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11.07.17

Participar en la liturgia (I)

La participación en la liturgia, y educar para participar en ella como se debe, sin confusiones, ni multiplicar intervenciones, ni dejar que entre la secularización, sino aquella participación real que requiere la naturaleza misma de la liturgia es un objetivo constante de la formación espiritual y de la catequesis.

Tenemos por delante que intensificar en la medida de nuestras posibilidades, la participación verdadera en la liturgia, el cultivo de la liturgia, de su solemnidad y sacralidad al celebrarla, renovando la participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, ya que la fe se nutre y se expresa en la liturgia. En esto cada cual, según su ministerio y vocación, como sacerdote, religioso o seglar, habrá de ver qué puede hacer (o en algunos casos, dejar de hacer porque se hace mal) y mejorar.

La catequesis en sus diferentes grados y edades, especialmente la catequesis de adultos o la formación permanente, deberá tener entre sus objetivos educar en vistas a la participación litúrgica; al menos así lo señala del Directorio General de Catequesis:

“La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la captación recta del significado de los símbolos…; ya que todo ello es necesario para que existe una verdadera vida litúrgica” (DGC 85).

 La Eucaristía celebrada merece una amplia explicación e introducción en catequesis de adultos, cursos, conferencias, charlas, boletines de formación (como intentamos ir haciendo aquí), con un método mistagógico, explicando paso a paso cada momento de la celebración eucarística: cómo se realiza según las rúbricas, qué significado tiene y las implicaciones espirituales. Se procura así que, conociendo la liturgia de la Eucaristía, se favorezca una participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa (adjetivos que la definen según la Sacrosanctum Concilium).

 Ya Juan Pablo II recordó la importancia de la formación tanto de sacerdotes como de los fieles para incrementar la verdadera participación en la liturgia:

“El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles. La Constitución ya lo había subrayado: «No se puede esperar que esto ocurra (la participación plena, consciente y activa de todos los fieles), si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma». Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los Seminarios y Casas de formación y continuar durante toda la vida sacerdotal. Esta misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos” (Carta Vicesimus quintus annus, n. 15).

 2. Lo que no es participar.-

 La participación consciente, plena, activa e interior en la liturgia, se interpreta con el simple “intervenir”, desarrollar algún servicio en la liturgia, y la proliferación –verbalismo- de moniciones y exhortaciones, convirtiendo la liturgia de la Eucaristía en una pedagogía catequética falseada. Se entiende la participación entonces como una didáctica de catequesis donde todo son palabras, es decir, moniciones a todo, superfluas, demasiado largas. Desgraciadamente damos por hecho -¡craso error!- que “participar” es sinónimo de “intervenir” y por tanto se procura que intervengan muchas personas para que parezca más “participativa”. Es un fruto desgraciadísimo de la secularización interna, que se ha filtrado en las mentes de una manera pavorosa, y si no se interviene haciendo algo, entonces parece que no se ha participado. Todos tienen que hacer algo, leer algo, subir y bajar, ser encargado de algo, porque si no, se sienten excluidos, ya que viven con la clave de participar = intervenir, participar = ‘hacer algo”.

 Evidentemente ese principio, elevado hoy día a axioma, es falso. Este error desemboca al final en el precipicio y, claro, nos caemos a lo hondo del barranco y matamos la liturgia.

 Hay frases muy reveladoras, que se dicen con mucha facilidad, y reflejan hasta qué punto se está secularizando la liturgia desde dentro.

 Una de ellas: “A mí es que me gusta mucho participar”: quien la dice está afirmando que lo que le gusta es intervenir, desempeñar algún oficio concreto durante la celebración litúrgica, ya sea por prestar un servicio y ser una persona disponible, ya sea por el prurito de aparecer delante de los demás, acaparando protagonismo humano. ¡Cuántos enfrentamientos y roces innecesarios, pequeñas discusiones, por querer leer, hacer una monición en lugar de otra persona, llevar las ofrendas! Incluso se producen pequeñas carreras, cuando está terminando la oración colecta, para salir apresuradamente al ambón y que nadie le quite la ocasión.

 Otra frase: “fue una Misa muy participativa”. Se suele entender con esto que se multiplicaron las intervenciones, perdiendo la sacralidad, para buscar un efecto secular, democrático, de fiesta humana: se multiplican las moniciones (de entrada, a cada lectura, a cada ofrenda) y las ofrendas (una vela, un libro, un balón, un cartel, el pan y el vino, por ejemplo), se organizan las preces de manera que lo importante sea que cada petición la haga un lector distinto y se añade un himno, poema o pequeño discurso tras la acción de gracias. Se distorsiona la realidad sagrada de la liturgia, se le añaden elementos y acciones al margen de lo que el Misal prescribe, cunde una ‘falsa creatividad’ que es salvaje.

  Aún otra frase: “hay que preparar la liturgia para que todos participen”. De nuevo al hablar de “participación” se está planteando como objetivo la actuación directa de un determinado número de personas, buscando que cada cual haga algo concreto. Lo observamos cuando hay Confirmaciones y, sobre todo, al preparar las diversas tandas de las Primeras Comuniones. Olvidando que el modo propio de participar los niños en esa Misa es comulgar por vez primera con el Cuerpo y Sangre del Señor, transformamos la liturgia en una actuación infantil constante. En estos días las tandas de Primeras Comuniones son quebraderos de cabeza: párroco o catequista quieren que cada niño “haga algo”, multiplicando las intenciones, las ofrendas… lo que sea para que todos intervengan, haciendo cálculos: en tal tanda hay 18 niños, hay que sumar intenciones y ofrendas “simbólicas”, un niño lee un poema, otro hace un canto, hasta el número de 18; si hay menos niños, se reducen las intenciones de las preces o las ofrendas. Una liturgia así poco fruto real da, ni en vida espiritual ni en evangelización.

  El mismo criterio rige en una liturgia en la que convergen diversos grupos, Asociaciones, Movimientos, etc., preparando la celebración litúrgica de manera que todos intervengan en algo como si, por no intervenir o ejercer un ministerio litúrgico, ya no se participara. Si buscan cada uno su propio interés, como en ocasiones ocurre, se olvida lo que es participar y se olvida buscar los medios para que todos participen, y se centra cada cual en las distintas intervenciones, reclamando, a veces hasta violentamente, ese margen de intervención para hacer algo. Se pierde de vista la participación del pueblo cristiano entero (: que recen bien, que lo vivan, que se ofrezcan con Cristo) y la mirada se fija, obsesivamente, en quién interviene y qué hace cada cual, y si un grupo interviene más que el otro, o aquel grupo se va a notar más su presencia que este grupo de aquí. La Comunión eclesial se destroza y se sustituye por la suma aislada entre sí de carismas, Movimientos, grupos: están juntos, pero no hay Comunión, y la liturgia es la distribución de intervenciones de todos para que todos estén contentos y visibles ante los demás.

3. Quien no interviene, ¿participa?

 La respuesta es fácil: todos participan de la liturgia, según su modo propio (sacerdote, diácono, lector, cantor, asamblea santa), pero no todos realizan un servicio litúrgico directo. La participación pertenece a todos aquellos fieles cristianos que asisten a la divina liturgia, y los diferentes ministerios litúrgicos son servicios en orden a la participación de todos los fieles.

 Muchos fieles participan en la Eucaristía gracias a Dios: ni todos leen, ni todos son cantores, ni todos llevan ofrendas de pan y vino… y sin embargo participan perfectamente: rezan, responden, escuchan la Palabra de Dios y responden en su corazón, se ofrecen con Cristo, cantan, interceden en la oración de los fieles y, sobre todo, comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor debidamente preparados. No intervienen, pero todos participan, ya que ésa es la verdadera participación, el culto en Espíritu y en Verdad.

 Además, en determinadas celebraciones sacramentales, quienes reciben un Sacramento tienen un modo propio de participar y es recibir el Sacramento, vivirlo intensamente.

 Los novios en el sacramento del Matrimonio participan de ese sacramento casándose, pronunciando la fórmula del consentimiento, recibiendo la Bendición nupcial, ese es su modo propio, sin tener que hacer ellos las lecturas o enumerar las intenciones de la Oración de los fieles para que “participen”: ya están participando pues son los sujetos del sacramento del Matrimonio.

 Pensemos en las Misas de las “Primeras Comuniones” como un ejemplo cercano. Participar no es intervenir ejerciendo un servicio litúrgico; el modo de participación propio y exclusivo de los niños es comulgar por vez primera con el Cuerpo y Sangre del Señor, ver que se reza por ellos en la oración de los fieles y en el embolismo propio de la anáfora eucarística. Serán los demás (sacerdotes, lectores, acólitos, coro) los que ejercen los ministerios litúrgicos necesarios para que ellos participen ese día en el modo que les es propio: comulgar, sin que los mismos niños desempeñen todos los servicios litúrgicos. Los niños en esa celebración participan, pero su modo de participación es tan especial, único, intransferible, que consiste en comulgar por vez primera con el Señor resucitado en su Cuerpo eucarístico. Esa es su participación: comulgan, rezan, oran, dan gracias, escuchan la Palabra divina, se unen a toda la asamblea cristiana como miembros que participan de la Mesa santa. Pero participar no significa intervenir en todo.