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17.04.18

Nos rechazan por misionar

Dejamos por unos días la aldea de Naga donde está nuestra base misional, que está en la frontera norte de la diócesis, para ir a tratar de fundar un nuevo puesto apostólico en la frontera occidental de una diócesis cercana.
Después de tres días de viaje en la 4x4 llegamos al último puesto que la Santa Madre Iglesia tiene en el oeste de esa diócesis. Ese puesto es un pequeño convento de una congregación norteamericana de monjas sin hábito cuya visión y misión -según el último capítulo provincial que tuvo lugar en el 2015- no menciona a Dios pero sí (¡y dos veces!) al medio-ambiente.
La fundadora del dicho convento es llamada, por algunos, “la Madre Teresa” del distrito pues hace casi dos décadas con enorme sacrificio y una laboriosidad ingente  (que esta semana le impidió incluso asistir a la misa dominical) construye casas a los inundados, defiende a las mujeres golpeadas y saca a las mujeres de sus casas para que defiendan sus derechos conculcados por sus maridos violentos, adúlteros y ebrios. Ella es respetada por todos y gracias a su ejemplo la Iglesia es estimada. 
Es un lugar tan remoto que a veces llegan a pasar un mes sin tener Misa. 
Nos recibieron muy bien, incluso con un chocolate -que matizó la heroica y voluntaria pobreza en la que viven- y un cartel de calurosa bienvenida. Con generosa vehemencia rechazaron nuestra cooperación monetaria. 
Ellas no predican. O, al menos, no predican directamente, sino indirectamente, esto es, por medio de su ejemplo y de la difusión de los llamados “valores del Evangelio". De este modo, atrajeron una familia o una y media a la Iglesia, si bien la familia (no la media) no practica la fe (de hecho, nadie, salvo casi todas las hermanas, vino a la misa dominical). 
Pero, ¿por qué no predican? Al principio, lo hacían pero cuando, al parecer, algunas almas manifestaban inquietudes de conversión, el obispo anterior les prohibió convertir personas ya que eso podía traer problemas legales.  La gota que rebalsó el vaso fue el arresto semanal de un sacerdote y unos pocos cooperadores, ocurrido hace mucho, lo cual fue visto como el hito confirmatorio de la nueva ruta evangelizadora: la no-predicación.
A este motivo, se suman, al menos, dos razones más, según nos decía la más joven de las hermanas: 1) “nadie se va a convertir"; 2) “si predicamos, nos pueden echar de este lugar”.
La primera de las razones esbozadas es uno de los eslóganes frecuentes de muchos católicos (incluso, sacerdotes) en el mundo pagano: “nadie se va a convertir". De todos modos, la joven hermana lo reformuló de un modo más vehemente: “es imposible que los no-cristianos de este país se conviertan".
 Ahora bien, el mismo día que ella, llena de espíritu de fe, pontificó acerca de la imposibilidad de las conversiones, compartimos un alegre picnic con una comunidad protestante de la zona, que tiene 200 familias. Como nuestro amigo David hace 9 meses proselitizó al pastor de ese grupo (el pastor Paul) para que se haga católico, los visitamos y nos recibieron bien, y nuestro diálogo de conversión avanzó bastante más (lo cual amerita otra crónica). Paul nos contó que en la zona donde está el convento de marras hay 150 pastores protestantes con sus respectivas comunidades. Este dato bastó para demostrarnos, una vez más, la radical mentira que paraliza ante-tempo todo posible avance de la Iglesia: la mentira (ideológicamente instalada) de que “nadie-se-convertirá". 
Sí, si no predicamos (sea por miedo a que nos echen o por miedo a lo que sea), nadie se convertirá. Pero, ¿y si tiramos por la borda nuestros miedos y progresías, y nos animamos a predicar? Todo sería muy distinto. Y muy apasionante. Pasaríamos de la tediosa superficialidad propia del terrenalismo a la extasiante seriedad de la obra salvadora de almas.

II.

Estuvimos dos días en el mencionado y ultra-periférico convento que piadosamente guarda las Hostias consagradas en un tupper y donde se respira antes de rezar Laudes.
Como nuestra relación con ellas fue muy afable y como nos pareció que quizás Dios estaba suscitando en ellas ciertos gérmenes de celo apostólico, les pedimos que nos reciban en enero para hacer una misión de quince días. 
Como estaban tan amables con nosotros y como el primer día nos habían pedido que las ayudásemos un largo tiempo, dábamos por descontado una respuesta de bienvenida, mas la réplica de la “Madre Teresa” y su epígona fue como una saeta que atravesó nuestro corazón: “no los podemos recibir puesto que la llegada de misioneros pondrá en riesgo nuestras obras sociales” que cooperan indirectamente a la extensión del Reino.
La negativa fue reforzada por la superiora con otro slogan de moda: “no hay que buscar conversiones sino difundir los valores evangélicos” (a esto le respondí con el evangélico “paenitemini et convertimini").
Terminamos el café, y nos despedimos sin oír ningún “¡hasta la próxima!".
Este tipo de respuestas, con sus más y sus menos, responde a una forma mentis muy común en muchas “misiones” contemporáneas: “no hay que predicar a los paganos puesto que si no nos echarán y se caerá la misión". Lo ví y oí en muchos lugares. Quien tenga oídos, que oiga. Y mientras tanto, las sectas protestantes arrasan. Así, se entiende porqué, en el mundo, la Iglesia retrocede espantosamente y las sectas avanzan imparablemente. 
Esta experiencia que relatamos para convertir una angustia íntima sacerdotal en una corrección eclesial fraternal, nos mueve a anotar una conclusión, que si bien no es apodíctica, tiene gran vigencia en muchos lugares de la paganía…
Para que las ONG católicas no se cierren, los oenegeros  (aun cuando sean considerados “nuevas Madres Teresas"), impedirán el desembarco de los misioneros. Esto es, salvo raras excepciones, donde no haya misioneros pero haya una ONG católica  (clerical, religiosa o seglar), jamás empezará la misión puesto que la ONG se lo impedirá (pues las ONG, por más clericales que sean, no suelen estar dispuestas a disminuir para que Cristo crezca).
Lo dicho, yendo más lejos, nos permite preguntarnos en clave del hoy tan mentado discernimiento: la llegada de una ONG católica a tierras paganas sin misioneros ni católicos, ¿no será la vacuna que pone el diablo en ese lugar para que jamás sea evangelizado?


III.

Ahora bien, ¿qué se puede hacer ante esta deserción misional que a veces quizás llega a encarnar el “no se salvan ellos y no permiten que se salven los demás"?

La pregunta es importante ya que, como dice un amigo, es propio del adolescente la mera denuncia, mas propio del adulto la búsqueda de soluciones. 
Con la gracia de Dios, muchas cosas se pueden hacer. Pero, ahora, mencionamos sólo tres: 
La primera es ir, con tal que nos los permita la jerarquía eclesiástica, a predicar a aquellas zonas paganas donde no hay ninguna ONG católica, ninguna parroquia y ninguna capilla. Esto es, no ir a las fronteras sino más allá de las fronteras. 
La segunda es formar y enviar apóstoles laicos nativos. 
La tercera es convertir pastores protestantes con sus comunidades. Ellos predicaran sin miedo. Sí, habrá que ayudar a los pastores conversos a purificar su intención respecto del dinero, pero creemos que esta es una de las vías más propicias para que la Iglesia vuelva a conquistar pueblos paganos para Dios.

Algunos quizás cuestionaran nuestro cuestionamiento puesto que estamos criticando a gente de Iglesia. Pero, si es por eso, reprobemos a San Pedro Damián que escribió un libro contra la sodomía de algunos curas de su tiempo o a San José María Escrivá de Balaguer que en sus silenciadas “Tres Campanadas” tuvo el arrojo de denunciar la deliberada inacción vaticana ante los descalabros del clero modernista. 
Nuestra crítica no busca desanimar ni apostrofar personas sin más, sino cooperar a remover lo que S.S. Pablo VI, en la Evangeli Nuntiandi, consideró uno de los mayores obstáculos que se alzan contra la actividad misional: la falta de fervor.
Nuestra crítica no sólo no busca desanimar, sino, por el contrario, animar a todos a convertirse en apóstoles de fuego que prediquen con la valentía de San Pedro y San Juan, de quienes los Hechos de los Apóstoles dicen que predicaban sin “ningún embarazo” (Hch 4,13), sin callarse ante las severas amenazas e intimaciones del Sinedrio  (cfr. Hch 4,17-18), prefiriendo siempre obedecer a Dios antes que a los hombres  (cfr. Hch 4,19), aunque nos arresten, tiroteen o despedacen.
Hace falta, con imperiosa necesidad, católicos que sean como los Apóstoles, quienes “días enteros, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y anunciar la buena nueva del Mesías Jesús” (Hch 5, 42).

Se necesitan esos cristianos que los Hechos de los Apóstoles inmortalizaron: almas parresíacas henchidas de Espíritu Santo que predicaban al Salvador en el contexto de una sociedad furiosamente anticristiana como era la Jerusalén envenenada por la Sinagoga que mató a Cristo y expulsó a la Iglesia naciente de su “tierra natal".

¡Que Dios mate nuestra cobardía y suscite un nuevo Pentecostés Misional!

¡Viva la Misión!
¡Viva la Iglesia Católica!

Padre Federico, S.E.
Misionero en el Himalaya
17/4/18