Sacerdotes mártires valencianos (XII)

Juan Antonio Magraner Albuixech nació en Almussafes en 1911. Hijo de unos modestos verduleros, toda la familia hizo grandes esfuerzos para pagarle la pensión en el Colegio de Vocaciones eclesiásticas de san José, de Valencia, hasta que obtuvo una beca para el colegio Santo Tomás. Cursó humanidades y filosofía. Se ordenó sacerdote en 1934, y tras un paso de dos años como párroco de Bolulla (en la Marina de Alicante), pasó a regentar la parroquia de la localidad de Tous. Allí se convirtió en un infatigable propagador de la fe, volcado especialmente en la catequesis infantil y la visita y limosna a los enfermos (recordemos que entonces no existía un instituto público de atención sanitaria o asistencia a los necesitados, que dependían por entero de caridad privada, normalmente religiosa).

Estando de visita a su casa paterna, el 16 de julio de 1935 tuvo lugar un altercado, cuando los socialistas del pueblo amenazaron la salida de la procesión del patrono, la Santísima Cruz, pese al permiso que había concedido el Gobernador civil. Don Juan en persona asumió la responsabilidad e hizo salir la procesión, y desde ese momento los marxistas locales le cobraron un profundo odio.

Fue tal el afecto que generó entre sus fieles que se dio con él una cualidad como no se verá en ninguna de las historias de sacerdotes mártires que aquí venimos contando y contaremos: fue defendido con uñas y dientes por todos los vecinos. Al estallido de la revolución en retaguardia, en julio de 1936, el propio alcalde de Tous manifestó que “el pueblo todo está con el señor Cura para impedir que le pase nada”. En cuanto comenzaron la quema de iglesias y el asesinato de sacerdotes, una banda de milicianos de Almussafes se presentó para reclamarle, pero nadie dio noticia de él, teniendo que volverse con las manos vacías, tras descargar su ira fusilando a las imágenes de los altares. Don Juan siguió atendiendo a sus feligreses de modo clandestino, recomendando a las mujeres que llevaran las imágenes a sus casas, e incluso más tarde, en plena revolución marxista, juzgando que había pasado el peligro, las reintegró al templo, tapiando sus hornacinas para mejor guarda.

En una nueva ocasión varios hombres armados de Almussafes llegaron al pueblo exigiendo su entrega, y llevando con ellos un hacha para cortarle la cabeza y un pozal para pasearla por su pueblo, según habían prometido. Hasta cuarenta vecinos armados con sus escopetas les apuntaron, y los milicianos hubieron de huir a todo correr. Tras varias escenas similares, el comité de su pueblo le denunció al comité provincial, donde el cura prestó delcaración, siendo liberado sin cargos.

Su final se aceleró cuando su quinta fue llamada a filas en 1938. Aunque el pueblo entero quería esconderle, él no quiso hacerles cargar con el peso de proteger a un desertor, y se presentó, siendo destinado a la Brigada penal 134 en el frente de Huesca, donde ejerció como maestro. Varios meses después fue denunciado como clérigo y condenado a muerte. Tras un primer aplazamiento, fue fusilado finalmente el anochecer del día 18 de marzo de 1938 en el pueblo oscense de Loporzano. Como única acusación para su sentencia de muerte: “ser sacerdote católico”. Tenía 27 años.

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En el año 1868 vio la luz en Alcira Vicente Pelufo Corts. Estudió en el seminario de Orihuela, cantando misa en Alcira en 1894. Fue cura párroco en varias parroquias de la diócesis de Orihuela hasta que fue nombrado vicario del Santo Hospital de su ciudad natal. Allí destacó por su faceta social, siendo consiliario del Círculo católico de Obreros, e infatigable propagador del asociacionismo obrero católico por todo el arciprestazgo, razón por la que fue desde muy pronto señalado por las Casas del Pueblo marxistas, muy particularmente la de Alcira, que le odiaba. Era también archivero municipal, habiendo publicado varios eruditos trabajos sobre historia de la comarca, y capellán del asilo de las Hermanitas de los Pobres. Escondido al comienzo de la revolución, hubo de salir a comprar a la farmacia un medicamento debido a su enfermedad el 21 de septiembre de 1936. Reconocido y capturado, fue internado en la checa municipal, donde su tortura duró únicamente una noche. Al día siguiente fue asesinado junto a otro centenar de vecinos y su cuerpo arrojado al río Júcar. Tenía 68 años.

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También encendido apóstol entre los trabajadores fue Enrique Boix Lliso, nacido en 1902 en el pueblo de Llombay. Tras hacer sus estudios en el Seminario Conciliar de Valencia, se ordenó el 15 de julio de 1925. Regentó sucesivamente las parroquias de Jijona, Simat de Valldigna, Xeresa y Senija. Finalmente fue nombrado capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en Alcira, estando adscrito como ayudante en la parroquia de san Juan.

Allí destacó, junto a su carácter jovial, un encendido espíritu de apostolado, muy especialmente entre la juventud. Fue director de la Juventud obrera católica y consiliario de los jóvenes de Acción Católica, y fundó un quiosco de prensa católica y un campo de deportes juvenil. Un sacerdote amigo suyo testimonió de él: “fue muy amante de la clase trabajadora y su labor en la formación católica de la juventud digno de elogio e imitación”.

Al estallar la Guerra Civil se escondió junto a unos familiares en una casa de Algemesí. Casi premonitoriamente, el día 20 de enero de 1937 dijo a su hermano: “Hay que ofrecerlo todo por Cristo, morir en la cruz por Cristo, como Cristo”. Tres días más tarde fue descubierto y detenido junto a otras 30 personas (entre ellas algunos sacerdotes), siendo encarcelado y entregado al comité de Llombay, que lo asesinó al día siguiente, ignorándose las circunstancias del martirio y dónde se hallan sus restos. Tenía 34 años.

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Una avalancha de cientos de documentos distintos testimonian las virtudes de José Ramón Pascual Ferrer Botella en su causa de martirio. Nacido en Algemesí (un pueblo cercano a Alcira) en 1894 dentro de una familia profundamente cristiana, ingresó en el Colegio de las Escuelas Pías y cursó la carrera eclesiástica en el Colegio de Vocaciones de Valencia. Tras 5 meses como vicario en una pedanía de Jijona llamada La Sarga, se le encargó el convento de Dominicos de Algemesí, agregado a la parroquia de san Vicente Ferrer.

De la impresionante labor que desarrolló en su nuevo puesto dan cuenta numerosos vecinos: restauró completamente la iglesia, levantando altares a la Virgen del Rosario, santa Rita, la beata Inés de Benigánim, etc. Asimismo compró objetos para el culto y campanas nueva, mereciendo su reinauguración la visita del mismo arzobispo de Valencia, don Prudencia Melo, que alabó los trabajos allí realizados. El altar mayor se hallaba en plena restauración cuando estalló la guerra.

Para entonces había fundado diversas cofradías y asociaciones religiosas: La Fiesta de la Rosa, el primer domingo de mayo, dedicada a la Virgen del Rosario, con procesión y misa mayor; a la Santísima Trinidad, con misa mayor y triduo; a Santa Rita; una cofradía a San Vicente Ferre, también con procesión y misa mayor; un turno de Cuarenta Horas, los Siete viernes a san Vicente, con exposición del Santísimo, una cofradía de San Luis Gonzaga para jóvenes, etc, etc.

Muy particularmente se preocupaba por la juventud, creando una escuela nocturna en el Patronato donde daba lecciones diarias personalmente. También tuvo la idea de crear un club deportivo católico con campo de futbol y equipos de ciclismo y atletismo. Su cofradía de san Luis tenía casi 3.000 asociados y él acudía casa por casa a buscar a los renuentes para que asistieran a los actos. Durante los días de Carnaval los reunía para rezar el Rosario, y también organizó el Rosario de la Aurora, así como una misa epsecial para los quintos, en la que les adoctrinaba para comportarse como verdaderos cristianos durante el servicio militar.

La caridad fue otra de sus virtudes destacadas, hasta el punto de suponerle la ruina. Tenía un grupo de ancianos pobres del pueblo a los que pagaba comida, alquiler de sus casas y vestiduras nuevas cuando se les ajaban. Asimismo enviaba a todos los pobres que se lo pedían a las tiendas y hornos de la ciudad a comer a su cuenta. Su generosidad le provocó a su hermana tener que liquidar cuentas por varios miles de pesetas entre los comerciantes de Algemesí tras su muerte.

No pocos recordaban su intercesión en conflictos familiares. Reconcilió a varios matrimonios, habló con hijos peleados con sus padres logrando el entendimiento, e incluso se han registrado de varios casos de parejas que vivían amancebadas, con las que fue a hablar, logrando casarlas por la Iglesia, siempre hablando a todos de Dios y de la Religión, cual misionero.

Como si se tratase de un don Camilo, tuvo también don Pascual su Pepón, pero trágico en vez de cómico. Era un librepensador local, llamado Vicente Escartí, que había fundado una sociedad escéptica, y que pugnaba por atraer a su bando a los jóvenes del pueblo tanto como don Pascual a los suyos, regalándoles libros y revistas. En el año 1936, tras el triunfo del Frente Popular, cuando ya estaban prohibidas las procesiones, salió la de san Vicente Feerer por empeño del sacerdote. Al pasar por delante del casino republicano, salió Vicente Escartí voceando blasfemias en medio del cortejo. Don Pascual le afrontó y le mandó de nuevo al local. Desde entonces cobró esté un odio profundo por el sacerdote.

Se produjo el Alzamiento el día 18 de julio y de inmediato se formó un comité revolucionario en Algemesí, del que escartí formó parte. El 25 de julio ordenó la quema del convento de san vicente Ferrer. Don Pascual logró sacar el Santísimo exponiendo su propia vida ante la guardia del comité, que finalmente le autorizó a hacerlo. La noche del 9 de agosto, Escartí y otro miliciano entraron en su casa con el pretexto de buscar armas, y se lo llevaron detenido. A su atribulada hermana Ramona le dijo “no llores, que voy a seguir el camino del Cielo”.

Fue llevado al monasterio de Fons Salutis, reconvertido en prisión. Allí le encargaron los trabajos más sucios, como limpiar coches, cavar la tierra y barrer, tareas que cumplimentaba con gran alegría. Los guardias y la mujer que le llevaba la comida testimoniaron que la compartí con sus carceleros, a los que trataba con amabilidad y dulzura. Con sus compañeros de cautiverio rezaba el Rosario todos los días. El propio inspector de los guardias le confesó un día que el pueblo y los pobres le querían y estaban agradecidos por el bien que les había hecho, pero que debían castigarle “por ser sacerdote”.

El 23 de septiembre les anunciaron su ejecución. Hizo que todos los presos se confesaran, y él también se confesó con otro sacerdote que allí se hallaba. A todos dijo que confesaran con ánimo a Cristo y que pronto tendrían abiertas las puertas del Cielo.

Ya llegaba al final este drama de sangre. Esa noche fueron sacados en un coche por la carretera a Sueca, y a la altura de Albalat les obligaron a bajar. Don Pascual dijo a sus verdugos: “Nuestro Señor hará que por nuestra sangre os convirtáis. Infelices, dentro de un momento estoy en el cielo; pero, ¡ay de vosotros!”. Fusilados todos ellos, se retiraron sus ejecutores. Cerca del alba pasó un vecino de Algemesí con su carro y vio al espantoso grupo, notando que quedaba alguien con un hálito de vida. Era don Pascual, que musitaba incesantamente “Señor, recíbeme en tus brazos” y “perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen”. El vecino hubo de retirarse a la llegada de un camión de milicianos que venía a recoger los cadáveres. Desde su escondrijo oyó a uno de aquellos disparar dos tiros a la cabeza del sacerdote, poniendo fin a su vida. Enterrado su cadáver en una fosa común en el cementerio de Albalat, al término de la guerra fue trasladado a los pies del altar dedicado a san Vicente Ferrer en la iglesia parroquial. Tenía 42 años en el momento de su martirio

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Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.

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La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros; Mateo 5, 9-12

3 comentarios

  
ramosov
Gracias por esta nueva entrega.
Muy correcto todo el tema: terminología usada, ambiente revolucionario y de terror, ausencia total de retórica propagandística, al pan, pan y al vino, vino. Esa es la objetividad real.
Efectivamente, a los sacerdotes -como al resto del clero, como a los católicos comprometidos públicamente, como a derechistas o centristas- se les perseguía y ejecutaba por 'ser', no por ser y además haber cometido algún crimen o ilícito penal. Este es un tipo de terror absolutamente totalitario:una vez que el proceso revolucionario perdía los últimos díques, a los grupos o segmentos sociales marcados por el marxismo, (es decir, condenados) se les ejecutaba la sentencia de muerte cuando eran hallados, y para esto no hacían falta más investigaciones por parte de los tribunales populares o los comités revolucionarios que los que llevaban a la constatación del vínculo con el estamento marcado.
02/05/15 3:47 PM
  
Acton
AMDG
23/05/15 12:27 AM
  
Antoni
Y de los "mártires" republicanos no hay nada que decir,?. La iglesia católica se alineó descaradamente con los poderosos y los rebeldes, traicionando a aquellos elegidos por el pueblo y por consiguiente al pueblo mismo.

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LA

Un mártir es aquel que muere por odio a la fe católica y lo hace proclamando a Cristo. Desconozco si algún republicano murió en esas circunstancias, pero en ese caso, seguro que Dios le habrá concedido la vida eterna.

La alineaciones políticas no tienen nada que ver con este tema.
11/10/15 1:09 AM

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