Sacerdotes mártires valencianos (I)

El triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 supuso el auge de sus milicias revolucionarias, principalmente las del partido PSOE (Partido Socialista Obrero Español), y su sindicato UGT (Unión General de Trabajadores), fundados por Pablo Iglesias, los sindicatos anarquistas FAI (Federación Anarquista Ibérica) y CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y, cada vez más influyente, el PCE (Partido Comunista Español). También tuvieron milicias, aunque de menor importancia, los partidos de inspiración republicana jacobina IR (Izquierda Republicana) y ERC (Esquerra Republicana de Catalunya).

Al producirse la sublevación de la mayoría del ejército y parte de la sociedad contra el régimen frentepopulista, el gobierno Giral decidió entregar armas a las milicias políticas el día 19 de julio, optando por “armar al pueblo” para tratar de sofocar la amenaza de los alzados. Las milicias armadas tuvieron una actuación discreta en el frente, pero jugaron un papel fundamental en la represión en retaguardia de los “elementos facciosos” que pudiesen apoyar al enemigo. Pronto se formaron comités revolucionarios locales (que con frecuencia suplantaron a la autoridad civil), y entre los “enemigos del pueblo” que fueron perseguidos, sin duda uno de los elementos principales fueron los clérigos, religiosos y seglares católicos destacados. Para la Revolución, la Iglesia ha sido vista como un enemigo retardador del progreso y la implantación de la Utopía socialista, y así lo ha enseñado siempre.

Julio Cabanes Andrés había nacido en Valencia y tenía 71 años en 1936. Ordenado presbítero en 1891, durante muchos años fue cátedro del seminario, donde descolló como prestigioso profesor, además de ostentar numerosos honores como capellán de la casa de la Misericordia o presidente de varias cofradías y patronatos, entre los que destacaba el cargo de canónigo prefecto de las sagradas rúbricas de la Catedral. Durante varias semanas sufrió registros en su casa por la policía y milicianos de las FAI, hasta que fue detenido por las Juventudes Libertarias y llevado a la checa instalada en el convento de las Hijas de María, en la plaza de Mosen Sorell. Durante 4 días era sacado de su encierro en plena noche e interrogado acerca del paradero del Tesoro de la Patrona de Valencia (la Virgen de los Desamparados), tomándosele declaración frente a una turba de milicianos armados que le amenazaban de muerte: “¿ves a aquel que se llevan? Van a darle un “paseo”. Lo mismo te haremos si no nos dices lo que queremos”. Siendo infructuosa esa táctica, fue remitido a su domicilio, con vigilancia, ofreciéndole promesas de libertad y seguridad si les decía donde estaban los objetos preciosos y reliquias de la Seo. El 13 de octubre fue detenido de nuevo por policías del Gobierno civil, en cuyos calabozos quedó detenido. El día 15 le permitieron hablar unos instantes con una familiar: “despídeme de todos, quieren saber dónde está el Santo Cáliz (1) y yo les he dicho que no lo sé”. Esa noche fue trasladado a la cárcel Modelo de Valencia. Durante los dos meses que estuvo encerrado, ejerció siempre que le fue posible su misión pastoral con los detenidos que le acompañaban, presos políticos en su mayoría. La noche del 9 de diciembre un oficial le ordenó vestirse y salir. Don Julio, sabiendo lo que le esperaba, se confesó con su compañero de celda, el reverendo Anglés, y luego le dio un fuerte abrazo, mientras le decía “don Juan, hasta la eternidad. Le dejo mi faja, désela como regalo de mi parte a ese muchacho de Chelva que sufre de hernia”. Sacado en coche, fue llevado al picadero de Paterna. Allí le ordenaron bajar del coche y ponerse a caminar, abatiéndolo a tiros por la espalda. Su cadáver fue trasladado a las 6 de la mañana del día siguiente al depósito del cementerio de Valencia.

Rogelio Chillida nació en Albocácer (provincia de Castellón), y tenía 42 años. Se ordenó presbítero en 1907, y obtuvo el grado de doctor en Teología, Filosofía y Derecho canónico. Fue un raro ejemplo de sacerdote-periodista, siendo redactor jefe del diario católico “La Voz de Valencia”, y dejó escritos varios libros sobre evangelización, pedagogía y soteriología, destacando como brillante orador. También fue párroco de varias iglesias valentinas, canónigo y profesor del seminario. Desde la época de seminarista, había vivido con un compañero y gran amigo, el reverendo Fernando Císcar. Al comenzar la guerra se refugiaron ambos en varias casas de parientes o amigos, rechazando huir al extranjero cuando se lo propusieron. El día 27 de septiembre, tras una denuncia, un piquete de milicianos entró en la casa donde se escondían, mientras estaban rezando. El jefe se encaró con ellos y preguntó a don Fernando “tú ¿qué eres?- profesor- pero ¿qué estudios tienes?- soy sacerdote- Ya sabíamos que en esta casa había dos sacerdotes”. Tras saquear la casa e insultar con blasfemias a los dos sacerdotes, les llevaron a la checa de la plaza de san Agustín. De madrugada fueron sacados en coche, y en la carretera de Silla les obligaron a bajar. Antes del inevitable final, don Rogelio se empeñó en que le dijeran quién había de matarle, insistiendo ante la negativa de los sorprendidos verdugos y alegando su derecho de condenado. Cuando le indicaron al hombre le dijo: “te estrecho la mano para que sepas que te perdono. Antes de morir quiero deciros que por cada gota de sangre que derramemos, dentro de diez años habrá un sacerdote en España”. Fueron ametrallados y sus ejecutores testificaron que ya en el suelo y antes de perder la conciencia ambos dijeron “Viva Cristo Rey”.

Vicente Mas Picó era hijo de unos labradores de Benasau (cerca de Alcoy), y tenía 62 años. Ordenado sacerdote en 1901, fue humilde párroco en varios pueblos. En Benitachell restauró la iglesia y creó un lazareto para leprosos, dándosele su nombre a una calle por petición unánime de los vecinos cuando marchó a Onil, donde se multiplicó de forma heroica durante le epidemia de gripe de 1918, asistiendo además a los numerosos pobres de la comarca, hasta el punto de ser nombrado hijo adoptivo (y a su marcha, predilecto) del pueblo. Tras ganar una canonjía en la sede valentina, pidió volver a su labor pastoral, y se le trasladó a la parroquia de Santa Cruz, enclavada en un barrio popular y obrero de Valencia, con numerosos simpatizantes de sindicatos revolucionarios, sin que ello fuera óbice para que se ganara el afecto de todos por su incansable asistencia material y espiritual en favor de los necesitados. Al comenzar el Alzamiento, el propio comité local de la FAI se ofreció a trasladarle en seguridad a otro lugar donde no fuera conocido, pero don Vicente se negó a abandonar a sus feligreses, residiendo en un modesto piso de la calle Salvador con su hermana y un sobrino. A esta le dijo que si le pasaba “algo”, no debía vengarle. Ella le contestó que no deseaba esa muerte para él, y el sacerdote le respondió “no somos quién para enmendar los planes de Dios”. El 15 de agosto de 1936 unos milicianos se presentaron en su hogar y se lo llevaron a medio vestir. Su sobrino hizo ademán de ir contra ellos, pero el clérigo ordenó a los suyos que se abstuvieran de cualquier represalia, pues “no ocurrirá sino lo que Dios disponga”. No se sabe más de su final, pero su cuerpo apareció dos días más tarde en el depósito del cementerio de Valencia.

José Fenollosa había nacido en Rafelbunyol, y contaba 33 años de edad, habiéndose ordenado presbítero en 1926. Desde seminarista fue hombre de fe ardiente y pronto tuvo gran devoción por el mártir mexicano Miguel Agustín Pro (ejecutado sin juicio por las fuerzas gubernamentales bajo la acusación de cristero en 1927). Su primer destino fue cura de la aldea de Espaldilla, donde su celo revitalizó la devoción local, fundando el rosario de la Aurora, la Adoración al Santísimo y dando clases gratuitas nocturnas a los analfabetos. Aun muy joven, llamó la atención de sus superiores, y fue llamado a Valencia, alcanzando en pocos años el cargo de secretario de la Curia, para el que siempre afirmaba no ser digno. El 22 de julio hubo de salir de la Colegiata, que fue completamente incendiada, y se trasladó a su pueblo natal, junto a sus padres. El 23 de agosto fue detenido y trasladado al comité local del vecino pueblo de Massamagrell, donde fue llevada también su hermana María, religiosa Terciaria Capuchina. Esa noche fueron sacados y trasladados en un coche. Ambos hermanos creyeron llegada su última hora, y se prepararon para su muerte rezando el acto de contricción. No fue así en esa ocasión, y al regresar a casa le dijo a su madre que “sentía una fuerza tan grande que hasta tenía alegría de pensar que iba a morir. Al fin y al cabo, es morir aquí para resucitar en el Cielo”. Al día siguiente, el comité de Rafelbunyol, al saber que los milicianos de Massamagrell pretendían detenerles de nuevo, les ocultó, junto a otro sacerdote, y un religioso, en un ático de la iglesia, tan estrecho que ni podían estar en pie, ni tendidos todos a la vez. Durante 8 días sufrieron penalidades, orando al Señor, hasta que el comité local les sacó de allí, permitiéndoles vivir en sus casas, pero obligándoles a realizar las tareas más rechazadas, como barrer las calles de excrementos, sacar escombros de la iglesia parroquial, que se proyectaba convertir en mercado, o trasladar muebles y enseres de los miembros del comité, siempre vigilados por varios milicianos que les amenazaban, insultaban y mortificaban con blasfemias constantes. Jamás perdió don José el ánimo para sí y para los otros cautivos, y sólo respondía a sus carceleros cuando afirmaban que destruirían la Religión, contradiciéndoles. A su madre le decía algunas veces, enseñándole la fotografía del padre Pro, que sería mártir como él, y que no debía su madre llorarle, porque sería su mayor felicidad y gloria. Durante este tiempo, el control al que estaba sometido le impidió llevar a cabo con normalidad su ministerio, haciéndole esto sufrir más que cualquier otra penalidad, y llegando a disgustarse grandemente cuando, llamado para confesar a una moribunda, no pudo llegar a tiempo. El día 27 de septiembre de 1936 fue encerrado junto a otros 17 hombres, entre ellos dos sacerdotes (incluyendo un tío suyo), en el local del Sindicato Agrario Católico de Rafelbunyol. Al día siguiente, festividad de la patrona del pueblo (2), fueron sacados y llevados a las tapias del cementerio de Sagunto. Allí, exhortó a todos los presentes para que tuvieran ánimo, y a los que dudaban les pidió que perdonasen generosamente a sus ejecutores, y que se arrepintiesen de sus pecados, que pronto estarían en el Cielo. Antes de la descarga que acabó con las vidas de todos, grito varias veces “¡Viva Cristo Rey!”, igual que los cristeros fusilados; como el padre Pro, a quién tanto admiraba.

Ruego a los lectores una oración por el alma de estos y tantos otros que murieron en aquel terrible conflicto por dar testimonio de Cristo. Y una más necesaria por sus asesinos, para que el Señor abriera sus ojos a la luz y, antes de su muerte, tuvieran ocasión de arrepentirse de sus pecados, para que sus malas obras no les hayan cerrado las puertas de la vida eterna. Sin duda, los mártires habrán intercedido por ellos, como lo hicieron antes de morir.

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(1) Reliquia que se conserva en la catedral de Valencia desde el año 1437, donada por el rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo. Consta de una base de orfebrería, relicario artesanal de los siglos X a XIII, que sostiene una copa de piedra Cornarina de oriente. Los estudios especializados confirman que la factura y material permiten fechar su fabricación entre los siglos I a.C y I d.C, siendo la única de las copas que reclaman ser el cáliz de la Última Cena que arqueológicamente podría serlo.
(2) La Mare de Deu del Miracle. Virgen de los Milagros.

La vida y martirio presbiteriales aquí resumidas proceden de la obra “Sacerdotes mártires (archidiócesis valentina 1936-1939)” del dr. José Zahonero Vivó (no confundir con el escritor naturalista, y notorio converso, muerto en 1931), publicada en 1951 por la editorial Marfil, de Alcoy.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos. Pues así persiguieron a los profetas antes que a vosotros.
Mateo 5, 9-12


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7 comentarios

  
Ano-nimo
Es alucinante comprobar como lo mismo les daba, a los asesinos, que el sacerdote en cuestión trabajara por los más pobres y necesitados, como es el caso que nos cuentas de Vicente Mas Picó. No es el primer caso del que me llega información de que los mismos izquierditas (como en este caso la FAI) intentan salvar la vida de alguien en concreto que se los ha ganado por su bondad y caridad, pero que llegan otros (siempre se dice "unos milicianos" sin especificar de qué partido, quienes eran) y o bien asesinan a esa persona o desde luego, lo buscan para ello. ¿De qué partido se piensa eran esos milicianos?. Y otra cuestión, ¿qué partido es el que más asesinatos de sacerdotes y laicos tiene en su haber?.

Por supuesto, rezaré por todos ellos. Un cordial saludo.



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LA

Hola, Ana. Por desgracia, no puedo contestarte a ninguna de ambas preguntas. Tampoco es el objetivo de este artículo embarcarse en esas investigaciones, sino más bien recordar a aquellos que dieron su vida testimoniando a Cristo, e imitar su ejemplo de amor y perdón.

un cordial saludo.
28/06/10 8:42 AM
  
Ano-nimo
Gracias Luis. Bueno, si alguien lo sabe...

Desde luego son un muy buen ejemplo de lo que señalas; no hace falta irse a tiempos pretéritos para encontrar a mártires en los que fijarnos. Los tenemos de hace nada, pero qué difícil ya no contenerse y no devolver mal por mal, sino que realmente se sienta ese amor y perdón hacia el enemigo.

Un cordial saludo.

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LA

"qué difícil ya no contenerse y no devolver mal por mal, sino que realmente se sienta ese amor y perdón hacia el enemigo".
Cuánta razón tienes. Estrecha es la puerta y empinada la senda, amiga mía.
28/06/10 11:10 AM
  
Vicente
también puede consultarse la obra de Vicente Cárcel: Mártires Valencianos del siglo XX.

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LA

Y muy bien documentada, por cierto. Los datos son "Mártires valencianos del siglo XX". Autores: Vicente Cárcel Ortí, Ramón Fita Revert. Editores: Editorial Edicep C.B. Año de publicación: 1998. País: España. Idioma: Español. ISBN: 84-7050-507-6.
El sacerdote e historiador Vicente Cárcel tiene numerosas obras (tanto libros como artículos) escritas sobre la Iglesia y la historia de España en los siglos XIX y XX.
Gracias por la aportación, Vicente.
29/06/10 11:36 AM
  
Ano-nimo
Bueno, Luis. Sí, pero yo tengo confizanza en que Dios, que sabe de nuestras miserias, tendrá misericordia (estaríamos apañados si no fuera así). No todos podemos ser santos; con ir siendo un poco mejor -sin retrocesos-, yo ya me doy "con un canto en los dientes".

Un cordial saludo.
29/06/10 12:32 PM
  
Ano-nimo
Pues muchas gracias a ambos por la información sobre este autor; ya he consultado y he visto que tiene obras muy interesantes, siendo un especialista en el tema.

Un cordial saludo.
30/06/10 10:11 AM
  
toni grácia sanchez
Luís Ignacio, ¿has leido el libro de Jesús Bastante sobre los martires españoles? Creo que vale la pena su planteamiento, distinto al que suele hacerse de estas personas mártires.

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LA

Hola, toni. No he leído le libro que citas
01/07/10 11:39 PM
  
ricardo
Espero la segunda entrega.
Gracias.
12/07/10 10:24 AM

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