El noviazgo cristiano

Introducción

Me ha llamado mucho la atención que en la Asamblea General preparatoria al Sínodo de la Familia que tuvo lugar a finales del año pasado en Roma, apenas se tratara (y con escasa profundidad) el problema que supone la gran cantidad de matrimonios canónicos que se divorcian civilmente. El foco de las discusiones se centró sobre el modo de admitir o no a comunión a los cónyuges casados canónicamente que viven maritalmente con otra persona. Aparentemente, dicho fracaso únicamente se trata en el punto 8 de la Relatio Synodi y lo hace de pasada, con un simple “El número de divorcios es creciente” sin analizar en profundidad las causas de ese fracaso, simplemente constatando su consecuencia lógica “se está ampliamente difundiendo la praxis de la convivencia que precede la matrimonio”.

En el punto 10 se hace un sucinto resumen de las causas que (sin citarlo directamente) estarían detrás de ese aumento de divorcios y disminución de matrimonios: “una afectividad narcisista, inestable y cambiante […] difusión de la pornografía y la comercialización del cuerpo […] el descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva”.

En los puntos 17 a 21 se hace una selecta recensión de las enseñanzas de la Iglesia, a través de varias encíclicas del último medio siglo, sobre las características fundamentales del matrimonio cristiano. El documento, realmente, apenas trata sobre las causas de tantos fracasos matrimoniales, y el modo de evitarlo.

La preparación al sacramento del matrimonio

La catequesis para los sacramentos de iniciación a la comunidad (primera comunión- con frecuencia la última- y confirmación) dura uno o dos años. El sacerdote pasa entre 6 y 8 en el seminario antes de ordenarse, y el religioso varios años antes de hacer los votos perpetuos. Para contraer matrimonio canónico, la mayoría de las parroquias españolas sólo exigen un “cursillo” de varias tardes una semana o, lo que es cada vez más frecuente, uno intensivo de fin de semana que normalmente termina el domingo antes de comer.

Si uno se guiara por ese parámetro, se diría que el matrimonio católico es un estado de vida significativamente (por no decir sideralmente) menos apreciado con respecto a otros dentro de la Iglesia. El Concilio Vaticano II estipuló en la constitución Lumen Gentium la importancia de la participación del laicado en la vida de la comunidad católica. Y, sin embargo, la preparación a su sacramento más característico, la llamada Iglesia doméstica según el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 11), es sencillamente ridícula.

La problemática de los matrimonios mixtos en la práctica

En un artículo anterior sobre el matrimonio ya comenté que el canónico se ha convertido a ojos de la mayoría de la sociedad en un simple rito particular del matrimonio civil, el único auténtico a efectos prácticos que conciben los contrayentes. Ese desfase es el principal causante de la elevada tasa de matrimonios canónicos fracasados: no son auténticos matrimonios católicos.

A efectos prácticos podríamos considerar muchos matrimonios canónicos como “mixtos”. Bien porque se den entre un católico y un bautizado-apóstata en la práctica, bien porque sean dos bautizados apóstatas los que se casan por motivos externos (desde influencia familiar a atracción por el boato y la estética que se asocia al rito católico).

En ese marco de matrimonio, es lógico pensar que muchos de los contrayentes no están dispuestos a mantener las promesas hechas en sus votos. Naturalmente, la responsabilidad personal a la hora de hacer un juramento ante Dios de tanto calado es lo principal, pero debemos hacer también autocrítica como católicos. Si los sacerdotes y laicos no hemos vivido ni enseñado el matrimonio canónico con la exigencia evangélica, tenemos nuestra parte de culpa en el desconocimiento de muchos casados por la Iglesia.

La Iglesia en España realiza un cuestionario prenupcial a todos los novios en el que deben darse por enterados de las exigencias del matrimonio ante Dios. Así pues, en teoría, todos los contrayentes afirman conocer las características y exigencias del matrimonio cristiano y prometen estar dispuestos a cumplirlas. Pero ¿es eso cierto siempre? Creo que estaremos de acuerdo, a pocos matrimonios estándar casados “por la Iglesia” que conozcamos personalmente, que no.

¿Cuántos matrimonios canónicos se contraen ya nulos?

Esto lleva a la terrible conclusión de que hay un número- imposible de calcular con exactitud, pero intuitivamente elevado- de matrimonios canónicos que son nulos en el mismo momento de celebrarse pues uno o ambos contrayentes estaban jurando en falso sus votos. ¿A cuantos matrimonios externamente válidos pero sustancialmente nulos de hecho habremos asistido en nuestra vida? No vale la pena pararse en ello. En primer lugar, sólo Dios conoce los corazones, y sólo un tribunal eclesiástico tras un proceso riguroso puede determinar la validez o no del matrimonio. En segundo lugar, un contrayente que hace sus votos atolondradamente, o incluso con mala fe, puede cooperar con la gracia santificante del matrimonio, convirtiéndolo en plenamente válido al perfeccionarlo con su asentimiento pleno y fidelidad a sus compromisos sacramentales.

No obstante, la experiencia nos dice que muchos matrimonios canónicos se rompen públicamente (aunque no en su formalidad a ojos de la Iglesia) y que entre ellos un porcentaje elevado ya eran posiblemente nulos al contraerse, y de hecho se conceden cada vez más sentencias de nulidad. El hecho de que la mayoría de los divorciados civiles de matrimonios católicos no lleguen a iniciar proceso de nulidad (debido principalmente a que, como ya expliqué, lo consideran simplemente un rito o una ceremonia social sin trascendencia en su concepto de matrimonio), así como la ausencia de cualquier sanción eclesiástica al cónyuge que rompe unilateralmente un matrimonio sacramental, da una apariencia de normalidad a lo que en realidad es triste y escandaloso: la gran cantidad de católicos que han violado sus votos conyugales, acción no menos pecaminosa que la violación de votos clericales o religiosos. La debilidad en defensa del sacramento y la cotidianiedad del hecho (¿quién no tiene algún conocido en esa situación?) ha adormecido la conciencia de la Iglesia sobre lo que no es sino un sacrilegio (jurar en falso ante Dios). El hecho de que se cometa en masa no atenúa su gravedad. Antes aún la hace más preocupante.

Esta realidad eclesial es un grave problema para la Iglesia como comunidad, aunque todos parezcamos mirar hacia otro lado por no ver (como dirían los ingleses) “al elefante en la habitación”. Urge afrontar esta hemorragia (que además afecta profundamente a uno de los pilares humanos de la Iglesia: la familia) y como en todo, prevenir es mucho más eficaz y mejor que curar. ¿Cómo podemos evitar esa ingente cantidad de matrimonios nulos por desconocimiento, inmadurez o mala fe?

Hay muchos matices que tratar sobre este tema, pero en este artículo me gustaría centrarme en la preparación (o “prevención”, según se mire). Quiero hablar del noviazgo.

La importancia del noviazgo cristiano

Hace muchos siglos que en occidente no se acuerdan los matrimonios, y muchas décadas que el permiso paterno para la boda se ha debilitado hasta el punto de prácticamente desaparecer. Eso ha traído como consecuencia un reforzamiento y aumento de la importancia del noviazgo, ese período que pasa entre la primera cita y (caso de realizarse) la ceremonia de esponsales.

El noviazgo cristiano es una etapa fundamental. La Iglesia enseña que el matrimonio es el período de entrega, y el noviazgo es el período de discernimiento. El discernimiento de saber si la persona escogida es la adecuada, el discernimiento de saber leer en el otro y en nuestra relación con él también los “signos de los tiempos”.

Precisamente porque ese orden se ha invertido, precisamente porque la entrega con frecuencia precede al discernimiento, es por lo que muchos matrimonios contemporáneos fracasan, y también la razón por la que el concepto de noviazgo se va difuminando, con el amancebamiento precoz y uniformizado como modelo conyugal contemporáneo prevalente.

El enamoramiento es comúnmente (aunque no necesariamente) la primera etapa del noviazgo. La ilusión que conlleva el descubrimiento del objeto amado y la exploración y encaje con un “otro” que ha de conjugarse poco a poco con un “yo” para construir a la postre un “nosotros” es un reto apasionante, y sin duda un motor poderoso que ayuda a superar las dificultades que el encuentro de dos extraños siempre genera.

Pero el enamoramiento conlleva también algo de ceguera, algo de lo que los psicólogos denominan “proyección”. Sobre la persona de la que nos enamoramos “proyectamos” todas las virtudes que esperamos en nuestro cónyuge arquetípico. Es un fenómeno de idealización natural que ha de ir confrontándose progresivamente con la realidad de otra persona llena de defectos, manías y formas de pensar diversas a las nuestras, dificiles de congeniar.

Es el proceso de acoplamiento con el otro (o su fracaso) lo que da sentido al noviazgo. Su función como preparación al matrimonio juega un papel fundamental en el éxito del mismo. Un cristiano puede tener varios noviazgos, pero sólo un matrimonio.

Los gozos y penalidades de encontrar a la llamada poéticamente “media naranja”, o la necesidad de encontrar la forma de comunicación entre la mentalidad de varones y mujeres, tan distintos y a la vez tan complementarios, son eventos que todo matrimonio experimenta a lo largo de su trayectoria. Mas para los cristianos, ese camino está marcado por una fuente principal, y una serie de principios y valores que- hoy en día- únicamente ellos defienden como algo imprescindible.

Los novios católicos deben ser conscientes de ellos, interiorizarlos y compartirlos antes de proceder al sacramento matrimonial.

El Amor conyugal

La base del matrimonio cristiano es el amor mutuo de los esposos. Esto puede parecer una perogrullada, pero vale la pena recordar que el matrimonio civil en España (al que cada vez más se asemeja la costumbre social matrimonial, en un efecto que contradice al objeto del derecho, esto es, que las leyes reflejen las costumbres) no tiene al amor como base de dicha relación (repásese la última modificación de la ley de matrimonio civil de 2005 en la que se define como “relación y convivencia de pareja, basada en el afecto”). Entre los cristianos, sin embargo, el amor al cónyuge es exigencia, de ahí que la segunda de las preguntas que el ministro hace a los contrayentes en el rito católico sea “¿estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente durante toda la vida?”, y que en los votos esa promesa se vuelva a repetir explícitamente.

Es importante remarcar esa doble promesa: el respeto es el primer paso hacia el amor. Podemos, y debemos, respetar a muchísima gente (idealmente a todos) a la que no amaremos conyugalmente jamás, pero es imposible amar a quien no se respeta. Por tanto, es obvio que los novios deben respetarse mutuamente como primer e indispensable paso. Una relación que comienza con desprecio, ofensas o burlas hacia el otro (incluso aunque se hagan pasar por humorísticas) ya está encaminándose hacia el fracaso; ya está negando el cumplimiento del voto del amor; ya está siendo, en sí misma, el germen de un matrimonio nulo, puesto que contradice la esencia del amor conyugal que exige el cristianismo.

¿Y cómo se ponen los cimientos de ese amor conyugal durante el noviazgo? Hay ríos de tinta escrito sobre ello, y cada pareja busca su perfeccionamiento en el amor de modo diverso. Únicamente recomendaría a los novios una cita de san Juan Pablo II que a mi modo de ver resume por entero el espíritu del amor cristiano: “amar es buscar el bien del otro por encima del bien propio”.

Por ese camino sin duda se puede alcanzar.

Compromiso e indisolubilidad

Prometerse todas las exigencias que un matrimonio católico indisoluble comporta supone, obviamente, un fortísimo compromiso, puesto que ante Dios, ante el ministro oficiante y ante la comunidad reunida, prometemos solemnemente procurar cumplir con todas nuestras obligaciones conyugales. Es probablemente el voto público más serio que haremos en nuestra vida. El no ser capaz (o peor, no tener intención) de cumplirlo nos convierte en personas poco fiables.

Naturalmente, no todo el mundo, ni en todas las circunstancias, es capaz de asumir el compromiso que comporta ese voto. Por ello, un cristiano jamás debe casarse a la ligera, ni por convención social, pues un acto de pocos minutos liga para toda la vida y no se puede romper por mandamiento de Cristo (Mc 10, 6-12). Precisamente, el noviazgo tiene como una de sus principales misiones que varón y mujer exploren mutuamente la determinación de aquirir un compromiso tan trascendente.

Este tema debe obligatoriamente hablarse (sin miedo a ponerse a prueba) entre novios cristianos, más aún cuando uno de ellos es apóstata de hecho o en la práctica, puesto que precisamente si algo caracteriza a las relaciones de pareja en nuestra sociedad occidental es el rechazo al compromiso voluntario, que se asocia falsamente a la pérdida de libertad. Esa es probablemente la causa principal de la proliferación de amancebamientos (más que la manida “falta de medios para hacer una boda como toca”). Precisamente, una de las principales diferencias de la cosmovisión católica y la modernista es el valor del compromiso.

Es tan importante, que no dudo en recomendar a los novios que tengan dudas fundadas sobre este particular, tanto en ellos como en sus contrapartes, que no contraigan matrimonio canónico.

Fidelidad y exclusividad

Los cónyuges se dan por entero el uno al otro: el matrimonio es una sociedad única. Esa entrega a la que hacíamos referencia antes, y que define a un matrimonio, es absoluta tanto en el plano espiritual como el corporal. Uno no “se casa parcialmente” o a días alternos. El alma y el cuerpo se donan al otro de tal modo que el cónyuge participa en ellos como si fuesen propios, y ninguna decisión importante se toma sobre lo propio sin consentimiento del otro.

Así, se recita en los votos que cada uno se entrega al otro y promete serle fiel “en la prosperidad y la adversidad, en la salud y la enfermedad, en las alegrías y en las penas”, o como se dice castizamente, a las duras y a las maduras. Sin esa fidelidad a todo trance, es imposible que se pueda crear la confianza mutua que da solidez y solidaridad a un matrimonio, capacitándolo para resistir los contratiempos y problemas que añade por su naturaleza (y la de la paternidad) a las propias de cada vida. Formar una unidad solidaria marca en gran medida la capacidad de éxito de un matrimonio.

Probablemente esa sea una de las diferencias más notorias con muchas relaciones de pareja contemporáneas, en las que cada miembro, siempre temiendo el fracaso, suele reservarse una parte de su corazón e incluso de su cuerpo al margen del cónyuge (el caso más extremo sería el de las llamadas “parejas liberales”). Al faltarles la fidelidad y la exclusividad (únicamente con mi cónyuge y nunca con otra persona), en sentimiento, intelecto y sexualidad (“en cuerpo y alma”), pierden una cualidad esencial y les falta la fortaleza que sí tienen los matrimonios cristianos. Así se da la triste sucesión de amancebamientos consecutivos, que suponen otros tantos fracasos de experimentos de matrimonios incomprometidos sin fidelidad ni exclusividad.

Esta exigencia debe ser tratada por los novios antes de contraer matrimonio canónico. De hecho, es más que aconsejable que los jóvenes cristianos tengan claro que esta característica es fundamental. Su ausencia a la hora de tomar votos también supone una probale causa de nulidad.

Castidad

Del mismo modo que el juramento de entrega al otro se reserva al momento de celebrar el matrimonio canónico, la entrega física absoluta (la llamada precisamente por los sexólogos “relación sexual completa”) se reserva hasta formalizado el matrimonio. Supone un símbolo equiparable a los votos en cuanto al paso de un estado de provisionalidad al compromiso solemne y sagrado.

Conviene distinguir la virtud de la castidad (no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, por otra parte mandato de todo cristiano) de la virginidad. Aunque en los jóvenes dichas características vayan naturalmente asociadas, no necesariamente es así, ni tienen la misma naturaleza. No existe un “culto al himen” como prueba de pureza entre los católicos del mismo modo que ha existido o existe en otras culturas (podemos pensar en los gitanos como ejemplo cercano). El honor de un cristiano se rige por el seguimiento de los mandamientos de Cristo y el cumplimiento de las promesas conyugales, no por signos externos. Los novios que no hayan sabido mantener la castidad han cometido un pecado contra sus cuerpos por el que deben reconciliarse con Dios, pero no tienen ningún obstáculo firme para contraer matrimonio.

La sexualidad juega un papel esencial en la relación conyugal, y es obvio que su desarrollo va parejo al conocimiento y profundización del encuentro de las almas de ambos novios. Del mismo modo que la entrega espiritual total no se produce hasta el matrimonio, tampoco debe hacerlo el cuerpo. Es natural que los jóvenes que se quieren busquen el contacto, y no hay que olvidar que el cariño y la ternura física juegan un papel muy importante en el desarrollo de la relación. Procurar posponer el acto conyugal al momento adecuado (y el más hermoso, por cierto) es tarea de ambos, evitando las ocasiones y ejerciendo un autodominio por otra parte muy saludable en esa y otras áreas. Como en toda otra tentación, rogar al Señor (y mejor si es juntos) para que ilumine con su gracia para evitar romper la castidad es lo más efectivo.

No obstante, también el sentido común debe emplearse, que para eso nos lo dio Dios. La realidad del impulso sexual hacia la persona amada (más fuerte cuanto más jóvenes son los novios) aconseja que, de igual modo que un noviazgo superficial y una boda precipitada son un error, los noviazgos excesivamente largos son ocasión de peligro imprudente para la castidad. Un noviazgo no se debe prolongar ni demasiado ni demasiado poco. Según la edad y madurez de ambos, se debe fijar la fecha de boda en el momento más conveniente.

La castidad prenupcial es otra de esas diferencias abismales con el concepto de matrimonio (o de “relación”) predominantes en el occidente posmoderno. La entrega precedente al discernimiento que comentábamos al inicio hace que prácticamente en todos los casos de matrimonio no católico (y por contagio en muchos católicos) los actos carnales completos le hayan precedido con mucho. El concepto de entrega mutua falla así tanto en espíritu (al negarse la exclusividad) como en cuerpo (al negarse la castidad). Este tema también debe ser tratado por los novios católicos.

Hijos

La enseñanza de la Iglesia en cuanto a la paternidad es taxativa: el matrimonio, por su propia naturaleza, debe estar abierto a la llegada de los hijos que Dios quiera. Los cónyuges, por tanto, no deben negarse carnalmente el uno al otro salvo motivo fundado, y su acto de unión corporal, además de expresión de amor, debe permitir la llegada de nueva vida, si Dios así lo dispone. Es lo que el magisterio llama la unicidad y procreatividad del acto conyugal. Ello excluye, naturalmente, tanto el uso de métodos anticonceptivos como la fabricación de hijos por métodos artificiales (es decir, fuera del coito natural).

Los hijos son prolongación de la vida y objeto ancestral del matrimonio (al que el cristianismo asoció el amor y respeto mutuos), y la Iglesia ha reconocido la procreación humana como voluntad de Dios (Gn 1, 28). Por tanto, no puede exisitir un matrimonio canónico válido si uno o ambos cónyuges están firme e íntimamente decididos a evitar la paternidad. Sin duda, participar en el plan de Dios generando la parte material de una nueva persona llamada a la salvación es una de las más altas y hermosas formas de cumplir la voluntad y cooperar con Yahvé. Un auténtico honor para un cristiano.

Los contrayentes se obligan en el rito sacramental del matrimonio a aceptar y amar a todos los hijos que Dios haya planeado para ellos, y educarlos en los mandamientos de Cristo. No obstante, existen momentos puntuales en la vida en que la llegada de un nuevo hijo puede afectar gravemente, bien al matrimonio, bien a la crianza de ese u otros hijos (enfermedades graves de algún miembro de la familia, depauperación extrema que impida una crianza mínimamente digna, etc). Cuando se puede generar un mal mayor, es lícito posponer la llegada del siguiente hijo, pero necesariamente se empleará para ello la abstinencia sexual, bien continua o intermitente en los periodos fértiles de la mujer, para no romper la procreatividad inherente al acto carnal. Esta práctica siempre será excepcional, y jamás con intención de indefinida. La conciencia de los esposos iluminada por la oración, y la dirección espiritual si se precisa, serán las guías para tomar una determinación que, en cualquier caso, no debe ser habitual.

Como, nuevamente, esta es otra obligación cristiana que se aleja de los usos actuales (en la ley española del 2005 ni siquiera se cita a los hijos), es imprescindible que la apertura a la vida del matrimonio sea hablada previamente y en profundidad por los novios, y afirmarse conscientemente en el momento de los votos. No deben dejarse las discusiones sobre los hijos para después del rito, pues las diferencias en tema tan capital pueden suponer la invalidez del sacramento.

Dios

Dejo para el final lo más importante. En afortunada expresión, el Concilio Vaticano II llama al matrimonio “iglesia doméstica”, pues lo es. La familia es la base de la Iglesia seglar, más importante en cuanto a escuela de amor y fe que cualquier cofradía o asociación caritativa. Como es imposible que una casa construida sobre arena resista a los vientos, un matrimonio canónico que no se fundamente en Dios no podrá formar una familia cristiana sólida.

Dios debe estar en el centro de la vida de cada cristiano; por tanto, también en el de su matrimonio. Así de simple, no hay mucha más teología que hacer sobre ello. La oración común diaria, la lectura de la Biblia en familia, el aliento constante y mutuo a buscar la santidad en la cotidianiedad de la vida conyugal, la práctica conjunta de las virtudes (¡qué no podrán contar muchos matrimonios sobre la virtud de la paciencia, el sacrificio, la humildad, el perdón, la escucha y la caridad, mejor que algunos tratados morales!), todas colaboran en edificar un matrimonio que se puede llamar católico con todas sus letras. De igual modo, acudir juntos a la eucaristía, la adoración y otras devociones o actividades parroquiales, acojerse a Cristo cuando hay diferencias graves o discusiones, etc, etc, son todas acciones que sólo un matrimonio cristiano puede hacer, y que un matrimonio cristiano debe hacer.

De igual modo, la eduación cristiana de los hijos (según dijimos, obligación de los padres) mal se puede hacer si esa fe no es vivida en casa antes de la llegada de los mismos. Todo con Cristo y en Cristo.

Es altamente recomendable que los novios, no sólo tengan ese teocentrismo claro para su matrimonio, sino que comiencen esa oración común, ese pensar en cristiano conjuntamente, ese vivir según los preceptos de la Iglesia ya desde su periodo de preparación al matrimonio. Siendo Dios el centro del sacramento (no olvidemos que se hace ante Él), raro es que desde antes no ocupe ese lugar.

Consideraciones finales

Este repaso a las características que entiendo debe tener el noviazgo católico gana en importancia a medida que en Occidente el concepto social de matrimonio (o lo que se entiende como tal, pues su relación con el matrimonio natural es cada vez más anecdótica) se aleja a marchas forzadas de su tradición cristiana.

A mi juicio, en esa radical separación entre matrimonio posmoderno (y su reflejo, o más bien avanzadilla legal) y matrimonio católico está en la raíz del creciente fracaso de muchos matrimonios canónicos y sus consecuencias derivadas, una de las cuales (y a mi entender, de las menos relevantes) es el conflicto de los divorciados recasados y su deseo de comulgar sin arrepentimiento y penitencia de su adulterio, tema auténticamente estrella de la reunión cardenalicia preparatoria de octubre pasado al Sínodo de la familia de finales de este año (y que está siendo abundantemente tratado en varias bitácoras de Infocatólica, siendo especialmente recomendable la serie de Bruno Moreno).

Mi punto de vista es que la preparación de los novios al sacramento del matrimonio (con las obligadas y meritorias excepciones de rigor) ha sido grave y negligentemente desatendida por padres, catequistas, sacerdotes y obispos, en una especie de sobreentendimiento de que las obligaciones estaban claras, siendo muy evidente que esto no es así. Un ejercicio en el que cada parte opina que la responsabilidad principal es de otro.

Únase que jamás he visto adoptar medidas disciplinarias eclesiásticas a cónyuges que han roto su matrimonio unilateralmente, faltando a su promesa y causando un daño irreparable a su cónyuge y con frecuencia a los hijos habidos con él.

Cónyuges culpables con todas las letras a los cuales no se amonesta ni en privado ni en público, a los que parece que únicamente se les deja al Juicio de Dios (¿y en qué condiciones, digo yo?), aunque la comunidad sea testigo, con escándalo, de que siguen frecuentando la vida parroquial y sacramental como si nada. No importan las razones o la presunta misericordia o prudencia, a efectos docentes resulta devastador. El mensaje que se transmite es la impunidad en la violación de los votos sacramentales.

La consecuencia: un fracaso de proporciones gigantescas, un sacramento devenido en boato y fiesta social en la que el arreglo floral importa más que el hecho de los contrayentes se tomen en serio el juramento que van a hacer, infinidad de matrimonios aparentemente válidos pero en sustancia probablemente nulos, muchas familias rotas, muchos cónyuges abandonados sin culpa. Inocentes que sí se han sentido desatendidos por una Iglesia que les exigió prometer un compromiso elevado sin formarles adecuadamente, para luego actuar como si que su contraparte no cumpliera sus votos fuese sólo asunto privado de ellos. Cuando no se oye a la inmensa mayoría de sacerdotes ni obispos predicar sobre las condiciones que requiere el matrimonio católico jamás (a veces ni siquiera en el sermón de la propia ceremonia).

Una forma de intentar enderezar esta situación es comenzar a tomarse la preparación al sacramento del matrimonio tan en serio, al menos, como los de la primera comunión, la confirmación o el sacerdocio. ¿Cuáles son los métodos para ello? Los padres sinodales han tratado genéricamente esos aspectos en los puntos 36 y 39 de la Relatio synodi a la que hacía alusión al comienzo. Solicito a los señores cardenales, y oro, para que esas pinceladas sucintas se traduzcan en mecanismos y pastorales claras y valientes, que descubran la belleza y exigencia del matrimonio cristiano a los novios que se preparan para él. Que, de forma preferente, enseñen que el matrimonio católico se fundamenta en Cristo, y el matrimonio moderno en el dios Yo. Y que ambos son distintos de raíz y fruto.

Quiera Dios que esas premisas no se queden en vaguedades, y asistamos a una auténtica revalorización del noviazgo cristiano, el camino de preparación al sacramento de vida laical más importante, el matrimonio.

36. El matrimonio cristiano es una vocación que se acoge con una adecuada preparación en un itinerario de fe, con un discernimiento maduro, y no hay que considerarlo sólo como una tradición cultural o una exigencia social o jurídica. Por tanto, es preciso realizar itinerarios que acompañen a la persona y a los esposos de modo que a la comunicación de los contenidos de la fe se una la experiencia de vida ofrecida por toda la comunidad eclesial.

Guiar a los prometidos en el camino de preparación al matrimonio

39. La compleja realidad social y los desafíos que la familia está llamada a afrontar hoy requieren un compromiso mayor de toda la comunidad cristiana para la preparación de los prometidos al matrimonio. Es preciso recordar la importancia de las virtudes. Entre éstas, la castidad resulta condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal. Respecto a esta necesidad, los Padres sinodales eran concordes en subrayar la exigencia de una mayor implicación de toda la comunidad, privilegiando el testimonio de las familias, además de un arraigo de la preparación al matrimonio en el camino de iniciación cristiana, haciendo hincapié en el nexo del matrimonio con el bautismo y los otros sacramentos. Del mismo modo, se puso de relieve la necesidad de programas específicos para la preparación próxima al matrimonio que sean una auténtica experiencia de participación en la vida eclesial y profundicen en los diversos aspectos de la vida familiar.

22 comentarios

  
Una
Estupendo artículo.
Por eso hay tantos matrimonios nulos. No saben lo que hacen.
El matrimonio es una vocación y un sacramento.
06/03/15 9:33 AM
  
Alejandra Razo
Excelente artículo, qué lejos estamos de estos matrimonios, por eso nuestra sociedad está fallando, porque todo esto que menciona el artículo para muchas mujeres es obsoleto, anticuado y ridículo. Saludos y felicidades por el tema, muy bien escrito.


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LA

Gracias por su amabilidad. No obstante, el reproche sobre lo obsoleto que parece el matrimonio cristiano no se debe hacer sólo a las mujeres actuales. De hecho, tal apreciación es más frecuente entre hombres (probablemente los más beneficiados en la mayoría de los casos de amancebamiento).
06/03/15 3:52 PM
  
Feri del Carpio Marek
Muy buena reflexión. Es sobre estos temas sobre los que tenemos que estar reflexionando, y no dejarnos llevar por la confusión demoníaca de prestar atención únicamente a lo que dicen y no dicen ciertos obispos sobre la comunión para amancebados. Pienso que Satanás nos quiere dejar enfrascados en esa discusión, para que no avancemos en lo que realmente es necesario avanzar, que son estos temas que expones tan acertadamente, Luis Ignacio. Y como deja evidente tu post, el tema de la comunión sale sencillamente por añadidura cuando lo demás está claro. Y la verdad es que únicamente dejando claro quién puede comulgar y quién no, no habremos resuelto nada de los grandes problemas por los que estamos pasando a nivel de familias, matrimonios, noviazgos, juventud, vocación, virtudes.

Hay un comentario que me sorprendió:
la llamada precisamente por los sexólogos “relación sexual completa”

Qué lenguaje extraño... ¿qué se entiende entonces por una relación sexual incompleta?
06/03/15 6:10 PM
  
Juan Argento
"Esa entrega a la que hacíamos referencia antes, y que define a un matrimonio, es absoluta tanto en el plano espiritual como el corporal."

No es absoluta, sino total en lo que puede servir para el bien del otro. Dado que amar es "desear el bien a alguien", el amor total al cónyuge implica que cada uno debe compartir con el otro todo lo que pueda servir para el bien del otro.

Hay un ejemplo que ilustra esto muy claramente: cuando uno de los cónyuges es abogado o médico, y como tal conoce información confidencial de sus clientes o pacientes. El vínculo matrimonial no sólo no obliga a ese abogado o médico a compartir esa información con su cónyuge, sino que ni siquiera lo habilita a hacerlo, sino que sigue vigente plenamente el secreto profesional con relación al tercero que es el cónyuge.

¿Cómo es compatible esto con el amor total al cónyuge? Muy simplemente: compartir la información confidencial recibida de un cliente o paciente no aportaría nada al bien del cónyuge, excepto posiblemente satisfacer su vana curiosidad, lo cual no es un bien real.



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LA

Buena precisión, aunque creo que el sentido de la afirmación en el texto no obstaba a lo que comenta.
07/03/15 3:17 AM
  
Guillermo P.F.
Impecable. Lástima que no valga para este mundo.

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LA

Claro que vale. Y millones de noviazgos en el pasado y en el presente lo demuestran.

La Iglesia jamás enseña nada que no se pueda lograr con el auxilio de la gracia.
07/03/15 12:10 PM
  
Orfebre
Realmente en nuestra sociedad está muy descuidado el noviazgo y como señala muy adecuadamente eso lle va a que los novios, que han vivido la entrega antes de tiempo, llegan al matrimonio sin el adecuado discernimiento y esta es la causa de muchas rupturas.
Mi mujer y yo llevamos más de 15 años dedicados a la pastoral familiar, y eso me ha permitido darme cuenta de dos cosas. En primer lugar cada vez son menos los novios que van a casarse por presión familiar o por lo bonito de una boda en la Iglesia. La mayoría lo hacen, porque aunque están alejados o no compartan todo lo que propone la Iglesia, ven que en la Iglesia hay algo bueno para ellos y sus hijos. Por otra parte, la inmensa mayoría de las parejas de novios entienden la propuesta de la Iglesia de un matrimonio fiel e indisoluble basado en el amor y la donación mutua como algo muy bueno y que desearían para ellos. Pero son, en general personas muy débiles, y que cuando surgen las dificultades se encuentran solos. Y la Iglesia también les deja solos; por eso aparte de la preparación
Remota y próxima al matrimonio la otra gran tarea pendiente es el acompañamiento a los matrimonios, especialmente en los primeros 7 años del matrimonio donde se producen la mayoría de las rupturas.


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LA

Muy de acuerdo.

En primer lugar, en efecto, el panorama que yo describo sobre la impreparación de los novios al matrimonio canónico por contraerlo debido a presiones externas o por el simple aparato de la ceremonia, aunque sigue existiendo, se va corrigiendo poco a poco, conforme los ritos civiles (o de otra clase) adquieren mayor boato y conforme la importancia social del catolicismo va decayendo cada vez más y más. De ahí que el porcentaje de matrimonios canónicos sobre los totales (por otra parte también en declive) es cada vez menor.

Muchos enemigos de la Iglesia ven en ello una derrota del catolicismo. Yo, en cambio, lo considero una noticia magnífica: si se ha perdido la conciencia social de Dios y el seguimiento de sus mandamientos en la mayoría de la sociedad, que sigan existiendo sacramentos puramente sociales es deletéreo para la comunidad apostólica. Cuando recuperemos la trascendencia y solemnidad (no confundir con fasto) de los sacramentos en nuestra comunidad, podremos comenzar otra vez a evangelizar.

En segundo lugar, en efecto falta una pastoral de acompañamiento a los jóvenes matrimonios católicos en sus primeros años. Cierto es que es algo totalmente novedoso, pero hace ya décadas que se observa esa necesidad, y sólo en los últimos tiempos (salvo algunos movimientos laicales, que lo iniciaron antes) se observa un lento impulso a tales iniciativas. La Iglesia tiene clérigos y seglares inteligentes y capaces: se debería de haber puesto esto en marcha hace mucho.

Tienen razón el papa y los señores cardenales de la asamblea preparatoria sobre las muchas necesidades y desafíos contemporáneos de la familia cristiana, pero algunos de ellos (alentados por los medios de comunicación más poderosos) parecen empeñados en dar relevancia a cuestiones que realmente apenas la tienen en la práctica, y descuidar otras como la que señala usted y que realmente son sangrantes.
07/03/15 7:16 PM
  
Feri del Carpio Marek
Esa necesidad de acompañamiento es probablemente una consecuencia de la falta de vida sacramental y dirección espiritual que en general sufre una buena parte de los católicos, en particular los esposos. El P. Iraburu habla sobre esto en su blog reforma o apostasía, y ahí queda claro que la reforma de la Iglesia tiene que venir en paquete, no se puede pretender resolver temas aislados. Pero bueno, el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere, sólo nos queda ser dóciles, y esperar siempre la gracia que lo renueva todo.
07/03/15 8:59 PM
  
Juan Argento
LA

No hay nada que disculpar, un afectuoso saludo.
07/03/15 10:00 PM
  
Almudena
Yo creo que la preparación al matrimonio y el discernimiento de esta llamada-vocación, empieza en la infancia. Todos los valores que exige un matrimonio católico no se pueden dar en un cursillo, ni aunque durara un mes. Esos valores deben ser enseñados a lo largo de toda la vida. Los padres son los responsables con su ejemplo y educación de ir formando a sus hijos para Otro, para vivir abiertos a los demás, sin egoísmos, sin cálculos, enseñando a ayudar, a ceder, a perdonar... Y de todo ello resultará un ser humano capaz de decir a Dios si en la llamada que sea requerido. La mayoría de los fracasos matrimoniales hunden sus raíces en la falta de formación desde la infancia. Hoy a los niños se les enseña a triunfar, a valer, a ser los primeros, a que nada les turbe, a que los profesores tienen la culpa, el sistema tiene la culpa, al derecho a defenderse insultando, devolviendo la patada en el parque porque te han quitado la pelota...mil y mil errores que se pagan de mayores.

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LA

Sin duda el noviazgo y el matrimonio cristiano (como el resto de principios y virtudes en la vida) se aprenden primero en la familia.
Por eso los hijos de divorciados ya empiezan ese camino con peores referencias y menores recursos para entender esa vocación.
El divorcio engendra divorcio (o directamente no-deseo de matrimonio), por ello no es simplemente un mal personal, sino social.
08/03/15 12:38 PM
  
Almudena
Y no se sí la educación en valores de los hijos ha entrado como tema importantísimo en El Sínodo de la Familia.
08/03/15 12:41 PM
  
sanfiz
Yo parto de la idea que enamoramiento no es atracción hacia un objeto idealizado sino admiración por las virtudes y aceptación de los defectos.
Sobre que los matrimonios concertados son cosa siglos pasados en Europa, no me lo creo. Hasta las élites se casan o emparejan por interés.
En parejas "enamoradas" siempre hay alguien, aún viendo la realidad de los defectos cree poder corregirlos con su trabajo, ahí veo el problema, no se puede cambiar a nadie con nuestras fuerzas, sólo si las aceptamos y ofrecemos a Dios se logra reducirlas. Yo creo en el enamoramiento como única vía para superar penas y problemas, que el enamoramiento puede surgir de una amistad.... puede, pero de intereses sólo salen reproches y la humillación de alguna de las partes sobre todo la mujer.

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LA

Una cosa es el matrimonio por interés y otra el matrimonio concertado por los padres.
08/03/15 3:52 PM
  
Orfebre
Almudena, la educación en valores es algo completamente insuficiente para la educación integral de la personas. Es necesaria una educación en las virtudes, en la que se establezca una clara jerarquía de los valores y se consiga la vida virtuosa a través de la repetición de actos buenos.
De lo peor que yo veo a este sínodo es que la mayoría de los esfuerzos se están dedicando a discutir problemas realmente minoritarios, poniendo en grave peligro la fe de la Iglesia, mientras los problemas realmente relevantes de la familia apenas se tratan.
08/03/15 9:33 PM
  
marcela
EXPOSICIÓN CLARA, PRECISA, DE QUE LA CRISIS EN EL MATRIMONIO ES LA NO PREPARACIÓN DE LOS NOVIOS O DÉBIL PREPARACIÓN, Y AVECES ES POR NO TENER A LOS AGENTES PASTORALES IDÓNEOS PARA ESTA DELICADA LABOR. EN NUESTRA IGLESIA ESTA DESCUIDADA LA PREVENCIÓN Y EN CONSECUENCIA TENEMOS UNA GRAN ATENCIÓN A MATRIMONIOS EN CRISIS.
ES NECESARIO TENER ITINERARIOS FORMATIVOS DONDE LOS NOVIOS ACEPTEN COMO CENTRO DE SU VIDA A CRISTO Y LO QUE IMPLICA LA ENTREGA EN EL MATRIMONIO EN TODAS LAS AREAS DE LA VIDA DESDE EL DÍA DEL SI HASTA LA MUERTE .
09/03/15 5:28 AM
  
antonio
ha adormecido la conciencia de la Iglesia sobre lo que no es sino un sacrilegio (jurar en falso ante Dios). El hecho de que se cometa en masa no atenúa su gravedad. Antes aún la hace más preocupante.

Excelente todo el artículo, resalte la palabra SACRILEGIO, porque frente a la EUCARISTIA, el Sacramento de los Sacramentos, ni se menciona que el como y beba de este pan indignamente, bebe su condenación.Sin la advertencia se le hace daño a muchas almas.
La Castidad que no sólo es prenupcial, sino conyugal, en un matrimonio católico, no se pueden practicar, actos que ofendén el Cuerpo de la otra persona.

La palabra Castidad sólo la he escuchado en personas, escasas muy formadas, revelando graves pecados de omisión, de las conferencias episcopales.Sin la Castidad, tampoco se puede estar en estado Gracia, ver a un pobre etc, todo es una palabreria sin contenido.
09/03/15 4:27 PM
  
antonio
Es importante remarcar esa doble promesa: el respeto es el primer paso hacia el amor. Podemos, y debemos, respetar a muchísima gente (idealmente a todos) a la que no amaremos conyugalmente jamás, pero es imposible amar a quien no se respeta.

Esta es importantisimo!!!si se entra en la Santisima Misa, el mismo momento, la soledad y el abandono del Señor, en short las mujéres, y en ojotas y bermudas lo hombres, sino se lo respeta, primero a DIOS,en SAGRARIO, y en el Santo Sacrificio, como se va a respetar a la mujer y al hombre, siendo ocasión de escandalo, y de miradas, que pueden ser ocasión de pecado.Hay que entrar a la Iglesia con una CASCO.!!Esto también se debe a las Conferencias Episcopales, y después sus representantes mas "Importante"(tendría que estar Bruno, y el estimadisimo Padre Iraburu), están en el sinodo, como soy un converso, están en la palmera, como no se van a separar, los curpos se gastan, siempre en el horizonte aparecerá, uno mejor.Como el Cura no se va a ir con la Catequista.Nadie piensa en el Infierno que existe!!!!
09/03/15 6:27 PM
  
antonio
Estimado Luis, como le digo siempre a Luis Fernando, mis comentarios, puedes tirarlos a la papelera,pretenden ser constructivos, el que suscribe está consciente de la cantidad de defectos, y pecados que tiene.
Si son ofensivos a la caridad, juicio temerario, difamar, lo puedes, con todo tirar a la papelera.Pienso como en el excelente artículo, que has redactado, y aconsejo a todo el mundo que lo lea.Es ver la realidad, sin el conocimiento de la realidad, uno no se puede convertir, siempre oro por el Cuerpo Mistico, que es una verdadera, Belleza, y tengo siempre la confianza en la Omnipotencia de Dios en la EUCARISTIA, por la Iglesia, por la Reforma, como trata el blog, el Estimado Padre Iraburu, salgamos de la apostasia ,reformandonos.

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LA

Mientras no se falte a las reglas de la bitácora (básicamente blasfemias, ofensas o calumnias, sobre todo si son a la Iglesia), no hay motivo en principio para borrar o censurar mensajes.

Usted expresa lo que siente y lo que le duele en relación a la Iglesia, a la que- por sus palabras- me parece entender que ama profundamente. Ello solo ya es digno de encomio.

Que a veces uno se deje llevar, o se equivoque, es algo a lo que todos estamos sujetos. El mejor remedio es leer dos veces antes de publicar.

Un saludo cordial.
09/03/15 9:22 PM
  
Guillermo P.F.
Cuando bauticé a mi primera hija, nos hizo mucha ilusión bautizarla en la Vigilia Pascual, preciosa e inveterada costumbre de la Iglesia. Al llegar a proponérselo a nuestro párroco, le dimos una enorme alegría, llevaba lustros sin bautizar un niño en la Vigilia Pascual, y al preguntarle para cuándo teníamos que avisar a los padrinos para las charlas o catequesis preparatorias, nos respondió que nada más que el hecho de querer bautizar a la niña en la Vigilia Pascual era síntoma de que no necesitábamos formación EXTRA alguna.

Si los cursillos prematrimoniales, a los que no los necesitábamos nos resultaron pesados, no digamos a los que sí los necesitaban pero no se les dieron de la forma más convincente, de la forma que realmente les hiciera darse cuenta de que merece la pena esto de la Iglesia, más allá de la obligación social y familiar. Prolongando más los cursillos prematrimoniales, vamos a poder facilitar dos cosas: que los alejados tengan más rato de jugar al Candy Crash, o bien que algunos de ellos definitivamente no vuelvan más por aquí, simplemente por PEÑAZO. Y por supuesto, los convencidos estarán como el alumno de bachillerato al que lo ponen a leer la primera cartilla.
En serio, son ganas de martirizar a la gente.

Nuestros abuelos, a los que tanto les añoramos su integridad y su cristianismo, no necesitaron tanta catequesis. ¿Qué garantizamos con ella? Más profundidad, más convencimiento, más """¿PUREZA?""", ¡en absoluto!

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LA

El bautismo de infantes no ha tenido, hasta dónde yo sé, catequesis previa (aunque a mi juicio en algunos casos no estaría de más). El resto de sacramentos la tiene, y con frecuencia de varios años.

Su argumento para rechazar una catequesis de preparación al sacramento del matrimonio más larga y profunda se puede aplicar a todos los sacramentos: los confirmandos huirían de la Iglesia por "peñazo", y los seminaristas únicamente acumularían puntuaciones "recórd" del candy crash. Y sin embargo, no se cambia ni se critica que tanto uno como otro sacramento conlleven preparaciones largas.

Nuestros abuelos no necesitaban catequesis largas de matrimonio canónico porque era obvio que en el hogar, en el púlpito y en la sociedad los valores católicos eran los normativos. Toda su vida estaba rodeada de una catequesis más o menos precisa.

Hoy en día en el hogar, en el púlpito (bueno, ahora en el ambón) y en la sociedad no hay exaltación de virtudes cristianas, sino más bien su ausencia (cuando no su ataque), por tanto, sí son necesarias formaciones catequéticas más profundas y prolongadas. Problemas distintos, soluciones distintas.
No es nuevo, de hecho la comunidad católica regresa a las catacumbas y por tanto, vuelven las catequesis prolongadas, como en la época de los primeros cristianos (donde no faltaban incluso ciertos elementos de secretismo e "iniciación" en los periodos de persecución).

Francamente, me importa un bledo si a unos catecúmenos de lo que sea les aburre una formación sería y vivencial (ojo, seria y vivencial, para cursillos de autoayuda y de higiene doméstica no hace falta ir a la parroquia): eso quiere decir que el sacramento no es para ellos. Mejor que lo intenten más adelante.
Y a los bien formados no les puede repugnar que les recuerden cosas que ya saben, que no saben o que habían olvidado.
Como se dice en valenciano, toda piedra hace pared.
Con todo, el párroco está facultado para, en su prudencia, acortar o alargar la preparación si lo considera oportuno en función de los novios. Lo que no puede ser es que el cursillo estándar dure menos que una escapada rural.

Insisto en algo que he dicho antes: hasta que los católicos no nos tomemos en serio nuestros sacramentos, los agnósticos no lo harán. Y hasta que no lo hagan, no podremos empezar a evangelizarlos.

Y en algo que no he dicho antes: nuestra misión no es llenar parroquias o registros de bodas "por la Iglesia", sino llevar a Cristo a las almas para su salvación y la mayor gloria de Dios.

Nuestro "cliente" no es el humano posmoderno aburrido de su materialismo que busca oferta espiritual cómoda en el supermercado de las religiones, al que hay que seducir como sea para que se apunte, que las cifras de ventas bajan vertiginosamente. Nuestro cliente único y principal es Yahvé, y hacer su voluntad nuestra única y principal misión.
¿Hacemos su voluntad dando vía libre a cientos de miles de matrimonios canónicos aparentemente inválidos? Yo creo que no.

Un saludo.
10/03/15 12:50 PM
  
Guillermo P.F.
Efectivamente, a la vista está que el sacramento mayoritario es más bien la nulidad. Pero es que a la vista también está de qué van las primeras comuniones. Por no mencionar quién se sigue acordando de acercarse a confesar (aunque sea siempre de lo mismo) o de comulgar pensando realmente si se es digno... o más bien se fía todo a esa única palabra que bastará para sanarme y ya está. Me consta, por experiencia directa, que incluso en alguna Diócesis ya se hace la confirmación antes de la primera comunión, con apenas 8 años (me pregunto cuál es la fe que se pretende confirmar allí).

Nuestros abuelos eran católicos porque ni se podía ni querían ser otra cosa. Usted lo llama que todo el ambiente era una catequesis, y es que efectivamente no había otra cosa. Que supieran lo que hacían, poquitos.

Le puedo asegurar que se exige la asistencia a una charla para bautizar al niño, padres y padrinos. No hay oportunidad más grata a los párrocos que reunir a los asistentes a un sacramento, aprovechando que gran parte son alejados, para organizar la predicación de rigor, proverbial y objetivamente somnífera, qué le vamos a hacer.

Los sacramentos son nada menos que la "nutrición" de nuestra vida espiritual. Pero si su preparación suele ser pesada e ineficaz, no hay por qué escandalizarse ni ocultarlo.

También muchas clases son aburridas, pero hay que cursarlas. O trabajar de vigilante nocturno, pero los hijos tienen que comer.

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LA

No entiendo que la preparación a los sacramentos sea, así en tarifa plana, "pesada e ineficaz".
Dependerá de quién y donde y cuando. Y seguro que habrá de todo. Personalmente, en mis catequesis ha habido mucho más de aprovechable que de no.

No es como ir a la zarzuela o a los toros, claro está. Esto es algo serio.
11/03/15 12:05 AM
  
LUIS FERNANDO SERNA GARCIA
NO NOS DEJEMOS METER ESE GOLAZO DEMONIACO,HOY DIA LASTIMOSAMENTE,MUCHOS JOVENES ESTAN CAYENDO EN LA TRAMPA DIABOLICA,DE LA IMPUREZA,LA BELLEZA DEL ALMA ES ALGO ETERNO Y ESO IMPLICA RENUNCIAR AL MUNDO,AL DEMONIO Y LA CARNE(AL SEXO POR FUERA DEL PLAN DE DIOS),TENGO TEXTIMONIOS DE JOVENES QUE SE HAN IDO A FORNICAR,LA MISMA NOCHE QUE SE CONOCEN AHI EMPEIZAN LOS DOLORES DE CABEZA,POR UN MOMENTO DE PLACER TODA UNA VIDA DE REMORDIMIENTO, NIÑOS SIN HOGAR CRISTIANAMENTE CONSTITUIDOS,POR FAVOR SE LOS PIDO DE CORAZON LEANCE EL LIBRO DE LA SABIDURIA 3,13-19 ;4,1-6 ,AQUI EN LA VIDA TERRENA TODO LO QUEREMOS ARREGLAR A NUESTRA MANERA,COMO MEJOR NOS PARECE,JESUS LO DIJO :ALLI SOLO SERA EL CRUJIR Y RECHINAR DE DIENTES,EN EL JUICIO NO VALEN LAMENTOS,GOLPES DE PECHO Y NO ESTOY EXAGERANDO,SI JESUS LO DICE YO LE CREO.

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LA

Por favor, no escriba todo en mayúsculas. En el cibermundo equivale a gritar.
14/03/15 4:39 PM
  
Ernesto
Como bien dices, Luis, "volvemos a las catacumbas."

Hace ya muchos años que no tengo conocimiento de un caso, de un solo caso, en el que se cumpla todo lo que planteas en el artículo. Ni siquiera en los entornos más próximos a la Iglesia (creí conocer alguna excepción, pero he acabado constatando que por desgracia no, no lo era... y además, por mucho.)

El "rito de paso" a la adolescenia es hoy en día perder la virginidad con el noviete o novieta de turno, con mayor jolgorio o pena de los padres, pero perfectamente aceptado y asimilado socialmente. Y de ahí en adelante; no vayamos a echarle la culpa a la chavalería, que es la que menos culpa tiene de haber nacido en el mundo que les legamos. Pero disiento en que las leyes "hayan ido por delante": esto ya era así en muchos casos en los años '60 y, en la Europa al Norte de los Pirineos, desde mucho antes. Esas leyes que mencionas nunca habrían salido adelante si la sociedad no hubiese estado preparada para ellas. En realidad, muchas eran ya una demanda social más o menos explícita, y su rápida aceptación y nula contestación entre las masas lo demuestra. Ahí tenemos todas las leyes de divorcio que barrieron medio mundo y, salvo las 4 protestas de turno, todo el mundo que quería hacerlo se puso a divorciarse a piñón. Al matrimonio no lo desvalorizaron las leyes, ya lo había desvalorizado la sociedad en su conjunto mucho antes. Lo mismo cabe decir de las "relaciones prematrimoniales". Estaban ya extensamente aceptadas en Europa desde por lo menos la 2GM y posiblemente antes, en ámbitos urbanos al menos desde "los felices años 20". ¿Cómo nos vamos a extrañar de que ahora los biznietos y tataranietas consideren que el "rito de paso" de la pubertad es desvirgarse y den a matrimonio una importancia totalmente relativizada?

Estamos "volviendo a las catacumbas"al menos desde que la Revolución Industrial y la urbanización rompieron el orden social tradicional en el que nació y se desarrolló el cristianismo en general y la Iglesia Católica en particular. Como todos los procesos históricos, fue lento y luego se ha ido acelerando. El modernismo y el liberalismo no son conspiraciones, son el mundo en que vivimos y cada día irá a más. ¿Realmente podemos evitar "volver a las catacumbas"? :(


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LA

Entiendo que su visión es realista, pero la considero un tanto exagerada. En primer lugar, las condiciones del noviazgo que recomienda la Iglesia, como todas sus enseñanzas, son ideales de vida cristiana a los que tender.

No se trata de hacer exámenes, sino de dar consejos buenos para la felicidad y estabilidad del matrimonio y salvación del alma.
Y aunque es obvio que sea minoritario, sí existen muchas parejas de novios que se esfuerzan por seguir los preceptos cristianos.

En segundo lugar, no tengo la percepción de que las características de un noviazgo "posmoderno" o el amancebamiento predominante fueran mayoritarias en España hasta mediados de los años 90 del siglo pasado. Una cosa es que hayan existido siempre, otra que fuesen la mayoría.
15/03/15 11:50 AM
  
¡Bah...!
No, no era mayoritario, desde luego, pero también es verdad que salvo muy contadas excepciones, España era sobre todo rural, y en los núcleos rurales todo ha estado siempre socialmente mucho más controlado (a veces férreamente), cohesionado y las tradiciones siempre fueron más difíciles de romper, para bien y para mal (no olviden lo de "pueblo pequeño, infierno grande"; no idealizar que si bien había muchos más apoyos y menos soledad, también podía ser...un horror). Por otra parte, la Iglesia siempre ejerció un papel muy importante en tales núcleos. Había sacerdotes y población de sobra, no como ahora que además de estar casi vacíos a cada sacerdote le toca un montón de pueblos y tiene que andar a la carrera; era todo muy distinto.

Creo que Ernesto tiene gran parte de razón en lo que dice, aunque en el caso de España le doy la razón a usted.

De todas formas, le estoy dando vueltas desde que publicó el post (muy bueno y precioso). No creo que sea imposible pero lo veo difícil ya que además (y ahí quiero llegar), no se conoce realmente a una persona hasta que no se convive con ella, en el día a día, ya que para un ratito todos somos (si queremos) muy majos...y luego vienen las sorpresas.

Otro tema al que le estoy dando vueltas a propósito de lo que señala, es lo de los matrimonios nulos...Yo pienso como usted pero en un sí y no. Solamente los contrayentes lo saben. Y en el tema de los divorciados, pues (que no cunda el pánico, por favor) pueden estar arrepentidos, ¿pero eso implica que necesariamente tienen que volver a una relación fallida en la que no se aguantan?. Cuando un asesino mata a alguien, se puede arrepentir, pero ese arrepentimiento no le va a devolver la vida al asesinado. Pues en este tema creo que puede ocurrir algo igual. Y la otra parte, la abandonada, ¿de verdad desea tener a su lado a alguien que sabe positivamente que no la ama, y que está deseando estar con otra persona?, ¿tan poca dignidad la suponen?. Si me dice que sería mejor que tales casos se resolvieran por nulidad, vale pero me "huele" a trampa, a puro legalismo, un apaño para hacer una especie de divorcio católico, pero sin reconocerlo como tal.

Le cuento a usted todo eso pues sé que aquí se puede dialogar con tranquilidad, que no se admiten los ataques y que aunque se le "pinche" cada vez sabe mantener más y mejor a raya al "resorte". Enhorabuena de corazón; no podía esperar menos de alguien que sé positivamente que ama inmensamente a Jesucristo.

Cordiales Saludos.

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LA

Muchas gracias, Bah, por su excesiva amabilidad. Puedo decir que sí, que efectivamente amo mucho a Jesucristo, y que soy tan mal discípulo suyo que me avergüenza. Afortunadamente, como todo es Gracia, y yo siempre encomiendo mis artículos, confío en que mis lectores podrán encontrar algunas cosas virtuosas y cristianas de mis torpes escritos.

Yendo al grano, el tema de los matrimonios nulos, en efecto, es espinoso, y complejo. Más que decir que los contrayentes son los únicos que saben, me atrevería decir que es Dios el único que lo sabe.
Como ya comento en el texto, mucha de la ignorancia sobre lo que compromete el matrimonio católico tiene diversos grados de inculpación, debido a que el afectado apenas ha recibido catequesis sobre ello. Ese tipo de cosas las debe dilucidar el tribunal canónico, y no envidio su responsabilidad, pues tan injusto es mantener un vínculo que se contrajo nulo como dar por nulo uno que es verdaderamente válido (y en estos últimos casos no faltan de por medio juramentos en falso de testigos o contrayentes, con lo que de pecado gravísimo supone ello).

En cuanto a casos concretos, líbreme Dios de sentar cátedra en nada, y menos genéricamente. Cada caso es cada caso, y la Iglesia siempre llama a los cónyuges que se han dañado mutuamente al perdón y reconciliación, recobrando- como dice el salmo- "el primer amor", pero también sabe que eso a veces no es posible, y de hecho, el código canónico estipula como legítimo el abandono del hogar cuando el cónyuge o sus hijos corren un riesgo cierto de daño físico o moral grave.

¿Y cuando es imposible realmente la reconciliación, y el matrimonio fue válido y no susceptible de anulación? Pues toca vivir con ello, como una cruz de las que Dios siempre permite que existan en nuestra vida. Admiro muy sinceramente a aquellos cónyuges (con frecuencia con menos culpa y no responsables de la ruptura) que aceptan ese estado de vida y se vuelcan en sus hijos y su vida de caridad con el prójimo sin caer en la tentación del adulterio. Rezo por ellos, pero no menos por los que sufren una enfermedad crónica, padecen miseria material o tienen hijos con graves problemas. Todas ellas son situaciones penosas que nos ponen a prueba. Los cristianos debemos volcarnos en el amor y atención a esas personas que sufren, con mayor dedicación que a los demás.

Pero, vuelvo a decir, me siento incapaz de juzgar genéricamente esos casos. Habrá de todo, y solamente el Señor conoce todas las circunstancias, y solamente su juicio será infalible.

También es cierto que preparar un buen noviazgo puede contribuir a mejorar los matrimonios canónicos, pero no es la panacea universal. Hay, en efecto, materia para mucha pastoral diversa, y para un sínodo. Y yo espero que el de este año se centre en alentar y facilitar por medio de la enseñanza y los sacramentos, a todos los novios y matrimonios católicos a seguir adelante con alegría en la fe, para formar familias verdaderamente cristianas a pesar de todas las dificultades.

Un saludo muy cordial.
15/03/15 8:51 PM
  
antonio
El artículo, sigue estando vigente, es muy importante y relevante, debe estar de acuerdo a lo que Bruno, comenta como desistencia de la autoridad, en realidad a muchos otros artículos magnifícos que figurán en Infocatólica.
Sigo comentando que sería muy importante que los jóvenes, en las parroquias, lo impriman, y lo mediten, es para su bién, para la humanidad, y para su patria.
Siempre aconsejo leer Infocatólica, uno tiene una Biblioteca muy importante, gracias a Dios mis hijos, aparte de su profesión la leen.
Pienso en jóvenes que no tienen esa posibilidad, aca hay excelentes artículos que se pueden imprimir y leer, y meditar.

Que Dios lo bendiga, y muchas gracias.

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LA

Muchas gracias a usted, y que la Paz del Señor lo acompañe
23/03/15 4:44 PM

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