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16.02.18

Con el Totus Tuus entre ceja y ceja

Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días
 

 
III.  Oh Madre, educadora del Verbo encarnado, formadora de santos, hoy renuevo mi alianza eterna de amor contigo.
 
En el Seminario me encontré con el pensamiento de dos hombres de Dios, dos hombres enamorados de Vos, Madre, uno canonizado y el otro canonizable: San Luis María Grignon de Montfort y Monseñor Adolfo Tortolo. 
 
El uno y el otro, cada uno con un estilo adecuado a su época, me enseñaron una verdad sublime: Vos fuiste verdadera Madre del Hijo Eterno. No le diste sólo un cuerpo humano: lo introdujiste en la experiencia humana. Lo formaste y dejaste una huella decisiva y definitiva en su personalidad, imprimiste en su carácer y en su manera de ser tu misma alma.
 
 
Vos le enseñaste a Jesús a comer, a caminar, a hablar, a rezar, a cantar… Vos lo introdujiste en el mundo de las relaciones humanas y en la realidad de la relación con Yahvé, dándose aquí un misterioso diálogo entre el misterio de su divina identidad -que poco a poco se desvelaba- y su humana naturaleza según la cual “crecía en sabiduría y en Gracia".
 
Vos fuiste entonces como una artesana que con delicadeza y atenta solicitud fue dando belleza al alma humana del Único y Eterno Sacerdote. Más aún, de modo espontáneo, casi involuntario e inconsciente, la humanidad del Niño Dios -ya desde el seno materno- fue adquiriendo la “forma de María” y replicando tus virtudes.
 
Vos sos, desde entonces, formadora de Santos. Sos el molde en el cual cada cristiano puede arrojarse libremente y dejarse modelar, para adquirir -de modo más rápido, fácil y seguro- la forma de Cristo.
 
Y si esto vale para todo cristiano, vale en especial para cada sacerdote. Se suele decir que desde el momento en que abrazaste a Juan -a pocas horas de su ordenación sacerdotal en la última Cena- junto a la Cruz, los sacerdotes somos tus hijos predilectos.
 
Yo quisiera entonces, Madre, que vos, formadora de santos, me formaras como formaste a San Juan Bosco, a quien en su más tierna infancia tomaste de la mano y le enseñaste -en sus sueños y en los acontecimientos- el camino de la dulzura y la bondad.
 
Yo quisiera que vos me educaras como a San Maximiliano María Kolbe, “el loco de la Inmaculada", a quien vos ofreciste -también en su infancia- las coronas del martirio y la virginidad. Maximiliano eligió ambas, las recibio como don y las vivió hasta el final, como y desde tu Inmaculado Corazón.
 
Yo quisiera que Vos fueras siempre mi Madre como lo fuiste del padre Karol Wojtyla, el cual, huérfano de mamá en la tierra, se entregó por completo a la del Cielo… y vos ya no lo soltaste más. Yo quisiera que cada acto de mi ministerio sacerdotal llevara la fragancia del “Totus tuus". Yo necesito que esa “mano materna” que guió la bala aquel 13 de mayo de 1981 me sostenga y proteja siempre.
 
Yo quiero ser santo, y por eso, sin dudarlo, renové mi Alianza eterna de amor contigo el día de mi ordenación y de mi primera Misa. Alianza que es actualización de la Alianza bautismal. Alianza donde la Fidelidad perfecta e intacta la aporta ella, donde mis límites y pequeñeces no logran destruir ese misterio de elección.
 
Gracias, María de la Alianza de Amor… Gracias, Madre que nunca has dejado de decirle “Sí” a Jesús, a ese Jesús que una y otra vez te dice: “Ahí tienes a tu Hijo".