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11.10.18

Día 11: La presentación del Niño Jesús en el Templo

LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO

Contemplar

El Niño crecía, y crecía, y crecía. Sus ojitos eran ya capaces de permanecer abiertos, irradiando su mirada una hondura infinita.

Ya se habían apagado los ecos del cántico celestial de la noche del alumbramiento. Ya habían puesto el nombre de Jesús al pequeño, y lo habían incorporado al pueblo de Israel mediante la circuncisión.

María y José, antes de comenzar a preparar su viaje a Nazareth, se dirigieron una vez más al templo para presentarlo al Señor. Siempre tan discretos, tan simples, tan humildes, tan iguales a los demás jóvenes matrimonios, y siempre tan extraordinariamente bellos en su simplicidad. Tan llenos de Dios y tan transparentes.

Estaban esperando su turno, llevando al pequeño y al par de pichones de paloma que ofrecerían en su lugar, cuando de entre la muchedumbre surge un anciano. Sus manos toscas y arrugadas no parecían coincidir con el inmenso resplandor juvenil que emanaba su rostro. Los saludó como si los conociera de toda la vida, como si siempre los hubiera estado esperando. Se inclinó con reverencia ante el pequeño y –tembloroso- lo tomó en sus brazos. Primero lo miró fijamente unos instantes, luego lo besó con enorme respeto y cariño a la vez, y por fin, rompió a cantar. Era el canto de un anciano que veía cumplidas sus esperanzas, pero era también el de un entero pueblo tantas veces humillado y derrotado, que comprobaba que su Dios, Yahvé, era y permanecía siempre fiel.

“Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante todos los pueblos”, decía Simeón, y esos ojos se llenaban de luz como si volvieran a ser los de su adolescencia. El Niño le devolvía la alegría, la paz y la certeza de que habían llegado los tiempos de la exaltación del Pueblo de Abrahám.

De pronto, Simeón quedó callado. Su sonrisa se trocó en un gesto preocupado y casi sombrío. En ese íntimo diálogo que tenía con su Dios, algo había acontecido, y comenzó a llorar serenamente, mientras abrazaba al bebé, como queriendo protegerlo. ¿Qué sucedía, por qué este cambio?

Pronunció entonces palabras difíciles de comprender: el pequeño sería luz de las naciones, pero también “signo de contradicción”, “causa de caída y elevación para muchos”. Mirando fijamente a María –que todo lo guardaba en su interior- le dijo con certeza y dolor: “una espada atravesará tu alma”.

María no comprendió exactamente. No alcanzaba a vislumbrar cómo este anuncio podía estar unido al de Gabriel y al de Isabel, y al canto de los coros angélicos… Pero en un instante se le hizo claro que la dificultad para encontrarle sitio no podía haber sido casual. Que el reinado de su bebé y el cumplimiento en él de las promesas hechas a David sería de una manera paradójica y misteriosa. María imaginaba la espada atravesando su alma y, también entonces, reclinando su cabeza en el hombro de José, abrazando una vez más a Jesús, le dijo lenta y conscientemente: “Yo soy tu esclava… que se haga en mí según tu palabra”

Reflexionar

María y José presentan su Hijo Primogénito a Dios, reconociendo que sólo a Él pertenece la Vida de todos. ¿Sabes tú ofrecer al Señor lo mejor de tu existencia, lo que más aprecias?

Simeón confía plenamente en el cumplimiento de las promesas, incluso teniendo que esperar largamente su concreción. Simeón es modelo de confianza. ¿Sabes tú esperar “contra toda esperanza”?

El Niño llega al mundo a cumplir una misión que se revela ya desde el inicio en el doble aspecto de dolor y gozo, de derrota y victoria, de cruz y resurrección. ¿Sabes tú aceptar los dolores que inevitablemente forman parte de la vida?

Pedir

Padre Eterno, yo me quiero ofrecer por entero a tu servicio, por manos de María, como lo hizo el Niño Jesús aquella vez.

Señor Jesús, ayúdame a dar sentido sobrenatural a los pequeños acontecimientos de la vida, para que toda ella sea una continua alabanza a la Gloria del Señor.

José y María, intercedan por todos los matrimonios jóvenes, para que comprendan la nobilísima misión que han recibido de engendrar hijos para este mundo y para el Cielo. Que ellos encuentren siempre en ustedes el modelo a imitar.

Día 10: EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN

EL NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN

Contemplar

Un matrimonio joven, uno entre la multitud que hormiguea por Judea durante el censo, va caminando lentamente, internándose en la oscura noche. No hay lugar para ellos en ninguna posada, caminan en silencio, con una mezcla de inquietud y esperanza. Un Niño a punto de nacer está allí ocupando el centro de sus pensamientos. El deseo de verlo amortigua en ellos el dolor de no poder ofrecerle un mejor sitio.

Un alma se ha apiadado de ellos, y van a poder pasar la noche, al menos, bajo techo. Deben caminar aún unos metros más, guiados por una débil lámpara, que se alejará con su dueño en unos instantes, apenas José haya encendido fuego.

El lugar está aún oscuro, frío y húmedo. El olor es para nada agradable. María desciende despacio de su montura, cuidada con tierna firmeza por los brazos de su esposo. Se inclina suavemente sobre el heno, desata su hatillo y comienza a entrar en un sueño sereno. José aprovecha ese instante de calma luego de días tensos, y sale rápidamente en busca de leña y tal vez de algo para comer.

Y entonces, entonces, la noche resplandeció. Entonces en lo hondo de esa cueva oscura, fría y húmeda, se manifestó en silencio el Hijo eterno, el esperado de los siglos.

Apareció frágil, tembloroso, con su piel rosada y casi transparente, con su boca arrugada, sus ojitos cerrados, los puñitos minúsculos apretados, el cabello húmedo pegado a su cabeza…

Y el silencio fue interrumpido por la primera Palabra de la Palabra hecha carne: el llanto de este Dios bebé que implora cariño, que llama sin intimidar, que atrae tiernamente.

El llanto de un Dios tan humano que necesita que María lo tome, lo acaricie, y le dé el pecho… como cualquier otro niño. María llora y ríe a la vez, José cae de rodillas y la abraza, y los dos rompen a cantar aquel salmo tantas veces repetido: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”

Y de pronto a sus voces entrecortadas por la emoción se asocia un sonido celestial, de una armonía sobrenatural, de una belleza sobrecogedora. En ese pequeño establo, recién oscuro, frío y húmedo y ahora luminoso, la entera creación se reconcilia con el Creador. Hasta los mismos animales parecen sumarse a la alabanza junto a los hombres y los ángeles, porque el Dios de los Ejércitos es ahora Emmanuel. Allí, de modo perfecto, se restablecía la Paz.

Golpean las manos afuera, y José, sin temer ni dudar, invita a pasar. Un grupo de rudos pastores, con los ojos grandes y el corazón expectante, se acercan conmovidos. Saben que lo que allí ocurre es mucho más que el nacimiento de un bebé. Intuyen que se inaugura allí, discretamente, la plenitud de los tiempos, la nueva Creación.

María sigue amamantando al Niño, lo besa, lo abraza fuerte, lo huele, lo acaricia, juega con Él, se emociona, agradece, se humilla ante el Creador…

Ingresa tú también al establo, pídele que te lo dé, abrázalo y dile con confianza: “no permitas que jamás me aparte de Ti”


Reflexionar

La Navidad es pobreza: el Niño nace en la austeridad, sin lujos, sin casi lo necesario. El Niño viene a redimirnos de la idolatría de lo material. ¿Aceptas las privaciones que te impone la vida, amas la austeridad?

La Navidad es silencio: Dios entra al mundo sin ruidos, sin publicidad, sin estridencias. Ingresa llamando suavemente, como habla al corazón. ¿Amas y cultivas el silencio?

La Navidad es humildad: Dios asume la forma de siervo para salvarnos. Se despoja de su Gloria, esconde su poder, para elevarnos hacia sí. ¿Amas la humildad? ¿Aceptas las humillaciones que la vida te impone?


Pedir

Jesús, gracias por venir a vivir entre nosotros, ayúdame a hacerme yo también como un niño pequeño para que el proyecto del Padre se realice en mí.

María, ayúdame a querer a Jesús, a ser cariñoso y delicado con Él, a no avergonzarme de manifestar mi amor a Dios delante de todos.

José, enséñame a abrazar los designios de Dios aunque no los entienda, ayúdame a saber entonar un himno de alabanza tanto en las penas como en las alegrías intensas.

P. Leandro Bonnin

10.10.18

Día 9 LA VISITA DE MARÍA A SU PRIMA SANTA ISABEL

LA VISITA DE MARÍA A SU PRIMA SANTA ISABEL

Contemplar

En medio de la caravana donde hay muchos hombres rudos, varios mercaderes ventajistas, algunas mujeres de cierta edad y de inciertos valores, jóvenes bulliciosos, niños inquietos, en medio de ellos, camina María.

Lleva en su seno la Esperanza del género humano, pero nadie lo sabe. El Niño Dios de apenas tres o cuatro días de vida, completamente inerme, minúsculo, descansa en sus entrañas, y crece, crece, y crece.

María camina serena y exultante, atenta a todos y absorta en su interior. Aún presa del vértigo infinito de la Anunciación, sin dejar de estar en cada detalle de sus compañeros de viaje y sus necesidades.

La mayoría de los viajeros tiene Jerusalén como destino, pero ella va un poco más allá, a la casa de Isabel.

El encuentro de las dos primas fue una explosión de gozo exterior e interior. El encuentro de los dos primitos no fue menos intenso.

El niño Juan, un niño por nacer de 6 meses, completamente formado, bailó de regocijo para saludar a Jesús, como David en la misma montaña de Judá un milenio atrás. Imagina a Juan sonreír, y casi reír a carcajadas, y saltar, y aplaudir, ante la llegada del Arca de la Alianza, portando en su Interior la definitiva Palabra y el verdadero Maná bajado del Cielo.

Las madres se funden en un abrazo largo y potente, con lágrimas de alegría y abundantes caricias. El rostro arrugado y marcado por los años de esterilidad y sufrimiento de Isabel parece rejuvenecer al besar con cariño casi de abuela el de la niña de Nazaret.

E Isabel comienza –casi cantando- a felicitar a María, pronunciando las palabras que ya no dejaron de resonar jamás en el mundo: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Cada palabra de Isabel aumentaba el gozo interior de María, que veía nuevamente confirmado lo que Gabriel le había dicho. “¡Madre de mi Señor!” la llama, llena del Espíritu Santo que le revela lo que aún no es perceptible a sus ojos.

Y entonces, el gozo contenido durante los días de caminata, y el gozo de todos los siglos, se hicieron canto en labios de la Virgen. Su canto y su alabanza resonaron con una fuerza y una luminosidad desbordante, su voz pura hizo detener de estupor hasta la danza del niño Juan… Sólo habían pasado unos días, pero María parecía ya comprenderlo todo, y preanuncia en pocos versos las notas fundamentales del Evangelio del Hijo. Detente, escucha, imagina el tono de su voz y la expresión de sus ojos, y comprenderás qué es agradecer.

El canto se prolongó, con variaciones, los tres meses duró su visita. Cantaba su voz, pero también sus manos delicadas y laboriosas, cantaban sus pies prestos a servir, su rostro y sus pupilas virginales. Toda la humanidad de María era y es un solo canto para Dios…

Y en su interior –no dejes de imaginarlo- el niño crecía, y crecía, y crecía. Y comenzó a latir su Sagrado Corazón; y se formaron los ojos que cautivaron a Pedro, y a Juan, y convirtierona la mujer pecadora; y aparecieron sus extremidades y sus manitos, las mismas que bendecirían, y curarían, y serían clavadas en la cruz. La oblación pura que sería ofrecida en el altar del Calvario se estaba preparando –sin que ellos lo supieran del todo- en la casa de Isabel.

Detente a contemplarlo sin prisa, no tengas miedo. El Niño por nacer estaba ya allí salvando el mundo.


Reflexionar

María partió sin demora… su amor es diligente, no remolón. Sabe ir directo al grano, sin rodeos, sin dar vueltas, sin perder tiempo en cavilaciones. ¿Sé amar sin demoras?

Isabel es una privilegiada de la Providencia, pero se inclina sin vergüenzas y alaba y felicita a su prima por la Misericordia que Ella experimentó. ¿Sé yo reconocer lo bueno en los demás, sé felicitar, se alabar justamente a los otros?

María deja fluir la voz del Espíritu Santo a través de la suya. Su canto es memoria y gratitud, y anuncio de las futuras proezas de Dios. ¿Sé yo cantar con memoria agradecida todo lo que Él todopoderoso ha hecho en mí y por mí?


Pedir

Querido Niño Jesús por nacer, protege a todos los pequeños que ya han sido o serán concebidos de las manos homicidas de aquellos que no conocen ni comprenden la grandeza de la dignidad humana.

Madre Santísima, te pedimos por todas las embarazadas, para que sean conscientes del milagro de la Vida que se gesta en su interior, y vivan en continua alabanza

Santa Isabel, intercede por todas las mujeres que desean tener hijos y aún no pueden concebir, para que se aferren a la esperanza y aprendan a reconocer y aceptar los planes misteriosos de Dios en sus vidas.

9.10.18

Día 8: El anuncio del Ángel y la Encarnación del Hijo de Dios

EL ANUNCIO DEL ÁNGEL Y LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

Contemplar

Un pequeño caserío al norte de Jerusalén, ni tan lejos ni tan cerca del lago. Una casita como tantas otras y, en ella, una joven de no más de 15 años. Sus rasgos, su ropa, su lenguaje, son parecidos a los de otras muchachas de su edad. Pero en su corazón y en su mirada hay una profundidad y una pureza jamás antes vista.

Está sola en ese momento, ocupada en los quehaceres que le han encomendado. Pensando, quizá, en la proximidad de su matrimonio con José, con quien ya está comprometida. Pensando, tal vez, en cómo podría ella vivir aquello que de modo tan fuerte le había nacido en el corazón desde niña: pertenecer por completo a Dios.

De pronto, el Ángel entró en su casa. Mensajero de Dios, portador de un Anuncio que inauguraría la plenitud de los tiempos, tan espiritual como real. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”

María se pone de rodillas y baja la vista. Está desconcertada, tal vez se ruboriza. Junta las manos, el corazón le late fuertemente. “¿Qué significará este saludo?”

“No temas…” dijo Gabriel, y esa divina palabra bastó para serenarla, y se dispuso a escuchar, todavía con la cabeza inclinada, pero ahora con los ojos abiertos. Lo que oía era inaudito. El Tiempo parecía detenerse: la espera de todos los siglos, el gemido de Adán, del justo Abel, de Abraham y los patriarcas, de Moisés, de David, de los profetas, del pueblo en el exilio, de todos los justos de los largos siglos de postración… la espera había llegado a su fin, y Ella, ¡Ella!, había sido la elegida.

Le parecía imposible y a la vez sentía que para ese momento había sido hecha. Un vértigo indecible se apoderó de su alma, a la vez que volvió la pregunta que la entretenía antes de la llegada del Mensajero: ¿cómo podría ser madre, anhelando ser virgen?. Esta vez levantó la cabeza y se atrevió a mirar a Gabriel, que la observaba con reverente estupor. Era ella la obra maestra de la Trinidad, más bella y pura que todos los coros angélicos. María pregunta, y el Ángel explica: “El Espíritu Santo descenderá sobre Ti… nada es imposible para Dios”.

Y se hizo un silencio. Gabriel quedó esperando. Con él, quedaron expectantes todos los hombres de todos los tiempos. El Plan de Dios dependía del consentimiento de esta jovencita, en esa simple casa, en aquel perdido e ignoto caserío.

María comprende la trascendencia del momento. El corazón le late ahora ya de un modo increíble. Siente a la vez una infinita alegría y ganas de reír, y una emoción desbordante y deseos de llorar. Pero no duda, ni un instante. Desde que tiene uso de razón, desde que comenzó a escuchar la Palabra y a orar con los salmos, aprendió que la única respuesta válida ante Dios es: sí. Pero su obediencia es humilde, y se atreve aún a más. No sólo acepta esto tan grandioso que Dios le propone: le dice una vez más, de rodillas con las manos sobre su pecho, con los ojos bien abiertos y una expresión de paz “yo soy tu esclava… hágase en mí según tu Palabra”.

Gabriel –y con él, invisiblemente, todos los coros angélicos- se postró en un gesto de adoración. Pequeñísimo, invisible al ojo humano, pero ya completamente hombre, está el Verbo Eterno. No existen palabras para describirlo: sólo de rodillas, como quedó María, largamente, tocando su seno, se puede ingresar en este misterio. Ingresa así tú también.


Reflexionar

Amar es darse como se da Dios. Se entrega, se pone al servicio, se hace uno de nosotros. Amar es ir al encuentro, es sacrificarse y ponerse a los pies. ¿Sabes amar así?

La verdadera libertad y grandeza del ser humano consiste en descubrir y obedecer la voluntad divina. Porque Dios no es nuestro rival, sino nuestro gran Aliado. ¿Estás abierto a lo que Dios te pide?

A pesar de las infidelidades humanas, Dios siempre sigue siendo fiel y cumple sus promesas. Puede tardar, puede demorar, pero siempre cumple. ¿Sabes esperar los tiempos de Dios?


Pedir

Jesús, Verbo eterno, pequeñísimo Niño por nacer, enséñame a ser humilde como tú, ayúdame a amar con un amor generoso, a arriesgar.

Espíritu Santo, que fecundaste el seno de María, transforma mi vida y hazla fecunda en buenas obras.

María, bendice a todos los jóvenes para que abran su corazón a la llamada de Dios. Dame tu humilde docilidad, tu disponibilidad, tu búsqueda continua de la Voluntad del Padre.

8.10.18

Día 7: Contemplar, reflexionar, pedir

CONTEMPLAR, REFLEXIONAR, PEDIR

Mientras tus labios pronuncian piadosamente los padrenuestros y los avemarías cual una música de fondo, tu corazón y tu mente son movidos por el Espíritu Santo a entrar en contacto con los Misterios de la vida de Jesús y de María.

No te olvides: no son hechos del pasado. En Cristo Resucitado, en el Viviente, todos y cada uno de los acontecimientos de su vida terrena han entrado a formar parte de la eternidad. En el Corazón de Cristo Glorioso está cada instante de su vida entre nosotros, por lo cual todo es –místicamente- actual y eficaz.

Y existe aún otro “lugar” donde cada paso de la vida del Verbo hecho carne es custodiado celosamente: el Corazón de su Madre. Rezar el Santo Rosario es ingresar en el Mundo interior de Ella, en ese tabernáculo purísimo donde guardaba y meditaba todo. Rezar el Rosario es mirar al Hijo con sus ojos, es escucharlo con sus oídos, es tocarlo con sus manos, es amarlo con su amor.

De la mano de María, quiero proponerte en cada misterio que anuncias recorrer tres pasos. Podría ser uno solo o tal vez diez, pero creo que en estos encontrarás abundante vida espiritual, gracias incontables, fecundidad personal y apostólica.

Contemplar

Significa que entres en la “escena” y trates de poner en juego, al menos brevemente, los cinco sentidos espirituales de la imaginación. Así, puedes MIRAR las austeras paredes de la casa de Isabel, la belleza del Rostro del Niño en brazos de Simeón, la sobreabundancia de vino en Caná, las gotas de sangre que caen en Getsemaní, la llaga del costado en la que Tomás mete su mano… Pero también puedes OÍR la voz de Cristo tan suave como firme, o el golpear del martillo en los clavos, o el canto de los ángeles en la Asunción. Y también TOCAR la piel delicada del Niño de Belén, o el calor de las lenguas de fuego en el Cenáculo. Y OLER y GUSTAR el pan sabroso y el vino espléndido de la Última Cena… También -y quizá sobre todo- los detalles de los misterios encierran una gracia especial para tu vida. Así tu corazón, sencillamente, se irá transformando en Cristo: la Contemplación transforma.

Reflexionar

Significa poner tu vida frente a la de Cristo y de María, y dejar que su luz de derrame sobre ella. Significa percibir las similitudes pero también las diferencias, y animarse a pensar: ¿qué me dice este misterio a mí, en este momento de mi existencia? Significa dejar aquí actuar la inteligencia, razonando movida por la gracia sobre lo que Dios me pide a mí, en concreto, aquí y ahora. Así las virtudes del Señor y su Madre te invitarán a pensar en cuáles de ellas debes aún profundizar, qué defectos tienes que combatir, que dimensiones de tu cristianismo aún están apenas esbozadas.

Cada misterio te dejará una enseñanza, que no será siempre igual, porque en cada paso y etapa el Señor puede ir pidiéndote cosas nuevas, y porque todo lo que se refiere a Él es inagotable.

Pedir

Pedimos porque no podemos ser buenos ni mucho menos santos con nuestras propias fuerzas. Porque “Sin Él, nada podemos hacer”. Porque todo es gracia, y no podemos ni siquiera imaginarnos lo bueno si no nos lo concede el Señor. Si quedas fascinado con la pureza de María, pídela con confianza y constancia. Si te sorprende la humildad de José, suplica con insistencia, y la recibirás. Si quisieras tener más ardor en el Anuncio del Reino o deseas convertirte de verdad, o quieres abrazar la Cruz como lo hizo Él pero sientes que no tienes fuerzas, no dejes de implorar.

Y no pidas solo para ti: en cada Rosario hay sitio para todos tus hermanos. Es probable que muchas veces mientras reces vengan a tu mente rostros, situaciones, recuerdos, vivencias, temores, vinculados con otros hermanos. Cada vez que eso suceda, no te desanimes: pon a cada uno de ellos –y toda su vida- en presencia de Jesús y de María. ¡Cuántas bendiciones para tu familia, tus amigos, tu comunidad, puedes alcanzar con esta oración!

Contemplar, reflexionar, pedir: así puede transcurrir con fruto cada decena. Intentaré ayudarte para que así sea.

P. Leandro Bonnin