3.11.17

La belleza del celibato

celibato

Siempre me he preguntado: ¿por qué a mucha gente el celibato le parece imposible?

Sin negar el aspecto de renuncia que conlleva, yo he visto siempre la vida célibe como muy parecida a la vida de un hombre casado fiel a su esposa y viviendo su vocación conyugal de cara a Dios -es decir, en la apertura a la vida y en la práctica de la abstinencia periódica si es preciso espaciar los nacimientos-

Sólo varios años después de ordenarme, creo que voy encontrando la respuesta, una trágica respuesta.

Muchas ven imposible -o casi- el celibato porque en realidad ya han perdido también la confianza en la fidelidad. Porque asumen resignadamente que el varón no puede ser fiel a una opción de amor durante toda la vida.

Entonces, es lógico: si ser fiel a una sola mujer es “imposible", y si “todos los hombres son infieles” -así piensan muchos hoy, recien me “desayuno"- es obvio que el celibato será sólo una pantalla, algo falso, que se muestra hacia afuera pero que en realidad no se vive.

Esta concepción se ve profundizada cuando algunos hermanos en el sacerdocio eligen traicionar su promesa de consagración al Señor, dándoles pie a los detractores de este modo de vida para decir “ven, yo les decía… no podía ser".

Lo cierto es que el celibato es posible, y es hermoso, y es plenificante.

Es una “soledad” repleta del Absoluto, y de rostros, y de sueños, y de proyectos.

Lo cierto es que el Señor -sobre todo el Señor - y también sus cosas y la amistad sacerdotal y los vínculos sanos que nos ofrece el ministerio, y el ciento por uno en “madres, hijos y campos", son completamente capaces de brindar todo el amor y el afecto que cualquier ser humano necesita para vivir.

Lo cierto es que yo no concibo, no me logro imaginar cómo sería no ser célibe… porque el celibato me da una libertad y una disponibilidad sin la cual no entiendo cómo podría intentar ser, verdaderamente, padre y pastor. Una libertad que me hace capaz de amar más, de amar siempre, de amar entero.

Lo cierto es que el celibato como consagración total a Dios y como disponibilidad para servir a la Iglesia es una belleza, es fuente de alegría, es una vocación y una opción que no sólo no atentan contra mi pleno desenvolvimiento sino que lo potencian.

Lo cierto es que el celibato demuestra también que el hombre, incluso hombres tan débiles y falibles como yo y mis hermanos, somos capaces de ordenar nuestros impulsos y pasiones para un objetivo trascendente… el celibato demuestra que el hombre, renovado y siempre sostenido por la GRACIA, es capaz de vivir la castidad, en cualquier estado en que sea llamado.

Lo cierto es que el celibato se constituye, entonces, en fuente de esperanza. En evidencia del poder de Cristo, sobre todo en este mundo en el cual el pesimismo antropológico lleva a muchos a pensar que el hombre es, simplemente, un esclavo de sus pulsiones. El celibato es la reivindicación de la Libertad humana -sanada por la Gracia- frente a la fragilidad del estado del hombre caído.

¡Gracias, Jesús y María, por el don del celibato, del cual ustedes dos son los modelos perfectos!

25.10.17

La fe que nos GLORIAMOS de profesar

lafeAmo mi fe católica tanto, tanto, tanto…

Amo cada detalle, cada entresijo, cada pequeño fragmento y el sabor y el olor de sus dogmas.

Amo la armonía perfecta con que cada una de sus verdades encaja, como piezas de un rompecabezas, conformando un todo tan abismalmente vertiginoso como serenante y pacificador.

Amo la fe católica, la verdad católica, la doctrina católica, la Liturgia católica, la Moral católica, la oración católica, cada día más, cada día por más motivos y con más argumentos.

Amo esta Verdad que en el fondo es una Persona, que es Cristo y su “mente", que es el Espíritu que todo lo ilumina.

Amo mi fe católica porque lejos de anular mi pensamiento o mi inteligencia lo amplifica, le da horizontes infinitos, lo hace más profundo, más sagaz, más equilibrado.

Amo mi fe católica porque es capaz de ofrecer una respuesta tan sólida e inmutable como amable y cálida. Porque es Camino y Vida.

Amo esta fe y por eso mismo no cuenten conmigo para ningún intento de destruirla, de rebajarla, de desmerecarla… no me anoten para ningún proyecto ni evento donde se la desmerezca, donde se la oculte, donde se tenga miedo de llegar por ella y desde ella hasta las últimas consecuencias.

Amo esta fe católica porque no existe nada tan concreto, tan vivificador y tan dinamizante como esa doctrina, cuando le permito entrar en juego con mi libertad y fecundarlo todo.

Amo mi fe católica por el perfectísimo equilibrio asimétrico entre Dios y el hombre, entre el varón y la mujer, entre la unidad y la diversidad, entre la libertad y la providencia, entre la justicia y la misericordia, entre la fe y las obras, entre Cristo y María…

Amo mi fe, y quiero vivir sólo para que otros más la descubran, la amen y la abracen, hasta el fin.

14.10.17

Palabras de un bebé a su madre que piensa en abortar

“Mamá: vos todavía no lo sabés, pero ya -sí, ¡ya!- estoy viviendo, sintiendo y empezando a comprender dentro de tu ser.

Es imposible explicar ni describir la magia del primer instante. Un aliento creador, un soplo vital, acabó de amalgamar las dos incompletas células que se unían…

Y yo, de pronto, en un momento, comencé a existir. A recorrer este primer viaje -imagino que algo de esto será toda la vida- hacia el lugar donde acabo de anidarme. Me siento tan seguro, tan feliz, tan protegido.

Mamá, yo sé que no todo ha sido fácil, ni lo será en adelante. Sé que las cosas quizá no han ocurrido como lo esperabas, sé que te sientes sola por momentos.

Pero no te confundas, no te dejes engañar.

Yo no soy parte de tu cuerpo: aunque te debo todo, aunque te necesito imperiosamente, soy alguien, alguien distinto, alguien nuevo, alguien original. Y necesito que me cuides.

Y tampoco soy, como te dicen por ahí los ignorantes, o, peor aún, los malintencionados, un puñado de células. Si pudieras ver con tus ojos la perfección de cada proceso que estoy viviendo… si pudieras imaginar mi sonrisa ya esbozada, mis manitos ya prediseñadas, el color de los ojos que en vos descansarán por primera vez… Necesito sólo que esperes, sólo que me cuides.

La potencia de la vida se despliega, inexorable, a cada segundo… todo es tan rápido, tan vertiginoso… el orden, la armonía, la proporción, el equilibrio, no pueden tener más explicación que un milagro.

Mamá, yo no espero una vida perfecta. Yo no espero que todo sea ideal. Yo sólo espero tener la oportunidad de verte, de abrazarte, de besarte, de decirte cuánto te amo.

Te pido la oportunidad de seguir mi viaje. De que no se trunque, de que no acabe casi antes de empezar.

Mamá, juntos podremos vencer. Nada es imposible para el amor. Porque la vida es siempre un bien.

Tu hijito que te quiere con locura… y te necesita”

5.10.17

La naturaleza y la finalidad de las iglesias

Los párrafos que siguen forman parte del interesantísimo -y poco conocido- documento “Conciertos en las iglesias". Los subrayados son míos. Valga su lectura y meditación en tiempos de confusión.

5. Según la tradición, ilustrada por el Ritual de la dedicación de la iglesia y del altar, las iglesias son, los ante todo, lugares en los cuales se congrega el pueblo de Dios. Este, “unificado por virtud y a imagen del Padre, el Hijo y el Espiritu Santo, es la Iglesia, o sea, el templo de Dios edificado con piedras vivas, donde se da culto al Padre en espiritu y en verdad. Con razón, pues, desde muy antiguo se llamó “iglesia” el edificio en el cual la comunidad cristiana se reúne para escuchar la palabra de Dios, para orar unida, para recibir los sacramentos y para celebrar la eucaristía", y adorarla en la misma, como sacramento permanente (cf. “Ordo dedicationis ecclesiae et altaris", cap. II, 1).


Las iglesias, por lo tanto, no pueden ser consideradas simplemente como lugares “públicos", disponibles para cualquier tipo de reuniones. Son lugares sagrados, es decir “separados", destinados con carácter permanente al culto de Dios, desde el momento de la dedicación o de la bendición.


Como edificios visibles, las iglesias son signos de la Iglesia peregrina en la tierra; imágenes que anuncian la Jerusalén celestial; lugares en los cuales se actualiza, ya desde ahora, el misterio de la comunión entre Dios y los hombres. Tanto en las ciudades como en los pueblos, la iglesia es también la casa de Dios, es decir, el signo de su permanencia entre los hombres. La iglesia continua a ser un lugar sagrado, incluso cuando no tiene lugar una celebracion liturgica.


En una sociedad como la nuestra, de agitación y ruido, sobre todo en las grandes ciudades, las iglesias son también lugares adecuados en los cuales los hombres pueden alcanzar, en el silencio o en la plegaria, la paz del espíritu o la luz de la fe.


Todo eso solamente podrá seguir siendo posible si las iglesias conservan su propia identidad. Cuando las iglesias se utilizan para otras finalidades distintas de la propia, se pone en peligro su caracteristica de signo del misterio cristiano, con consecuencias negativas, mas o menos graves, para la pedagogía de la fe y a la sensibilidad del pueblo de Dios, tal como recuerda la palabra del Señor: “Mi casa es casa de oracion” (Lc 19,46).

Qui potest capere capiat

28.09.17

Sobre el padre Fortea y mi último post.

Caritas in veritateLes comparto algunas reflexiones que me suscitan los comentarios a mi entrada anterior.

1. Algunos comentaristas caen en lo que yo justamente quise evitar: juzgan y condenan a la PERSONA, cuando yo solamente me enfoqué en el escrito. Publiqué los comentarios -de los cuales cada uno se hace cargo- para que se vea el contraste entre lo uno y lo otro. Cuando ese juicio incluye suposiciones infundadas -como aquel que decía, con seguridad, “no debe celebrar Misa… no debe rezar” está objetivamente cometiendo una falta contra la caridad. Y bastante grave.

Que yo esté en desacuerdo con dos escritos del Padre Fortea y los principios que se enuncian en ellos, no significa que yo deslegitime sus anteriores escritos y todo el bien que ha hecho a infinidad de almas.

Tampoco estoy suponiendo en él mala intención, sino un error objetivo en la formulación de sus ideas. Alguien sugería que al utilizar el término “falacia” yo doy a entender el deseo de engañar. Pero me atengo al significado clásico de falacia, que es un argumento aparentemente válido pero en realidad erróneo, sin intención de engañar. Cuando esa intención existe, se lo llama sofisma (al menos así lo he estudiado yo y así uso los términos)

2. Otros comentaristas se muestran en desacuerdo con mi crítica, desde diversos postulados.

a. Algunos dicen: “yo he leído todos los libros… he escuchado sus charlas… lo conozco personalmente… y nunca encontré un error". Eso es justamente lo que señalo: un cambio en él. La historia -y nuestra propia historia personal- nos demuestra que alguien puede cambiar, en cualquiera de las dos direcciones.

b. Otros se enfocan en otro punto: “la corrección tiene que ser en privado… con qué necesidad exponer estas cosas así… esto genera división". Lo primero que llama la atención es que estos comentaristas me corrijan en público diciéndome que está mal corregir en público. Si consideran que ese es un acto malo, están cayendo en el “ojo por ojo, diente por diente". Si consideran que es algo legítimo y necesario -corregirme en público- están partiendo y actuando desde el mismo principio que lo hago yo. El mismo principio desde el cual el padre Fortea critica el pensamiento de otras personas desde su blog.

El Catecismo de la Iglesia Católica -un tesoro que tenemos que redescubrir- enseña:

2477 El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto. Se hace culpable:

— de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;

— de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si 21, 28);

— de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.

Tengo la tranquilidad de no haber incurrido en ninguno de estas faltas, especialmente porque para “manifestar los defectos” del escrito del padre Fortea tengo una razon objetivamente válida.

3. Llego aquí al punto más importante, que ya ha sido expuesto muchas veces en Infocatólica.

A todos los comentaristas que se sorprenden por mi escrito les aliento a que puedan leer y releer serenamente las cartas de Pablo a Timoteo… que lean las cartas de Pedro, de Judas. Son escritos bíblicos, de santos y mártires, y están llenos de DURAS ADVERTENCIAS CONTRA LOS FALSOS MAESTROS. Pablo y los demás son mucho, muchísimo más severos de lo que he sido yo. 

Estas advertencias y este poner de manifiesto los errores doctrinales de otros ES UN DEBER DE CARIDAD hacia los fieles que, confundidos por las enseñanzas erróneas, corren peligro de condenación eterna.

El Código de Derecho Canónico enseña, al referirse a los derechos y deberes de todos los fieles

212 § 3.    Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.

Tal vez se puede aclarar con un sencillo ejemplo. Si yo soy médico, y hay en mi ciudad o mi país un médico que en los medios de comunicación enseña a la gente que el cianuro en realidad no es malo para la salud, que es un elemento necesario para el desarrollo cerebral, que antes había muchos prejuicios contra esa sustancia pero que hoy tenemos que abrirnos a nuevas experiencias… yo, como médico, para proteger la salud de la población, no sólo tengo derecho sino también a veces el deber de salir públicamente a rebatir sus afirmaciones.

La corrección fraterna en privado es el ÚNICO CAMINO cuando el pecado del otro ha sucedido en la intimidad. Cuando un pastor del renombre del padre Fortea se desvía de la Verdad de Cristo, está amenazando la integridad de la fe de otros creyentes. Es él y no yo el que pone -en este preciso caso al que me remito- en riesgo la unidad eclesial, que ha de ser unidad en la caridad y en la verdad.