InfoCatólica / Liturgia, fuente y culmen / Archivos para: Octubre 2018, 11

11.10.18

El Credo I (Respuestas XVI)

   1. Los domingos y solemnidades, y en alguna ocasión más importante o especialmente significativa, después del silencio de la homilía (o si no hubiere homilía, tras el Evangelio), todos a una recitan el Credo, la profesión de fe, puestos en pie.

 Las rúbricas del Misal prescriben lo siguiente:

 “El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada por la homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fórmula aprobada para el uso litúrgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.

El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el pueblo los domingos y en las solemnidades; puede también decirse en celebraciones especiales más solemnes.

Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según las circunstancias, el cantor o los cantores, pero será cantado o por todos juntamente, o por el pueblo alternando con los cantores.

Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que se alternan” (IGMR 67-68).

    Incluso el cuerpo se integra en la profesión de fe con el gesto de la inclinación: “El Símbolo se canta o se dice por el sacerdote juntamente con el pueblo (cfr. n 68) estando todos de pie. A las palabras: y por la obra del Espíritu Santo, etc., o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, todos se inclinan profundamente; y en la solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor, se arrodillan” (IGMR 137).

    Dos son las fórmulas que se pueden emplear: el Credo niceno-constantinopolitano, más desarrollado y preciso, o el Símbolo apostólico, breve y conciso, éste aconsejado especialmente para la Cuaresma y la Pascua (cf. Ordo Missae, 19). Únicamente éstos porque estas fórmulas son la fe de la Iglesia; ya pasó la moda desafortunada de sustituirlo por cualquier canto (“Creo en vos, arquitecto, ingeniero…”) o por la lectura de un manifiesto o compromiso o “fe” elaborada por alguien o por algún grupo de catequesis o de liturgia. Sólo esas dos fórmulas de profesión de fe se pueden emplear.

     Tampoco es de uso habitual, cada domingo, el Credo en forma de pregunta y respuesta (normalmente, para abreviar y correr más), ya que esta fórmula está reservada al rito del Bautismo exclusivamente o relacionada con el Bautismo, como la Vigilia pascual donde todos los fieles renuevan sus promesas bautismales. Esta es una fórmula, con preguntas, sólo para esos momentos, no para cualquier domingo.

       2. Rezar el Credo en la celebración eucarística fue una práctica que tardó en entrar en la liturgia. Como fórmula, el Credo nació para el ámbito bautismal; se les entrega a los catecúmenos en un rito litúrgico para que lo aprendiesen de memoria y luego, antes del bautismo, lo recitasen (lo que se llama la “redditio symboli”). Así, en una fórmula muy bien estructurada, tenían fijadas todas las verdades de la fe.

   El Catecismo recuerda este origen bautismal del Credo:

      “Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos. Pero muy pronto, la Iglesia quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo” (CAT 186).

     “La primera “Profesión de fe” se hace en el Bautismo. El ‘Símbolo de la fe’ es ante todo el símbolo bautismal” (CAT 189).

    Pasados unos siglos fue entrando el Credo en la Misa para que todos los fieles lo repitiesen y no se olvidase la fórmula de la fe cuando tantas herejías (trinitarias, cristológicas, pneumatológicas) se iban difundiendo. Oriente, en el siglo VI, con el emperador Justiniano lo hizo obligatorio en el 586. Lo vemos en la divina liturgia bizantina. Después de la Gran Entrada en el santuario con los santos dones, y las súplicas de los fieles, se reza el Credo; tras el cual, comienza la plegaria eucarística.

    Otro rito que pronto lo introdujo fue el rito hispano-mozárabe, siempre en conflicto con el arrianismo. El III Concilio de Toledo, en el 589, presidido por san Leandro de Sevilla, decretó que se recitase siempre en la Misa y por influjo de este rito hispano, en el s. VIII se difundió en la zona celta y en la liturgia franco-germánica.

    En el rito hispano-mozárabe, el Credo se reza dentro de los ritos previos a la comunión, después de la gran plegaria eucarística y antes del canto “Confractionem” para partir el Pan en 9 trozos, evocando los misterios del Redentor (Encarnación, Nacimiento, etc.). Es introducido por unas breves palabras del sacerdote: “Profesemos con los labios la fe que llevamos en el corazón”.

   El texto del Credo tiene levísimas variantes; la más importante, precisamente en polémica con los arrianos que negaban la divinidad de Cristo y afirmaban que sólo era “semejante” a Dios, viene en las palabras del Credo: “nacido, no hecho, omousion con el Padre, es decir, de la misma naturaleza del Padre”, conservando incluso la palabra griega “omousion” que significa consustancial.

   ¿Y en el ámbito romano? Tardó aún más en entrar el Credo en la Misa. Carlomagno, el emperador del sacro imperio, y san Paulino de Aquileya, mandaron introducir el Credo en la Misa al final de la liturgia de la Palabra. Tardó en hacerse una práctica generalizada; en Roma encontramos el Credo ya en el siglo XI y sólo en el siglo XII vemos el Credo después del Evangelio para los domingos y fiestas.