1.05.18

Líder Moli pide ser aceptado en la Iglesia

I.

Escribo esta crónica mientras anochece y  la 4x4 baila en las incesantes curvas del estrecho camino de montaña por el cual volvemos desde Zeema III a nuestra base misional ubicada en nuestra amada aldea de Naga, en pleno Himalaya.
Mientras padecemos tribulaciones apostólicas a causa por la eclesiástica burocracia, hoy realizamos una expedición misional de primera evangelización a un caserío (o tolderío) llamado Zeema III. En esta incursión, improvisada como pocas, el Señor llenó de gozo nuestras almas misioneras.
Mas, ¿qué pasó? Digámoslo brevemente. 

II.

Ayer decidimos hacer una expedición a Zeema III. Tramitamos unos permisos fronterizos especiales, hoy llenamos el tanque, preparamos unos pocos víveres y fuimos a la escuela a buscar un par de cosas. Las dos maestras (Lidia y Santa) que viven en el colegio nos pidieron ir con nosotros (David, mi heroica Madre y yo). Las sumamos en el acto. Fue la primer misión de Lidia (católica de nacimiento) y la segunda de Santa (hindú de nacimiento, pero “católica de alma” y con santas tentaciones de bautismo).
Tuvimos unas tres horas de viaje hasta Zeema III. El viaje fue lento no sólo por las curvas, sino porque a menudo el camino es de una sola mano. Fue lento, pero fascinante ya que su paisaje es una de las más extraordinarias obras de arte del Verbo de Dios. Tanta belleza nos obligó a detenernos varias veces para sacar algunas de las inevitables fotos que ornan  estas líneas. El viaje fue magnífico: nuestros ojos se perdían en los montes y nuestras almas se ocupaban de Dios y los infieles al rezar el Rosario, la Salve y el Breviario.

III. 

Zeema III es uno de los tres caseríos (aunque quizás la palabra les queda grande) que se ubican tras una preternaturalmente oscura villa llamada Lachhen. Los otros dos llevan el mismo nombre, pero diverso número. Zeema significa un “demonio muy poderoso”. Huelga decir que éste es un nombre propicio para tierras (como aquestas) que profesan el budismo tibetano. 
Nosotros rebautizamos estos tres parajes con nombres que son como un “agere contra” cultural: San Miguel, San Rafael y San Gabriel. Cuando las tengamos, pondremos allí estatuas de los tres gloriosos Arcángeles. 
Esos caseríos son básicamente asentamientos provisorios para los obreros (cuasi-esclavos) que asfaltan los caminos, quebrando rocas a fuerza de martillazos. Ellos pertenecen a los estamentos más bajos de la sociedad y son reputados como gente que paga en esta vida los crímenes de pretendidas vidas pasadas. Acá los llaman “dunka party". Ningún budista les dará la más mínima ayuda o consuelo. No habrá ninguna compasión para con ellos. Hasta las mujeres dunkas deberán pasarse el día martillando piedras sentadas al borde del camino en estos (que Femen tome nota), uno de los lugares más inhóspitos de la tierra. 
Los dunkas acá viven a casi tres mil metros de altura, en toldos hechos de plástico, maderas, bolsas y basura. La ausencia de puertas enfermará a quién ose hospedarse allí ya que el frío es muy intenso. 
Son muchos los campamentos semi-esclavos. Zeema III (o San Gabriel) es sólo uno de ellos. Cada grupo naturalmente tiene su jefe. El jefe del grupo de San Gabriel se llama Puran Moli y se hizo amigo nuestro (y nosotros de él) hace casi dos años. Él, con muchos de los suyos, antes vivía en Richu, una aldea cercana de Naga, pero ahora se mudó a Zeema III, donde lidera 43 trabajadores, que, según nos dijo, en principio viviran un lustro en dicho tolderío. El hermano de Puran es jefe de otros grupos ubicados en una región tibetana a una semana de distancia. Entre Puran y su hermano, ellos lideran cientos de obreros dunkas, muchos de los cuales son de la tribu Moli.

IV.


Ya habíamos ido a Zeema III algunas veces. De hecho, ahí profesé mis votos como religioso eliata el año pasado en Pentecostés.
Hoy volvimos y organizamos un encuentro de oración y predicación, que fue interrumpido por dos corpulentos budistas nativos que, con cara de pocos amigos, vinieron a interrogarnos. David y Puran movieron una chapa (que oficiaba de puerta) para ocultarnos a los que estamos rezando. Pasada la amarga pausa, retomé el hilo de mi predicación centrada en la dramática e inapelable tensión de Mc 16, 16…
Casi sin luz (sólo teníamos la de mi celular y la de un tenue rayo solar) les enseñamos a besar el crucifijo -que pasó de mano en mano-, les dimos los rudimentos bíblicos probatorios de la fundación divina de la Iglesia Católica y nos homenajearon con generosa porción de arroz y carne.


Después, abiertamente, invitamos al jefe  a redactar y firmar un pedido de ingreso en la Iglesia Católica. 
Sin vacilar escribió la solicitud en una libretita que llevé en mi sotana.
Luego, lo filmamos leyendo solemnemente el pedido formal de ser aceptado en la Iglesia junto con todos los que, Deus volente, firmarán debajo. 
Durante esta semana, Puran invitará a sus cohermanos a suscribir este pedido formal, en el que requieren a la Iglesia que  se digne enviarles un catequista de su tribu (Moli) a adoctrinarlos.
Pedimos a todos que recen para que todos los moli de Zeema III firmen el pedido de ser recibidos en la Iglesia Católica Apostólica y Romana, la única verdadera.
¡Que la Virgen atraiga al Espíritu Santo a nuestros corazones y a nuestras misiones!

¡Viva la Misión!

Padre Federico, S.E.
Misionero en el Himalaya  
28/IV/18

28.04.18

De la burocracia anti-misionera y la prohibición de evangelizar L.-Wang

En el viaje exploratorio que hicimos hace unos días no sólo nos encontramos con el convento eco-modernista del que hablamos en la crónica anterior, sino que también fuimos edificados por varios sacerdotes y religiosas que tienen grande celo misional.
Uno de ellos es un sacerdote religioso que tiene unos setenta años. Es el Padre Norberto. Él hace 30 años ansía misionar en un área donde aún no hay ningún católico, una zona himaláyica de mucho frío y gran afluencia de escaladores. Es la zona de L.-Wang. Ansía ir allá pero aún no fue nunca ya que lo destinaron como auxiliar de una parroquia lejana. 
En medio de nuestro largo periplo, pasamos por su parroquia, y él junto con sus cohermanos nos recibió con grande algarabía. Le dijimos que nos interesaba ir a misionar a la zona de unas comunidades tibetanas que están en el borde del Tíbet, pero nos trató de convencer para que vayamos a L.-Wang, esto es, a donde hace 30 años, él quiere ir.
Le dijimos que nos gustaría ir y nos despedimos. A los cinco días lo volvimos a ver pues nos tuvimos que hospedar en su parroquia ya que se nos había hecho muy tarde antes de cruzar la frontera. Ni bien nos vio, una vez más nos pidió por favor que vayamos a predicar la Fe a L.-Wang. Nos solicitó que vayamos lo antes posible. Nos dijo que la vida es corta. Celebramos la Misa encomendando la Misión a Dios y la Virgen, armamos en el acto un equipo misionero de siete apóstoles, le dijimos que sí y arreglamos todo para partir el 1/5 a L.-Wang. El Padre Norberto nos dijo que iba a hablar con el obispo.
Luego me dijo que no hacía falta llamarlo pero le dije que era necesario hacerlo. Lo llamó hoy y hoy el obispo nos prohibió acompañar al padre Norberto. En L.-Wang no hay ningún católico, pero hay quizás medio millón de almas, casi todas yaciendo en las tinieblas del paganismo y la idolatría y algunas recientemente protestantizadas.
¿Y por qué no nos deja ir? El obispo argumentó razones canónicas, pero el Padre Norberto no sabe mucho de derecho canónico y no entendió la explicación episcopal. Me dijo triste: “el obispo se me puso a hablar de cosas legales, pero yo no sé nada de eso".
La diócesis es enorme y casi no tiene católicos. Los protestantes avanzan sin parar. 
Nos morimos de ganas de ir a L.-Wang, pero el jerarca eclesiástico nos prohíbe entrar. 
Esto pasa en muchos lugares del mundo pagano: se pone un jerarca eclesiástico para una jurisdicción enorme que incluye áreas amplísimas sin ningún católico. Ningún católico va a misionar a esos lugares. A ningún católico local parece interesarle la salvación eterna de las almas de esas zonas. Y los protestantes entran a esos lugares y obtienen abundantes conversiones. 
Pensamos que si la Iglesia quiere avanzar en las tierras paganas, hace falta que la Santa Sede sea muy generosa para dar permiso a todo aquel católico (sacerdote, religioso o laico) que quiera anunciar a Jesucristo donde la Iglesia aún no existe. De lo contrario, unos pocos jerarcas eclesiásticos apoltronados en sus cómodos sillones palaciegos -ubicados a veinte o diez días de viaje de ciertas aldeas de su jurisdicción-, seguirán impidiendo que Cristo sea anunciado a los gentiles.
Por algo, Dios le dio a San Francisco Xavier la “papeleta” de nuncio apostólico. 

¡Que Dios ponga a toda la Iglesia en clave misionera!

Padre Federico, S.E.
Misionero en el Himalaya
26/4/18

17.04.18

Nos rechazan por misionar

Dejamos por unos días la aldea de Naga donde está nuestra base misional, que está en la frontera norte de la diócesis, para ir a tratar de fundar un nuevo puesto apostólico en la frontera occidental de una diócesis cercana.
Después de tres días de viaje en la 4x4 llegamos al último puesto que la Santa Madre Iglesia tiene en el oeste de esa diócesis. Ese puesto es un pequeño convento de una congregación norteamericana de monjas sin hábito cuya visión y misión -según el último capítulo provincial que tuvo lugar en el 2015- no menciona a Dios pero sí (¡y dos veces!) al medio-ambiente.
La fundadora del dicho convento es llamada, por algunos, “la Madre Teresa” del distrito pues hace casi dos décadas con enorme sacrificio y una laboriosidad ingente  (que esta semana le impidió incluso asistir a la misa dominical) construye casas a los inundados, defiende a las mujeres golpeadas y saca a las mujeres de sus casas para que defiendan sus derechos conculcados por sus maridos violentos, adúlteros y ebrios. Ella es respetada por todos y gracias a su ejemplo la Iglesia es estimada. 
Es un lugar tan remoto que a veces llegan a pasar un mes sin tener Misa. 
Nos recibieron muy bien, incluso con un chocolate -que matizó la heroica y voluntaria pobreza en la que viven- y un cartel de calurosa bienvenida. Con generosa vehemencia rechazaron nuestra cooperación monetaria. 
Ellas no predican. O, al menos, no predican directamente, sino indirectamente, esto es, por medio de su ejemplo y de la difusión de los llamados “valores del Evangelio". De este modo, atrajeron una familia o una y media a la Iglesia, si bien la familia (no la media) no practica la fe (de hecho, nadie, salvo casi todas las hermanas, vino a la misa dominical). 
Pero, ¿por qué no predican? Al principio, lo hacían pero cuando, al parecer, algunas almas manifestaban inquietudes de conversión, el obispo anterior les prohibió convertir personas ya que eso podía traer problemas legales.  La gota que rebalsó el vaso fue el arresto semanal de un sacerdote y unos pocos cooperadores, ocurrido hace mucho, lo cual fue visto como el hito confirmatorio de la nueva ruta evangelizadora: la no-predicación.
A este motivo, se suman, al menos, dos razones más, según nos decía la más joven de las hermanas: 1) “nadie se va a convertir"; 2) “si predicamos, nos pueden echar de este lugar”.
La primera de las razones esbozadas es uno de los eslóganes frecuentes de muchos católicos (incluso, sacerdotes) en el mundo pagano: “nadie se va a convertir". De todos modos, la joven hermana lo reformuló de un modo más vehemente: “es imposible que los no-cristianos de este país se conviertan".
 Ahora bien, el mismo día que ella, llena de espíritu de fe, pontificó acerca de la imposibilidad de las conversiones, compartimos un alegre picnic con una comunidad protestante de la zona, que tiene 200 familias. Como nuestro amigo David hace 9 meses proselitizó al pastor de ese grupo (el pastor Paul) para que se haga católico, los visitamos y nos recibieron bien, y nuestro diálogo de conversión avanzó bastante más (lo cual amerita otra crónica). Paul nos contó que en la zona donde está el convento de marras hay 150 pastores protestantes con sus respectivas comunidades. Este dato bastó para demostrarnos, una vez más, la radical mentira que paraliza ante-tempo todo posible avance de la Iglesia: la mentira (ideológicamente instalada) de que “nadie-se-convertirá". 
Sí, si no predicamos (sea por miedo a que nos echen o por miedo a lo que sea), nadie se convertirá. Pero, ¿y si tiramos por la borda nuestros miedos y progresías, y nos animamos a predicar? Todo sería muy distinto. Y muy apasionante. Pasaríamos de la tediosa superficialidad propia del terrenalismo a la extasiante seriedad de la obra salvadora de almas.

II.

Estuvimos dos días en el mencionado y ultra-periférico convento que piadosamente guarda las Hostias consagradas en un tupper y donde se respira antes de rezar Laudes.
Como nuestra relación con ellas fue muy afable y como nos pareció que quizás Dios estaba suscitando en ellas ciertos gérmenes de celo apostólico, les pedimos que nos reciban en enero para hacer una misión de quince días. 
Como estaban tan amables con nosotros y como el primer día nos habían pedido que las ayudásemos un largo tiempo, dábamos por descontado una respuesta de bienvenida, mas la réplica de la “Madre Teresa” y su epígona fue como una saeta que atravesó nuestro corazón: “no los podemos recibir puesto que la llegada de misioneros pondrá en riesgo nuestras obras sociales” que cooperan indirectamente a la extensión del Reino.
La negativa fue reforzada por la superiora con otro slogan de moda: “no hay que buscar conversiones sino difundir los valores evangélicos” (a esto le respondí con el evangélico “paenitemini et convertimini").
Terminamos el café, y nos despedimos sin oír ningún “¡hasta la próxima!".
Este tipo de respuestas, con sus más y sus menos, responde a una forma mentis muy común en muchas “misiones” contemporáneas: “no hay que predicar a los paganos puesto que si no nos echarán y se caerá la misión". Lo ví y oí en muchos lugares. Quien tenga oídos, que oiga. Y mientras tanto, las sectas protestantes arrasan. Así, se entiende porqué, en el mundo, la Iglesia retrocede espantosamente y las sectas avanzan imparablemente. 
Esta experiencia que relatamos para convertir una angustia íntima sacerdotal en una corrección eclesial fraternal, nos mueve a anotar una conclusión, que si bien no es apodíctica, tiene gran vigencia en muchos lugares de la paganía…
Para que las ONG católicas no se cierren, los oenegeros  (aun cuando sean considerados “nuevas Madres Teresas"), impedirán el desembarco de los misioneros. Esto es, salvo raras excepciones, donde no haya misioneros pero haya una ONG católica  (clerical, religiosa o seglar), jamás empezará la misión puesto que la ONG se lo impedirá (pues las ONG, por más clericales que sean, no suelen estar dispuestas a disminuir para que Cristo crezca).
Lo dicho, yendo más lejos, nos permite preguntarnos en clave del hoy tan mentado discernimiento: la llegada de una ONG católica a tierras paganas sin misioneros ni católicos, ¿no será la vacuna que pone el diablo en ese lugar para que jamás sea evangelizado?


III.

Ahora bien, ¿qué se puede hacer ante esta deserción misional que a veces quizás llega a encarnar el “no se salvan ellos y no permiten que se salven los demás"?

La pregunta es importante ya que, como dice un amigo, es propio del adolescente la mera denuncia, mas propio del adulto la búsqueda de soluciones. 
Con la gracia de Dios, muchas cosas se pueden hacer. Pero, ahora, mencionamos sólo tres: 
La primera es ir, con tal que nos los permita la jerarquía eclesiástica, a predicar a aquellas zonas paganas donde no hay ninguna ONG católica, ninguna parroquia y ninguna capilla. Esto es, no ir a las fronteras sino más allá de las fronteras. 
La segunda es formar y enviar apóstoles laicos nativos. 
La tercera es convertir pastores protestantes con sus comunidades. Ellos predicaran sin miedo. Sí, habrá que ayudar a los pastores conversos a purificar su intención respecto del dinero, pero creemos que esta es una de las vías más propicias para que la Iglesia vuelva a conquistar pueblos paganos para Dios.

Algunos quizás cuestionaran nuestro cuestionamiento puesto que estamos criticando a gente de Iglesia. Pero, si es por eso, reprobemos a San Pedro Damián que escribió un libro contra la sodomía de algunos curas de su tiempo o a San José María Escrivá de Balaguer que en sus silenciadas “Tres Campanadas” tuvo el arrojo de denunciar la deliberada inacción vaticana ante los descalabros del clero modernista. 
Nuestra crítica no busca desanimar ni apostrofar personas sin más, sino cooperar a remover lo que S.S. Pablo VI, en la Evangeli Nuntiandi, consideró uno de los mayores obstáculos que se alzan contra la actividad misional: la falta de fervor.
Nuestra crítica no sólo no busca desanimar, sino, por el contrario, animar a todos a convertirse en apóstoles de fuego que prediquen con la valentía de San Pedro y San Juan, de quienes los Hechos de los Apóstoles dicen que predicaban sin “ningún embarazo” (Hch 4,13), sin callarse ante las severas amenazas e intimaciones del Sinedrio  (cfr. Hch 4,17-18), prefiriendo siempre obedecer a Dios antes que a los hombres  (cfr. Hch 4,19), aunque nos arresten, tiroteen o despedacen.
Hace falta, con imperiosa necesidad, católicos que sean como los Apóstoles, quienes “días enteros, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y anunciar la buena nueva del Mesías Jesús” (Hch 5, 42).

Se necesitan esos cristianos que los Hechos de los Apóstoles inmortalizaron: almas parresíacas henchidas de Espíritu Santo que predicaban al Salvador en el contexto de una sociedad furiosamente anticristiana como era la Jerusalén envenenada por la Sinagoga que mató a Cristo y expulsó a la Iglesia naciente de su “tierra natal".

¡Que Dios mate nuestra cobardía y suscite un nuevo Pentecostés Misional!

¡Viva la Misión!
¡Viva la Iglesia Católica!

Padre Federico, S.E.
Misionero en el Himalaya
17/4/18

8.04.18

Camino a las aldeas animistas

Nuestro itinerario siguiente coincidía con el consejo del Padre Herve. Íbamos ahora en busca de los Dogoso y los Dogose, que son tribus animistas que si bien pertenecen al grupo de los lobi, guardan algunas características que les son propias.

A diferencia de nuestras búsquedas anteriores, algunos miembros o aldeas de estos grupos parecían encontrarse en lugares a priori accesibles. Según la localización brindada por el Padre Herve, podríamos divisarlos en los pequeños poblados de Loropeni y Kolosso, a solo 50 kilómetros de Gaoua (dirección oeste) sobre la ruta provincial número 11[1].

La idea era contratar un taxi o una moto para llegar, pero para nuestra sorpresa, ninguno estaba dispuesto a salir de la ciudad (luego sabría por qué). Por tanto, no me quedó otro remedio que subirme a un “bus taxi”[2] que partiera en dirección a Banfora (de todos modos, tenía que viajar allí para buscar a la tribu Natoro, cerca de la frontera con Mali). Es decir, la única opción que tenía era esperar que el vehículo hiciera alguna parada en esos pueblos (según me habían asegurado, pararíamos en Loropeni) y ver en el lugar qué podía hacer en tan escaso tiempo. Otra opción sería buscar algún taxi en Banfora al llegar para que me llevara y me trajera de allí. Esta última parecía una mejor opción, pues de ese modo podría disponer del tiempo que necesitase para la búsqueda y predicación de estos pueblos. “Total”, pensaba entonces, “según el Google Maps no hay más de 3 horas entre Gaoua y Banfora (200km), y los pueblos que necesito abordar se encuentran a media distancia de aquellas dos ciudades”. Pero la realidad resultó ser bien distinta…

 La “ruta” era un camino de huella de ripio en pésimo estado (había tres cráteres cada 10 metros y el chofer parecía dispuesto a probarlos todos). A causa de esto (sumado al deplorable estado del vehículo y el peso que llevaba: entre 28 y 32 personas dentro y en el techo la casa de varios de ellos) la camioneta anduvo casi todo el trayecto a 40 o 50 kilómetros por hora. Debemos haber parado no menos de 22 veces. El calor criminal a la orden del día y las ventanas no traían aire fresco sino caudales de polvo que terminaron vistiéndonos a todos de ladrillo.

 ¿Cuánto demoré en llegar? ¡11 horas! (ONCE), por un trayecto de 200 kilómetros… Pero no fue tanto la cantidad de horas lo que me dejó realmente de cama sino el modo en que se viajó… Con decirles que en una parada pedí permiso al chofer para viajar ¡en el techo de la camioneta! les digo todo. Pero más interesante resulta “con quiénes” viajé allí arriba. Había dos personas, cientos de kilos de papas y maíz en bolsas, bicicletas, electrodomésticos y… ¡Un mono! (al parecer era la mascota de uno de esos hombres y no paró de molestarme por buena parte del trayecto; dada la naturaleza cleptómana de estos animales cuidé con extrema celosía mis pertenencias fundamentales). Pero les digo algo: aprendí que el techo es el mejor recoveco para viajar en este tipo de transporte en esta región del mundo. No lo duden.

Pero yendo a lo más importante, es decir, las tribus que buscábamos, debo reconocer que muy a mi pesar no pude encontrarlas (sólo paramos 10 minutos en Loropeni; en Lokosso, que nadie sabía donde quedaba, no hubo parada). Intenté aprovechar esos míseros minutos para hacerme al menos una vaga idea del lugar. Todo lo que encontré fueron musulmanes (no vi signos de ídolos paganos). Solo una persona decía conocer a una de estas tribus y se limitó a señalarme algún rincón a lo lejos. Lo complicado del asunto es que no vi ningún camino (ni de huella) hacia ese hipotético e impreciso lugar. Al parecer, solo una moto llegaría allí, y alejado de los poblados, como me advertía el Padre Herve, nadie habla francés: solo dialectos tribales. Es decir, deberíamos conseguir alguien que conozca estas lenguas y esté dispuesto a hacer el viaje. Indudablemente, no será sencillo (nada está falto de contratiempos en este continente). Aquí en Banfora se alquilan motos, pero tiene la limitación que no dejan sacarlas de la ciudad (y menos para andarlas por caminos intransitables). Por tanto, ya veremos luego que podemos hacer en este caso.

Banfora, donde estoy ahora mismo, es una ciudad medianamente importante y ya se vislumbran ciertas comodidades e influencia occidental que no tenían ninguno de los pueblos en los que estuve anteriormente. Para empezar, la ruta que lleva a grandes ciudades como Bobo o la capital está completamente asfaltada y en buen estado. Dispone asimismo de servicios regulares de ómnibus de larga distancia e incluso hay una estación de tren, desde donde puede llegarse a la capital del país (aunque según comentarios de usuarios, este transporte es una mala opción por la cantidad de horas que demora en llegar a destino; el bus parece ser la mejor alternativa para moverse por aquí). Los edificios provinciales y de servicios sociales se encuentran en optimo estado y existe una amplia gama de hoteles (de una a tres estrellas) y “guest houses”; todos en general equipados con aire acondicionado (prácticamente un “must” para sobrevivir por aquí).

Hay también algunos restoranes que ofrecen una variedad razonable de platos, y en uno de ellos probé la primera comida “decente” desde que salí de Kenya. En general siempre he comido en puestos callejeros, y no necesariamente por elección propia sino porque no existe otra alternativa en la mayor parte de estos remotísimos poblados. Casi todo lo que uno puede comer por aquí es arroz o pescado disecado (creo que debo haber bajado cerca de cuatro kilos desde que salí de Buenos Aires).

A la mañana siguiente me corrí hasta la Iglesia catedral de Banfora para entrevistarme con el sacerdote a cargo de la labor misional de la diócesis. En este caso se trataba del P. Michael, a quien hice la presentación de rigor, ofreciéndome a predicar a las tribus animistas del lugar. Le pregunté específicamente por los Natioro, a quienes manifestó no conocer (pero de quienes me consta su existencia por diversos canales de información), aunque es probable que su desconocimiento se deba a que están ubicados muy a las afueras de la ciudad, a pocos kilómetros de la frontera con Mali. Me advirtió no obstante que es posible que existieran aldeas animistas, pero no me ofreció mayores informaciones al respecto (quienes podrían ser, donde encontrarlas, etc.).

De todos modos, toda esta conversación fue un poco a las apuradas y de parados, pues el Padre debía ir a preparar una misa. Ante mi insistencia en busca de asesoramiento y respuesta, me pidió que volviera a la tarde del día siguiente, lo cual hice, aunque en vez de encontrarlo a Michael encontré al joven Aabad Jacques Sanogo (conocía al Padre Herve), que si bien se mostró bastante receptivo a mi pedido parecía no conocer a fondo la cuestión animista ni donde localizarlos. No obstante, luego de mucho pensar, me invitó a pararme y a seguirlo a otra oficina, donde había un mapa de Burkina Faso pegado contra la pared. Apuntó a un área ubicada a 13 kilómetros de allí, donde se encontraría el pueblo Fabedougou (que no aparecía en el mapa) que albergaría unas aldeas animistas que hablan un dialecto llamado “turka”.  Pero de nuevo aquí nos encontrábamos con los dos principales obstáculos de la misión africana: el transporte y los dialectos nativos. En cuanto a lo primero, aún consiguiendo un vehículo,  no solo ningún camino principal o secundario parece llevar allí sino que es muy difícil conocer la ubicación exacta de estos grupos, desperdigados deliberadamente por el bosque y en lugares alejados del contacto con personas ajenas a su etnia. Y salvo casos como los del Padre Herve, los sacerdotes y predicadores locales no parecen demasiado interesados en abordar tribus remotas ni conocen su ubicación; de aquí la importancia de un catálogo católico de tribus paganas. Con respecto a lo segundo, los dialectos nativos, muchas veces no los conocen ni los propios sacerdotes o predicadores locales. Pero a su vez, en general tampoco conocen personas que puedan ayudar en este sentido.

Por lo que he podido observar, solo los musulmanes se aventuran a asentarse en estas regiones remotas (en Tataman, por ejemplo, había una aldea completamente musulmana), aunque es harto improbable que estos nos ayuden.  De conseguir un traductor, deberíamos lograr que este nos acompañe, lo cual no resulta tan sencillo como podría parecer a priori. El padre Jacques se comprometió a comunicarse conmigo esta tarde para ver que podemos hacer (ya son las 20hs y aun no he tenido novedades). Y en eso estoy en este preciso momento…

Lo cierto es que cuando no existe una voluntad manifiesta de la Diócesis o parroquias locales en abordar la totalidad de las aldeas animistas, es muy difícil hacer algo por estos lugares. Sin esta colaboración la tarea se complica en demasía. Y debo reconocer que por momentos me siento frustrado. En parte, porque uno viene bien dispuesto a ofrecer ayuda en ese sentido y del otro lado no siempre existe la colaboración y disposición que uno desearía. ¿Pero es posible hacer lo que nos hemos propuesto? ¡Por supuesto que sí! A no dudarlo: ya lo hemos hecho en Tataman.

No obstante, al mismo tiempo soy consciente que he venido también en fase “exploratoria”, y que mi experiencia y contactos serán de utilidad a los próximos voluntarios. Hay cuestiones y planes que por más antelación y minuciosidad con que se las prepare, no pueden hacerse a la distancia: necesariamente hay que apersonarse en el lugar. Y eso es lo que estamos haciendo en esta primera etapa, además de, naturalmente, predicar el Evangelio todo lo que las posibilidades y el escenario permiten.

Dios dispondrá.

 

Abrazo a todos

Cristián

Dios, Patria y Hogar

 

 

 




[1] Une la provincia de Poni, cuya capital es justamente Gaoua, con la de Comoé (siendo Banfora su capital).

[2] Son básicamente camionetas destartaladas donde pueden llegar a meter más de 30 personas. El transporte es tan informal que no existen horarios ni frecuencia estimativa: parten cuando quieren

2.04.18

¡Llegaron las religiosas a la zona del Yeti!

¡Aleluya!

¡Llegaron Religiosas a la zona del Yeti!

 

Gracias a Dios y a la Virgen, desde México, llegaron Religiosas a nuestra misión himaláyica, que se encuentra en la zona de la Leyenda del Yeti.

Yo estaba solo (más solo que Kung-Fu), y, humanamente desesperado mas sobrenaturalmente confiado, luego de obtener el permiso del Ordinario, publiqué una nota en Infocatólica pidiendo por favor que vengan Religiosas.

Y como la nuestra es la Iglesia verdadera y no una secta vudú o protestante, el Espíritu Santo opera en Ella incesante y magníficamente. Por eso, dos congregaciones hispanoaméricanas (que no tienen un pelo de relativistas), inmediata y espontáneamente se ofrecieron a dejarlo todo para propagar la Iglesia en estas tierras idólatras. En total, seis hermanas fueron elegidas por Dios para venir. Dos recién llegaron. Desde Veracruz vinieron a plantar la Verdad y la Cruz a la zona del Yeti. Y la verdad es que no las para nadie. No vinieron a oenegeizar ni a predicar indirectamente ni a predicar-sin-predicar ni a predicar-sólo-con-el-ejemplo, sino a anunciar y  a enseñar explícita, diaria y sistemáticamente la Palabra de Dios, lo cual hacen todos los días con una alegría, un coraje y un tesón raros de encontrar.  Aunque a muchos les moleste. Aunque nos echen a patadas. Aunque le indigne a los burócratas eclesiásticos que impiden la pastoral con sus miedos y prudencias carnales.

A continuación les dejo a los lectores dos sencillas pero deliciosas joyas: una de las breves estrofas que estas Hermanas (de zona y sangre cristera) entonan por estas remotas tierras y la crónica de “primeras impresiones” que una de ellas escribió para compartir con todos la pascual alegría que llena nuestras almas: la alegría de la misión en los confines de la infidelidad.

¡Felices y exultantes Pascuas de Resurrección!

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en el Himalaya

Subo, 2/III/18, Lunes de la 8ª Pascual

 

**** 

 

Que viva mi Cristo

 

 

Que viva mi Cristo,

Que viva mi Rey,

Que impere doquiera triunfante Su Ley.

 

****

 

En el silencio de las montañas

 

 

En medio de los Himalayas se escucha un grito estrepitoso “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (Mt 28, 19).

En mi experiencia como hermana misionera, durante alrededor de catorce años, siempre he tenido la oportunidad de re-evangelizar tierras cristianas como México, Filipinas, y Estados Unidos. Pero, ésta es la primera vez que, Dios me permite venir a tierras jamás cristianizadas, lo cual se concretó por medio de la invitación del padre Federico.

Hace ya tres semanas que llegué a la remota aldea de Naga Namgom. He venido aquí con la hermana Leydi, que al igual que yo, está emprendiendo esta nueva experiencia de anunciar a Cristo en tierras budistas e hinduístas.

Aquí solo hay unas muy pocas familias que se han convertido al catolicismo. Obviamente los budistas no quieren que prediquemos la palabra de Dios, lo que convierte esta misión en todo un reto, mas aunque ellos (los budistas) no quieren que prediquemos, en  nuestro corazón resuena Mt. 28 y el clamor de San Pablo, que exclamaba “¡ay de mí si no predicara!”.

Para lograr nuestro objetivo de evangelizar, Dios nos permitió hacernos cargo de una escuela primaria que a su vez brinda el servicio de hostal para los niños más pobres.

Ahora tenemos diez niños, que si bien son casi todos budistas, de todos modos, por medio de la escuela y del hostal, van conociendo a Cristo.

Es sorprendente ver cómo Dios tiene caminos misteriosos y que al final sólo Él es el Todopoderoso, pues aunque el gobierno nos negó la visa de trabajo, Dios nos muestra claramente que nadie puede detener sus planes y la prueba es que ya estamos aquí por medio de otra visa y sabemos que Dios nos va a seguir guiando para saber cómo tenemos que actuar en esta difícil pero hermosa misión.

Sólo quise escribir estas cortas líneas para motivar a todos los católicos a seguir orando por todos los misioneros, pues por medio de sus oraciones ustedes mismos se vuelven misioneros. Aunque ustedes no estén aquí físicamente, sus oraciones nos sostienen a cada uno de nosotros, que con gusto nos ofrecemos a ser los pies, las manos y la boca de la Iglesia, que tiene como fin que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Que Dios los bendiga a todos.

En Cristo Misionero,

Hermana Mirna Portilla hmsp.

Hermana Misionera Servidora de la Palabra.