La Iglesia siríaca (VIII)

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Decadencia de los señoríos latinos en Siria

La caída de Jerusalén significó el fin de la guerra continua entre cristianos y musulmanes en Siria. Los sucesores de Bohemundo III en el principado de Antioquia y Trípoli se enzarzaron en luchas intestinas y con otros reinos cristianos. A partir de 1205 sus dos hijos iniciaron una larga guerra civil por el trono que enfrentó a nobles francos del principado y también a poderes extranjeros. Raimundo Roupen contó con el apoyo de su suegro el rey León II de la Pequeña Armenia (el reino de Cilicia dónde se habían exiliado muchos armenios tras la invasión de los turcos selyúcidas); Bohemundo IV de Poitiers buscó la alianza matrimonial con la hija del rey de Chipre y monarca titular en el exilio de Jerusalén, Hugo de Lusignan. Incluso las propias órdenes religiosas quedaron divididas, apoyando los hospitalarios a Roupen y los templarios al de Poitiers, para escándalo de la Cristiandad. En 1219, Bohemundo finalmente logró hacerse con el principado tras derrotar al hijo de su hermano, ya difunto. Derrotados sus adversarios, Bohemundo IV buscó la reconciliación, firmando la paz y casando a dos de sus hijos con una princesa armenia (más tarde este sería asesinado) y una Lusignan (que fue padre del futuro rey Hugo III de Chipre) a principios de la década de 1220.

 

Como se puede suponer, todas estas luchas intestinas no hicieron sino debilitar a los reinos cristianos de la Siria marítima. Para contrarrestar la alianza con los armenios de sus rebeldes nobles, Bohemundo estrechó sus relaciones con los greco-ortodoxos sirios, que habían reconocido (nominalmente) al patriarca latino, con lo que recuperaron parte de su preeminencia. Progresivamente, la Iglesia miafisista fue retirándose a la Siria interior, mientras los greco-ortodoxos predominaban en la costa.

Durante el siglo XIII, la iniciativa contra los sarracenos vino de mano únicamente de las cruzadas emprendidas desde Occidente, como la Sexta convocada por el emperador Federico Hohenstaufen. Todos los príncipes de Oriente fueron convocados, y Bohemundo IV juró acudir, pero traicionó su promesa, convencido de que más le valía unas buenas relaciones con los emires turcos que las utópicas empresas de los señores latinos, nunca decisivas. Tuvo razón en cuanto que la cruzada teutona fue un fracaso, al concluir con un tratado de paz que apenas recuperó territorios en Palestina, pero su felonía le costó la excomunión del papa en 1230. También los sarracenos sufrían guerras intestinas y ello permitió que los estados latinos subsistieran hasta el advenimiento de los mamelucos.

Un desastre mayor inestabilizaba Oriente desde el año 1204, en el que la cuarta cruzada, en lugar de dirigirse a Tierra Santa, había sido astutamente desviada por el dogo de Venecia a la conquista y saqueo de Constantinopla, poniendo fin al Imperio romano de Oriente. Como en todas las expediciones de los cruzados en Oriente, la falta de unidad y las campañas incompletas dieron al traste con los efectos beneficiosos que la guerra podría haber dejado: Los territorios griegos de los Balcanes y Antolia quedaron divididos entre varios despotados griegos autónomos, en manos de familias nobles que reclamaban la herencia del desaparecido imperio, y diversos señoríos francos que jamás llegaron a reconocer efectivamente la autoridad del nuevo emperador latino de Oriente. Un avispero frágil e inerme ante el renovado ascenso de los emiratos seljúcidas, que el siglo pasado parecían al borde de ser expulsados de Anatolia, y ahora amenazaban de nuevo con anegar la Cristiandad.

Tras los gobiernos de los fuertes patriarcas del siglo XII, el patriarcado latino de Antioquía sufrió una decadencia comparable a la de su homónimo el príncipe, a quién se hallaba muy ligados. A la muerte de Pedro de Angulema, los italianos desplazaron a los francos en el título, y así fue elevado Pedro II de Ivrea (1209-1217), y dos años después de su muerte, el célebre teólogo Pedro de Capua, llamado el menor (su tío homónimo, llamado el mayor, había sido cardenal veinte años atrás), que ostentó el cargo poco tiempo, hasta su renuncia unos meses después cuando fue nombrado cardenal por el papa Honorio III. No había llegado a salir de Italia. Fue sucedido entre 1217 y 1225 por Rainiero, otro italiano que no pisó Tierra Santa, por lo que muchos consideran que el cargo, en tanto que honorífico, se podía considerar vacante, situación que fue literal a la muerte de Rainiero, tras la cual no hubo sustituto durante 2 años, en los que el arzobispo de Tarso ejerció de vicario. A finales de 1226 se normalizó la situación cuando otro italiano, Alberto de Rezzato, residió en la ciudad. Rigió la Iglesia latina (nominalmente toda la Iglesia del principado) en tiempos turbulentos de guerras y divisiones, a cuya causa sus compatriotas italianos no iban a ser ajenos.

Los maronitas vivieron una época de esplendor. Por ejemplo, el patriarca Urumia (o Jeremías) II Amchiti (1199-1230), sucesor de Butros IV (1189-1199) tomó parte en el IV concilio de Letrán en Roma. Fue seguido por Daniel (1230-1239) y Yuhanna VI (1239-1245). El pueblo maronita creció en el Líbano, hasta hacerse mayoritario, y prosperó a pesar de las adversidades del moribundo Reino de Jerusalén, su aliado natural.

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El fin del último principado cristiano de Oriente

Las disputas con los armenios y hospitalarios continuaron durante el reinado de Bohemundo V, hijo del anterior (1233-1252), que tuvo la prudencia de casar con una sobrina nieta de Inocencio III, Lucía de Segni, para ganarse el favor papal. Todo cambió en 1252 con la llegada a Acre del rey de Francia, san Luis IX, al frente de la Séptima Cruzada, que había fracasado en Egipto (gobernado por los ayyubíes, descendientes de Saladino) en 1248, y cuyas fuerzas pretendía reconstruir con la ayuda de los cristianos de Ultramar. Para ello, convocó a todos los príncipes cristianos para que hicieran la paz. Bohemundo VI fue emancipado prematuramente (a petición de los nobles antioquenos, hartos de la influencia de los familiares romanos de su madre la regente) y casó con la hija del rey de Armenia (de quién se convirtió en vasallo), poniendo fin a la guerra que duraba casi medio siglo. Pero no llegó a combatir bajo las banderas de la Cruz, pues Luis IX, acabado el dinero, retornó a Francia en 1254.

Enredado en disputas internas de sus dominios (esta vez alentadas por la rivalidad comercial entre Venecia y Génova en el Mediterráneo oriental), Bohemundo VI y su suegro Hethum I de la Pequeña Armenia se sometieron como súbditos en 1260 al triunfante ejército de Kitbuga, kan de los mongoles, que en una arrolladora campaña conquistó Mesopotamia y toda la Siria central y oriental,incluyendo Damasco y Alepo, y expulsando definitivamente a los turcos selyúcidas. Bohemundo recibió en premio varias plazas costeras que le permitieron enlazar sus dominios de Antioquia y Trípoli. Kitbuga sentía gran simpatía por el cristianismo oriental, y para complacerle, el príncipe reinstaló al patriarca greco-melquita Eutimio en la sede, en detrimento del latino, ya que el kan mongol deseaba reforzar sus lazos con el emperador griego de Nicea (que poco después reconquistaría Constantinopla, rehaciendo el Imperio de Oriente, pero muy disminuido). En aquel momento era patriarca Opizzo Fieschi (1247-1292), que protestó indignado a la Santa Sede. Bohemundo se ganó la enemistad de los latinos de Acre, y la amenaza de excomunión del papa ante quien hubo de explicarse el príncipe para que aquella no llegara finalmente a concretarse.

Mientras, en Egipto había tenido lugar un cambio en el poder. Los héroes de la victoria contra los cruzados habían sido los miembros del ejército esclavo profesional del sultán, compuesto por una casta de guerreros de las estepas rusas islamizados, de las tribus cumana y circasiana principalmente (es decir, parientes cercanos de los cosacos), llamados mamelucos. En 1250 tomaron el poder, derrocando a la dinastía ayyubí y eligiendo a uno de sus generales como sultán. Proclamando la guerra santa contra los infieles, iniciaron una ofensiva contra los mongoles, que habían tenido que retirar una buena parte de su ejército por disputas internas en Oriente. En la batalla de Ain Jalut (Galilea, septiembre de 1260), los mongoles y sus aliados cristianos fueron completamente derrotados. Los mamelucos, convertidos en nueva potencia regional, reconquistaron toda Siria para el Islam, llegando a amenazar a la propia Antioquia. Hethum y Bohemundo recurrieron a la diplomacia y la astucia para tratar de obtener un acuerdo de paz con los nuevos sultanes egipcios, sin lograrlo. También una embajada a Hulagu, Gran kan de los mongoles, pidiendo ayuda, fracasó.

Todo fue inútil. El sultán Baibars, gran general de los mamelucos de la familia Bahrí, lanzó una serie de ofensivas a partir de 1266. Derrotó a los armenios y el 18 de mayo de 1268 tomó al asalto Antioquia, que fue escenario de un brutal saqueo y matanza. Los patriarcas cristianos abandonaron la ciudad, que jamás se recuperó del saco, y decayó definitivamente. Se ponían fin así a 171 años del principado latino de Antioquia.

Baibars conquistó en 1271 el Krak de los caballeros, la mayor fortaleza cruzada de Oriente, amenazando Trípoli, última posesión de Bohemundo, pero hubo de retirarse a la llegada de la Novena Cruzada, esta vez inglesa, al mando de Eduardo, príncipe de Gales. Con escaso refuerzo mongol, y sin el apoyo de Venecia y Génova (que estimaban más su comercio con los mamelucos), la expedición no dio para más que una tregua firmada en 1272 entre todos los actores.

El condado de Trípoli agonizó durante 15 años más en medio de una lamentable sucesión de conflictos internos entre familias poderosas y órdenes militares con el conde Bohemundo VII (1275-1282), verdadero resumen y epílogo de la degeneración de las cruzadas cristianas que una vez pusieron en jaque el dominio musulmán en Oriente. En 1289, Trípoli y las últimas posesiones de la Siria marítima cristiana cayeron en manos de los mamelucos. Se ponía así punto final a la historia del último dominio cristiano en Siria.

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Los cristianos sirios bajo el dominio mameluco

Los mamelucos, aunque en origen soldados extranjeros, fueron acogidos calurosamente por la población árabe, y no sólo dentro de Egipto. Con el tiempo se habían mezclado tanto familiar como culturalmente con la élite árabe, adoptando un modo de vida similar, haciéndoles más simpáticos que sus primos lejanos los turcos seljúcidas. Su pureza doctrinal sunní, y su éxito militar frente a los cruzados francos y los mongoles allí donde otros gobernantes sarracenos habían fracasado, los convirtieron pronto en el modelo de dirigentes musulmanes, abriéndolas las puertas de Palestina, Siria, e incluso Iraq.

Inicialmente mostraron tolerancia a cristianos y judíos dentro de sus fronteras, siempre que no cooperaran con enemigos extranjeros. Ello permitió a las comunidades cristianas sirias originales (particularmente a los jacobitas miafisistas) recuperar la paz en su vida e incluso cierto renacimiento.

El patriarcado latino dejó de tener sentido práctico, al ser expulsados los francos de Siria. Sus titulares lo fueron durante un tiempo algunos obispos griegos, y a partir de 1342 fueron designados arzobispos o cardenales occidentales con este título a modo honorífico. Los maronitas permanecieron en la Siria meridional, y sufrieron los rigores del puño de hierro mameluco, que los vigiló como aliados estrechos de los latinos y del papa. Sham´un IV era el patriarca durante la caída de el principado de Antioquía (1245-1277). Sus sucesores Yaqub II (1277-1278) y Daniel II (1278-1282) vivieron la invasión de sus tierras hasta que un cisma entre los patriarcas Luqa I y Urmia III a partir de 1283 fue testigo de la pérdida de Acre del Líbano, y con ella, de la última posesión cristiana en Tierra Santa.

La relación fue mejor con los greco-melquitas: el emperador del llamado Imperio de Nicea, de una familia ligada por matrimonio a los descendientes de una dinastía imperial bizantina, conquistó Constantinopla a los latinos en 1261, reclamando el título de sucesor de los césares del antiguo Imperio de Oriente. Las buenas relaciones de este renovado (aunque debilitado) imperio griego con los mamelucos redundó en beneficio de la comunidad melquita ortodoxa.

A Eutimio le había sucedido Teodosio IV (1269-1276), y a este Teodosio V, que en 1276 obtuvo permiso de los mamelucos para retornar a Antioquía, convirtiéndose en el único patriarca sirio residente en la capital, que había pasado, no obstante, a convertirse en una ciudad de segundo orden. Poco se conoce de esta época, en la que se sucedieron los oscuros pontificados de Arsenio (1285-1293), Dionisio (1293-1308), Marcos (1308-1342) e Ignacio II (1342-1386), durante cuyo gobierno la sede se trasladó a Damasco, la pujante capital de la Siria mameluca, aunque el título siguió conservando el nombre de Antioquía.

A Atanasio, el patriarca legítimo de la Iglesia jacobita, le sucedió en agosto de 1208 un monje del monasterio de Akhsnoye (en Edesa), llamado Yeshu- conocido por su erudición en caligrafía- que tomó el nombre de Juan XI Yeshu. A su muerte en 1220 ocupó la silla el mafriano de Mesopotamia, llamado Ignacio III David, que tuvo un encontronazo con el papa copto Cirilo III, cuando este- en base al creciente poder de los sultanes de Egipto sobre Palestina- usurpó la prerrogativa de Antioquía de nombrar a los obispos de aquella región, al elevar a un ortodoxo copto. El indignado Ignacio trató de corresponder nombrando un Abuna o metropolitano de la Iglesia ortodoxa etíope, pero con poco éxito. Rigió la Iglesia siríaca treinta años, falleciendo en 1252. Le sucedió el metropolitano de Mardin, Juan XII Bar Ma´dani, al que Ignacio III había consagrado en 1232, que rigió la iglesia durante once años. Tanto antes como después de su elevación, destacó como erudito, poeta y autor políglota (dominaba el siríaco, el árabe y el griego) de himnos, sermones, textos apologéticos, litúrgicos, y una hagiografía en verso de Aarón el asceta. Le sucedieron Ignacio IV Yeshu (1264-1282) y Filoxeno Nemrud (1283-1292).

La comunidad jacobita floreció durante este siglo. Destacan el metropolitano de Mardin Jacobo bar Shakkoko (fallecido alrededor de 1231), que introdujo una oración de gracias al inicio de la liturgia siríaca occidental; Jacob de Martelli (muerto en 1241), filólogo y teólogo, discípulo de gramática y lógica del monje nestoriano Juan bar Zubi, y de filosofía del musulmán Kamal al-Din de Mosul (lo que da una idea de la relación fluida entre sirios de diversas confesiones en la época), autor de El libro de los Tesoros, tratado sobre la Trinidad, la Encarnación y otros misterios teológicos, el Libro de la Evidente Verdad de la autenticidad del Cristianismo (donde expone y desarrolla el Credo niceno), el Libro de la música de la Iglesia, sobre himnos litúrgicos, sus usos y autores, y el monumental Diálogo, un extenso y profundo tratado de gramática, retórica, poesía, lógica y filosofía en forma de preguntas y respuestas al modo socrático. Otros nombres (todos ellos con cargos eclesiásticos o monásticos) como Basilio de Basibrina, Saliba de Edesa, Dionisio Saliba (que acompañó al patriarca Ignacio III en su visita a Jerusalén en 1235) o Dióscoro Teodoro, no sólo destacaron en teología o liturgia, sino también en literatura, filosofía o incluso medicina. Entre todos ellos, no obstante, brilla con luz propia Bar Hebraeus.

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Mar Gregorio Bar Hebraeus

Abu al Faraj (posteriormente apodado Jamal al Din) nació en Melitene (Capadocia) en 1226, en el seno de una noble familia cristiana. Su padre era un reputado médico, el diácono Taj al-Din Aarón, y según él mismo el apellido Bar Hebraeus no provenía de tener ancestros judíos, sino de uno de sus antepasados, nacido durante el cruce del río Éufrates (Ebroyo, de donde puede venir la confusión) por su madre. Durante su infancia se formó como médico junto a su padre, y también estudió las Sagradas Escrituras y los cánones de su iglesia. En 1243, su familia se trasladó a Antioquía huyendo de la guerra, y allí Abu profesó en religión, aunque siguió estudiando lógica y retórica bajo la dirección de Jacobo el Nestoriano en su escuela de Trípoli. En 1246 fue elevado al obispado de Jubas, tomando el nombre de Gregorio. Más adelante fue nombrado obispo de Alepo, donde aprendió árabe y completó sus estudios teológicos. En 1264, finalmente, fue nombrado mafriano de Oriente (es decir, máxima autoridad de los jacobitas en Mesopotamia y Persia), ejerciendo una intensa labor de reforma y apostolado, nombrando varios obispos, levantando templos y fundando dos monasterios, en largos periplos por todas sus diócesis. Tuvo buena relación con los janes mongoles, admirados de su erudición y competencia, gracias a los cual la comunidad cristiana prosperó durante su gobierno. Durante su nuevo desempeño su proverbial curiosidad intelectual fue casi insaciable: estudió los escritos médicos y teológicos de Ibn Sina (Avicena) en Bagdad, la lengua y filosofía persas en Tabriz y los escritos de los ascetas en Maragha (sur de Azerbaijan) donde estableció su última morada y donde murió el 30 de julio de 1286, a los sesenta años de edad.

 

La lista de obras de Bar Hebraeus es infinita. Destacan el Libro de la conversación de la Sabiduría, sobre dialéctica y filosofía; el Libro de las pupilas, un breve tratado del arte de la lógica; el Tratado del Alma humana, escrito en un cultísimo árabe alrededor de 1252; El Nomocanon o Libro de Direcciones, un monumental tratado de derecho canónico basado en los escritos apostólicos, los concilios de la Iglesia siríaca y las obras de los Padres de la Iglesia sobre estos asuntos (incluyendo algunos decretos de los emperadores cristianos); la Lámpara del Santuario sobre teología; varias obritas de temática litúrgica; El Ethikon, sobre los deberes religiosos de los fieles; el Libro de la Cúpula sobre ascética; un Libro de historias humorísticas, que cuenta de forma ligera crónicas sobre reyes y personajes conocidos o anónimos; una Introducción a la Gramática, libros más breves sobre astronomía, geografía, literatura, anatomía, farmacéutica, interpretación de sueños, comentarios a obras de clásicos (como los Aforismos de Hipócrates), e incluso poesía. Se conservan también varias homilías suyas.

Asimismo, tradujo del árabe al siríaco el célebre Libro de indicaciones y pronósticos de Ibn Sina (el conocido Avicena) a pedido de Simón Tomás el Oriental, médico personal del kan Hulagu, alrededor de 1278. También tradujo al siríaco La Crema de los Secretos, del filósofo Athir al-Din al-Abhari.

Se cree que tuvo acceso a una copia griega original de los trabajos de Aristóteles, viendo el modo en que sigue fielmente su sistema de trabajo en su tratado Crema de la Sabiduría, en el que abundan los términos griegos. Únicamente a Ibn Sina admiraba más que al filósofo pagano.

Bar Hebraeus es la principal fuente para conocer la historia de las diversas comunidades cristianas de la Siria oriental y Mesopotamia desde el Génesis hasta su época, gracias a su emblemático Makhtbhanuth Zabhne (Cronicón siríaco).

Probablemente su obra más conocida y monumental es el Almacén de los Secretos, una larga recensión de comentarios filológicos, literarios y espirituales de los libros de las Sagradas Escrituras de más de quinientas páginas. Utiliza como base numerosos codicilos y traducciones, principalmente la Siro-Hexapla y la Peshitta, pero también ejemplares coptos, nestorianos, armenios o de Orígenes. Incluye todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, y cita a casi todos los Padres orientales (incluso en una ocasión a Teodoro de Mopsuestia) y también brevemente a Miguel el Grande. Bar Habreus es considerado el mayor literato en lengua siríaca y probablemente la persona más letrada de su época. Los orientalistas consideran que tras su muerte se inició la decadencia de la literatura siríaca.

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División y persecuciones en las comunidades cristianas de Siria

A la muerte de Filoxeno Nemrud en 1292 acaeció una de las crisis que sacudían cíclicamente a la Iglesia miafisista para la elección de sucesor al patriarcado. Un presbítero de Melitene, ciudad que había sido sede de Nemrud últimamente, llamado Constantino, se proclamó sucesor, apoyado por sus partidarios. La mayoría de obispos, no obstante, no le reconoció, y elevó al abad del monasterio de Kuhayjat, que tomó el nombre de Miguel II. En 1295, tras varios intentos infructuosos de conciliación, el patriarca excomulgó a Constantino de Melitene y sus seguidores. Miguel II murió en 1312, siendo sucedido por Miguel III Yeshú (1312-1349) y este por Basilio III Gabriel (1349-1387).

Fue durante el gobierno de este patriarca cuando un grupo de monasterios de la región montañosa de Tur Abdin (en las fuentes del Éufrates), célebre por la gran cantidad de monasterios de las diversas confesiones cristianas de la Alta Mesopotamia, eligieron separadamente a su propio patriarca en 1364, provocando un cisma que duraría cuatro siglos y medio, y añadiendo otro patriarca más a la interminable colección de titulares reclamantes de la cabeza de la Iglesia siríaca occidental. No seguiremos en detalle las vicisitudes de esta congregación separada, de la que apenas se tienen datos y que nada aportó a la Iglesia. Únicamente destaca por ser la primera que tomó la costumbre de que los patriarcas añadieran el nombre del patriarca sirio Ignacio a su título.

Si bien hemos dicho que en general los mamelucos fueron tolerantes con sus súbditos cristianos, ciertamente algunas comunidades sufrieron persecución en función de las alianzas internacionales del sultán de El Cairo. Por ejemplo, se conocen expropiaciones arbitrarias de monasterios o centros de culto georgianos o armenios para entregarlos a los sunníes, en épocas en que estos reinos caucásicos estaban bajo el dominio de los mongoles. O gobernadores mamelucos que actuaban pasivamente ante los ocasiones estallidos de pureza religiosa que llevaban a los sunníes a destruir iglesias y asaltar pueblos o barrios cristianos (similares a los asaltos a las juderías de la Cristiandad contemporánea), incitados por los ulemas y los imanes más exaltados.

Peor aún fue la situación de la comunidad maronita, la única católica, sospechosa perenne de colaboracionismo con los poderes latinos (aliados leales, aunque no siempre eficaces, de los janes de Persia). Durante las últimas campañas para expulsar a los cruzados de Acre, fueron los monasterios y pueblos maronitas los arrasados, destacando la masacre de Kesrouan en 1307, donde miles de personas fueron asesinadas sin piedad y sus casas destruidas. El patriarca Sham´un V (1297-1339) hubo de exiliarse a Chipre. El sucesor de Youhanna VII (1339-1357), Gabriel II (1357-1367), murió martirizado (quemado en una estaca) por las autoridades mamelucas. El Monte Líbano se convirtió en el refugio de los maronitas junto a otras minorías religiosas (como los drusos y los chíies), lo cual provocó a la larga tanto la creación de la identidad nacional libanesa como la desaparición de maronitas fuera de esa área.

Por contra, los greco-melquitas, vinculados fuertemente al emperador de Oriente, aliado tradicional de los mamelucos, no sólo sufrieron pocas molestias, sino incluso sus prelados fueron en ocasiones empleados por el sultán en misiones diplomáticas oficiales.

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El apogeo de los mamelucos

Extinguidos los últimos principados cristianos en la costa, toda la Siria Occidental volvió a poder sarraceno en manos de los mamelucos. En Mesopotamia, el califato había caído definitivamente en poder de los mongoles en 1258, con su cohorte de batallas y destrucciones de pueblos y ciudades, iglesias y monasterios, provocando el fin de la época dorada de los filósofos y escolásticos de la Siria Oriental y la llanura asiria. Todavía, no obstante, brillaron algunos autores siríacos, como Ibn Mahruma, que escribió en torno a 1299 una interesantísima refutación a algunos argumentos de un autor judío en su Discurso sobre las Tres sectas; el asceta y estilita Tomás de Hah, que escribió diversos himnos y oraciones a principios del siglo XIV; el metropolitano Ignacio bar Wuhayb de Mardin, autor de varios cánones eclesiásticos en torno a 1333; el diácono Abdallah de Martelli, que escribió una crónica de los enfrentamientos entre mongoles y mamelucos en la Siria Oriental en 1345, o el monje Daniel de Mardin, que escribió en árabe el Libro de los fundamentos de la Religión, por el que fue perseguido por los gobernantes musulmanes.

 

El kan de Persia, Hulagu, era hijo de una mujer nestoriana, y simpatizaba con el cristianismo (acogió la famosa expedición de Marco Polo y sus familiares). Tanto él como su hijo y sucesor, Abaqa (1265-1282), aunque budistas, protegieron a los cristianos. Jacobitas, nestorianos, armenios y ortodoxos vivieron una breve época de paz y expansión.

Los janes buscaron alianzas con los poderes cristianos de Occidente, tanto el renovado Imperio de Oriente de los Paleólogo (Abaqa casó con una princesa de esa casa), como los reyes latinos. La derrota de los aliados en 1281 frente a los mamelucos, y el asesinato de Abaqa al año siguiente, marcó el fin de la gloria del janato de Persia. Sus débiles sucesores, enzarzados en frecuentes guerras civiles, alternando gobernantes simpatizantes con el cristianismo con otros musulmanes intolerantes, trataron de prolongar la rivalidad con los mamelucos sunníes en Siria sin éxito, siendo rechazadas sus invasiones en la línea del Alto Eúfrates. El janato se deshizo en 1335, dividido en numerosos territorios, unos mongoles, otros turcos y otros persas, perdiendo toda importancia.

A partir de ese momento, los mamelucos fueron el poder indiscutido en el Próximo Oriente. En Anatolia los turcos seljúcidas se había fragmentado en diversos emiratos, algunos de ellos regidos por descendientes de la vieja dinastía, que trataron infructuosamente de resucitar el viejo sultanato. A partir de 1360, una tribu turca, los otomanos del noroeste de Anatolia, fue absorbiendo al resto de emiratos turcos de la península.

La situación de los cristianos empeoró en el sultanato tras el saqueo y destrucción del afamado puerto de Alejandría por una expedición de latinos al mando del rey Pedro I de Chipre en 1365 y la subsiguiente guerra que duró cinco años, durante los cuales los maltratos y destrucciones de lugares de culto cristianos (sin importar a los islamitas de que rama fuesen sus fieles), encarcelamientos y muertes de clérigos y laicos. aumentaron enormemente.

 

La paz y la estabilidad del gobierno mameluco se fue debilitando con las disputas dinásticas a partir de la segunda mitad del siglo XIV. Una revuelta de los gobernadores en Siria llevó a una breve guerra civil en 1389. Esa debilidad resultó fatal debido a que en el este estaba creciendo un nuevo poder amenazante. Una nueva invasión mongola, esta vez musulmana, y que a la postre resultaría más destructiva y decisiva para la desaparición del cristianismo en muchas zonas de Oriente que la de los feroces turcos seljúcidas. Su caudillo era apodado Timur el Cojo, y la historia le conocería por el mítico y terrible nombre de Tamerlán.

Tras casi un siglo de paz, la Siria no se vería libre de sus devastadoras hordas.

2 comentarios

  
Iride Nelba Cammarata
APRENDI HISTORIA GEOGRAFIA , RELIGIONES.ETC.ETC.--MUY BUEN ARTICULO...COMO TODOS LOS DE USTEDES---FELICITACIONES--Y MUCHAS GRACIAS!!!

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LA

Gracias a usted por su gentileza
27/07/15 6:23 PM
  
Juan Méndez
Muy interesante. ¿Es un libro?, Sería de buen provecho que compartieras el titulo y su autoría. Gracias.

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LA

No, es una obra de divulgación en internet a través de esta bitácora, basada en numerosas fuentes (la mayoría en inglés y obtenidas a través de la red). Su difusión es libre.
31/07/15 1:36 AM

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