Sacerdotes mártires valencianos (XVIII)

Ramón Esteban Bou Pascual nació en 1906 en Benimantell (interior de la comarca de La Marina, provincia de Alicante). Estudió en el seminario de Valencia y se ordenó en 1930. Tras un año como coadjutor en el pueblo de Benifayó (comarca de La Ribera, Valencia), en diciembre de 1931 fue escogido como cura de Planes, una aldea de la montaña alicantina, no muy lejana a su pueblo natal. Al estallar la guerra civil, amenazado por los marxistas, se refugió en casa de sus padres, donde fueron a buscarlo hombres del comité del pueblo de Callosa.

Escapó al monte, donde vagó durante varios días, sin hallar acogida en las casas de campo donde pidió ayuda. Finalmente, hubo de regresar al hogar paterno en Benimantell. El 15 de octubre de 1936 le detuvieron unos milicianos. Don Ramón se despidió de su padre diciéndole: “si algo me ocurre, perdonad a todos, que yo también les perdono ante Dios”. Con la excusa de llevarlo a declarar a Alicante, le sacaron del calabozo municipal la madrugada del 16, y le obligaron a bajarse del coche frente al cementerio del cercano pueblo de La Nucia. Sabiendo lo que estaba por venir, perdonó a su verdugos, diciéndoles que podían matar su cuerpo, pero no su fe, ni su condición sacerdotal. Una descarga le dejó tendido frente a la tapia. Tenía 30 años.

 

En el pueblo de Alacuás, a pocos quilómetros al oeste de Valencia, vino al mundo José González Huguet en el año de 1874. Tras estudiar en el seminario conciliar de Valencia, alcanzó el grado de doctor en Sagrada Teología y se ordenó de presbítero en 1898. Tras ejercer la coadjutoría de diversos pueblos valencianos (Sueca, Paterna, Puzol), finalmente fue nombrado cura párroco de Cheste (a unos 38 quilómetros al oeste de Valencia) en 1911. Pocos años después se desató un terrible incendio en el templo parroquial de san Lucas. El sacerdote, contra los intentos de disuadirle de los vecinos, arriesgó su vida entrando para rescatar a Cristo sacramentado del Sagrario en medio de las llamas. Durante muchos años después, el párroco destinó buena parte de su sueldo, y dinero obtenido de colectas e incluso mendigando, para reparar los daños. Llegó febrero de 1936 y la victoria electoral del Frente Popular. Los marxistas de Cheste celebraron el triunfo asaltando la casa parroquial, donde robaron cuanto pudieron y destruyeron lo que no, amenazando la vida del infortunado sacerdote. Con permiso del obispo, don José se trasladó a su pueblo por ser imposible ya el ejercicio de su ministerio en un pueblo tomado a viva fuerza por los revolucionarios. Al estallar la guerra, y la revolución en retaguardia, el comité de Cheste exigió al de Alacuás la entrega del sacerdote. Se opusieron los marxistas de su pueblo, y tras esconderse en varias casas, finalmente un grupo de milicianos de Cheste lo capturaron en casa de su sobrino Alfredo Palop el 11 de octubre. Tras un breve paso por el Gobierno Civil de Valencia, los milicianos lo llevaron a su pueblo, donde le pasearon por toda la población desnudo, insultándolo y clavándole navajazos. Cual si fuese un toro, en la plaza mayor lo alancearon y le cortaron las orejas. En ningún momento se le oyó proferir queja ni lamento, sino que los testigos únicamente le veían orar en silencio. Chorreando sangre y cerca de la muerte, finalmente fue sacado de madrugada y no lejos del pueblo de Ribarroja le acribillaron a tiros, enterrando su cadáver en una fosa común del cementerio, donde no pudo ser identificado. Tenía 62 años.

 

En 1886 nació Fernando González Añón en el pequeño pueblo de Turís, en la comarca de La Ribera. De vocación religiosa muy temprana (que él atribuyó a la guía de san José), tras concluir sus estudios de perito mercantil en la escuela de los Hermanos Maristas, ingresó en el Seminario Conciliar Central de Valencia, se ordenó sacerdote el 6 de marzo de 1913. Ejerció diversos curatos en los pueblos de Alcacer y Anna, así como de capellán en el salto de la Hidroeléctrica de Rambla Seca. En todos ellos se destacó por su devoción al Sagrado Corazón de Jesús y su preocupación por el socorro a los obreros. El 24 de junio de 1931, cumplió el mayor de sus anhelos, al ser nombrado cura párroco de su pueblo. El celo que despliega los siguientes años es ingente: promoción de la devoción al Santísimo Sacramento y a la patrona Virgen de los Dolores, atención a los enfermos y necesitados, influencia frente a las autoridades para que apoyasen las iniciativas parroquiales por los pobres, catequesis sobre todo entre los jóvenes, etcétera. Su oposición continua a los abusos contra la Iglesia de los miembros del Frente Popular le vale el ser marcado (santa marca, por cierto). El 27 de agosto de 1936 la milicia de Turís le saca de su casa en un coche. A 7 quilómetros de Picassent, le obligaron a bajar y le dispararon varias veces en el vientre. Sus últimas palabras fueron “perdónalos Señor. ¡Viva Cristo Rey! Señor mío y Dios mío”, mientras se desangraba. Tenía 50 años.

 

Felipe Pérez Pérez nació en Parcent, un pueblecito de la montaña de La Marina, en 1885. Estudió en el Seminario Conciliar Central de Valencia, ordenándose en 1910. No se conoce su carrera hasta que fue nombrado cura párroco de Jalón (otro pueblo montañés de La Marina), donde se granjeó el afecto de sus feligreses por su rectitud. Tras el 18 de Julio, el comité local le prohibió celebrar los sacramentos o vestir de sacerdote, aunque él consiguió aún celebrar la misa clandestinamente durante una semana, hasta que el hostigamiento de los milicianos (le rompían cerrojos, le cortaban la luz o le ensuciaban la puerta) le llevó a salir del pueblo escondido en el maletero de un automóvil para regresar a la casa paterna en Parcent. Escondido por sus hermanos, constantemente les alentaba a la oración, a la paciencia, y a la resignación a la voluntad de Dios. El día 8 de octubre un pariente denunció su paradero al comité local de la F.A.I a cambo de 30 duros (30 monedas como a Nuestro Señor Jesucristo). Esa noche fueron a buscarle los milicianos, y pese a los intentos de sus hermanos por ocultarle, salió tranquilo de su aposento al escuchar las amenazas de los pistoleros. Le preguntaron si era el cura de Jalón , y dijo que serlo era su mayor honra. Entonces se lo llevaron so pretexto de interrogarle en Alicante. Sus hermanos quisieron impedirlo, pero él evitó un baño de sangre y, cogiendo su Rosario, les dijo: “No lloréis hermanos míos; el martirio que se me va a dar por ser sacerdote es el don más grande que Dios puede concederme”. Con malas maneras lo subieron al coche y se lo llevaron. Pocas horas después fue martirizado cerca del pueblo de Oliva. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio local, siendo recuperado posteriormente por sus hermanos y enterrado en su pueblo. Tenía 51 años.

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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.

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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros; Mateo 5, 9-12

1 comentario

  
Roberto Gonzalez
La tristre historia que hoy niegan muchos
27/01/19 11:52 PM

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