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1.11.18

Te rogamos, óyenos - I (Respuestas - XVIII)

     1. Ya el apóstol san Pablo exhortaba: “Ruego, pues, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto. Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador” (1Tm 2,1-3).

      Los fieles cristianos, los bautizados, oraban ejerciendo su sacerdocio bautismal; elevaban a Dios preces y súplicas. Pronto, muy pronto, la Iglesia asumió en su liturgia la tarea de pedir e interceder. Recordemos, por ejemplo, el testimonio de san Justino, a mitad del siglo II: “[tras la homilía] luego nos levantamos todos juntos y elevamos nuestras oraciones” (I Apol. 67), “y por todos los demás donde quiera que estén” (I Apol. 65).

    Esta oración de los fieles, con ese carácter de súplica, se extendió a todos los ritos y familias litúrgicas, normalmente tras la homilía y cercana la presentación y ofrenda del pan y del vino. Los catecúmenos y los penitentes asistían a la Misa hasta que acababa la homilía; entonces los despedía el diácono: “Catecúmenos, id en paz”, “Penitentes, id en paz”. Sólo se quedaban en la basílica para el rito eucarístico los ya bautizados, es decir, los fieles cristianos. Por eso estas preces se llaman “oración de los fieles”, porque son los fieles bautizados quienes oran. Es muy importante este matiz, como luego veremos.

     2. Esta oración de los fieles es un gran ejercicio de oración, una intercesión grande, amplia, con un corazón eclesial y católico que presenta súplicas por todos los hombres. Interceder, como Cristo en la cruz por sus propios verdugos, es un ejercicio de caridad teologal. Nadie queda excluido de la oración de la Iglesia, nadie rechazado. Los fieles cristianos en la liturgia ejercen su sacerdocio bautismal elevando oraciones de intercesión.

    Para comprender mejor aún lo que es la oración de intercesión, acudamos al Catecismo, en los nn. 2634-2636. La oración de intercesión “nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús”, el gran intercesor, sumo Sacerdote y Mediador ante el Padre. Interceder es “pedir en favor de otro” y es “lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios”. Al orar intercediendo, participamos de la misma oración de Cristo al Padre y “es la expresión de la comunión de los santos” (CAT 2635). Las súplicas de intercesión, esta oración de los fieles en la liturgia, abarcan a todos los hombres y sus necesidades y sufrimientos: “la intercesión de los cristianos no conoce fronteras: por todos los hombres, por todos los constituidos en autoridad, por los perseguidores, por la salvación de los que rechazan el Evangelio” (CAT 2636).

    Los fieles no sólo oran por sí mismos y sus necesidades personales, o de su comunidad concreta; con Cristo oran por la salvación de todos y así el corazón se dilata, se ensancha, siendo un corazón realmente católico. Por eso, además de “oración de los fieles”, se llama “oración universal” a estas plegarias de la Misa.

    3. En nuestro Misal romano está muy claro el sentido, el alcance y el contenido de la oración de los fieles, restaurado por mandato de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium: “Restablézcase la ‘oración común’ o de los fieles después del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto, para que con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero” (SC 53).

   Esta oración de los fieles se había dejado de practicar en la liturgia ya por el siglo VII y sólo quedaba un bellísimo vestigio: la oración universal en la Acción litúrgica del Viernes Santo, donde el diácono propone cada intención, se ora en silencio y después viene una oración del sacerdote. Era el modo solemne de hacerlo del rito romano, y se acepta la hipótesis de que aquí tenemos el texto que se venía usando en las comunidades romanas desde el siglo III en el culto ordinario (cf. Jungmann, 608). Ahora lo conservamos y disfrutamos cada Viernes Santo.

   La Ordenación general del Misal romano (nn. 69-70) es clarísima y concluyente a este respecto, aunque generalmente no se suelen conocer estas disposiciones sobre la oración de los fieles, actuando más la buena voluntad o la salvaje creatividad:

69. En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga de ordinario en las Misas con participación del pueblo, de tal manera que se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren diversas necesidades y por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo.

70. La serie de intenciones de ordinario será:

a) Por las necesidades de la Iglesia.

b) Por los que gobiernan y por la salvación del mundo.

c) Por los que sufren por cualquier dificultad.

d) Por la comunidad local.

     4. La oración de los fieles, aunque parezca una obviedad, es la oración de todos los fieles presentes: “Te rogamos, óyenos”, “Señor, escucha y ten piedad”… Cuando todos oran juntos así, entonces se está realizando la oración de los fieles.

    Pero ha ocurrido un desplazamiento insano: parece y se ha asumido que la oración de los fieles es la petición que se lee; que oración de los fieles es que algunos fieles pueden -¡como un derecho!- leer una petición para intervenir (“participar”, lo llaman confundiendo qué es participar y qué es intervenir). Es camino equivocado.

     Se ha desplazado lo importante hacia algo muy secundario; de importar la oración en común de todos a una indicación-monición que orienta, a dar todo el peso o importancia a que sean muchos (o varios) lectores los que lean la correspondiente petición. “De los fieles” no es sinónimo de que varios fieles tengan que leer las peticiones, sino de que todos los fieles oren juntos. ¿Se ve con claridad cómo ha cambiado en la práctica realmente el enfoque?

    En las liturgias orientales, siempre y exclusivamente es un diácono, y solo un diácono, quien enumera las intenciones, normalmente breves, para que el pueblo santo ore y encomiende; también así, con un diácono, lo señala el rito hispano-mozárabe en sus dípticos.

    ¿Nuestro Misal romano qué dice? “Las pronuncia el diácono o un cantor o un lector o un fiel laico desde el ambón o desde otro lugar conveniente” (IGMR 71). ¡Uno!, uno solo lee toda la serie de intenciones –no un lector por petición- para que todos los fieles oren intercediendo. Si hay diácono, a él corresponde desde siempre este oficio; si no, un lector. Es necesario reajustar esto, para que se eviten los desfiles de personas subiendo y bajando para leer una petición y se insista más en lo verdaderamente importante: la respuesta orante de los fieles.

     5. A la propuesta de oración que hace el diácono o un lector (“Pidamos por…”), todos los fieles, a una sola voz, oran suplicando a Dios. Ésta sí es la verdadera oración universal u oración de los fieles.

    Dice el Misal romano: “el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación común después de cada intención, sea orando en silencio” (IGMR 71).

   Los fieles todos oran respondiendo a la intención de oración que se les ha propuesto; y esta respuesta es la auténtica y genuina oración de los fieles:

            -Te rogamos, óyenos.

            -Señor, escucha y ten piedad.

            -Señor, ten piedad.

            -Kyrie eleison.

            -Escúchanos, Señor…

      Esta oración, en los domingos y principales fiestas, muy bien podría ser cantada y así solemnizar la oración de los fieles. Varias melodías para estas respuestas las tenemos en el Cantoral Litúrgico Nacional de España y en las ediciones de libros de Oración de los fieles. El hecho de cantarlas sirve para reforzar la oración de todos y destacar que esto es lo verdaderamente importante, más que el hecho mismo de leer una petición. La Ordenación del Leccionario de la Misa sugiere que se cante (cf. OLM 31).

        6. En casi todas las liturgias orientales y occidentales, el formulario o las preces que se elevan a Dios son un formulario fijo, invariable, recitado por el diácono. No hay lugar para la variedad ni la improvisación. Son largos, en forma de letanías.

    Al restaurarse la oración de los fieles en nuestro rito romano, no se han buscado unas fórmulas fijas, sino que se ha dejado cierta libertad para componer las peticiones mientras incluyan súplicas por la Iglesia, el gobierno de las naciones, los que sufren y la propia comunidad local.

     Como son una ayuda, una indicación, una orientación para que todos los fieles oren, han de ser breves, concisas, y no moniciones amplias o crónica de sucesos: “sean sobrias, formuladas con sabia libertad, en pocas palabras, y han de reflejar la oración de toda la comunidad” (IGMR 71).

    Al redactarlas hay que tener claro que se dirigen como exhortación a los fieles para que oren: “Por la Iglesia…”, “oremos por…”, al igual que las demás moniciones de la Misa: “orad, hermanos…”, “inclinaos para recibir la bendición”, etc. Son indicaciones dirigidas a todos los fieles. En modo alguno son oraciones dirigidas por un lector a Dios: “Te pedimos, Señor, que…”, “Señor, queremos rezar por…”, porque esa es la manera propia del sacerdote orando in persona Christi, no de un diácono o de un lector que propone a todos una intención para orar. Las moniciones y peticiones se dirigen a los fieles, nunca se dirigen a Dios. ¡Es algo básico, fundamental!, que viene de toda la Tradición litúrgica de la Iglesia.