7.02.18

Consagración de mi sacerdocio

Primera Misa

A partir de hoy, comenzaré a compartir una serie de meditaciones sobre el sacerdocio, tomando como hilo conductor el texto de la consagración que, por gracia de Dios, pude hacer el día de mi primera misa solemne.

Hoy comparto sólo el texto de la oración, dejando para próximas entregas las meditaciones. Me encomiendo a sus oraciones para poder ser fiel a todo aquello que vislumbré como meta personal y espiritual.


Oh Señora Mía, Reina del Santísimo Rosario, oh Madre Mía.


Yo, Leandro Daniel Bonnin, sacerdote para siempre por misericordia del Padre y de tu Hijo Jesucristo, me ofrezco totalmente a vos.

Oh Madre, educadora del Verbo encarnado, formadora de santos, hoy renuevo mi alianza eterna de amor contigo.


Y en prueba de mi filial afecto, y en respuesta a tu ternura maternal, te consagro en este día:


Mis ojos, pidiéndote tener siempre la mirada misericordiosa del Padre;


Mis oídos y mi lengua, para que como vos sepa escuchar y comprender la Palabra, y la proclame con valentía y coherencia en toda circunstancia;


Mis manos ungidas, para que las preserves de la rutina, para que celebrando cada día los sacramentos de tu Hijo con espíritu renovado, sea capaz de imitar lo que conmemoro, y conforme mi vida al misterio de la Cruz;


Te consagro sobre todo mi corazón; este corazón frágil y pecador, pero que quiere arder en el fuego del Espíritu, para tener los mismos sentimientos del Buen Pastor.


En una palabra te consagro todo mi ser. Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo.


Oh Madre de bondad, Reina del apostolado fecundo, guárdame del orgullo, de la mediocridad y de la tristeza, y dame un corazón humilde y magnánimo, casto y alegre.


Defiéndeme de las asechanzas del enemigo, de la ambición y de la pereza, y haz que me consuma la sed de almas, y el deseo de atraer a todos hacia tu Hijo.

Utilízame como cosa, posesión e instrumento tuyo. En tus manos tengo la certeza de cumplir la voluntad del Padre, de gastar mi vida para gloria suya, extensión del Reino de Cristo, y para tu regocijo.


Madre, todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío.


Totus tuus ego sum, et omnia mea tua sunt, in saecula saeculorum. Amen.

26.01.18

La Pasión del Cura Brochero

brochero jovenLa figura de José Gabriel del Rosario Brochero, como la de tantos santos y santas, es enormemente rica en matices. No sólo porque ellos llevan en sí la complejidad de la existencia humana, sino también porque en ellos se manifiesta –con transparencia- el Misterio de Jesucristo.

En mi reciente visita a la Villa del Tránsito, en la nave de la Iglesia donde él tantas veces celebró y predicó, les hacía a los 60 peregrinos con los que llegamos hasta su tumba como una síntesis rapidita y de memoria de lo que más me impresionaba.

1. En primer lugar –comenzando por lo exterior- les destacaba su celo apostólico y su preocupación por salvar almas para Cristo, por encima de todo. Esa preocupación –que era en él como un “fuego devorador”- lo llevó a emprender innumerables obras y sobre todo lo impulsó a realizar su más grande proeza apostólica: la Casa de Ejercicios, donde -de a centenares- gauchos de toda la región se encontraban con Dios y cambiaban de vida. 

Él podía decir como Pablo “llevo en mi carne las llagas de Cristo”, sobre todo en sus asentaderas, lastimadas por las continuas andanzas a lomo del Malacara.


2. En segundo lugar, su vida intensa vida de oración y su amor a Jesucristo y a la Purísima, que le llevaba a no descuidar nunca sus momentos de intimidad con el Señor. Esa vida de intimidad con Jesús se volvió mucho más intensa con la llegada de la lepra, como consecuencia de visitar y compartir el mate con un enfermo que vivía abandonado en la sierra. A partir de entonces, su ministerio sacerdotal se “redujo” (¿o se amplió?) al ofrecimiento como víctima, a la celebración del Santo Sacrificio, al rezo continuo del Santo Rosario.


3. Y lo más impactante para mí, lo que más me ayuda en muchos momentos de mi vida sacerdotal, es el hecho de que Brochero, como Cristo, antes de entrar en la Gloria, tuvo que padecer no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. Él, que se había “gastado y desgastado” por servir a sus hermanos, fue abandonado y dejado de lado por casi todos.

Las multitudes que lo acompañaban en sus obras, la gente que iba y venía sin cesar hacia su iglesia, los muchos admiradores que conocieron su figura a través de los diarios de la época… todos –o casi todos- se apartaron de él con temor, al descubrirse la cruel enfermedad, que desfiguró su rostro y fue carcomiendo su cuerpo, pero embelleció, purificó y enalteció su alma. Brochero tuvo muchos “Domingos de Ramos”, pero también, antes de ingresar en la Pascua Eterna, pasó por Getsemaní y su personal Calvario.

Y me animo a decir -sin dudar- que Brochero leproso en su casa, ciego, sin sensibilidad en las manos, celebrando la Misa de memoria, abandonado de todos… fue más sacerdote que nunca.

Maravillosa experiencia de total cristificación, que hizo de su sacerdocio una ofrenda aún más perfecta.

leproso

Nos viene muy bien en tiempos donde la búsqueda de los aplausos de los demás, el reconocimiento, la aprobación del mundo y de los fieles, pueden convertirse imperceptiblemente en nuestra meta como sacerdotes… desvirtuando nuestra misión y conduciéndonos, peligrosamente, al terreno de la vanidosa y narcisista autoexaltación.

Brochero construyó muchos caminos y muchos puentes, pero entre todos ellos, él fue sobre todo un camino y un puente… Se dejó usar, se dejó “pisar”, para que los otros alcanzaran la otra orilla. Y desapareció.

Pero no desaparece su memoria, y su intercesión, y su rostro fiero –ñato y orejón- nos hablan todavía hoy de una belleza y de un sentido escondido a los ojos del mundo.

Gracias Brochero!

2.01.18

Certezas del 2018

Tengo la absoluta certeza de que será un año maravilloso, no porque sepa lo que va a ocurrir, sino porque sé con QUIÉN lo voy a vivir.

 

Y sé que “todo lo puedo, en Cristo que me conforta” (Flp 4, 13)

 

Y estoy seguro de que “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom 8, 31)

 

Y de que “aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no tiembla” (Sal 27, 3)

 

Tengo la absoluta, la inconmovible, la indestructible certeza de que ÉL cumple sus promesas. Y ha dicho “yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 28)

 

Y ha dicho también “el que permanece en mí y yo en él da mucho fruto” (Jn 15, 5)

 

Y “yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mis manos”

 

La vida es bella, la vida es apasionante con Él.

 

La decisión más vital, la determinante, la que es capaz de transfigurar cada segundo de tu existencia, es decirle, como los de Emaús: “quédate con nosotros” (Lc 24, 9) y hacer lo mismo que los primeros discípulos: “fueron y vieron donde vivía, y se quedaron con Él” (Jn 1, 29)

 

O como dice la bella canción:

“es tan inmenso el mar,
pero yo voy con vos
no temo navegar
si está MI DIOS”

 

No temo navegar, si está también María.

 

¡Feliz Año!

28.12.17

Ante el misterio de la Huida a Egipto

Una familia, pequeñita, sencilla, pobre, perseguida por un soberano cruel, soberbio, hedonista…

María y José, con una enorme confianza en Dios que no logra apagar del todo la inquietud, apresuran el paso.

Mil ideas vienen a su mente, especialmente a la de José: “¿Cuál es el sentido de todo esto… por qué tuvo que nacer en Belén, si aquí nos amenazaba la muerte? ¿Y los magos, no se transformarán, finalmente, en nuestra perdición, al advertir a Herodes de Su Nacimiento?” Cada pregunta que iba surgiendo era concluida, inequívocamente, por la oración que María le enseñó desde el día en que se conocieron, la única capaz de devolverle la paz: “Adonai… yo soy tu esclavo, hágase en nosotros tu Palabra".

María, quizá, seguía guardando en su corazón cada suceso. Observaba todo, y a cada paso descubría algún signo de la Providencia. María oía nuevamente, como si estuviera en el Templo: “este Niño será signo de contradicción… una espada atravesará tu alma". Aún así, en medio de la noche exterior y de la noche interior, María iba diciendo: “Mi alma canta la grandeza del Señor… su misericordia se extiende de generación en generación… él derriba a los poderosos y eleva a los humildes”

Y miraba al niño, y le parecía intuir ya algo de su futura misión. “Signo de contradicción… signo de contradicción… será el pastor que reunirá a Israel, pero también el Cordero que ha de inmolarse… será el grano de trigo que muriendo da vida…” Y le susurraba al oído: “no tengas miedo Hijo, yo estaré siempre a tu lado, siempre”

Cuando te sientas perseguido…
Cuando tu vida física o espiritual corra riesgo…
Cuando no entiendas por qué Dios permite algo aparentemente injusto…
Cuando la noche sea muy oscura, fuera, pero sobre todo adentro…

Miralos a ellos, abrazate a María, a José y al Niño.

Y seguí caminando.

24.12.17

Diario de María: 23 de diciembre

“El día de hoy estuvo marcado por un hecho prodigioso. En Jerusalén todos hablaban de un fenómeno celeste que nunca antes se había visto. Una estrella luminosa, de un fulgor extraño y atrayente a la vez, se había visto en la noche anterior. Con José estábamos tan cansados, que no alcanzamos a observarla.

 

Algunos dicen que anuncia bendiciones. Otros, que presagia desgracias. Los más aventurados afirman que es signo de un cambio de época que está por ocurrir.

 

¿Serás tú, Niño mío, el que inaugure esta nueva época? Pienso también que no tuve demasiado interés en ver la Estrella, porque aún resuenan en mis oídos las palabras de Zacarías: “nos visitará el Sol que nace de lo Alto".

 

¡Cuántos viven en tinieblas y sombras de muerte! Estos días en la ciudad he podido percibir más que nunca el avance y la fuerza del pecado… ¡Cuánto odio entre los hombres, qué poca paz en los corazones! ¿Qué hemos hecho con las promesas que recibió nuestro Padre Abraham? ¿Acaso somos para el mundo signo de la Presencia del Señor?

 

Sol naciente, sol que naces de lo alto, para iluminar a los que están en las sombras de muerte… A nuestro alrededor, sin embargo, nadie se da cuenta. Todo transcurre con aparente normalidad, y nosotros con José no queremos que nada parezca extraordinario. Estamos seguros que así lo ha querido Dios.

 

Luego de visitar el Templo, comenzamos a encaminarnos hacia Belén, que queda a poca distancia. Y sucedió lo inesperado. Josías, el hermano de Jacob, padre de José… no quiso recibirnos. Durante todo el viaje teníamos la certeza de que él nos alojaría. No quiso entender razones. Ni darnos explicaciones. Había en él algo misterioso. Sólo nos permitió refugiarnos en un pequeño cobertizo junto a su casa, donde nos acurrucamos bien. La gente que pasaba por las callejuelas nos miraba extrañada: ¿por qué duermen ahí? Ninguno, sin embargo, atinaba a ofrecernos ayuda.

 

Hoy no fue aún el nacimiento, pero sabemos que acaecerá en cualquier momento. Y que no puede suceder allí: necesitamos algo más de privacidad.

 

Por primera vez vi en el rostro de José un rasgo de irritación, sólo momentáneo. Los dos sabemos que hay un plan… nos hemos habituado a nunca preguntar ¿por qué? sino sólo: ¿cómo? La obediencia nos devuelve siempre la paz.

 

Cada día de nuestro camino hemos rezado juntos, pero especialmente hoy: “Adonai, si es posible, que encontremos un lugar digno para que nazca nuestro hijo…Tu Hijo… pero que no se haga nuestra voluntad sino la tuya"”