¿Has oído algo? ¡Quede muerto en ti!

Varios son los pecados de la palabra. Sin duda los más graves son la blasfemia y el falso testimonio, que violan mandamientos divinos. No obstante, existe en nuestra sociedad uno más común y extendido, que por su misma cotidianidad corre el riesgo de perder su sentido de pecado en la conciencia social. Me estoy refiriendo a la murmuración, conocida popularmente como “cotilleo”.

Probablemente a muchos sorprenda saber que emplear tiempo analizando la vida íntima, pensamientos y defectos del prójimo sea un acto contra los mandamientos divinos, dado que incluso entre los cristianos es práctica muy común. ¿Quién de nosotros no ha prestado oídos o, peor aún, dado pábulo y circulación a todo género de rumores, hechos sin fundamento e incluso bulos referidos a otros? De hecho, algunos católicos desconocen que esa conducta debe ser comunicada en el sacramento de la penitencia como pecaminosa.

El honor es un testimonio público y social de la dignidad de cada hombre; se trata de un derecho natural, que la costumbre y la ley reconocen, concediendo a cada persona la defensa de su reputación y el respeto social a su nombre. La ley española lo hace en su disposición orgánica 1/1982 del 5 de mayo de protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen. Así pues, la defensa del honor propio es un acto de justicia y la defensa del honor ajeno es un acto de caridad. El creyente debe respetar la reputación y fama de cualquier persona, como acto de amor hacia ella. El Magisterio prohíbe explícitamente toda actitud y toda palabra susceptibles de causar un daño injusto.

Son varias las formas en las que podemos faltar a la buena fama del prójimo. El Catecismo de la Iglesia Católica las enumera en su canon 2477. El juicio temerario es la admisión (aunque sea tácita) como verdadero de un defecto moral en el prójimo sin tener fundamento suficiente para ello. Cae en maledicencia quién, sin razón objetivamente válida (bien personal o social), manifiesta defectos y faltas de otros a personas que los ignoran. Por último, la calumnia es el empleo de palabras contrarias a la verdad para dañar la reputación de otro, induciendo a que los demás emitan juicios falsos respecto a él. En su canon 2478 el Magisterio nos dice que para evitar los juicios temerarios el cristiano debe interpretar, en la medida que sea posible, los pensamientos, palabras y acciones del prójimo en un sentido favorable.

“Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla. Si no la puede salvar, inquirirá como la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, entendiéndola, se salve” san Ignacio de Loyola (Exercitia spiritualia, 22: MHSI 100, 164).

La base de esta enseñanza proviene del mismo Cristo, cuando afirma, en Mt 7, 1-3 “con el juicio con el que juzgaréis, seréis juzgados, y con la medida que midáis, seréis medidos ¿cómo ves la paja en el ojo del hermano y no ves la viga en el tuyo?”.
El primero de los apóstoles nos recuerda en 1Pe 2, 1 que el cristiano debe “rechazar toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias”. Santiago el Justo afirma en el capítulo 3 de su carta que los pecados de la lengua son camino ancho de perdición para el alma.
La Didajé o “enseñanza de los Apóstoles” (el primer catecismo, alrededor del año 100) dice “no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un lazo de muerte. Que tus palabras no sean ni vanas, ni mentirosas. […] No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie; reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, guíales con más solicitud que a tu propia alma”. La regla de san Benito, en su capítulo 6, 8, prohibe a los monjes las palabras ociosas; este precepto vale para todo cristiano, no sólo los consagrados.

Una objeción que se hace con frecuencia a esta actitud es el riesgo de equivocarse cuando pensamos bien del prójimo mientras no se demuestre lo contrario. A ello podemos responder con el versículo 13 del capítulo 2 de la carta de Santiago “sin misericordia será juzgado el que no hace misericordia. La misericordia aventaja al juicio”. El Aquinate afirma que “puede suceder que el que interpreta en el mejor sentido se engañe más frecuentemente; pero es mejor que alguien se engañe muchas veces teniendo buen concepto de un hombre malo que el que se engaña raras veces pensando mal de un hombre bueno, pues en este caso se hace injuria al prójimo, lo que no ocurre en el primero” (II-II, 60, 4 ad 1).

Según el propio Santo Tomás, que sigue en esto a Cicerón, tres razones principales hay para hablar mal de los demás. La primera, que el que lo hace sea malvado en sí mismo, por lo que tenderá con más facilidad a pensar que los demás obran mal. La segunda, que esté motivado por la envidia o el odio hacia aquel de quién murmura, lo que agrava su pecado. La tercera, que el murmurador tenga experiencia en sufrir la maldad de otros. Aunque tal sufrimiento pueda tener cualidad de atenuante, no olvidemos que el perdón de las ofensas es mandato expreso de Cristo, por lo que no obrará como buen cristiano quién habla mal del prójimo porque alguien le ofendió.

La murmuración peca contra la justicia y la caridad, dos principios que todo católico debe seguir. Contra la justicia porque lesiona el legítimo derecho de cada persona a su buena fama. Contra la caridad porque Jesús nos enseñó a amar al prójimo y nos prohibió dañarle. Si no tenemos constancia firme de acto inmoral en nuestro prójimo, abstengámonos de suponerlo. Si la tenemos, practiquemos la corrección fraterna que nos enseña nuestro maestro en Mt 18, 15-17; siempre comienza por la reprensión privada de nuestro prójimo, y luego ante testigos honorables. En ningún caso se ejerce esparciendo juicios sobre él sin darle oportunidad a defenderse o enmendarse.

Este comportamiento incorrecto en cada persona se multiplica cuando hablamos de un hábito social. En efecto, la murmuración sobre el prójimo como forma de relación humana e incluso como entretenimiento lúdico, se ha instalado como algo socialmente aceptado. En cualquier conversación es frecuente escuchar atribuciones normalmente negativas sobre ausentes (lo que ha hecho fulanito o ha dejado de hacer menganita), habitualmente sin más fundamento que “he oído por ahí” o “me han dicho”. La falta de conciencia de que ese tipo de conversaciones son inmorales no hace sino convertirlas en algo cotidiano, normalizando esa fea costumbre.

Un escalón más subimos cuando encontramos estructuras humanas que alimentan y sostienen esa inmoralidad. De pasada citaré a los políticos y gobernantes, que hacen de la siembra de rumores sobre sus rivales un hábito malsano. Me refiero principalmente a una profesión, la del periodismo, que en su código deontológico estipula claramente que antes de publicar una noticia hay que verificar las fuentes, y conceder a la parte acusada el derecho de aclaración y réplica, así como separar claramente opinión, información y simple conjetura. Casi se ha convertido una costumbre del gremio el saltarse estas prevenciones. Aquel cínico adagio, “no permitas que la verdad te estropee un buen titular”, ha pasado de ser una excepción irónica a una triste realidad. Con honrosas excepciones, en la prensa es frecuente ver como se hacen públicas toda suerte de medias verdades, juicios temerarios y manipulaciones contra el honor de las personas. Por lograr una primicia informativa, repercusión pública, reconocimiento profesional y una buena remuneración económica, a veces por simple acatamiento irracional de una línea editorial, la mayoría de los periodistas faltan regularmente a la fama y el honor de su prójimo. Porque lo cierto es que el rumor convertido en hábito periodístico tiene una gran aceptación en una sociedad que sigue el mismo comportamiento, y que a su vez se ve reforzada en él por los medios de comunicación. Se crea así un círculo vicioso en el que la murmuración se va alimentando más y más.

Hasta tal punto hemos llegado que dentro del periodismo se ha creado una especialidad en prensa amarilla y sentimental, que vive únicamente del bulo, y cuyas revistas y programas de radio y televisión, adobados con malicia, zafiedad y mal gusto, hacen furor entre la audiencia, dañando la reputación de cualquiera que tenga la desventura de llamar su atención. La aparición de una casta de personajes que ha hecho su modus vivendi del acto de enlodar por dinero su fama, publicando sus desventuras, emparejamientos, desamores y fornicios varios, no disculpa tal periodismo, sino que lo ensucia aún más.

Debemos tener muy claro los católicos que la murmuración, el cotilleo, la afición por inmiscuirnos en la vida ajena o prestar oídos a medios públicos que lo hacen constituye un pecado, tanto más grave cuanto la costumbre, la voluntariedad y la complacencia en él lo convierten en un vicio.
Por nuestro bien y el de nuestra sociedad, hemos de ser ejemplos de prudencia y discreción: no anhelando conocer las intimidades de otros, no prestando oídos a las malas cualidades o acciones que de nuestro prójimo se digan sin fundamento, ni mucho menos reproduciéndolas. Pensando bien de los actos de los demás y concediendo presunción positiva a sus intenciones. Hablando siempre todo lo bueno que sepamos de los demás, y callando aquello malo que conozcamos, salvo que nuestro silencio pudiera provocar un mal mayor. Solo cambiando las palabras malas por palabras buenas, y borrando de nuestro corazón envidias y malos pensamientos podremos ser fermento en nuestra sociedad para acabar con el feo pecado de la murmuración del prójimo.

El que se regodea en el mal será condenado, el que odia la verborrea escapará al mal. No repitas nunca lo que se dice, y en nada sufrirás menoscabo. Ni a amigo ni a enemigo cuentes nada, a menos que sea pecado para ti, no lo descubras. Porque te escucharía y se guardaría de ti, y en la ocasión propicia te detestaría. ¿Has oído algo? ¡Quede muerto en ti!
Libro del Eclesiástico cap 19, 5-10


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14 comentarios

  
Ano-nimo
Luis:

Muy buen artículo sobre un tema tan cotidiano y tan fastidioso; sinceramente creo que en muchas ocasiones, el cotilleo es producto del aburrimiento, de personas que quizás tengan unas vidas en las que nunca pasa nada, que necesitan entretenerse con las aventuras y desventuras de otros, pues también existe el cotilleo por entretenimiento y falta de otros intereses culturales, intelectuales, e incluso por conductas que al resto les pueden parecer escandalosas, como una forma de control -y en caso de salirse de la norma, escarnio- social. Este último -control y castigo- puede ser demoledor para quien lo sufra, ya que es una forma que tiene el grupo de apartar a un individuo que no "cumple" con los requisitos del grupo o con sus normas.

Un cordial saludo y enhorabuena por el artículo.
10/02/11 11:53 PM
  
Luis Game
Luis
Excelente artículo , desde Chile recibe mi admiración por tratar el tema con claridad doctrinal y caridad pastoral.
Me has dado materia a mí y a muchos de seguro para la próxima confesión.
¿Que debo hacer si quiero utilizar este artículo en mi parroquia como catequesis escrita?, me lo puedes indicar .
Unidos en la oración .
Luis Game

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LA

Estimado Luis, lo único que tienes que hacer es tomarlo y emplearlo como consideres más conveniente. Se considera cortés citar la fuente, pero tampoco pasaría nada si no lo haces, puesto que lo que escribo aquí también lo he tomado de otros sitios.
En Cristo.
11/02/11 3:58 AM
  
Álvaro
Muy buen artículo, sí señor.

Una pena que este pecado esté tan extendido en nuestra sociedad. Lo peor es cuando los católicos -a veces- somos los primeros en caer, sin poner distancia a la murmuración e incluso hasta justificándolo.
11/02/11 10:29 AM
  
susi
Sí, señor, un artículo muy interesante, que nos recuerda cómo debemos comportarnos con caridad con los demás.
Muchos programas de cotilleos, además, aunque cuenten cosas reales sobre la gente, lo que hacen es informar sobre pecados que se cometen y hacen que la gente vea estas ofensas a Dios como algo normal:adulterios, separaciones, cohabitaciones, prostitución, infidelidades...
Si nos dedicamos a verlos, toda esa iniquidad se irá colando en nuestro corazón y no seremos capaces de tenerlo en Dios.
11/02/11 9:55 PM
  
MER
Me ha parecido un artículo muy bueno.

Lo cierto es que a pesar de ser un tema tan extendido, no se toca mucho a nivel catequético.

Un saludo
13/02/11 9:02 AM
  
ciudadano
Creo como Vd. que la murmuración en un horrible pecado, y que en nuestro examen de conciencia debemos analizarlo con mucho cuidado, llevarlo a la oración y al cofesionario.
Para desgracia y vergüenza de todos nosotros creo que todos hemos caido alguna vez en la murmuración e igualmente hemos sido victima de la misma.
Por tanto es algo que debemos cuidar en nuestro comportamiento diario.
Tambien es cierto que, igualmente, debemos evitar el ocultismo.
Todos conocemos casos en que comportamientos inaceptables, cuando no directamente delictuosos, han podido prosperar, en algunos casos incluso su autor ha tenido gran relevancia social, por lo que denomino ocultismo, que sería la discreción llevada a niveles de ocultación.
Está claro que cuando nos llegan informaciones, a veces en forma de murmuración, especialmente cuando esa información se ve de alguna forma corroborada, deberiamos reflexionar sobre el caso, llevarlo a la oración y no caer en el ocultamiento.
No voy a citar aquí ejemplos famosos que todos tenemos en la mente.
Pero precisamente, para tratar de evitar esos casos creo que debemos estar atentos. Se suele decir que en el punto medio está virtud.
No caigamos en el pecado de la murmuración, pero tampoco en el de ocultación.

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LA

Ciudadano, cuando conocemos un acto inmoral en un prójimo hemos de reprenderle de forma privada. Si no se enmienda, ante testigos, y si no quiere hacerlo, y su mal hace daño a la sociedad, sólo entonces hacerlo público ante quién corresponda. Obrar de forma cristiana y prudente evitando la murmuración en ningún caso supone callar ante el mal.
16/02/11 12:34 PM
  
luis
No necesariamente hay que seguir el procedimiento de la corrección fraterna cuando tomamos conocimiento de un delito fehaciente. Por ejemplo, si te enteras que un terrorista va a poner una bomba. O que un adulto abusa de un menor.

En tal caso, se remite a la justicia o se hace público y listo. No confundir el orden de la justicia con el orden de la caridad.
16/02/11 5:11 PM
  
luis
Al respecto, videtur Summa, II_IIae, q. 73. Tìpico caso de los abusos sexuales, en que es obligatoria la revelación de la "infamia" cuando està en juego un bien superior

"Puede, sin embargo, suceder algunas veces que una persona pronuncie palabras por las que se lesione la fama de alguien sin tener esta intención, sino otra cualquiera; mas esto no es difamar directa y formalmente hablando, sino materialmente y de una manera accidental. Y si las palabras por las que es quebrantada la reputación ajena son proferidas por alguien en atención a un bien o a un fin necesario y observando las debidas circunstancias, no hay pecado ni esto puede llamarse detracción"

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LA

No creo que en ninguna parte del artículo se exprese de forma explícita o implícita que el buen cristiano no deba denunciar delitos. Cuando uno conoce que se va a cometer o se ha cometido un delito, y no tiene acceso o confianza con el delincuente, es obvio que el procedimiento de la corrección fraterna se puede saltar. Máxime cuando la revelación del acto inmoral sirve a un bien superior.

Creo que cualquier lector habrá entendido que cuando hablo de la murmuración no me refiero a actos terroristas o abusos sexuales. Hay obviedades que no es preciso aclarar.
16/02/11 5:25 PM
  
luis
Sí, hay obviedades, pero del olvido de estas obviedades se siguen males inmensos, que están a la vista. Cuánto desastre ha producido el "garantismo eclesial" de no difamar a un mal sacerdote, arriesgando así un bien superior como es la defensa de los menores amenazados.
22/02/11 1:49 AM
  
Ano-nimo
A ver luis:

En un caso así no se trata de cotilleos ni de dimes y diretes; lo que se tiene que hacer, a mi entender, es ir directamete a la justicia y denunciarlo (antes o después se avisa al cargo eclesiástico que corresponda sobre los hechos del individuo, pero por cortesía, nada más) y ya está.

Quizás lo que ocurre aquí en España no ocurra en Argentina, pero el cotilleo, la maledicencia, los "traes y llevas", el comadreo sobre la vida de los demás (¡ojo, no delitos!) se han convertido en el deporte nacional. Son temas distintos.

Un cordial saludo.
22/02/11 10:06 AM
  
luis
Bueno, también es una obviedad que chismorrear sobre el prójimo, haciendole daño y sin utilidad alguno, es pecado. Justamente los dilemas éticos no se dan en las franjas blancas, sino en las grises, donde nada es tan obvio y se juegan las excepciones. Por ejemplo, en el caso de la difamación con justa causa.
22/02/11 7:33 PM
  
Ignacio
¡Hoy Dios me ha iluminado, y por fin he comprendido totalmente el sentido del consejo de San Ignacio en los EE!:

Cuando termina con "busque todos los medios convenientes para que, entendiéndola, se salve", quiere decir que hay que estudiar e investigar para entender y "salvar" la proposición del prójimo. Hasta hoy había creído que se refería al alma del prójimo, con lo cual no me parecía que el santo fuera tan bienpensante.
28/08/11 11:44 PM
  
José Luis
Son muy interesantes estas reflexiones, amigo Luis, necesario para nosotros no olvidarnos de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.

Para seguir estos edificantes consejos, también necesitamos alejarnos de las malas influencias, porque cuando se hace juicios, a quien sea, no tiene la aprobación de Dios, me refiero, a los que no tienen una misión eclesiástica. Pues la Iglesia tiene esa Autoridad que ha recibido de Dios para hacer un juicio justo, en Jn 7, 27.

Los que no somos sacerdotes no podemos caer en la tentación para cometer pecado al juzgar al prójimo, a veces se nos olvida, incluyéndome, y cometemos una injusticia, pero que necesita ser reparado con la máxima prontitud.

Ahora bien, que es preferible callar y no decir nada, pues no todo está en nuestra mano.

Sobre denunciar los delitos, siempre es recomendable como hijos de la Iglesia acudir al Arzobispado, pero yo no iría ni a la policía, ni al juzgado, ¿por qué no lo haría?, porque conozco el Nuevo Testamento
sino a la Iglesia Católica, y poner en práctica lo que me diga, recordando aquello que dice San Pablo en 1 Co 1, 1 y siguientes. Y en otro lugar: Ef 5, 8-13, que hemos de denunciar las malas obras. No podemos buscar ni defensa en los que no tratan a la Iglesia Católica, tengan el cargo que tengan, porque no acertarán conforme a los deseos de Dios. Y lo sabemos en la actualidad, en múltiples errores que cometen los que desconocen el sentido de la verdadera justicia.

Hay muchos resentidos que comparten el veneno de su corazón, al hacer juicios temerarios a su prójimo ya por las redes sociales, por la televisión, la radio, la prensa.

Si estamos dispuestos a alcanzar la santidad, no hay dificultad de hacerlo saber, como queda dicho, al Arzobispado, pero si no nos hacen caso, no debemos preocuparnos en lo más mínimo, para que no seamos víctimas de una obsesión, sino confiarlo desde el primer momento a Dios.

Recuerdo aquella frase de San Pío de Pietrelcina, "no te preocupes, ten, fe, reza y espera". Los problemas temporales en este mundo, lo debemos llevar siempre con paz y alegría en el Señor.












14/11/12 10:36 AM
  
vanessa
Gracias por esta informacion.
14/08/13 3:41 AM

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