz más potente que me puede guiar, el regalo más útil y a la vez más hermoso que puedo ofrecer a los demás. Valorar la fe que recibimos en nuestro bautismo significa ser capaces de dar la vida, como han hecho los mártires, antes de perder la razón más esencial de nuestra existencia terrena y eterna.”

P. Roberto Visier.

Publicado originalmente en Verdad en Libertad.

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