8.05.17

Puerta y voz (del padre Diego de Jesús)

A falta de inspiración personal y tiempo para ofrecer algo propio acorde a este espacio, comparto con ustedes la meditacion dominical del padre Diego de Jesús. Como cada vez, sus palabras son de acuciante actualidad, porque se nutren de lo eterno.
 
Monasterio
HAY REINO EN LA PUERTA 
Y VERBO EN LA VOZ
 
Nuestro Señor se ha identificado con muchas realidades que, a modo de símbolos metafóricos, por analogía expresan su Realidad, su Misterio. Así ha dicho de Sí que Él es la Luz, que es la Vida, el Pan Vivo o la Roca. Imágenes intensas todas.
En el Evangelio de este domingo vuelve a hacerlo, pero lo peculiar es que se identificará con dos realidades sutiles, sin mayor lustre, menores si se quiere. 
Las imágenes en cuestión son: puerta y voz.
 
Dos realidades que en nuestro mundo tienen poco peso propio y más bien estriban su valía en algo más allá de ellas que les otorga sentido: poco importa la puerta si no por el ámbito al que ofrece acceso; como tasa la voz no por ella misma sino por la palabra que porta y profiere. 
El Señor, que ya ha avisado ser el Reino y ser el Verbo, anuncia ahora que es la Puerta al Reino y la Voz del Verbo. Pues podría no serlo.
  
Hay dos modos de generar inmediatez: eliminando el medio o bien asumiéndolo. Cristo nos es inmediato sin por eso anular la hermosura de los brocales, los marcos y soportes que lo introducen. Como si un muelle pudiera ser de agua, o una partitura sonora. 
 
Su ser puerta y su ser voz se imbrican en una sola imagen: la del umbral de una manifestación inminente que ya es epifanía en su inminencia. Pues tu Voz es la puerta de tu Palabra y tu apertura es la voz de tu Misterio. Hay puerta en tu voz y es sonora tu apertura. 
 
Ambas figuras son entrañables a la Lectio divina. No le basta a ella el vasto campo del Reino ni el enjundioso alimento del Verbo… ella quiere y requiere puerta y voz. Cada aurora el cristiano se acerca y se inclina ante este pretil y umbral hecho de pórtico y timbre, que ya son Él y a la vez introducen y deslizan en Él. 
 
La puerta imanta, la voz cautiva…  y dan reposo al buscador. Como a un viajero al que se le avisara que el Camino ya es el destino, saber, Señor mío, que en tu Voz ya estás todo Tú, aquieta y descansa; saber que en tu Costado abierto se vislumbra Todo, amaina, serena y sacia el peregrinar.
El alma inquieta se detiene en este umbral al experimentar que ha alcanzado cuanto esperaba. 
 
Nuestras biblias son voz y puerta. No son un mero boleto o pasaje de viaje; no son un pagaré, una promesa de revelación. No sólo conducen al inmenso prado del Reino y Verbo: saben ya a Ti, Señor.
 
Es que la voz ya es una con el Mensaje y la apertura engolfa y contiene ya toda su Hermosura. Hay verbo en la voz y lumbre en la grieta. Como todo el Rostro de Cristo nimba en la orla de su manto. Por eso, estos dos “Yo Soy” (soy la Puerta, soy la Voz) calman el torrente de aguas que buscan el estuario; estos “Yo Soy” las sosiegan, las aquietan en un sereno espejo: todo el mar ya está allí. “Soy Yo mismo” avisa Cristo desde el umbral de nuestro delgado papel biblia. No hay un “más allá”: hay más, pero no es allá… es aquí.
Puerta y Voz son la piel del Misterio…
 
Pórtico y Voz como figuras de Cristo nos aportan maravillas que vale la pena catar. 
La figura de la Puerta carga con una peculiar ambivalencia: expresa apertura en su sentido usual de amplitud, de anchura, como contrario a la estrechez, el encierro, la cerrazón. Pero no menos dice todo lo contrario: donde hay una puerta hay un cierre, un límite, hay demarcación, hay configuración. La puerta acota y delinea una identidad. Y la preserva y protege. Custodia el cubículum, guarda el secreto, como el odre al vino. Esa es su ambivalencia, que justamente se salva de ser ambigüedad en la medida que resguarda y cela su paradoja, sus coincidentes opuestos.
  
Y así es Cristo nuestro Dios y Señor, nuestro Pórtico: su inmensidad no es un indefinido y amorfo descampado. Es el infinito con forma; el Universal concreto. Esta puerta no astringe, no achica, no oprime; ¡al contrario!, potencia y exalta, pone en relieve la inmensidad que enmarca. Nada más oprimente, nada más asfixiante que el inmenso desierto sin contornos: ese laberinto perfecto. Como no hay trampa más grande, no hay religión más estrecha que aquella que desdibuje su identidad, derribe todos sus contornos y destruya su portal. 
El aperturismo muere por asfixia, como un enfermo hiperventilado…
 
Una casa, un hogar sin puerta achica, como estrecha la intemperie. Una casa sin puerta o de puertas abiertas (como aquella legendaria Casa de Asterión) configura la prisión más atroz. En cambio, quien cierra tras de sí la puerta, amplifica el espacio interior sin límites.  
Mientras unos astringen la figura de la puerta a su abrir y otros, por el contrario, la limitan a su cerrar (y otros más, en el mar de confusión, parten las diferencias y vindican el entornado), el cristianismo profundo ama la puerta en el exquisito y complejo entramado de su irreductible identidad. Tú, Señor eres mi Puerta; tu Carne es el Gozne que me salva, el Cardo Salutis, el divino y quieto Vórtice, el Axis Mundi.  
 
Algo semejante cabe decir de la Voz: lo dice todo, expresa totalidades, en la misma medida en que se ciñe a un timbre determinado, a un sonido y entonación precisos, a una identidad. Porque es esta Voz (y no un sonido ubicuo), puede portar al Verbo y ser Uno con el Verbo. 
 
Las ovejas siguen la voz del pastor no por lo que éste dice, sino porque es Éste el que lo dice. Hay magia en su inconfundible timbre. Su Voz planea sobre las aguas amorfas de mi nada y Se dice, y me dice y nos dice. Es la Voz del encantador de la que habla el salmista (Sal 57), por la cual hay que dejarse encantar. 
 
La Lectio divina vive de estos dos Nombres divinos. La Lectio divina no pretender atrapar ni conquistar el vasto campo del Misterio ni asir y entender al insondable Verbo eterno. La Lectio es arte de umbral, gusta de esta Puerta y de esta Voz pues acercan el horizonte sin reducirlo. Por eso la Lectio ama el Libro, ama el papel biblia: lo acaricia, lo huele, lo besa. No es amiga de conceptos ni de vastas planicies: lo suyo es palpar ese ferroso picaporte, sus inmensas y labradas bisagras, notar la cincelada madera añosa de sus jambas y dinteles expertas en contener al Incontenible; el sagrado Cuadrante en que se da Lo Abierto. La Lectio divina es el arte de dejarse llevar por el silbo suave y apacible de una Voz incomprensible que lo comprende todo; dejarse llevar por el vuelo indomable de una Voz inatrapable que envuelve y cautiva y lleva tras de Sí.
 
Oh divino Tajo, grieta en la Peña, sagrado armario, bendito portal, oh silbo de los aires amorosos, Tú podrías sólo habernos dado el Reino y el Verbo, pero te nos diste como Puerta y Voz. Y todo el Reino en la Puerta y todo el Verbo en tu Voz. A Ti la Gloria, el Poder y el Honor. Amén.

21.04.17

Jesús + Juanes, Pedros y Tomases = Iglesia.

Pesca MilagrosaYo sé que el texto de la “segunda pesca milagrosa” (Jn 21, 1-14) admite muchísimas lecturas y aplicaciones a nuestra vida personal y eclesial.

Pero hoy quiero compartirles una que me ayudó muchísimo, y que creo que puede servirles a todos los que trabajan/trabajamos en la Iglesia, y, en el fondo, en cualquier institución civil.

Juan, Pedro y Tomás.

Cuando luego de haber tirado la red a la derecha, “la red se llenó de peces", los discípulos reaccionaron de diversa manera.

Juan -el discìpulo amado- fue el “capo” que leyó primero, que entendió antes que el resto, que creyó, que supo ver detrás de la niebla matinal y los 153 bichos escamosos algo más que lo que se veía… Juan tenía el corazón atento y la mirada vigilante, y fue el que dijo, fuerte, clarito: “Es el Señor".

Pedro, hasta ese momento, estaba dando órdenes a los demás, entre la euforia de semejante pesca y el cansancio de la noche… Pedro estaba todavía tan en la superficie del asunto como la barca que conducía con diestra mano. Pedro ni por casualidad había intuido aún lo que Juan. 
Pero apenas oyó, Pedro no dudó. Con la velocidad de un rayo, con pericia de viejo lobo de mar y a la vez con audacia casi infantil, se tiró al agua, sin pensar, sin meditar. Algo le dijo que no podía demorar más tiempo lejos del Señor, y sin vacilaciones se zambulló en el agua, sin saber si estaba fría o era demasiado hondo…

¿Y los otros? Tomás y los otros escucharon y vieron a Juan y a Pedro, se alegraron, quizá gritaron de júbilo o se abrazaron… pero se dieron cuenta que alguien tenía que tomar el timón, y que agún otro debía agarrar la red -para que no perdieran semejante pesca- y que los restantes debían remar. Si ellos no hubieran hecho esto, o no hubieran regresado a la orilla, o los peces hubieran vuelto al fondo del mar, y el “desayuno pascual” no hubiera sido completo.

Jesús + Juanes, Pedros y Tomases = la Iglesia.

Me hizo mucho bien imaginármelos por un momento, y descubrir que en la vida de la Iglesia y de los grupos cada uno de nosotros tiene un lugar, una misión, un carisma, un espacio donde poner en juego su propio y peculiar modo de ser.

Algunos tienen una mirada profunda y penetrante, clarividente. Se dan cuenta antes que el resto de las cosas -por lo cual a veces no son creídos de inmediato- y lo dicen en alta voz. Son importantes porque ven más allá de la neblina, más allá de la epidermis de la realidad social o pastoral la presencia del Señor. Los hombres de acción suelen referirse a ellos casi despectivamente, diciendo algunas veces: “a este le encanta hablar, tiene lindas ideas, pero no hace nada". Pero es que muchas veces su carisma, su rol en el grupo, es aportar ideas, y decirlas con claridad. Y eso ¡es clave!

Otros tienen por virtud la audacia -parresía- de la decisión. Puede ser que no sean tan “pensantes", y que incluso no tengan como principal virtud la perseverancia en el tiempo. Pero son los que van al frente, sin detenerse en obstáculos. Una vez descubierto el objetivo, hacen de “punta de lanza” y realizan -a veces solos y criticados- lo que a otros parece imprudente o arriesgado. Inician movimientos, son como esa primera pieza del dominó eclesial, cuyo empuje arrastra y marca rumbos.

Y otros, muchos otros, tienen la maravillosa tarea de trabajar en silencio, de sostener las obras con su constancia, con su sentido común, con su fidelidad a las pequeñas cosas. Se ocupan del detalle, de la persona singular, del foco que se quemó, del cumpleaños del fulano y de llamar a mengano que dejó de venir. Apoyan con gusto y energía lo que otros han visto y comenzado, sin reclamar para ellos un particular reconocimiento. Son absolutamente imprescindibles, aunque sus nombres no suelan aparecer en los libros históricos de las instituciones.

Para que esa diversidad funcione y sea verdaderamente Iglesia, es prioritario que el punto de partida sea siempre Jesús. Escucharlo y obedecerlo. Es evidente tambien que cada uno de nosotros puede ir interpretando, en el transcurso de la vida y a través de los años, el papel de Juan, de Pedro o de los otros discípulos. Y que ninguno es sólo uno de ellos, sino que tiene más de alguno que de otro.

Lo importante es saber que todos somos importantes.

Y que los Juanes no deben enojarse con los Pedros y los Tomases, y que éstos no deben irritarse ni competir con los Juanes, y así sucesivamente. Que hay espacio para todos en la Barca de Jesús.

Y que sin el aporte de cada uno, Jesús Resucitado quedaría allí, solo, en la orilla, y que nuestros hermanos -todos y cada uno de los “peces” que tenemos que llevar junto a Él- no llegarían a conocerlo.

Esos peces que luego serán pescadores, desde la conciencia de haber sido pescados del mar del sinsentido y del pecado. Gracias, en primer lugar, a Jesús, pero también al clarividente Juan, al decidido Pedro, y a la tarea de los otros cinco.

Gracias a esa Iglesia -Cabeza y Cuerpo- que cada día el Señor me enseña a querer más y más.

15.04.17

Diario de María, Viernes santo por la noche

“…desde que tuve uso de razón, mis ojos buscaban algo, una realidad tan desconocida entonces como ciertamente real. Yo fui feliz desde siempre, y sin embargo algo faltaba en mis primeros años.

Comencé a intuir lo que llenaría mi anhelo luego de la visita del Ángel. Sin poder aún verte, te sentí cada vez más cercano, y comencé a imaginarte.

MaríaFue en una gruta, en Belén, donde al fin comprendí. Supe que mis ojos habían sido creados sólo para contemplar los tuyos. Desde entonces me sentí completa, nada más ya me hacía falta.

Mirarte y sentirme mirada por tus ojos de Niño, de Adolescente, de Joven, de Hombre adulto, me bastaba. Incluso cuando te fuiste a predicar, cuando sólo de tanto en tanto podía verte, me era suficiente unos segundos ante tu semblante para sentirme en el Cielo.

Siempre supe que tu final sería duro, que Simeón no había hablado sólo por hablar, ni de manera simbólica. Pero jamás imaginé que lo sería tanto…

No quisiste que te acompañara al Huerto, pero te seguí desde el momento en que te prendieron. Seguí tus ojos hasta el final, los busqué y encontré en las callejuelas entre el Sanedrín y el Pretorio, te miré y me miraste durante la flagelación, y sé que me viste cuando todos gritaban “crucifícalo". Nos miramos por última vez muy de cerca en el momento en que te levantabas, luego de tu primera caída. Fueron sólo unos segundos que tuvieron sabor a eternidad.

¿Cómo iba a imaginar yo que estando ya en la Cruz, en esas largas horas en que el sol se eclipsó y la oscuridad lo cubrió todo, casi como haciendo un esfuerzo supremo, evitaste que nuestros ojos se cruzaran? Me hablaste, sí, pero con los ojos cerrados. Y mirabas al Padre, y a los hombres que te crucificaban, pero no a mí. No lo llego a comprender del todo, pero es que tal vez debías atravesar esa hora, cruzar ese umbral, completamente solo. Quizá era necesario que el abandono, el despojamiento, la pobreza, fueran tan absolutos que ni a tu Padre del Cielo ni a tu Madre de la Tierra sintieses cerca. Tu último grito fue tan impactante, que no logro acallarlo en mi interior.

Cuando te bajaron de la Cruz, tuve tu Cuerpo en mis brazos, te besé, te acuné, te acaricié… pero ya no estabas allí. Tus ojos estaban cerrados; los míos ya no encuentran descanso.

Te hablo en esta noche, en este sábado, y aún sin saberlo con precisión, tengo como una minúscula certeza de que tu alma está en algún lugar. Que tu misión y tu viaje, tu descenso al mar del dolor humano aún no ha terminado, que este sábado, precisamente este sábado, es el punto culmen de todo lo que hasta hoy has hecho.

En esta noche y en este sábado, en que mis ojos no se cierran ni descansan, sólo hay un consuelo, sólo una palabra, sólo una pequeña llama que permanece encendida: el tercer día. Lo mencionaste más de una vez, y yo sólo vivo anhelando que llegue, y que amanezca, y que el resplandor de la aurora lo inunde todo. Y volver a contemplar tus ojos, ya para siempre.

Con el cariño y la adoración de siempre. Mamá.”

8.04.17

Examen de conciencia para "hijos pródigos"

Hijo pródigo
 
En varias ocasiones me he referido al sacramento de la Reconciliación, y he compartido ya dos exámenes de conciencia, uno para llegar a lo más hondo, y otro para personas ancianas o enfermos que no salen de su casa. En el umbral de la “Gran Semana” de nuestra redención, les comparto otro, con destinatarios específicos: los “hijos pródigos”
 
Suele suceder en la Semana Santa, y especialmente los Viernes santos durante la mañana, o durante un via Crucis, que algunas personas quieren confesarse, movidas por la contemplación de la Pasión, luego de muchos años sin hacerlo.
 
El problema con que me suelo encontrar es que muchas veces “no se acuerdan cómo confesarse". Sienten deseos de pedir perdón, se sienten mal por dentro, pero muchas veces me cuentan que es “no saben qué decir", o cómo decirlo. ¿Cual es el motivo de esta dificultad? ¿Es acaso porque no tienen pecados? Evidentemente no. Pecados tienen, como tengo yo, y a menudo pecados graves o gravísimos.

 

A veces, la causa es que el paso del tiempo y el influjo de la mentalidad relativista fue “borrando” la Ley de Dios de sus conciencias. 
 
Otras veces esas mismas conciencias, para evitar el peso del remordimiento, fueron justificando las faltas, hasta “enterrarlas” por algún lugar, o “evaporarlas".
 
En esos casos, suelo ayudar a las personas con algunas preguntas siguiendo los diez mandamientos, y deteniéndome en algunas faltas que suelen o pueden ser graves. 
 
Se las comparto, un poco “mejoradas", como un “examen de conciencia para hijos pródigos“, que vuelven a casa luego de bastante tiempo. Ojalá sirva a alguno para reconciliarse en este tiempo.
 
 
¿Hace mucho que no te confesás? ¿Fue por algo en especial que dejaste de hacerlo?
 
1. ¿Has tenido fe en Dios? ¿Te has acordado de rezar siempre? ¿Has confiado en Dios? ¿Ha sido importante en tu vida o lo has dejado de lado? ¿Alguna vez te enojaste con Dios y lo insultaste por algo malo que te sucedió?
 
2. ¿Has recurrido a la magia, a curanderos, a adivinos? ¿Has ido a que te tiren las cartas? ¿Has participado en reuniones de otras religiones o iglesias?
 
3. ¿Has ido a Misa todos los domingos y fiestas de precepto? ¿Has cumplido con los días de ayuno y abstinencia?
 
4. ¿Has sido bueno con tus padres, o no has sido buen hijo? ¿Te ocupás de tus papás si son ancianos, o te has desentendido de ellos? ¿Has sido un buen padre o no te has ocupado suficientemente de tus hijos? ¿Has tratado bien a tu familia? ¿Has sido motivo de paz y alegría en tu hogar, o por el contrario, motivo de discordia? ¿Has cumplido tus deberes como ciudadano?
 
5. ¿Has peleado, insultado, agredido físicamente o verbalmente a alguien? ¿Has tenido discusiones violentas? ¿Hay alguna persona a quien no logres perdonar? ¿Odiás a alguna persona? ¿Has cometido, aconsejado o colaborado con un aborto? ¿Has cuidado tu salud, o alguna vez te emborrachaste, consumiste drogas o pusiste tu vida en peligro sin necesidad? ¿Haz sido indiferente ante el sufrimiento del prójimo?
 
6. ¿Has consumido pornografía o mirado programas, páginas de internet o revistas impuras? ¿Has cometido actos impuros solo (masturbación)? ¿Has tenido relaciones sexuales antes del matrimonio? ¿Estás casado por Iglesia? ¿Sos fiel a tu esposo/a? ¿Has respetado a tu esposo/a, o has usado la sexualidad de modo egoísta?¿Has estado abierto a la vida, o has utilizado métodos anticonceptivos artificiales?
 
7. ¿Has robado cosas o dinero? ¿Has sido honesto en los negocios o has estado mezclado en cosas sucias? ¿Has cumplido con tu horario de trabajo? ¿Has sido responsable en el estudio? ¿Has cuidado los bienes que el Señor te regaló o has sido derrochón? ¿Has ayudado al prójimo? ¿Has cumplido con tus obligaciones impositivas o has evadido injustamente?
 
8. ¿Has mentido? ¿Has difamado al prójimo gravemente, divulgando defectos suyos sin necesidad? ¿Has calumniado, es decir, divulgado mentiras sobre el prójimo, o dicho cosas sin estar seguro? ¿Has copiado en los exámenes o falsificado trabajos prácticos? ¿Has dado testimonio de tu fe y de la verdad?
 
9. ¿Has deseado la mujer / el esposo de tu prójimo? ¿Te entretuviste en deseos o pensamientos impuros?
 
10. ¿Has tenido envidia y codiciado los bienes del prójimo, entristeciéndote de su progreso o alegrándote de su fracaso? 
 
¿Has sentido orgullo, o te has creído mejor que otros, y los haz mirado con desprecio?

4.04.17

Ser católico, o el arte de encontrar la armonía de Cristo en mí.

orquesta

Ser “católico", en el sentido pleno de la expresión, es a la vez un desafío y un privilegio. No consiste simplemente en estar bautizado e inscripto en la Iglesia pastoreada por el sucesor de Pedro. Ni solamente aceptar todas las verdades reveladas, transmitidas por la Escritura y la Tradición.

Ser “catòlico” implica, en el plano existencial, vivir buscando el adecuado equilibrio entre algunas actitudes aparentemente contrapuestas que, sin embargo, es posible armonizar, y que sólo “sonando” juntas dan lugar a la verdadera catolicidad.

Porque el seguimiento de Cristo, del verdadero Cristo, implica afirmaciones exultantes, pero también  negativas contundentes. Para nosotros sería mucho más fácil si se redujera todo a un “Sí” continuo a cualquier doctrina o experiencia… o a un permanente “No". Pero la simplificación del cristianismo hacia la opción excluyente por uno de los extremos es siempre mutiladora de la real identidad.

Para expresarlo de alguna manera, y si bien soy un músico apenas amateur, se me ocurría imaginar estos dos componentes de la catolicidad tomando la metáfora de los tonos mayores y menores que suelen o pueden estar en una obra clásica o contemporánea.

 

Católicos de “tonos mayores”

La tentación más actual y común que descubro en este tiempo, tanto en laicos como en quienes somos pastores, es la de ser católicos de “tonos mayores”

Esto significa, como criterio general, subrayar de modo unilateral los aspectos más “amigables” del Evangelio y más acordes al pensamiento del hombre de hoy, y “gambetear” todos los aspectos que puedan parecer negativos o que suenen chocantes a los oídos modernos.

El cristianismo exclusivamente de TONOS MAYORES, sólo se fija en la MISERICORDIA de Dios, pero evitando cualquier referencia a la miseria del hombre y su pecado, y la necesidad del arrepentimiento para alcanzar el perdón.

Evita hablar de la Vida eterna, se propone como un programa de vida intramundana, y si llega a hablar del más allá, lo hace sólo considerando como posibilidad el Cielo: nunca el juicio ni el infierno.

Tiene una mirada ingenua sobre el hombre… confía ciegamente en la bondad de todo y de todos, y olvida la realidad del pecado original y la tendencia al mal que hay en nuestro corazón.

El sentimiento y la emoción definen su vida de fe y sus opciones. Tiene prohibido hacer algo que “no le guste": la espontaneidad y el placer son el criterio de bondad de las decisiones.

Considera que muy pocas cosas pueden llegar a ofender a Dios -si es que algo lo ofende de verdad- y que la máxima y única ley válida es la propia conciencia, autónoma. Esta se termina haciendo cada vez más irrelevante y por ello mismo más esclava de las modas del momento.

 

El cristiano de TONOS MAYORES, en su relación con el mundo,  evita cualquier tipo de confrontación; considera que está prohibida la defensa de la Verdad e incluso su misma mención. Considera el máximo pecado -más que la blasfemia, más que el aborto, más que cualquier otro- el querer “imponer” a otros una manera de ver las cosas.

El cristianismo en TONOS MAYORES tiene un atractivo importante. Es a simple vista más fácil de vivir en el siblo XXI -ya que a nadie molesta- y suele generar simpatía.

Pero la alegría externa con la cual aparece revestido no tiene suficiente raíz, porque parte de una mutilación del mismo Cristo y de su Evangelio; termina dejando vacíos y alejando del verdadero Jesús… y encubre una progresiva corrupción del corazón poco vigilante.

 

Católicos de “tonos menores”

En el otro extremo, y muchas veces como una reacción al modo de entender el catolicismo recién mencionado, surge en nuestras iglesias particulares a veces con fuerza un catolicismo sólo de “tonos menores”

¿Cuál es su rasgo distintivo?

El subrayar del cristianismo y del Evangelio sólo la parte difícil, sólo la Cruz, sólo el esfuerzo. De vivirlo constantemente con tristeza y melancolía, con un sentido trágico permanente.

En esta visión, no siempre explícitamente formulada, se tiende a destacar en la imagen de Dios y de Cristo únicamente la del Creador Omnipotente y la del Juez Justo.

Se suele proponer una virtud vivida estoicamente, como puro esfuerzo voluntarista, con los dientes apretados, con el ceño fruncido y los ojos cerrados.

 

En esta lógica sonreír demasiado está prohibido, divertirse puede ser peligroso. El sentimiento debe quedar completamente excluido de la espiritualidad y de la vida.

La conciencia tiende a volverse escrupulosa, el corazón se estrecha, se desconfía de todo el mundo, se ve con malos ojos todo -absolutamente todo- lo que no lleve el inequívoco sello cristiano.

El catolicismo sólo “en TONOS MENORES” es heroico, tiene un atractivo importante, pero termina agotando al alma, como un arco que está siempre tenso y se termina quebrando… y genera una ruptura interior.

Cuando vemos a los católicos que entienden de un modo o de otro su vida de fe, nos quedamos con la misma sensación que tenemos al oír una bellísima y elaborada composición musical, a la cual el que la ejecuta le roba los tonos más difíciles de hacer, los pasajes, los dominantes, las disonancias y sus resoluciones…

Cuando leemos el Evangelio de Cristo y la vida de los santos -vidas bien escritas, vale aclararlo- tenemos, en cambio, el mismo placer intelectual y moral de quien escucha una bella sinfonía donde cada nota está en el lugar justo, donde los acordes ocupan un sitio no intercambiable con otros, donde la alternancia y la variedad armónica realza la belleza del tema principal.

Vale la pena intentarlo, ¿no?